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Sábado, 21 de noviembre. 9 de la mañana. Horas antes de que Neymar y Suárez le peguen el repaso de la década al Madrid, Albert Rivera se dirige al vestidor de su casa, abre el armario y empieza a mirar entre su ropa. La elección está muy clara: "hoy toca el disfraz de chico bueno". Decisión lógica y razonable. Un win win. Cada programa tiene su público y un vestido ad hoc. Vestido metafórico, claro. Si en "Salvados" toca sacar la indumentaria más belicosa, en el caso de "¡Qué tiempo tan feliz!" está muy claro cuál es el outfit: gustarle a las abuelas y las marujas que ven a la Campos. Son votos. Y votos de los buenos. Rivera se acuerda del día en que le dijeron que Esperanza Aguirre se había dejado caer por el programa de María Teresa Campos. Se descojonó vivo, convencido de que eso era un síntoma de desesperación electoral. Hoy es él quien pasa por la piedra.U2 , leyenda en vivo, en Barcelona . — Albert Rivera (@Albert_Rivera)octubre 9, 2015
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Y la cantaron. Vaya si la cantaron. El mejor momento del fin de semana, precisamente. Albert Rivera tarareando "Vivir mi vida" de Marc Anthony al compás de Los Supersingles, el grupo de vocalistas que forma parte de "¡Qué tiempo tan feliz!". Ellos más emocionados que él, superado por las circunstancias pero metido de lleno en llevar a cabo su misión: ganarse el favor del público mayor de 60 años. Sabedor del esperpento, totalmente consciente de la decadencia del entorno, Rivera apostó a caballo ganador: entre monólogos sobre las bases de su programa electoral fue dejando caer estratégicamente un poco de pienso para la audiencia. Que si bonitos recuerdos de juventud, que si buenas palabras para su expareja, que si veranos idílicos, que si gesto amable, que si tono conciliador, que si rivalidad cordial con sus contrincantes, que si de joven me defendía ligando, que si me gusta la humanidad…A mí me recordó a esos adolescentes que saben adaptarse al medio como camaleones y por eso les va bien en la vida. Esos chavales que por la noche, con sus amigos, se integran a la perfección en una vorágine de alcohol, droga, peleas, electro latino, desenfreno, mala educación, violencia y desmelene, y que por la mañana, cuando van a casa de la abuela a pasar el cepillo, se comportan como chicos ejemplares que no han roto un plato en su vida. Rivera jugó a eso, y jugó muy bien, por cierto, en la hora larga de cara a cara con la Campos, convertida aquí en la abuela que tiene su aguinaldo preparado en la cartera. Una entrevista fácil, con aires de masaje, de las más cómodas que habrá tenido y tendrá nunca el político catalán.
Además de Marc Anthony, Los Supersingles, a petición del propio Rivera, cantaron piezas de Los Rodríguez, Alejandro Sanz y Joaquín Sabina. Gustos algo carcas y rancios para su edad, ¿no os parece? Respondió a una pregunta grabada de Bertín Osborne, tiró de repertorio para sortear los asuntos más peliagudos –Cataluña, posibles pactos, Iglesias…– y salió de ahí con las manos limpias y el alivio de haberse quitado un enorme peso de encima. Buena cara, interpretación impecable y deberes hechos.Y cientos de notificaciones en su móvil. Ya en el taxi de vuelta al hotel, Rivera, satisfecho con el papelón, entra en WhatsApp y se dispone a leer los mensajes de felicitación por su intervención en el programa. Pero las únicas notificaciones que tiene al respecto son las que le han enviado sus tías. En las restantes ni una sola mención al programa y un mensaje repetido hasta la saciedad en todas las ventanitas abiertas de la aplicación: "Albert, tío, te has perdido un meneo histórico del Barça".