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Cultură

Estuve 96 horas seguidas de fiesta por Madrid

Comencé en lo alto de un hotel de lujo del centro de Madrid y acabé en una casa, esnifando cocaína sobre quesitos de Trivial.

Con este cargamento comenzó todo.

¿Como consiguen juntarse un grupo de cuarenta cabrones todos los años en la misma fecha y sobrevivir en el intento? Todo el que lo ha intentado sabe que reunir a más de cuarenta personajes provenientes de distintos puntos del mundo es complicado aunque sea para tu boda.

La cita oficial es el sábado a las 14:00 h. en la terraza de un hotel muy conocido de la Gran Vía madrileña. La noche del viernes aterrizan los invitados. Hay que controlar el hambre de los ansiosos. Por eso debes elegir bien dónde se aloja cada uno. Es como sentar a tus invitados en el banquete de boda. Si no tienes esto en cuenta te será más complicado paliar sus voraces ganas de dar una 'vueltecita' y que ocurra lo que siempre ocurre, que se pongan como piojos y lleguen (si es que llegan) como momias recién salidas de un sepulcro.

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Sábado. Día D. Mis esfuerzos por controlar todos estos factores no han valido para nada. Subo a la novena planta y al entrar en esa terraza con preciosas vistas, varios amigos míos tirados en hamacas intentan saludarme mientras luchan contra su propia desintegración. Antes de poder contestarles, noto dos dedos dentro de mi boca que me llegan hasta la garganta y dejan un fuerte sabor químico. Mientras lucho contra las arcadas escucho: "¡Bebe esto para tragar, joder!". Y recibo una colleja y un vaso de cerveza.

"¡Qué pasa cabronazo!", me dice un amigo que no veía desde la quedada del año pasado. (Intento sonreír, mientras lucho por no abrasarme la laringe con lo que me han metido). Me llevan dentro de una lujosa habitación del hotel, que amablemente la dirección nos había habilitado. Abro la puerta de esa romántica estancia para dos personas y, como si se tratase del camarote de los hermanos Marx, veinticinco almas empapadas en éxtasis me sonríen como pueden.

"¿Se puede saber qué hacéis aquí, no veis que nos van a echar?". "Estamos desayunando", me dicen dos pupilas tan grandes como dos luceros del alba. Es fabuloso, tengo ante mí toda clase de alquimias conocidas por el hombre en la segunda mitad del siglo XX. Llaman a la puerta. El que mejor iba de los asistentes (o eso creía él) grita: "¡No seas tan educado y entra ya, coño!". La puerta se abre y una señora de un metro nos dice: "¿Qué están haciendo?".

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Esa buena mujer tiene ante sí la habitación de Johnny Depp y Benicio del Toro en su viaje astral por Las Vegas. "Ya nos vamos, no se preocupe", responde de nuevo el que creía ir menos puesto. Y los veinticinco desfilamos por el pasillo donde la jefa del hotel nos sonríe con la misma cara que la enfermera Fletcher en Alguien voló sobre el nido del cuco. "Al fondo tenéis las brochetas preparadas, chicos". (Con una voz más falsa que su tinte de pelo color amarillo huevo frito).

Inventario: Tenemos cien pastillas. Nos ha salido a cuatro euros la unidad. Las pirulas suelen valer 10 euros una, 20 euros tres. Cuanta más cantidad compres más bajo te lo dejan. Éstas, la verdad, no estaban muy allá. Pero al ser tantas bocas que alimentar cunde más la cantidad que la calidad. 'Spitz' (también conocido como espinaca, espinete, espincho o velocidad si quieres disimular con el camello de turno). Suele salir a 10-15 euros el gramo, hemos comprado veinte. Desconozco a cuánto nos lo han dejado al final, imagino que a 7 euros el gramo por comprarlo todo junto. "¿Lo habéis secado?".

La gente nunca quiere 'spitz' porque le parece una guarrada, pero en esas condiciones serían capaces de arrodillarse y comerte los huevos por detrás por un poco de ese material radioactivo.

