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Así es currar como

Así es trabajar un verano como socorrista

Hablamos con socorristas de piscinas públicas y privadas para que nos expliquen cómo es pasar un verano al borde de una piscina, sin probar el agua pero con otros riesgos.
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Un día cualquiera del mes de agosto en Madrid. Un sol criminal. Vamos a visitar dos piscinas, una municipal y una privada. Habrá agua, césped, sombrillas, toallas, olerá a crema protectora para la piel factor extremo y hará mucho calor. También muchas diferencias.

En la primera, tras pasar por taquilla, nos encontramos con algo parecido a una horda (enfurecida) de bañistas. Cuesta encontrar un sitio para plantar la toalla y, cuando lo has conseguido, tienes al vecino de al lado a escasos cinco centímetros. Sientes su aliento, literalmente. También puede haber como 500 personas (es lo que dice la media) sumergidas dentro del agua, chapoteando, intentando combatir el calor. Hay socorrista, uno o más, dependiendo del tamaño de la piscina, el número de espacios para bañarse y el terreno. Y también guardias jurados, seguridad privada, que varía también en función del número de bañistas. Dependiendo de la ubicación de la piscina, del barrio en el que están, tienen más o menos trabajo. Es distinta una piscina céntrica que una de un barrio periférico.

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"La norma de que hubiera seguridad privada se estableció en el año 2003, justo en ese momento también se aprobó la ampliación de horarios de apertura", nos comenta Carlos Porro, que ha sido socorrista este verano, hasta julio, y ahora participa en los cursos de formación de la Federación Madrileña de Salvamento y Socorrismo. En ese mismo año que se aprobó la normativa, un grupo de socorristas tuvo que salir escoltado por las fuerzas de seguridad de una piscina en el barrio de Santa Eugenia. Aunque ahora parece que con la presencia de seguridad privada, las cosas se han calmado. "Miedo no se llega a pasar, siempre que consigas que la situación no se te vaya de las manos. Con la seguridad, la cosa está mejor, pero algún percance sigue ocurriendo".

Está claro, lo leímos justo a mitad de este verano que nos deja, cuando ya se habían registrado cinco incidentes graves. Insultos, amenazas e, incluso, agresiones físicas en piscinas municipales. Una actividad que, desde luego, parece de riesgo. Y bastante movida. Soraya Colino, que fue durante dos años socorrista en Talavera de la Reina (Toledo), tiene alguna mala experiencia. "En mi caso no pasó de lo verbal, de los insultos. Siempre es porque obligas a cumplir las normas y la gente no quiere". Y, ¿qué se hace en estos casos? "Pues se recurre a la seguridad, ellos te respaldan bastante. Nosotros estábamos todo el rato conectados por walkie-talkies y ellos estaban muy pendientes".

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Soraya ya dejó el socorrismo, porque encontró un trabajo de lo suyo, y porque le parecía algo aburrido. "En invierno es muy tranquilo, pero se agradece, porque es solo gente que va a la piscina a hacer deporte. En verano, es un todo vale".

Vamos ahora a una piscina privada, justo el mismo día, solo hay que salir un poco del centro de la ciudad y viajar, esta vez, en dirección norte, donde han proliferado los barrios residenciales, con zonas comunes. "Ambos tipos de recintos tienen una normativa común, como, por ejemplo, que es obligatorio ducharse, Pero las privadas pueden cambiar ciertas cosas. Por ejemplo, el horario, que lo suelen ampliar, las cosas que dejan meter en el agua o los juegos que dejan practicar fuera. Esto lo deciden en la junta de vecinos, por su cuenta", asegura Carlos Porro. Y también resulta mucho más tranquilo para los socorristas. "Está claro, tienes mucha menos gente a tu cargo y la cosa está siempre muy calmada. Las normas en las públicas son muy estrictas y más que socorrista muchas veces tienes que actuar como un policía. Vigilar que la gente no se bañe con bebidas, que dejen las gafas de sol fuera… También tienes más medios, al haber más gente, tienes un botiquín más grande por ejemplo. Pero, básicamente, ejerces una labor de policía".

Y es que las normas son unas de las cosas que se llevan más a rajatabla en los espacio púbicos. Carlos Espadas conoce muy bien este oficio, tiene muchas batallas encima. Durante seis años fue socorrista para un Ayuntamiento y luego tuvo su propia empresa, con 30 socorristas en plantilla y siete piscinas a su cargo. "El problema es que hay normas que son estúpidas, nos las aplican como si fuéramos robots. Hay tantas prohibiciones que al final la gente se agobia. La gente paga por divertirse y no la dejan, es algo que me parece absurdo. En una piscina no puedes hacer prácticamente nada, ni tirarte de cabeza. A los adolescentes, sobre todo, no les hace nada de gracia y al final se monta y el socorrista tiene que acabar llamando al guarida de seguridad".

Y en cuanto a los accidentes, ¿se nota el cambio? Nos enteramos de que aquí es prácticamente igual, salvo algún imprevisto con una persona mayor o alguna lipotimia, "todo se reduce a cortes, pequeños roces, picaduras de avispas o accidentes leves que se resuelven en el momento". Y, para terminar, vamos con el tema económico, a ver si hay siguen las diferencias. "Hombre, ganas más en la privada, a cambio, echas más horas, porque tienen más margen para estar abiertas. Las públicas suelen estar cedidas a empresas y ahí cobras el mínimo que marca el convenio". Conclusión, parece más seguro y también más rentable el sector privado en el mundo de los socorristas.