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Desenmascarando Al Ku Klux Klan

Stetson Kennedy es, posiblemente, el defensor de los derechos humanos más tenaz y a la vez menos reconocido de todos los que hoy en día recorren este planeta dejado de la mano de Dios. A lo largo de su carrera ha asumido los roles de autor, activista...

ENTREVISTA DE BILL BRYSON

RETRATOS DE JASON HENRY

Fotos de archivo cortesía de Stetson Kennedy

Stetson Kennedy es, posiblemente, el defensor de los derechos humanos más tenaz y a la vez menos reconocido de todos los que hoy en día recorren este planeta dejado de la mano de Dios. A lo largo de su carrera ha asumido los roles de autor, activista, periodista, investigador de folklore, naturalista y poeta. También fue el primer hombre en infiltrarse y exponer a la luz pública al Ku Klux Klan. La suya es una línea de trabajo que requiere ese temple forjado en una era que ya quedó atrás; tiempos en los que había personas con cerebro y huevos a quienes les resultaba físicamente imposible quedarse quietos mientras gente de color colgaba de los árboles y los pobres mordían el polvo.

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Nacido en 1916 en Jacksonville, Florida, Stetson no es un completo desconocido pero sin duda no se le conoce tanto como se debería. Sus logros en la lucha por la igualdad llegaron tan pronto y con tanta frecuencia que fueron también de los primeros en ser soterrados por los canallas de la historia. La perpetua cruzada de este hombre contra la injusticia hace pensar en un ejército secreto de Stetsons deambulando por Estados Unidos durante los últimos 94 años, corrigiendo con seguridad, sin cejar en el empeño, los peores aspectos de la condición humana.

Como miembro de lo que se dio en llamar “la generación de vanguardia” de comienzos y mediados del siglo XX, Stetson desempeñó un papel importante en la abolición del impuesto al sufragio y las elecciones primarias sólo para blancos, mecanismos que hacían virtualmente imposible que gente de color y blancos pobres pudieran votar. En 1942, Stetson escribió

Palmetto Country

, una definitiva historia sociocultural de Florida basada en los descubrimientos que hizo mientras trabajaba en el Florida Writers’ Project, un proyecto con financiación de la WPA [Works Progress Administration, Administración para el progreso del trabajo—ndt]. En 1950 se presentó como candidato al Senado estadounidense con una campaña basada en la “total igualdad” (Woody Guthrie escribió canciones para su campaña), y unos años más tarde publicó

I Rode With the Ku Klux Klan

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(posteriormente retitulado como

The Klan Unmasked

), un trabajo de investigación surgido a raíz de todo un año de labor encubierta en el seno del Imperio Invisible. En Estados Unidos el libro no apareció en su forma íntegra hasta 1990. Más aún: desde que realizara el reportaje, Stetson ha estado guardando bien cerca suyo una “bomba de relojería” en forma de veta madre de información inédita sobre el KKK, entre la que se incluyen libros rituales de alto secreto, claves, signos, contraseñas, juramentos, detalles de la cadena de mando de la organización e incluso un esquema para construir una “cruz ardiente” (esto suena como la cosa más redundante imaginable). Se prevé que todo este material se publique en un futuro próximo en la página web de la Stetson Kennedy Foundation y en la nuestra, Viceland.com.

Stetson dijo que considera la salida a la luz de todo este volumen de información sobre el KKK a la misma altura que su declaración en 1952 como testigo experto en Ginebra ante el Comité de Investigación de Trabajos Forzados de las Naciones Unidas, un testimonio tan importante que nadie que no estuviera allí presente puede comprender por completo sus repercusiones. Aquella estancia llevó a Stetson a dar un rodeo no planeado y viajar por Europa durante los siguientes ocho años. Fue aquí, en Europa, donde su trabajo captó la atención de Jean-Paul Sartre, quien publicó su libro

The Jim Crow Guide to the USA

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en Francia en 1956, cuando nadie más lo hubiese tocado ni con una capucha con un pico de tres metros de largo.