"No", responde el que lleva una de las dos bolsas chorreando. "¿Y para que hemos cogido la habitación entonces? Anda vete, darle unos folios y que lo vaya haciendo, por favor, que esto es importante". La 'farli' nos la han dejado a 50 por pillar más de cinco pollos. Creo que tenemos quince gramos. Ya sabéis que comprar farlopa y que sea buena es complicado incluso si conoces al camello.

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Como somos de buen comer, hemos probado ya todo lo que os acabo de nombrar y no en pequeñas cantidades. Esto te provoca, entre otras cosas, aceleraciones, muchísimo calor, hablar como si tuvieras una bota de fútbol en la boca y no tener hambre. Son las doce de la noche. Nos odia medio hotel y el otro medio nos quiere pegar. Tenemos lista en una discoteca cerca de Alcalá. Nos metemos y luego pillamos unos taxis hacia ese destino.

La logística cada vez se hace más complicada. Varios se han perdido en el combate y otros se han dirigido a la calle Montera y han terminado con una mujer que rondaba los sesenta. Estamos en la puerta de la disco. Hay que repartir el cargamento general de chucherías. Los buenos previsores ya habían hecho los deberes días antes y tienen sus propias reservas. Del bote quedan las cenizas de la abuela. Al entrar los que somos de aquí vamos preguntando qué necesidades tienen los asistentes. A los que vemos más tocados, les ponemos un 'tarjetazo' de espinaca sin avisar, para que se vengan arriba.

La gente nunca quiere 'spitz' porque le parece una guarrada, pero en esas condiciones serían capaces de arrodillarse y comerte los huevos por detrás por un poco de ese material radioactivo. Los baños están hasta los cojones y la cola da miedo. Los que llevan más kilómetros en festivales se han traído de casa su propio 'esnifer'.

Para los que no sepáis qué es esta maravilla del cielo es una especie de disparador. Suele ser de plástico o de cristal y se rellena de lo que quieras. A gusto del consumidor. Te lo pones en la nariz disimuladamente y aspiras con fuerza, como si fueras un niño con asma. Normalmente suelen caber unos dos gramos si está bien seco y sin piedrecitas. Cuando se corre el rumor de que hay dosificadores entre el grupo, la pelea y los lloros por que te llegue tu turno es digna de primero de párvulos.

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Para el que no se drogue un símil parecido sería estar a punto de reventar en medio de un pub por no poder orinar y que un amigo tuyo tuviera un dispositivo mágico que te lo pones en la polla y en un minuto has descargado sin tener que jalarte la media hora de la cola del baño.

La logística cada vez se hace más complicada. Varios se han perdido en el combate y otros se han dirigido a la calle Montera y han terminado con una mujer que rondaba los sesenta.

Cuatro de la mañana. Como hace mucho calor dentro del sitio y más con las jodidas pastillas, la mitad del equipo está fuera buscando alguna esquina o cajero abierto (los más finos) donde seguir dándole al violín. Nos echan de ahí. Son las siete. ¿Un after? Nadie ve claro el siguiente destino, hasta que se nos ofrece una casa con un ático enorme (que algunos ya conocemos de otros encuentros en la tercera fase).

Parece que es la opción que más triunfa entre los asistentes y los que no lo ven claro se dejan llevar por el gentío. 8:30 h. Centrémonos, que estamos a pleno sol. El sitio está muy bien pero necesitamos repostar. Lo bueno de traerte a media discoteca a un mañaneo casero es que en esa pesca de arrastre también te llevas algún dealer. Y si de primeras no te suena su cara, ellos mismos se delatan enseguida. (No olvidemos que tu estás de chill pero ellos están trabajando).

Vale, fin de las compras grupales, sálvese quien pueda. Se acabó el comunismo buen rollero de hace unas horas. Ahora solo prima el capitalismo puro y duro de los ochenta. El que solo lleva plástico encima le toca bajar corriendo al primer cajero que vea o tener un buen amigo que le deje pasta para comprar. En estas circunstancias, y ya sin disimulo porque estás en una casa, se puede llorar un poco y negociar mejor los precios con el camello.

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Un bodegón cualquiera de mis 96 horas de fiesta.

