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Cultură

Así es la obra de teatro experimental de Bertín Osborne y Arévalo

Bertín y Arévalo disfrazan de improvisación carajillera una maquinaria teatral diseñada con algoritmos de altísima precisión; chistes perfectamente imperfectos que hacen reír a los abueletes hasta hacerles escupir sus dentaduras postizas.

Domingo, seis de la tarde. La hora golfa. Una neblina irrespirable de Eau de Rochas y laca me lleva en volandas hasta la puerta del teatro Borràs. Confieso cierta excitación. Bertín Osborne y Paco Arévalo están en Barcelona presentando Por Humor al Arte, un experimento teatral que obligará a Calixto Bieito a dedicarse a la Zarzuela.

Curiosamente, su público no está formado por ciberanarquistas y neopunks apocalípticos. Donde debería haber piercings, solo encuentro bisutería. No huele a porro, huele a puritos Reig. Si el futuro de la especie dependiera exclusivamente de los fans que hay en el teatro, el ser humano se extinguiría en un lustro. Se masca la decrepitud. Es como si Dios se hubiera dejado al público de Qué Tiempo Tan Feliz fuera de la nevera.

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Bertín y Arévalo irrumpen en el escenario disfrazados de cowboy. Utilizan la misma disposición escénica que Sleaford Mods

Tengo que sortear una andanada de moños, permanentes y tocados decimonónicos para entrar. Detecto a un adolescente abatido sobre una mesa plegable. Un islote púber en un océano Indasec. Resulta imposible no sentir una lástima devastadora por el chaval: está al cargo de un stand donde se pueden adquirir CDs de Crooner, el último álbum de Bertín Osborne. Observo al crío con la misma conmiseración que le dedicaría a un lechal recién degollado, pero decido que no es momento para empatizar con los oprimidos: ahí dentro me espera una catarsis ritualística al límite, no puede haber distracciones.

Bertín y Arévalo irrumpen en el escenario disfrazados de cowboy. Utilizan la misma disposición escénica que Sleaford Mods: Bertín hierático, pasando de todo; Arévalo desgañitándose cual perro agonizante. En esta primera parte, el peso de la transgresión recae sobre un Arévalo en estado de gracia. Es un juguete roto. Golpea constantemente el suelo con una pierna porque asegura que se le duerme. No para de arrojar mocos. Flexiona las lumbares en busca de aliento. Su voz se ahoga en una sinfonía de carraspera y respiración perruna. Es un hombre en perpetúa lucha contra sus demonios físicos y psicológicos.

El madrileño despliega una rutina de autohumillación y escatología radical, al alcance de muy pocos humoristas suicidas. Es como si Louis CK viviera en un planeta con una gravedad tan poderosa que le hubiera comprimido el tórax, abdominales y cuello hasta convertirlos un bulbo de lípidos apaisado y ultracompacto.

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La gracia de todo esto es que Arévalo se crece en el agravio comparativo con Bertín: un metro cincuenta de gelatina con todos los defectos físicos imaginables, calvicie incluida, contra dos metros de apuesto macho ibérico con miles y miles de muescas en la cabecera de su cama.

A ver cuántos humoristas pueden hablar en la misma rutina de violaciones de árboles, de señoras de 80 años embarazadas y de meterse ojos de cristal en el culo para matar a agentes del orden

El público se troncha cada vez que Arévalo se dibuja a él mismo como el perdedor del dúo, como el julai que se queda con las migajas de Bertín cuando las migajas van muy pero que muy borrachas. Lejos queda ya la Golden Era de los chistes de gangosos y mariquitas.

El Arévalo 2.0 prefiere entrar en calor con el independentismo catalán y los Pujol, para luego provocar varias hiperventilaciones en el patio de butacas merced a una historia escalofriante de hombres que follan con árboles (arbolitis sexual, la llama), un cuento de terror gótico con María Teresa Campos embarazada y un relato histérico sobre un señor que se introduce su ojo de cristal en el ano y se lo dispara a pedos a un guardia civil en la cara.

Hacía tiempo que no presenciaba una exhibición de este calibre: a ver cuántos humoristas pueden hablar en la misma rutina de violaciones de árboles, de señoras de 80 años embarazadas y de meterse ojos de cristal en el culo para matar a agentes del orden. PUNK rabioso. Contracultura sin domesticar. Fuck the system.

