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No habrá consola que sustituya a la SEGA Game Gear

Yo era de los de Betamax y de los HD-DVD, yo era el chaval que llevaba la Game Gear al colegio.

La orientación horizontal de la Game Gear proporcionaba un agarre muy cómodo, pese a tener el tamaño de una cazuela

Me encantaría poder decirte que viví la parte buena de la historia, pero lo cierto es que no fue así. Yo era de los de Betamax. De los de HD-DVD. Para ser más exactos, yo era el chaval que al colegio se llevaba una Game Gear, en lugar de la Game Boy.

Este mes de octubre de 2015 se cumplen 25 de la aparición de Game Gear en Japón. Fue un lanzamiento apresurado y a base de remiendos –se trataba, básicamente, de una CPU de Master System encajada en una caja negra-, pero resultaba difícil saberlo solo por su aspecto. Elegante aunque no especialmente estilizada, la Game Gear constituía el epítome de lo más rompedor de SEGA en la década de los 90. Con una pantalla iluminada capaz de mostrar 4.096 colores (eso son… todos los colores), el sueño tecnicolor de SEGA parecía ser un buen candidato para competir con la Game Boy de Nintendo, bastante primitiva en comparación, con su pantalla monocroma y sus cuatro tonos de color «ala de mosca».

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Como todos sabemos, finalmente, el dispositivo portátil de SEGA no dio la talla. No es que resultara un fracaso –se vendieron 11 millones de unidades en todo el mundo-, pero se quedó corta frente a los 118 millones de Game Boys que se comercializaron.

Las razones del batacazo de Game Gear son bien conocidas. En primer lugar, su sed insaciable hacía parecer a los ingleses de Magaluf meros iniciados: este dispositivo consumía seis pilas AA en solo cuatro horas. La Game Boy, por el contrario, ofrecía diez veces más tiempo de juego y con dos baterías menos.

En segundo lugar, Nintendo apostó por lo seguro ofreciendo títulos potentes, como Super Mario Land y Tetris, ante los que palidecían los lanzamientos de Game Gear como Super Monaco GP y el soberanamente aburrido Columns.

Los títulos posteriores exclusivos de GG, como Sonic: Triple Trouble, eran un derroche de color, pero carecían de la atención al detalle que hacía tan divertidos los juegos de Master System

Todos estos factores acabaron situando a la Game Gear en tierra de nadie, en términos de marketing. No tenía los títulos comerciales ni el prestigio de su rival de Nintendo ni tampoco había logrado calar en los nichos del sector, que dedicaban sus críticas y comentarios a formatos extremadamente alternativos como la PC Engine o la Atari Lynx.

Lo que salvaba a Game Gear, como hemos mencionado, era su capacidad de absorber la genialidad de SEGA por osmosis. Por ejemplo, la campaña publicitaria americana comparaba el verde bilis de la pantalla de la Game Boy con la profusión cromática de Game Gear, lo que, sumado a un precio razonable -en torno a los 135 euros-, enganchó a unos cuantos millones de capullos con más dinero que sentido común.

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El anuncio televisivo de Game Gear en España

Y yo soy uno de esos capullos. En abril de 1992, recibí una indemnización por robo. La aseguradora me dio un Amiga de sustitución, pero en aquella época solo podías comprar juegos por correo o en encuentros casuales con otros tipos en las tiendas especializadas.

Finalmente me entregaron una suma de dinero por mi colección de software que decidí invertir en una videoconsola portátil. En 1992, Sonic estaba en la cima de su popularidad, lo que contribuyó a que mis ojos pasaran de largo el nutrido catálogo de Game Boy y se fijaran de lleno en el puercoespín azul, desnudo como su madre lo trajo al mundo, excepto por sus guantes, las zapatillas y una determinación capaz de derrocar un gobierno.

Incluso las cajas parecían empujarte hacia la Game Boy. Comparad el embalaje de Nintendo, que representa al Boy como una verdadera amenaza al mismísimo tejido del universo, con la de Game Gear, en la que han utilizado como fondo una hoja cuadriculada que recuerda demasiado a la de las libretas que usas en clase

No podía escudarme en mi ignorancia para justificar mi elección: las revistas, el dependiente de la tienda,… Incluso mi madre intentó convencerme de que no lo hiciera. Y cómo no, tenían razón, ya que la cortísima vida útil de la consola la convertía en algo inútil. Los vuelos largos requerían un máster en autocontención y planificación previa, y jugar en casa implicaba estar atado a la pared con el adaptador de corriente, como si fuera la estrella de una novela de E. L. James.

Pero alto: esta no es en absoluto una historia de arrepentimiento. Estaba más feliz con mi compra que lo que la Game Boy jamás me hubiera hecho. Como redactor especializado en videojuegos, muchos amigos acuden a mí en busca de consejo, haciéndome preguntas como, «Todo el mundo me recomienda que me compre la PS4, pero lo que yo quiero es jugar al Forza 6». Y yo siempre les aconsejo que se compren la consola que les pida el cuerpo, ya que, sean cuales sean sus defectos, harán que les guste porque quieren que les guste.

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Y lo mismo me pasó a mí con la Game Gear. Y si preferías nadar a favor, y no en contra, del sistema, las similitudes internas de la consola con la Master System implicaban disponer de una variedad de software mucho más amplia de lo que cabría esperar inicialmente. Originalmente, la Game Gear iba gloriosamente equipada con numerosos puertos de Master System, ligeramente adaptados para la pequeña pantalla.

Los puertos de juegos como Streets of Rage II, Road Rash y Gunstar Heroes lograban sacar mucho jugo a los procesadores de la Game Gear, mientras que otras series eran sometidas a remodelaciones más drásticas. A modo de ejemplo, el Sonic portátil resulta casi irreconocible en comparación con el Sonic de 16 bits, pero es probablemente lo supera al centrarse más en la precisión de movimientos y no tanto en la obsesión por la velocidad del título de Mega Drive. Además, el hecho de tener que buscar las esmeraldas del caos en la espesura, en lugar de obtenerlas al completar niveles especiales, le añadía un toque de exploración del que carecía la versión de Mega Drive.

Una retrospectiva de Game Gear no estaría completa sin un breve comentario sobre el sintonizador de TV. ¿Qué se terminará primero, el capítulo de Friends o el ejército de baterías?

Los grandes títulos de Game Gear escaseaban, pero existían. Yo siento especial debilidad por la genial versión portátil de Shinobi, un juego de plataformas y acción con una estructura de final abierto, claramente inspirado en la serie Mega Man y de una dificultad enloquecedora.

Todavía conservo mi Game Gear, guardada en un rincón de la habitación de invitados. De vez en cuando la saco para echar unas partidas rápidas. Me parece milagroso que siga funcionando, teniendo en cuenta que las entrañas del aparato tendían a oxidarse con facilidad. Eso sí, hay que jugar poniendo la consola en un ángulo determinado para evitar que el conector del adaptador deje de hacer contacto y se apague el sistema. Baste con decir que he jugado las partidas más emocionantes y tensas de mi vida con Ax Battler. Ahí queda eso.

Creo que nunca me voy a deshacer de ella, incluso cuando sus partes internas sucumban a los rigores del ambiente, porque la Game Gear representa un reducto pequeño y relativamente desconocido de la historia de los videojuegos, repleto de tesoros ocultos e infravalorados, del que yo soy dueño. Hasta la abuela del quinto ha oído hablar del Tetris, pero ¿y el catálogo de Game Gear? Eso es algo que solo yo y unos cuantos millones más –una cifra nimia en términos comerciales- tenemos el privilegio de disfrutar.

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Traducción por Mario Abad.