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Una Parada En El Corredor De La CocaÍna

En 1982, Río de Janeiro tenía una tasa criminal menor que la de Nueva York. Éste

POR BRIAN MIER, FOTOS DE DOUGLAS ENGLE

Una unidad patrulla por el suburbio de Dona Marta, en primera línea de playa en Botafogo, distrito de Río. Los traficantes de drogas fueron expulsados en diciembre de 2008 y, como resultado, jóvenes reclutas de la policía han establecido puntos de vigilancia permanente en el barrio. Es parte de un nuevo programa de actuación en la comunidad que será implantado en otras áreas si tiene éxito.

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for more photos by Douglas Engle Ide la farlopa que enharinaba las napias estadounidenses y europeas venía de los Andes y pasaba a través de la selva amazónica antes de llegar a Río, que posee el puerto más concurrido de Brasil. El negocio exportador floreció, pero ocurrió algo imprevisto: la clase media de la ciudad se enamoró de la misma droga que estaba ayudando a repartir por todo el mundo.

Si habéis estado siguiendo la cobertura mediática que se ha dado a las favelas a lo largo de los últimos años, probablemente sabréis ya cómo las milicias y las bandas de narcos han ido acaparando poder. Para el resto de todos vosotros, he aquí una breve lección de Historia. El próspero mercado local de mandanga propició el auge de tres bandas de narcotraficantes: el Comando Rojo, el Tercer Comando y los Amigos de los Amigos, un grupo que se cree formado por antiguos policías. Los traficantes se hicieron rápidamente con el control de los barrios chabolistas establecidos en las faldas de las montañas de Brasil (conocidos como favelas) y empezaron a ganar un montón de dinero y a matar a un montón de gente. Por supuesto, los policías les siguieron y la corrupción empezó a corromper el alma de todo el mundo. Al poco tiempo, la policía formó milicias ilegales para luchar contra los narcos y extorsionar el dinero de las favelas que estaban “protegiendo”.

“Las milicias empezaron realmente cuando los propietarios de tiendas comenzaron a pagar a algunos oficiales de policía para que echasen a los vagabundos de las calles”, dice un profesor de escuela que rehusó dar su nombre. “Realmente sólo son policías fuera de servicio y algunos bomberos, pero han creado un poder paralelo. Es muy difícil para nosotros hablar de esto porque cuando lo haces te conviertes en su objetivo”.

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Durante los últimos 20 años, ha habido más de 100.000 asesinatos documentados en Río. De acuerdo con un informe de la ONU de 2008, las fuerzas policiales son responsables de al menos el 18% de las muertes de la ciudad. Esto quiere decir que los polis han estado matando a casi tres personas al día en las últimas dos décadas. Se da la paradoja de que Río es la tercera ciudad más rica de Sudamérica. La violencia, sin embargo, no se está ensañando con los que más tienen sino con estos barrios de casuchas, donde casi todo está controlado por una banda de narcos o por una milicia. La falta de servicios públicos y la constante violencia relacionada con las drogas son fuerzas represoras en las favelas y crean un círculo vicioso que hace que sea virtualmente imposible que cualquier vecino se marche. Por muy

cool

que la película

Ciudad de Dios

pintase las favelas, hay un montón de gente muy trabajadora que vive allí y que se marcharía de una puta vez si pudiese.

Yo soy un estadounidense que lleva viviendo en Brasil desde 1991 y que actualmente trabaja como planificador urbanístico para una ONG internacional. Decidí escribir este artículo tras ir a un videoclub de mi barrio. Me pidieron que rellenase dos páginas de información personal para mi ficha. Me pareció un poco raro. Justo después estaba eligiendo mis DVD’s y vi un gigantesco logo de Batman pintado a mano en el techo. Era la firma de una milicia local llamada Liga de la Justicia a cuyo líder apodan Batman. Me di cuenta de que acababa de darles toda mi información personal. Decidí sacarles algunas respuestas haciéndome pasar por un turista estadounidense borracho. Sabía que si la gente adecuada se daba cuenta de lo que estaba haciendo realmente, había una probabilidad más que razonable de acabar descuartizado o en el “microondas” (una forma de ejecución en la que te ponen alrededor del cuerpo unos neumáticos rellenos de gasolina a los que prenden fuego).

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Un antiguo compañero de trabajo mío vive en una comunidad de Río controlada por una milicia. No permitió que le visitase ni que utilizase su nombre porque pensó que sería demasiado peligroso. Así que le llamé por teléfono para preguntarle si preferiría vivir en una favela controlada por señores de la droga. “Pago mis impuestos, tengo derecho a la seguridad y aún así he de elegir entre los bandidos o la milicia”, dijo. “El error no está en cuál eliges, sino en la falta de opciones que tienes como ciudadano en un Estado en el que la policía no hace lo que se supone que tiene que hacer”.