Siempre juegas con el factor de que te ha visto antes y de que estáis en la casa a gusto, seguro te hace precio especial. Debes saber que si le dejas dinero a algún colega ahora, jamás se te devolverá. Este tipo de prestamos mañaneros se pierden por un agujero, como lágrimas en la lluvia. Entre raya y raya con vistas a las Torres Kio, un colgado que nadie conoce, dice: "Chavales que está la policía en la puerta y como es la tercera vez que suben pues están de muy mal rollo y que tenemos que desalojar ya". ¿Tercera vez que sube la policía ¿Cuando fue la primera? Vale, no hay ningún problema. Bajamos en los ascensores disimulando por la gente que vive en el edificio. Porque nos observan de arriba a abajo como si estuviera frente a Demian, el hijo del Diablo.

En la calle ya, el equipo está diezmado y mi móvil tiene menos rayas que las que te quedan a ti en el bolsillo. Hace un domingo maravilloso. Ya son las cinco de la tarde. Es la hora del vermouth. Al camarero, que es joven, le caemos bien y nos sonríe. Su madre entiende ese gesto y que hayamos pedido cañas para un ejercito vikingo a su manera. Y nos corresponde sacándonos unas enormes empanadas caseras en bandejas.

Todos nos miramos a la cara fijamente. ¿Esa buena mujer se piensa que alguien de los aquí presentes va a intentar masticar eso? Se oye una voz: "Joder, encima tienen hasta buena pinta". Son gallegas, rellenas de atún. (Para atún el que llevamos encima, pienso). Algunos preferiríamos comernos un trozo de baldosa del suelo a meternos esa masa de tomate y hojaldre en la boca.

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No nos desconcentremos, que esto debe continuar. Los que son de fuera de Madrid van tirando sus bombas de humo a lo David Copperfield y desapareciendo. No importa. No me gustaría meterme dentro de un avión ahora. Eso no mina la moral del grupo. Al contrario. Te sientes responsable de llevar la fiesta a otro lugar.

Varios colegas ofrecen sus casas y entre todas las propuestas se elige la que encaja mejor con la situación. En los taxis ya nadie habla. Compramos bebidas en el 'chino' de abajo y en el ordenador empieza la lucha por ver quien pone sus temas favoritos. Va cayendo la noche, es domingo. Los valientes que trabajan al día siguiente, viendo las orejas al lobo, pidieron fiesta hace días. Otros intentan ahora escribir un mail creíble a su jefe comunicándole algún tipo de enfermedad horrible que les está llevando al umbral de la muerte.

Decidimos que nuestro siguiente destino es un conocido lugar de electrónica que abre todos los domingos por Montera. Conseguir un camello a estas horas es complicado y más uno decente, con tema decente. Nos entregamos al primero que contesta. Cuando entra por la puerta no sé ni quién es y ambos disimulamos; incluso nos abrazamos efusivamente y hacemos la transacción lo más rápido posible.

La gente que ha pedido fiesta en sus trabajos jugándose el despido lo quiere aprovechar.

Intento conseguir unos vips antes pero en la puerta del club voy tan ciego que cuando me pregunta el portero, no recuerdo los nombres que me habían dado y no suena demasiado creíble que los busque delante de su jeta, con la cola detrás murmurando. Así que nos toca pagar. Nadie me lo tiene en cuenta porque a esas horas el descontrol de pasta es tal que ya te la suda completamente todo.

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Estamos hablando que sin contar el bote común del principio, una persona que además de ponerse, bebe, puede llevar gastados tranquilamente unos trescientos euros si no ha invitado; si lo ha hecho el agujero en la cuenta es incalculable.

Dentro, con el musicón sonando lo que necesitas son pastillas. Verdes, rojas o amarillas no estás para poner el morro fino. Pregunto a un camello que medio conozco de otros garitos. Me ofrece unas piruletas cuadradas con la marca de un coche de lujo a 10 euros la unidad. Le miro a los ojos y le digo: "¿Son buenas?". "Claro tronco, no me jodas". (Evidentemente todas las pirulas que te va a ofrecer un camello son siempre las mejores). "Vale, anda dame diez, me fío de ti". (Eso se lo dices para que el haga lo siguiente). "Toma tron y éstas dos te las regalo, para que veas".

