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Cultură

Un chino swagger, un negro sevillano, un perro, un bebé y una boda exprés: así empezó “Gran Hermano 16”

"Gran Hermano 16" podría resumirse gráficamente como una casa llena de gente en la que el ser vivo más lúcido, vivo e inteligente es un perro.

Han. Todas las fotos de Telecinco

"Gran Hermano 16" podría resumirse gráficamente como una casa llena de gente en la que el ser vivo más lúcido, vivo e inteligente es un perro. El chucho pertenece a Ivy, una de las concursantes, a quien en la primera gala han obligado a casarse, totalmente en contra de su voluntad, como quedó claro por la cara que ponía, con su novio, Carlos, un tipo entrañable que piensa, habla y actúa a velocidad de crucero. Fueron los primeros en aparecer de una larga lista de participantes sin desperdicio. O quizás con mucho desperdicio. Neuronal, se entiende. Maite y Sofía, madre e hija, de Pamplona, con las que no acabas de tener la certeza de cuántos novios y amantes se han robado entre ellas. Amanda, una malagueña de aspecto entre Lady Gaga e Ylenia, que presume de extensiones e implantes de silicona como quien presume de heridas de guerra o títulos universitarios. Marina, que no ha tenido mejor idea que personarse en Guadalix de la Sierra acompañada de su bebé, sin duda alguna todo un ejemplo para generaciones venideras de madres jóvenes. O, sobre todo, Han, un swagger chino que no habla ni papa de español –en realidad sí, pero hay que seguir el penoso gag del programa– y que tiene todos los números para acabar subido al mostrador de un Burger King con un fusil de asalto. Y bueno, también está Muti, concursante invisible… lo de invisible es otra gracia sin ídem orquestada por el programa; en realidad es un negro sevillano. Y así hasta completar la larguísima lista de protagonistas de una edición que ayer se estrenó por todo lo alto, muy confiada en sus propias posibilidades y, además, muy convencida de ese plus de ingenio y halo misterioso con el que han querido envolverlo todo.

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Amanda

Lástima que lo de arrancar una gala con un flashmob ya se haya convertido en un cliché en sí mismo bastante visto en televisión. Y que esta idea de meter dentro de la casa a gente que ya se conoce o mantiene un parentesco o relación sentimental tampoco sea nueva, precisamente. Mucho menos que estos, además, tengan que actuar delante de sus compañeros como si se hubieran acabado de conocer. Se trata, en definitiva, de poner en práctica una máxima amplificada y explotada hasta la saciedad por ellos mismos: "en GH nada es lo que parece". El problema es que sí es lo que parece: una bromita muy pagada de sí misma, que se cree más ingeniosa, rompedora y sorprendente de lo que en realidad es. Una improvisación escenificada y telegrafiada al dedillo; maquillaje televisivo para dinamizar un formato cuya salud, siempre lo he pensado y lo sigo pensando, no depende tanto de los giros de guión como de quienes lo protagonizan. El intercambio de papeles, concursantes obligados a fingir de inicio, situaciones de conflicto ya programadas… no es que no puedan llegar a tener interés y punch televisivo bien aplicadas en el desarrollo del programa, es solo que simplemente no tienen nada de nuevo y brillante, por mucho que Mercedes Milá se empeñe en venderlo así. Y quizás ese es el factor más cansino de toda su oferta: esa insistencia en recalcarle al telespectador la excepcionalidad del formato y en venderle un factor de ruptura que no es tal.

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La Milá

Pero una cosa es jugar con los concursantes para engañar a los concursantes, que en cierto modo te puede salir bien si mueves bien las fichas. Y otra muy distinta jugar con los concursantes para engañar a los espectadores. En 2015 es materialmente imposible que un programa de televisión vaya más rápido que las redes sociales, y parece que "GH" aún no ha acabado de entender o adaptarse a esta circunstancia, por increíble que parezca. Cuando ayer el programa sorprendió a la audiencia con el numerito del concursante invisible, en cuestión de minutos ya rulaban por Twitter y Facebook fotos del supuesto concursante, que para más señas es negro. El programa continuó con la broma misteriosa cuando una parte potencial de su audiencia ya había fulminado el gag y éste había dejado de ser un secreto, si finalmente se acaba confirmando que es el mismo. Algo parecido sucedió cuando presentaron a Han: el programa insistía en hacerle creer a los espectadores que el susodicho no habla ni papa de español cuando ya se había hecho viral un vídeo de Youtube en que el tipo hacía su presentación de candidatura para el casting en un magnífico español con acento andaluz.

