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Un búnker antizombis cerca de Barcelona

Está en la comarca del Vallés Oriental (Barcelona) y lo ha construido Dani Baró.

Esto está en la comarca del Vallés Oriental (Barcelona). Y lo ha construido el tipo de la foto: se llama Dani Baró, tiene 38 años y una empresa de servicios forestales, fuma puritos Reig 15 y, como era de esperar, es fan del cine de serie Z. Aunque nunca recuerda los títulos.

A los dieciséis años, tras ver "la tercera de zombis de Romero" [nde: El día de los muertos] se rajó (entiendo que sin querer) gravemente el brazo con un cristal. "Me pusieron tantos hierros que parecía sacado de la película. Aquello me traumatizó un poco y empecé a sufrir insomnio. Sólo conseguía dormir urdiendo enrevesados planes de huida ante un posible apocalipsis zombi".

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Desvelado el trauma adolescente, veamos cómo ha intentado superarlo. Resulta que el verano del año pasado se aburría tanto que empezó a reformar el aljibe que le venía con la casa, y fue montando todo este tinglado a base de hormigón, varillas metálicas, unas manos de pintura y algo de maquinaria pesada que sacó de su propia empresa. También abrió un blog en el que documenta todo el proyecto. Sus lectores, por lo visto auténticos especialistas en la materia (léase lectores de Max Brooks) le ayudan a resolver problemas logísticos y tecnológicos hasta tácticas militares.

Supuestamente, uno puede sobrevivir aquí aislado unos 6 meses sin tener que ver la luz del sol. En primer lugar, porque está en un pueblo de 3.000 habitantes llamado Ca L´Esmandia, a unos 50 km de Barcelona, en mitad del bosque. Y después, porque sus amigos arquitectos se han asegurado de que cada ladrillo, cada tuerca y cada plancha de metal estén debidamente fijados y casi ningún fenómeno meteorológico pueda echarlo abajo.

El búnker se resume en un patio exterior, la planta baja, unas escaleras y el sótano. Cada zona está marcada con un simbolito rectangular tipo Quake de un color concreto que indica el grado de peligrosidad, siendo el blanco el más seguro y el rojo el más chungo.

Los muros del patio están recubiertos de alambre de espino, y sobre el edificio hay instalada una torreta, una antena de radio y una manguera a presión llena de agua. En su día barajó el ácido sulfúrico diluido y la gasolina, pero el primer compuesto se come la manguera y el segundo puede explotar al mínimo chispazo. En el interior, un depósito de 2.000 litros de agua repartidos en tres bidones, tres respiraderos, dos escotillas y un huerto.

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A la planta baja se entra por la escotilla superior que hay junto a la torreta o por la puerta, pero si ésta no te la abre alguien desde dentro, mejor vuelve a la escotilla, porque todas las puertas son acorazadas y las ha fabricado un jubilado que trabajaba en una empresa de cajas fuertes. Según Dani, ni las granadas pueden con estas puertas. No pude comprobarlo.

Al otro lado de la puerta encontrarás un pequeño espacio que sirve como taller, un baño y un "espacio preventivo" para los infectados que deban ser puestos en cuarentena.

Al principio de las escaleras que descienden hasta el sótano hay un par de bombonas de butano y un generador eléctrico a gasolina. Abastece todo el refugio y "con la iluminación mínima puede durar medio año".

En el sótano por fin uno empieza a ponerse en situación. Hasta ahora todo era una mezcla de invernadero y pequeña fábrica abandonada, pero esto sí parece un auténtico refugio, con cocina, baño y escotilla al exterior. Ahí abajo encontramos el siguiente material:

651 kilos de provisiones alimenticias ordenadas en diferentes estanterías.

Tres literas (para seis personas).

Un botiquín.

Un saco de boxeo.

Otras dos bombonas de butano.

3 escopetas de balines (útiles para repeler el hipotético ataque de una bandada de jilgueros zombis, supongo).

Varias máscaras anti gas.

Unos cuantos metros de alambre de espino.

Una emisora de radio conectada a la antena superior, "única comunicación con el exterior".

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Planos de la zona que indican dónde están las comisarías de policía, las farmacias, las gasolineras, los distribuidores de gasoil, las canteras ("donde se pueden conseguir explosivos") y los almacenes de alimentos más cercanos, junto a fotografías vía satélite de fábricas de maquinaria pesada.

A mí, la verdad, ni siquiera me hacen gracia las pelis de zombis. Y por mucho que me llegue a aburrir en esta vida, jamás me gastaría –en caso de tenerlos– 10.000 € en construir algo así. Pero debo admitir que si mañana mismo alguna catástrofe natural o una epidemia rara arrasara el país, el chiringuito-búnker de Dani Baró sería el primer sitio que me vendría a la cabeza. Le he pedido que me ponga en lista + 1, por si las moscas.

TEXTO: BORJA CRIADO

FOTOS: ISMAEL LLOPIS