Un oficial vigila la favela de Vigario Peral en Río el 15 de diciembre de 2005. La policía arrasó el barrio después de que unos narcotraficantes de una favela rival supuestamente secuestraran a ocho jóvenes. Fue el último episodio de un conflicto que dura 20 años entre los dos vecindarios, controlados por bandas rivales. Los tiroteos entre miembros de bandas y policías son comunes y muchos inocentes que pasaban por allí han caído, víctimas de balas perdidas. La tasa de homicidios de Río rivaliza con las de algunas zonas de guerra.

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for more photos by Douglas Engle Durante 25 años, los políticos han dicho que no tienen suficiente dinero, personal o armas para solucionar los problemas de las favelas. Ven el conflicto como una guerra continua y los residentes afirman que la policía usa esta idea como una excusa para torturar y matar a quien les venga en gana. “Los salarios policiales son humillantes y absolutamente insuficientes”, dice Luis Soares, antiguo ayudante de la Secretaría de Seguridad del Estado. “Esto ha desembocado en que un gran número de policías trabajen en sus días libres para servicios de seguridad ilegales”. Las milicias han ganado una obscena cantidad de millones con esta práctica. Según un informe de la ONG Global Justice, el año pasado la policía de Río ejecutó “oficialmente” a 1.300 personas, siendo la mayor parte de ellas negros sin ningún tipo de lazos con el tráfico de drogas. La práctica común es dispararles a quemarropa por la espalda. Soares dice que las milicias se componen de unos 30 hombres de uniforme, equipados con ametralladoras y radios, que circulan por el barrio buscando problemas. Registran a los residentes, expiden recibos por sus servicios y organizan asambleas de vecinos. “Parece que las milicias tienen un estilo de ocupación un poco más moderno”, dice, “pero nosotros sabemos que no son tan diferentes de las bandas de narcotraficantes. Esto se hace patente en los extremos métodos de ‘castigo’ que emplean, como la violación”.

Hoy en día, las cosas están aún más embarulladas que nunca y nadie sabe cuál es la diferencia entre los buenos y los malos: algunas milicias no tienen reparos en trabajar con los traficantes y todo el mundo lucha contra todo el mundo. Se ha llegado al punto en que no puedes entrar en una favela sin el permiso de adolescentes nerviosos, fuertemente armados y hasta las cejas de farlopa y Red Bull, a los que no les costaría mucho apretar accidentalmente el gatillo.

Marcelo Freixo es un senador estatal que lideró una reciente investigación parlamentaria sobre las milicias. En consecuencia fue amenazado de muerte y ahora tiene poderosas razones para temer por su vida. Las milicias torturan y asesinan rutinariamente a políticos, periodistas y a otros oficiales que intenten meter las narices en sus organizaciones. Freixo accedió a una entrevista telefónica pero acabó contestando mis preguntas en un tono puramente burocrático. Le pregunté por qué nadie había sido capaz de controlar el problema de las milicias: “El mayor obstáculo es la falta de voluntad por parte del gobierno”, dijo. “Están completamente arraigadas en ciertos sectores de la cultura política de Río. Cuando hay involucrados ex policías, concejales e incluso diputados federales, se hace muy difícil erradicarlas”.

Cuando le pregunté si temía ser asesinado me dijo: “Soy un servidor público que intenta representar a mi electorado en Río de Janeiro lo mejor que puedo. Debes asumir que habrá amenazas”.

El año pasado, tres periodistas del periódico O Dia estaban informando del control de una milicia sobre la favela de Batan, situada en la parte occidental de Río. Fueron secuestrados y torturados durante siete horas por oficiales uniformados de la policía y por líderes de la milicia vestidos de paisano. Además de las palizas, se les obligó a jugar a la ruleta rusa y fueron ahogados con bolsas de plástico. Desde entonces, las informaciones sobre el fenómeno de las milicias se han visto limitadas a historias sobre los arrestos de oficiales corruptos realizados por policías federales. Estos grupos hacen que sea prácticamente imposible informar de la situación y pocas personas de fuera conocen qué es lo que está pasando realmente en las favelas. La corrupción ciertamente seguirá creciendo sin ningún control hasta que todo el mundo sea rico o esté muerto. Esto último le ocurrirá pronto a cualquier residente de las favelas, así que lo único que les queda es ir a la cama cada noche con la esperanza de que una bala perdida no encuentre su camino dentro de sus cuerpos dormidos.