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Así es crecer en

Así es crecer en... Getxo

"Recuerdo que nos encantaba buscar las pelotas de goma que disparaban los antidisturbios"

El autor intentando impresionar a una niña

Getxo es famoso por ser el pueblo más pijo de Bizkaia. De hecho, no es raro verlo encabezar los rankings de los municipios más ricos de España. También tiene el honor de encabezar el ranking de los municipios con los pisos más caros, solo por detrás de los donostiarras. Como consecuencia, mucha gente de aquí de toda la vida, al llegar a esa edad en la que te tienes que comprar un piso porque alquilar es tirar el dinero, se ha tenido que mudar a algún pueblo de alrededor más asequible. Pero bueno, con esos números, es comprensible que tengamos fama de pijos. Muchas veces es merecida, otras veces no. Pero, sin lugar a dudas, el mayor logro del que puede fardar Getxo es de haber inventado el kalimotxo. Algunos envidiosos dirán que es una leyenda urbana, pero lo he consultado en la wikipedia y ahí también lo pone. Así que tiene que ser verdad.

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Cuando creces aquí eres totalmente ajeno a todo esto, claro. Para mí los pijos eran los que iban a un colegio de uniforme y el kalimotxo lo que bebían esos chicos malotes de dieciséis años. De pequeño, como en cualquier sitio, interesaba más jugar a los cromos o la peonza (aquí la llamábamos trompa). Si no llovía, podíamos pasarnos en la campa de al lado de la ikastola San Nikolas construyendo una caseta todo el día. Por alguna extraña razón, teníamos la obsesión de defenderla contra intrusos imaginarios y la rodeábamos de trampas compuestas de clavos oxidados, piedras y cualquier otra cosa que considerásemos capaz de causar la muerte. Por suerte, nunca funcionaron.

Cuando nos sentíamos valientes, también jugábamos a poner piedras en las vías del tren. En aquella época, todavía se le llamaba tren y no metro. Al pasar el susodicho tren, las piedras salían disparadas y nos parecía de lo más divertido. A veces, si nuestra economía infantil lo permitía, poníamos en los raíles una moneda de veinticinco pesetas. De esas que eran plateadas con la cara del rey en uno de los lados. Después de ser atropellada la buscábamos emocionados y, cuando la encontrábamos, había que cogerla con cuidado porque quemaba. Normalmente la moneda cambiaba a una forma más ovalada, y la cara del rey había sido sustituida por una superficie totalmente lisa y muy suave. Nos encantaba. Seguro que en algún rincón olvidado de casa de mis padres todavía queda alguna moneda deformada de esas.

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Creo que en este punto debería de aclarar que Getxo es un pueblo más bien grande y que se divide en varios barrios bastante independientes entre sí. Mi experiencia está contada desde el punto de vista de alguien que creció en Algorta, y seguramente sea muy distinta a la de otra gente. Alguien de Algorta considera Las Arenas, por ejemplo, otro pueblo con el que no tiene nada que ver, y viceversa. De hecho, cuando en clase nos explicaron que Algorta, Las Arenas, Neguri, Romo y Santa María de Getxo eran el mismo pueblo nos pareció algo incomprensible. Casi ofensivo.

Es difícil no acordarse de las manifestaciones que había cada fin de semana cuando era un chaval. Por aquella época se liaba bastante. Ciertos cajeros automáticos se pasaban más tiempo quemados que funcionando. No era raro ver algún autobús calcinado de vez en cuando. Llegó un punto en el que el ayuntamiento cambió todas las papeleras por papeleras antivandálicas, fijadas al suelo e ignífugas. A esa edad asumes todo lo que ves con normalidad y no le das más vueltas. Era lo que había. Lo que recuerdo es que nos encantaba buscar las pelotas de goma que disparaban los antidisturbios. En Algorta hay muchas cuestas y esperábamos abajo a que cayeran rodando. Cuando conseguías una eras la envidia del resto de tus amigos. En una ocasión incluso nos acercamos a un furgón de la ertzaintza para pedir más pelotas de goma. No nos dieron ninguna.

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Por aquí el verano es una estación que se espera con ansias. Durante el resto del año llueve tanto que a veces se nos olvida que en Getxo tenemos playas. Aunque antes no se iba mucho porque dejaban bastante que desear, especialmente la de Arrigunaga. No era raro cruzarse con compresas usadas cuando te zambullías en sus marrones aguas. Muchas veces íbamos allí solo para buscar tesoros entre la basura que llegaba a la orilla. De hecho, antes eran todo rocas y no había casi arena pero, como somos un municipio rico, un año le compramos arena a Bakio y adecentamos nuestra playa. Hoy en día las compresas han desaparecido y está siempre a rebosar de gente que viene de Bilbao. Antes de ese cambio, solíamos ir a la playa de Larrabasterra, o si no a las piscinas del polideportivo Fadura, donde había trampolines y todo. Como nota, diré que para un algorteño, el día que dejas de tener tu carnet de Fadura marca un antes y un después en la vida.

Los grupos de amigos de entonces venían bastante condicionados por donde estudiabas y el barrio en el que vivías. Pero al llegar al instituto todo eso cambiaba. Te mezclaban con un montón de gente desconocida y descubrías que tu barrio no era el centro del universo. También era el momento en el que podías empezar a faltar a clase sin que llamaran a tus padres. De pronto te sentías mayor. A veces, llegabas al insti y te enterabas de que ese día se había propuesto una huelga. El motivo solía ser lo de menos, lo importante del asunto era que en el recreo bajábamos todos los alumnos y votábamos si queríamos hacer huelga o no. En otras palabras, votabas si querías tener el resto del día libre. En mi paso por allí, nunca salió que no. Corría el rumor de que una vez hasta se hizo una huelga porque los donuts tenían agujero, pero nunca conocí a nadie que estuviese presente en esa votación.

Cada barrio de Getxo, faltaría más, tiene sus propias fiestas de verano. A veces más de una. Y son sagradas. Para mí, como para cualquier algorteño que se precie, las más importantes son las fiestas del Puerto Viejo. Es más, a partir de los trece años, se convierte en el evento más importante de tu vida. Te pasas el resto del año recordando lo bien que te lo pasaste, o preparando las siguientes. Porque las fiestas hay que prepararlas. Se organiza un concurso de cuadrillas donde tu grupo de amigos tiene que pasar ciertas pruebas a lo largo de los cuatro o cinco días que duran. Las pruebas son de lo más variadas. Destacaría las alzadas, en la que un valiente de la cuadrilla, que nunca era yo, tiene que aguantar todo el tiempo que pueda agarrado a un saco que, a su vez, está atado a una cuerda que va de un lado al otro del puerto. La gracia está en que se tira de la cuerda para que el pobre desgraciado suba muy alto y caiga al agua dándose una buena hostia. El que más hostias, o alzadas, aguante, gana. Las pruebas de ese estilo te daban la oportunidad de demostrar lo hombre que eras y, con un poco de suerte, hasta te ayudaban a ligar esa noche.

Porque sí, lo de no ligar en Euskadi es algo más que un mito, y cualquier ayuda era bienvenida. Siempre estaba el típico pillador al que todos odiábamos, pero era la excepción. Para el resto de los mortales haber tocado teta por debajo del sujetador antes de los dieciséis años era casi como haber perdido la virginidad. Admito que era un problema. Puede que por eso inventásemos el kalimotxo. Para poder follar, aunque luego no nos acordásemos de mucho.