Hoy Stetson dedica gran parte de su tiempo a la Stetson Kennedy Foundation, una organización sin ánimo de lucro dedicada a “defender los derechos humanos, la justicia social, el medio ambiente y la preservación de la cultura y el folklore”. La fundación tiene su base en la hacienda de Stetson en Beluthahatchee, un lugar muy especial cerca del río St. Johns, en Florida; en palabras de la antropóloga y folklorista Zora Neale Hurston, “una moderna Shangri-La, donde todos los sinsabores son perdonados y olvidados”. Allí fue donde esta entrevista tuvo lugar. Lamentablemente, las posibilidades de conocer y hablar con alguien como Stetson son cada vez más y más escasas. Aprovechemos mientras podamos.

A pesar de los numerosos intentos de Stetson, el Comité de Actividades Antiamericanas rehusó aceptar las pruebas que había conseguido de primera mano de las actividades terroristas del KKK. Harto de la situación, viajó a Washington con una maleta llena de documentos para presentar al comité vestido con el atuendo completo del Klan. A su llegada, agentes de policía se presentaron rápidamente para detenerle e interrogarle.

Vice: Desde que Obama fue elegido presidente, hay gente que dice que ahora vivimos en una era “post racial”, o que como mínimo nos dirigimos a ella. ¿Qué opina usted?

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Stetson Kennedy:

La lucha por los derechos humanos es algo continuo, no tiene un principio ni un final. No creo que exista algo como el “post racismo”. El racismo es un fenómeno que no sólo existe en Norteamérica, se ha dado en todas las sociedades humanas a lo largo de la historia, prácticamente sin excepción. Eso sí, las relaciones raciales en América han experimentado un progreso más que apreciable. En muchos aspectos, han mejorado más de lo que yo nunca hubiese esperado. En Francia, a mediados del siglo XX, vi parejas mixtas con cochecitos de bebé paseando por los parques y nadie les prestaba atención. El único que se fijaba, por así decirlo, era yo. Entonces pensaba que en Estados Unidos tendrían que pasar mil años antes de que cosas así dejaran de importarles a los americanos, pero no ha tenido que transcurrir tanto tiempo. Eso prueba que a veces pueden darse cambios profundos en la sociedad de forma bastante rápida. No sólo hemos dejado de decir

negrata

, también hemos dejado de utilizar escupideras y de tocar el claxon del coche sin parar. Antes, en Manhattan, era imposible dormir debido a la cantidad de gente que tocaba el claxon simultáneamente. Los cambios son posibles.

¿Cambios como el que representa Obama?

Obama ganó las elecciones por un margen muy estrecho; por tanto, el país está partido en dos. Antes de su elección, un amigo mío que había estado en las Carolinas con sus viejos camaradas, vino con un mensaje: el Klan apoyaba la campaña de Obama y trabajaba para su elección, querían que ganara para poder asesinarle e iniciar así una guerra racial. Por la experiencia que tengo desde los años 40, el Klan siempre ha estado interesado en provocar una guerra racial, y ése es el motivo detrás de los asesinatos de niños y quema de iglesias que sucedieron en el Sur durante esa época. Es cierto que el país está dividido respecto a varios temas al margen de la política de Obama y de tener a un afroamericano en la Casa Blanca. Algunos son políticos o sociales o religiosos, pero lo que más me preocupa es que la mentalidad del Klan, en mi opinión, se ha transformado, o diría que se ha transplantado.

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¿A qué se refiere?

Se ha dado un cambio de uniforme. La historia del Klan consiste en cambiar de uniformes. Empezaron con el gris Confederado, después se pusieron las túnicas blancas. Más tarde, cuando se reestablecieron la segregación y el dominio blanco, el uniforme cambió al azul policial y el caqui. Por un tiempo fueron los, así llamados, agentes del orden público, los que se aseguraron de mantener el dominio blanco, pero las túnicas finalmente volvieron. Yo, personalmente, asistí tras la 2ª Guerra Mundial a conversaciones en las que se debatía si los veteranos que habían regresado deberían ponerse de nuevo las túnicas o no, si eso sería o no algo desfasado. Entonces empezaron a verse hombres con uniforme del ejército en los desfiles y encuentros del Klan. La semilla de la actividad paramilitar que ha echado raíz en muchos estados a lo largo del país tiene su inicio en ese periodo posterior a la 2ª Guerra Mundial. Se llevaron consigo su mentalidad y sus planes.