Hace unos años hubiera tenido mucho más sentido esta obsesión por hacer partícipe al telespectador del juego de engaños: sin redes sociales ni accesibilidad total a entornos, conocidos y perfiles de los participantes el televidente era mucho más permeable y proclive a participar de ello. Por motivos obvios, era más fácil que nos engañaran. Hoy, en cambio, el público es mucho más cabrón y desconfiado: lo primero que hace cuando tiene la sensación de que le están engañando es ir a comprobarlo por otras vías y canales con el único objetivo de fastidiar el juego. Y cuando descubre el pastel no tiene compasión. Recordemos, sin ir muy lejos, el memorable episodio de la subasta pública por eBay que "GH" preparó para hacer entrar a un concursante, con toda la coartada de los fines benéficos por medio, y cómo aquella idea en apariencia genial acabó convertida en uno de los ejercicios de troleo más memorables de la historia reciente. De ahí mi sorpresa ayer cuando comprobé que en "GH" no han aprendido la lección y siguen tratando al espectador como si estuviéramos en 2004.

Es notorio el esfuerzo del programa por agitar la higuera y plantearle nuevas posibilidades argumentales y narrativas a una mecánica muy asimilada por la audiencia, a la que después de quince ediciones no resulta fácil extraerle más jugo televisivo. Y hay que valorarlo. Pero el afán por motivar al propio formato muchas veces se les acaba yendo de las manos y es contraproducente: Han, por ejemplo, es un personaje lo suficientemente potente y ridículo como para funcionar bien sin necesidad de guión y situaciones absurdas. Tuvieron mucha más gracia los dos minutos de su vídeo de presentación que la media hora larga en la que le vimos interpretando mal su papel. Lo mismo se puede decir del running gag del concursante invisible: si finalmente se trata del Muti que hemos visto por las redes sociales, no entendemos esa obsesión por darle cobertura a un gag sin gracia cuando la idea de un negro sevillano y un chino de Granada compartiendo habitación ya la primera noche es considerablemente más atractiva. Indudablemente se trata de recursos de manual, más propios del clásico chiste ochentero sobre nacionalidades y etnias que de un reality moderno y rupturista, pero en un país en que "Torrente" bate récords de taquilla con cada una de sus entregas es comprensible que se siga explotando esa fórmula.

Con tan solo una gala es difícil hacer valoraciones sobre el casting de esta edición, concretamente de cómo pueden ayudar a que el programa se eleve o, por el contrario, se hunda; pero no hace falta mucho más de lo que vimos ayer para saber que el programa ha ido a buscar un perfil bajo. Por perfil bajo me refiero a lo que me refiero: gente más o menos normal, con pocas luces, muchas ganas de fama, pocos reflejos y cierta gracia en potencia, características indispensables para que pueda llegar a funcionar el programa. Para entendernos: un casting más cercano a "¿Quién quiere casarse con mi hijo?" que a "Mujeres y hombres y viceversa", sobre todo en su apartado masculino. Freakismo comedido > exotismo. Por un lado es una apuesta de riesgo el hecho de dejar en manos de fauna de esta índole la responsabilidad de mantener vivas y activas las trampas de guión orquestadas en su arranque. Complicado jugar al engaño con gente tan poco ágil mentalmente. Por el otro, sin embargo, es tranquilizador para los responsables de "GH" tener en la casa a una serie de personajes que responden, a priori, al perfil que más puede encajar en los gustos de la audiencia: tipos y tipas corrientes y moldeables, sin excesiva problemática personal o social detrás, cromos fáciles. Gente, en definitiva, de la que te puedes reír sin cargo de conciencia.