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Cultură

Chulería y orgías de sangre: así es mi vida en un pueblo de cazadores

Se han hecho con el lugar, la ley los ampara y son la única fuente de ingresos de la zona. Ellos amenazan a los que cuestionan sus prácticas.

Ahí están. Es viernes y, como cada semana, les ha faltado tiempo para abandonar sus miserables vidas y venir a pasar el fin de semana al pueblo. Llegan a bordo de sus desafiantes todoterrenos color verde militar con la imprescindible pegatina de la bandera de España. Vestidos para la ocasión con chalecos de camuflaje. Y armados hasta los dientes.

Escribo desde un lugar de La Mancha cuyo nombre prefiero ahorrarme. Una aldea minúscula de la España profunda donde en invierno sólo vive una persona y que en verano se llena de amables ancianas que cotillean en la plaza y niños que hacen cabañas en el bosque. Un enclave idílico, salvo porque durante muchos meses los cazadores son los amos del lugar: alquilan varias casas y a cambio de unos 10.000 euros anuales convierten la zona en su cortijo particular. La ley los ampara, ya que todo el término municipal es, sobre el papel, un coto de caza. Su dinero es la única fuente de ingresos del pueblo, y el alcalde no está dispuesto a que nada cambie. Al fin y al cabo, él también es cazador. Y el que parte y reparte, se lleva la mejor parte.

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Cuando llegué aquí, hace ahora tres años, no sabía que había cazadores. Y cuando me enteré, tampoco pensé que fuera un gran problema. Sí, no resultaba agradable escuchar los disparos desde casa y verlos llegar triunfantes tras haber acabado con la vida de varios animales por el simple placer de hacerlo -ni siquiera se los comen-, pero simplemente trataba de evitarlos. Si ellos salían por un lado, yo paseaba con mis perros por el otro: procuraba no entorpecer su cruel pasatiempo.

Pero tan pronto se dieron cuenta de que mis perros disfrutaban persiguiendo corzos tanto como ellos disparándolos, empezaron los problemas. Me dejaron claro que una bala podría acabar alojada accidentalmente en sus cabezas. E incluso a otro vecino díscolo lo amenazaron con volarle los sesos por espantarles las presas con sus paseos, aclarando que el seguro les exoneraba de cualquier responsabilidad. Gente maja, vaya. Traté de hablar con ellos educadamente, pero la barrera era insalvable: que yo pasease libremente por el campo era, en sus propias palabras, como si ellos entrasen en mi casa. Casi podía leer sus pensamientos: "Vuélvete a la ciudad, maricón, ecologeta, podemita".

Curas, guardias civiles y alcaldes corruptos

La veda del corzo se extiende aquí desde abril a septiembre, exceptuando agosto. Durante ese periodo, las incursiones para dar caza a estos simpáticos y escurridizos animales se suceden cada fin de semana y se alternan, a partir de octubre, con las monterías: auténticas orgías de sangre en las que los cazadores toman el lugar con decenas de perros, muchos de los cuales acaban perdidos por el monte o ensartados por los colmillos de algún aterrorizado jabalí. Los chillidos se escuchan a varios kilómetros a la redonda. Los cazadores llegan pronto por la mañana, muchos de ellos acompañados de sus niños, y apenas señalizan los límites de la montería pese a que están obligados a ello por ley. Pero esa es sólo una más de las infracciones que cometen sistemáticamente: no pueden cazar en las veredas del río, ni abandonar a los animales moribundos que abaten, ni disparar a menos de 500 metros del casco urbano, todas ellas prácticas habituales que se suceden ante la indiferencia y complicidad del Seprona, único encargado de hacer valer los escasos derechos de los que queremos disfrutar del campo.

"El problema es que, por su propias características, en el medio natural hay muy poca vigilancia", me cuenta Miguel Ángel, de Ecologistas en Acción. "La propia actividad se presta a que se incumpla la ley, lo que unido a la falta de efectivos de agentes medioambientales y del Seprona provoca que las irregularidades estén a la orden del día". Y luego está el carácter español, claro. "En este país no somos muy cumplidores".

"Aquí van a cazar el cura, el guardia civil y el alcalde corrupto. Todos hemos visto que tramas como la Púnica tenían ramificaciones cinegéticas. Se hace de manera un poco más discreta que en otros tiempos, pero la filosofía sigue siendo igual de cutre". Y en esa cutre ecuación, sale perdiendo el campo y los que, como yo, lo entienden de otra manera. "El impacto por malas prácticas de la caza es grande, y a menudo se producen incidentes con otros usuarios del monte que practican actividades que no son agresivas ni requieren escopeta".

Sé que tengo las de perder. La Ley de Caza de Castilla La Mancha se aprobó el pasado mes de marzo con los votos a favor del Partido Popular. En su punto 7, el artículo 6 reza: "Los animales domésticos no tendrán la consideración de piezas de caza. No obstante, podrán ser abatidos o capturados por razones sanitarias, de daños o de equilibrio ecológico". En la práctica, dicho artículo contempla la posibilidad de matar a perros y gatos sueltos si el cazador de turno considera que suponen algún tipo de daño para el equilibrio cinegético del que sus rifles son únicos garantes. Pero hay más: la nueva ley también contempla multas para quien, consciente o inconscientemente, moleste a los cazadores. Y así, circular en bicicleta, buscar setas o simplemente fotografiar el campo en un coto de caza se considera una falta grave que se castiga con 30.000 euros.

El futuro podría ser diferente. El nuevo Gobierno de Castilla la Mancha, formado por el PSOE y Podemos, se ha comprometido a eliminar la ley y aprobar otra nueva. "Hemos tenido los primeros contactos con ellos y las sensaciones son buenas", asegura Miguel Ángel. "Son conscientes de que es algo urgente y estamos muy esperanzados". Y yo, aunque también albergo esperanzas, soy pesimista: la afición por la caza está tan arraigada en este rincón de España que trasciende ideologías y gobiernos. Y ponerla en entredicho es sólo propio de descerebrados recién llegados de la ciudad.