Una boda trans en la cárcel

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Una boda trans en la cárcel

Crónica del amor entre un doble homicida y un violador en serie.

Desde 2010, Marcelo Bernasconi, de 23 años, cumple cadena perpetua en el pabellón de transexuales y gays de una cárcel al sur de Buenos Aires. Entre los barrotes y los guardias que se ríen de ellos, Marcelo se hizo travesti: se bautizó como Marilyn, el mismo apodo con el que los varones lo humillaban en Oliden, el pequeño reducto rural en plena Pampa húmeda en el que se crió.

Las dos vías de escape que encontró Marilyn son la docencia dentro del presidio y Guillermo Casero, un cuarentón llamado ‘sádico sexual’ por los jueces. Hace dos semanas, y después de un año de noviazgo, Marilyn y Guillermo se casaron. Hubo maquillaje, arroz, ilusión y baile en un lugar invisible para la sociedad. Por un rato sus condenas pasaron a segundo plano, eclipsadas por el festejo.

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“Yo 25, y él un poquito más”. Podrían estar hablando de las edades que aparentan pero no: Marilyn saca las cuentas de los años de condena que le restan al matrimonio. Mientras, ella reconoce que su estadía en las celdas le permitió “ser más libre”.

Marilyn es bibliotecaria y dicta clases de varias materias. “En general mis alumnos quieren progresar”, asegura aunque también reconoce que “varios dicen que cuando salgan van a hacer lo que saben” o que “hay algunos que prometieron portarse bien pero después de salir, vuelven”, en referencia a los reincidentes que vuelven a ser capturados.

“Ella fue un apoyo muy grande para superar la depresión que sufrí”, dice Guillermo sobre de la actitud que mostró Marilyn al enterarse de las siete violaciones que se le imputan -según él erróneas- y que le valieron el apodo del “sátiro de la pollera roja”, en alusión a la prenda que él habría obligado a que las víctimas usaran durante los abusos.

acta que la pareja firmó con lápiz y huella digital los obliga a lo que ya están destinados por coerción: “Establecer un domicilio fijo sin que se pueda abandonarlo sin notificación”.

El beso entre los novios tuvo el contexto esperado: lluvia de arroz y coro de flashes. El simbolismo de esta boda parece abrirle el camino a otras parejas que prometieron casarse el año que viene.

“En un mundo creado en el pequeño espacio físico de mi celda encontré en alguien afecto y cariño, alguien que jamás juzgó mi pasado y que se sentó a mi lado y lloró junto a mí cuando lo necesité. Al menos algo lindo en mi vida”, sentenció Marilyn en uno de sus textos.

“De ella me gusta que es recatada, porque no anda provocando con el aspecto”, destacó Guillermo de Marilyn, una cualidad difícil de encontrar en medio de una ceremonia protagonizada por escotes imposibles de eludir.

La boda fue para los guardias y empleados penitenciarios un chiste largo. “La mayoría de los travestis terminan encarcelados por narcotráfico”, reconocen las autoridades del recinto.

De los bafles llegó a escucharse desde canciones de La Renga hasta “Oh l’amour”. Buena parte de la organización corrió por cuenta de los profesores que le dan clases a los internos y derrochan elogios hacia Marilyn.

El salón en el que se celebró la ceremonia tiene las paredes desgastadas, el suelo de cemento y estaba lleno de globos y guirnaldas. En la Unidad Penal N° 32 de Florencio Varela el ritmo se vio alterado por el asedio de periodistas y la alegría de los invitados.

Solamente 15 internos del pabellón de homosexuales y trans fueron admitidos para dejar sus celdas por un rato. El grupo se completó con los docentes del presidio, algunas autoridades carcelarias y pocos familiares del novio.

Negro, blanco y rosado simbolizan “la tristeza de este lugar, la esencia de ser novia y lo femenino” respectivamente, según explica Marilyn. El chal verde agua coincide con algunos colores de la escuela del penal.