Habla a las claras de su personalidad el hecho de que fuera usted capaz de interactuar durante largo tiempo con gente que estaba haciendo cosas espantosas sin perder la compostura. ¿Cómo le resultó posible portarse de forma amistosa con ellos mientras estuvo infiltrado en el Klan?

Te lo explicaré con una anécdota. Una vez me sonó el teléfono y al cogerlo una voz dijo, “Aquí el Klan”. Colgué. La segunda vez que llamaron dije que yo era el “contra-Klan” y dejé que el otro hablara. Resultó ser el jefe del Klan en el distrito electoral de Stark, Florida. En lugar de amenazarme, lo que quería era pedirme que le ayudara a completar su árbol genealógico. A este tipo le llamaban el Gran Titán. Tanto su padre como su abuelo fueron enjuiciados por el asesinato de Joseph Shoemaker en los años 30. Shoemaker había sido arrestado, la policía le sacó de su celda y lo entregaron a hombres del Klan, cubiertos con sus sábanas, en los mismos escalones de los juzgados. Castraron a Shoemaker, lo metieron en una tina llena de brea caliente y después le golpearon hasta matarle. El padre y el abuelo del hombre que me llamó fueron acusados de participar en el linchamiento. Y él quería que le ayudara a completar su linaje. Bueno, le envié unos recortes.

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¿En qué punto se convirtieron el patriotismo y el racismo en algo tan entrelazado? ¿Está tan profundamente arraigado en la cultura americana que es imposible de erradicar?

John E. Rankin, miembro del Comité de Actividades Antiamericanas en el estado de Mississippi, dijo que el Klan era una institución tan patriótica como el pastel de manzana. Yo intenté muchas veces llegar hasta ellos para recopilar pruebas, pero siempre declinaron o ni siquiera respondieron. Una vez cogí un autobús y me fui a Washington. Al llegar me subí a un taxi y me puse la túnica. El conductor, que me observaba por el espejo, casi estrelló el coche. Llegamos a la sede del comité y entré, con la túnica y una maleta llena de pruebas y documentos. Estaba tan llena que casi no se podía cerrar. Los papeles asomaban por arriba. Llamé a la puerta y las recepcionistas, al verme, se pusieron a gritar y huyeron. Yo me limité a sentarme y hojear mis documentos. Un hombre asomó la cabeza desde la habitación de al lado, echó un vistazo y cerró a toda prisa de un portazo. Una escuadra de seis policías irrumpió en la sala y se me llevó detenido. Me halagó que enviaran seis. Me condujeron al sótano y, después de darles mis explicaciones, el teniente ordenó que me quitara la túnica y que nunca volviera a entrar en el edificio con ella. Eso fue lo más cerca que estuve de llegar hasta el Comité, pero al menos tuve éxito llamando la atención del público.

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¿Sigue el Klan teniendo alguna relevancia?

En mi opinión, las actuales milicias son la moderna manifestación de la tradición de violencia y dominio blanco del Klan. Los propósitos de la milicia, en algunos aspectos, son mucho más drásticos de lo que el Klan jamás pudo concebir. El Klan, a pesar de todos los pesares, estaba considerado como una organización patriótica que respaldaba al gobierno, mientras que las milicias desean derrocar por la fuerza al gobierno federal americano y reescribir la Constitución para que sólo las personas de raza blanca tengan la ciudadanía. Muchas de estas milicias hablan de cosas como holocausto global, la expatriación de los negros a África y la reinstauración de las leyes Jim Crow de segregación para aquellos que no fueran expulsados. Sería, a todos los efectos, una concepción nazi, ciento por ciento fascista de América. A mi modo de ver, los militantes del Tea Party son la contrapartida de las primeras tropas de asalto de la Alemania nazi, cuando Hitler disponía aún de pocos efectivos. Tienen el mismo tipo de personalidad, los mismos rasgos psicológicos, el mismo potencial para el mal.