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La risotada de señora gorda, una carcajada 100% española a medio camino entre el cacareo y la matanza del cerdo, se convierte en la banda sonora del patio de butacas

Y la cosa fluye. Bertín y Arévalo disfrazan de improvisación carajillera una maquinaria teatral diseñada con algoritmos de altísima precisión; chistes perfectamente imperfectos que hacen reír a los abueletes hasta hacerles escupir sus dentaduras postizas. Es como si el dúo estuviera apoyado en la barra de un bar, hinchándose de cazalla y langostinos, pero cobrando 27 euros a los incautos que pasan por allí.

La gente se monda. La risotada de señora gorda, una carcajada 100% española a medio camino entre el cacareo y la matanza del cerdo, se convierte en la banda sonora del patio de butacas. Hay un extraño frenesí entre los jubilados. Algo viscoso se agita bajo tanta senectud. Pienso en la película Cocoon. Los hay que se arrancan las gafas y ven. Las canas amarillentas se tornan azabache. La artrosis se vuelve un agradable cosquilleo articular. Cuando Bertín comienza a cantar "Buenas Noches Señora" y le pide al público que le acompañe, hay fajas que revientan, incapaces de contener tanta vitalidad recuperada.

Y eso que la pirotecnia todavía no ha llegado. Bertín se pone nostálgico y evoca los tiempos del pelotazo televisivo noventero, cuando presentaba galas de verano en Telecinco junto a su partenaire chaparro. De repente, ¡boom!, de un lateral parece Arévalo trinchando salvajemente la poca dignidad que le queda: el tipo sale con tutú, el sombrero cónico de la mujer de David el Gnomo y unas trenzas tirolesas rubias como la miel.

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Bertín saca una pandereta. Arévalo, una zambomba. Y con eso se ponen a hacer el payaso hasta que da la hora

Es un umbral de autohumillación que dejaría el ego más impenetrable cual gruyere. Pero el tipo no se rompe. De hecho, la jodida performance es tan catártica que deviene en trance: hay señoras que se ahogan literalmente de risa y ancianos que padecen espasmos antinaturales.

Poseído por Dios sabe qué entidad, Arévalo se sobrepone las cien mil dolencias que le aquejan y ejecuta un salto mortal sobre Bertín, con el tutú puesto, que casi acaba con su vida. Me extraña que no haya anginas de pecho fulminantes entre el público. Se oyen aplausos loquísimos. Chillidos porcinos. Risotadas. ¡Gospel!

Y cuando parece que el aquelarre no puede volverse más febril, llega la última irreverencia. Bertín accede a travestirse por primera vez para encarnar a Doña Inés en una relectura sacrílega de Don Juan Tenorio. Esta vez, Arévalo es el héroe masculino y sale vestido de hidalgo. Por su aspecto dirías que un grupo de universitarios fumados ha disfrazado a un leprechaun indigente del Gato con Botas. El dúo no tiene suficiente con mofarse del teatro clásico a través del formato subversivo de Por Humor al arte, sino que en la misma obra se atreve incluso a orinar en la masterpiece de José Zorrilla, posiblemente la pieza teatral más célebre de la historia de España. Hay que estar loco o ser un genio para hacer algo así.

Y también hay que estar loco o ser un genio para concluir la función con un directo tan escalofriante. La mascletá final es de un minimalismo que te congela el alma. Bertín saca una pandereta. Arévalo, una zambomba. Y con eso se ponen a hacer el payaso hasta que da la hora. Enésimo órdago, enésima demostración de situacionismo ibérico sin cortar. Como cabía esperar, el epicentro cómico del número final es la zambomba de Arévalo, una fuente inagotable de chistes fáciles sobre pajas que ambos deconstruyen como si fueran cocineros moleculares…

Salgo a la calle entumecido y quebrado. Ni siquiera Heisenberg sería capaz de fabricar un cristal más potente que esta obra. Estupor, fascinación, delirio, horror, teúrgia… Cuesta acotar con la vulgaridad de las palabras semejante experiencia. Tan solo una pregunta, una punzada pulsátil en mi cerebro: ¿para cuándo una gira de Por Humor al arte por Panamá?