Y lo peor es que funciona porque te hace sentir que has cerrado un acuerdo de la hostia y que negocias mejor que Florentino Pérez los fichajes. Las repartes entre los asistentes y te quedas allí dando botes hasta que cierran. Son las seis y media de un lunes. La gente que ha pedido fiesta en sus trabajos jugándose el despido lo quiere aprovechar.

Yo, como me imaginaba un plantel así, moví todos mis compromisos importantes al final de la semana. Ahora toca irse a una de las casas de los allí presentes. Se compra más bebida y al ser de día el rollo es diferente. Estás en ese estado catatónico de cansancio y placer que quizás sea el más placentero de todos si lo sabes llevar. Encima de la mesa de la casa de mi amigo volcamos todo lo que nos queda. Rascas dentro del forro del bolsillo del pantalón, si hace falta te vacías hasta el calcetín. Miras todo lo que ha sobrado y entonces para mí lo mejor que puedes hacer es hacerte unos trifásicos. (Es decir: machacar todo lo que te quede bien machacado y metértelo en una misma 'clencha'). Os lo recomiendo.

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Las charlas cada vez son más extrañas y de vez en cuando bastante interesantes. Llegas a conclusiones sobre el sentido de la vida, el universo y Dios. Algún asistente muere y luego resucita, la música ya pasa a ser más ambiental. Cae la noche y quedamos tres. No hay ninguna mujer y ya estas en total confianza. Nadie lleva camiseta, todos vamos en calzoncillos o con la ropa robada de la casa de nuestro amigo.

Paseamos y abrimos su nevera como si fuera la nuestra. Lunes, tres de la mañana. Pillamos más cocaína. Aparece en ese corral nuestro camello de confianza (que es casi como de la familia) y se queda un rato con nosotros descojonándose de lo que ve y oye. Volcamos uno entero en la mesa y nos vamos viniendo arriba con unos bailes más al estilo croqueta rebozada, tirándonos por el suelo, que a los de Travolta en Grease.

Amanece, la cocaína hace su efecto. Es mediodía y se acaba de ir otra vez nuestro camello favorito. Hemos cogido otros tres más de farlopa. Igual no hacían falta. Ha sido simplemente por derrochar. Las cuentas son ya imposibles de sacar (le debemos pasta al camello; por eso es importante que sea de confianza). Alguien ha propuesto jugar a algo estilo el Twister. Esto suele estar muy bien si ha quedado alguna chica rezagada en casa. Como no es el caso, decidimos jugar mejor al Trivial e inventarnos las preguntas. Al principio tiene interés, luego es complicado seguir las puntuaciones cuando la gente está esnifando la cocaína directamente de los quesitos.

14:00 h.: Definitivamente, nadie puede vocalizar.

18:30 h.: ¿Habéis visto Bailando con lobos? Para poder entenderte con tu amigo necesitas un traductor que hable el idioma de los Sioux.

20:00 h.: Vas a por algo de fruta a la cocina. Es lo que mejor entra en estos casos. Si encima esta fría es como si te abrazara un ángel.

21:00 h.: En el grupo de WhatsApp preguntan por nosotros. La gente está aburrida, sentada en la silla de su oficina. Empieza la ronda de pasarse fotos y vídeos. Prefieres no entrar en esa guerra, demasiado complicado en esos momentos.

21:30 h.: Quinta llamada de tu madre desde el sábado. Le mandas un mensaje: "Estoy bien, tengo mucho lío en el curro mamá, te llamo en cuanto pueda". Miras el reloj y le acabas de decir que estás trabajando a las 21:30 horas de un martes. (No importa mañana lo arreglo).

23:30 del martes. Muerte cerebral. El dueño de la casa hace tiempo que desapareció en su habitación. Mi otro amigo decide quedarse a dormir ahí, yo apuesto por irme.

Final: 96 horas después he vuelto a mi cama. Bajo las persianas, pongo el teléfono a cargar y me digo: "Bueno, parece que esta semana se va a hacer cortita…".