Stetson mostrando una de sus camisetas favoritas.

Una de las piezas de ropa menos atractivas de Stetson.

¿Tiene idea de cómo sería posible identificar y tener bajo control a estos grupos? ¿Hay alguna forma de pararles los pies sin tener que recurrir a la violencia?

Bueno, es evidente que la tendencia de los que se autocalifican como cuerpos defensores de la ley—ya sea a nivel municipal, estatal, comarcal o federal—ha sido la de ver de forma indulgente a las milicias, como buenos chicos que descargan tensiones y no suponen una amenaza para nadie. Pero no cuesta imaginar qué sucedería si la NAACP [Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color], la Liga Antidifamación, la B’nai B’rith o La Raza empezaran a vestir uniforme, a llevar armas militares y a hacer prácticas de combate con munición real. Estarían detrás de un alambre de espino antes de que se pusiera el sol.

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Por supuesto, los defensores de las armas señalan que la Constitución americana garantiza el derecho de la ciudadanía a llevar pistolas, pero yo estoy seguro de que lo que las personas que redactaron la Constitución tenían en mente eran cuerpos de seguridad regulados y sujetos a unas normas, no ejércitos particulares.

La ley que prohíbe tener arsenales y ejércitos privados está ahí, lo que pasa es que no se está ejecutando. Creo que estamos poniendo nuestra nación en un grave peligro permitiendo que esto siga así. Hace algún tiempo dije cosas como éstas en un programa de radio local, y llamó a la emisora el jefe de milicia de la zona. Le pregunté, “¿Se considera usted bien armado?” Y él dijo: “Sí, sin duda, lo estoy”. A continuación recitó todas y cada una de las armas que tenía en su arsenal, de las que resultaba obvio que se sentía muy orgulloso. Le pregunté, “¿A quién planea usted matar?” Y respondió: “A cualquiera que intente quitarme mis armas”. Si la administración nacional competente decidiera hacer efectivas las leyes en contra de la posesión de un gran número de armas, no sé si tendríamos una virtual guerra civil en nuestras manos. Esa gente son fanáticos. Mi preocupación no es sólo el racismo: esas personas son contrarrevolucionarios a gran escala. Me estoy refiriendo a la Revolución Americana. Son terroristas esperando el momento oportuno.

¿Alguna vez ha solicitado el expediente federal sobre usted mediante el Acta de Libertad de Información o algún otro medio?

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Sí. Me costó 40 dólares y 45 centavos; 809 páginas a cinco centavos cada una. En mi trabajo resulta evidente ya desde el principio que el FBI consideraba un elemento subversivo a cualquiera que se opusiera a las leyes de segregación racial. Había informes sobre mí que decían: “Sin duda seguirá en el futuro escribiendo artículos sobre la segregación y a favor de los trabajadores”. ¿Te lo puedes creer? Pero no iban desencaminados cuando decían que trataba de subvertir las reglas blancas. Lo entendieron perfectamente.

En los medios de comunicación, y en todas partes, ya no se refieren a nosotros como ciudadanos, sino como consumidores. Usted ha visto cómo sucedía esto. ¿Cómo ha afectado este fenómeno a la idea del Sueño Americano?

