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Cultură

¿Por qué a veces nos apetece beber hasta terminar destrozados?

Llega el viernes y no sabes por qué pero te apetece hundirte en una bañera de alcohol.

No tienes problemas con el alcohol. Esto lo tienes claro. Nunca has reventado una botella de licor contra la pared de la cocina mientras exclamabas "¡demonios, este veneno está destrozando mi matrimonio!" y luego te has arrodillado con los ojos humedecidos y has intentando recoger el poco alcohol que quedaba derramado por el suelo con las manos y has farfullado en voz baja "oh mi pequeño. Perdón, vuelve a mí, lo siento". Lo tuyo es distinto, tu vida no es un infierno. Para ti esto de salir hasta terminar dormido en un portal es como pagar por una entrada de cine o irte de vacaciones; es una cuestión de entretenimiento, un tema lúdico, NO tiene nada que ver con eso de "tener un problema con el alcohol".

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Conoces perfectamente esta sensación. Llega el viernes y al salir del curro ya te estás proyectando en un bar con un buen cubata en la mano. Es la ilusión, la felicidad convertida en unidades cuantificables en litros. La pasión sin control, una especie de estallido en tu pecho, una luz cegadora que funciona como metáfora del concepto de libertad. Estás feliz y quieres reventarte. Puede parecer contradictorio, ¿cómo se puede confundir la felicidad con la autolesión? Hay gente que encuentra placer en el dolor pero esto no se trata exactamente de masoquismo. Entonces, ¿qué coño es esta sensación? ¿De dónde salen esas ganas eternas de desfasar?

El doctor Fernando Caudevilla, médico experto en drogas, explica que en pacientes dependientes al alcohol y la cocaína se conoce como craving el deseo irresistible e irrefrenable de consumo, pero este término sólo es aplicable a trastornos adictivos graves, cosa que se supone que no es nuestro caso. Lo de "venirse arriba" es algo que no parece tan agresivo como el término "adicción". Como comenta Caudevilla , "las 'ganas de desfasar' pueden aplicarse al alcohol, al sexo, a las drogas y al deporte" y se han hecho estudios en animales que vinculan algunas zonas cerebrales (amígdala, sistema dopaminérgico mesocorticolímbico) con la regulación de actividades placenteras (comida, bebida y sexo, por ejemplo) pero "los mecanismos cerebrales de los humanos son mucho más complejos que los de los animales de experimentación", asegura.

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Consumir alcohol hasta terminar vomitando en portales —ni que sea de forma muy puntual— no tiene nada que ver con lo de ser un bebedor social

Puede que todo tenga algo que ver con la perspectiva de libertad que te proporciona el hecho de disponer de un par de días de ausencia en el trabajo —lo que vendría a ser para muchos el fin de semana—, algo que genera un monstruo dentro de ti. Quieres celebrar, de alguna forma, este pequeño oasis que se encuentra en medio del eterno y pesado devenir de la cotidianidad de la vida en un país europeo, democrático y liberal. Esta sensación también nos invade al inicio de unas vacaciones o cuando tenemos algo que celebrar. A veces te pilla entre semana, cuando tu pareja se ha largado por trabajo a Londres y tú decides hacerte un mano a mano de Jack Daniel's y Coca-Cola con un colega. No tiene nada que ver con el hecho de disponer de varios días libres de "recuperación", esta sensación no atiende a ningún tipo de lógica ni razonamiento.

Según Cristina Cuenca García, profesora de psicología social de la Universidad Complutense y técnica de investigación del colegio de sociólogos de Madrid, "esta sensación va con el ser humano y con la formación básica de grupos sociales, de comunidades. En civilizaciones menos avanzadas, tras determinados momentos, se producían celebraciones donde se consumía alcohol o cualquier otra sustancia alucinógena y entonces se rompían las reglas, de hecho se han estado utilizando drogas durante toda la antigüedad". Eso sí, destaca que es muy distinto cuando esta celebración pasa a ser algo periódico, cuando todos los fines de semana tienes sistemáticamente programadas estas ganas de devastación. Para ella, estas actitudes no tienen nada que ver con la idea del bebedor social, es una forma totalmente distinta de consumir alcohol. "Un bebedor social puede ser alguien que no tenga ningún problema de adicción ni comportamiento compulsivo. Si los demás beben, un bebedor social sigue el juego de los demás". Se refiere a utilizar el alcohol como acompañamiento en una comida o una cita con alguien, algo que está integrado y controlado, donde el alcohol no es el hilo conductor de la velada. Consumir alcohol hasta terminar vomitando en portales —ni que sea de forma muy puntual— no tiene nada que ver con lo de ser un bebedor social.

En el pasado todo era sólido y las personas teníamos a lo qué agarrarnos; una familia, una pareja, una profesión, unos compañeros de trabajo. Ahora, agarrarse a esto, es un poco jodido. Todo lo sólido se ha desvanecido

La doctora Cuenca vincula esta sensación de "esta maldita noche iremos a por todas" a una cuestión de escapismo. "Son tensiones de la postmodernidad, tus padres, donde empezaron a trabajar, se jubilaron. Tendrían muchas otras preocupaciones pero al menos estaban a salvo. Actualmente tenemos una idea muy peculiar del término compromiso". ¿Entonces salimos de fiesta porque realmente estamos bien jodidos? Cuenca parece ver la relación, de hecho, según las teorías de la modernidad líquida de Zygmunt Bauman en el pasado todo era sólido y las personas teníamos a lo qué agarrarnos; una familia, una pareja, una profesión, unos compañeros de trabajo. "Ahora, agarrarse a esto, es un poco jodido. Todo lo sólido se ha desvanecido. Lamentablemente ahora un trabajo no es para toda la vida y una pareja no es para toda la vida". Esto, en cierta forma, puede parecer liberador —sobre todo para la gente de buena familia, que tienen contactos, que hablan varios idiomas, que tienen amigos influyentes y que han tenido buenos trabajos— pero "dile a un señor que trabajaba en una empresa que ha cerrado y que era administrativo, que se reinvente, a los 50 años".

Sin duda esta teoría es plausible, puede que estas ganas de beberse una ciudad entera sean más bien una técnica de distracción de las pesadillas contemporáneas que una celebración épica de la vida y el amor. Piénsalo, cuando el próximo viernes salgas del trabajo y sientas esta felicidad extrema recuerda que esta sensación será solamente una cueva en la que podrás ocultarte de la realidad durante unas pocas horas, cuando el lunes te despiertes el horror seguirá estando ahí.