Durante la Gran Depresión, el sueño americano, la gran meta de la sociedad, era “que hubiera un pollo en cada cazuela”. Ahora consiste en tener dos automóviles y un yate de recreo y todo tipo de cosas. A mediados del siglo XX, el eslogan de la Cámara de Comercio estadounidense era “Construir la clase media”. Esto ya es, de por sí, algo digno de destacar. Ahora, medio siglo más tarde, nos encontramos cara a cara con el fenómeno de que la clase media se está hundiendo hacia un estrato más bajo. Y la marcha de la industria y el capital hacia mercados de trabajo a bajo coste en otros rincones del mundo ha dejado a América para que se marchite. En vez de preocuparnos por los “cinturones de óxido” [el deprimido cinturón industrial del Medio Oeste—ndt], haríamos bien en empezar a preocuparnos por vivir en un “continente de óxido”. En mi opinión, lo que han hecho es poco menos que una traición. Los capitalistas decidieron que iban a huir de dos siglos de dolorosa y sangrienta lucha por mejorar las condiciones de los trabajadores; empaquetaron sus cosas y se marcharon a lugares en los que no tuvieran que preocuparse por leyes contra la explotación infantil, seguros médicos, subsidios de desempleo, pagas por jubilación, medidas de seguridad o de protección ambiental. Esto significa que la Revolución Industrial está empezando de nuevo, y sin restricciones. Todo vale. Lo que esto implique de cara al futuro está aún por ver. Creo que esta situación tiene potencial para convertirnos en una nación endeudada, en una vieja gloria del pasado, una sombra.

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¿Usted no cree que América pueda superar otra Gran Depresión? La vez anterior logró salir de ella.

La fuga de industrias y capital representa algo mucho más serio y profético que cualquier depresión transitoria. Todo ese capital se creó con recursos americanos y mano de obra americana. En comparación, el Gran Asalto al Tren fue como un carterista sustrayendo una billetera. Hoy en día, millones de norteamericanos viven con confort y han desarrollado un gusto por la opulencia. Antes de la Gran Depresión, millones y millones de personas estaban viviendo ya al borde de la pobreza; la conocían, sabían como lidiar con ella y sobrellevar la transición. La pobreza abyecta no era para esas personas algo tan traumático como lo va a ser para esta opulenta clase media actual cuando se encuentre en la calle. La gente no está preparada para enfrentarse a la pobreza. No me sorprendería que el índice de suicidios aumentara drásticamente a medida que la situación vaya a peor. Ahora sólo ha empezado a dejarse sentir, me temo. Los agoreros no saben ni la mitad de cómo están las cosas en lo que se refiere al medio ambiente y la economía.

Uno de sus más grandes amigos y apoyos fue Woody Guthrie, que fue una enorme influencia en la música folk y, en especial, en Bob Dylan. ¿Cómo fue conocer a Woody?

El público empezó a fijarse en Woody gracias a Alan Lomax. Alan, que había venido a Florida, me contrató como consultor para unas retransmisiones que hizo para la CBS durante la guerra. Parece que le dio a Woody un ejemplar de mi primer libro,

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Palmetto Country

, publicado en 1942. Tiempo más tarde, Woody me envió la funda del libro, en la que había escrito una nota de alabanza. Hablaba de que la mayoría de los libros le hacían sentir como una mierda y que éste le había hecho sentir como si estuviera en lo más alto de un pino, y que si yo seguía obedeciendo a mi propio libre albedrío, las cosas buenas que podría hacer no tendrían límite. También me decía que no me sorprendiera si un día llegaba con su guitarra dando traspiés a mi casa para mantener conmigo una buena y larga charla.

No sucedió exactamente así. Un día Woody me llamó desde una estación de autobuses Greyhound, pidiéndome que fuera a recogerle y le trajera aquí, a Beluthahatchee. Yo vivía entonces en un autobús de los años 30 de la Florida Motor Line abandonado, pero tenía un porche bastante grande y una cocina adosada. Woody decidió dormir en una hamaca en el exterior, bajo unos robles. Pasó mucho tiempo aquí, de manera intermitente. A menudo le acompañaba Ramblin’ Jack Elliott, que hacía de conductor. Unos años después de su primera visita, Woody volvió con una chica de 21 años llamada Anneke. Woody tenía 41, y ella había dejado a su marido, un actor, para venirse con él a Beluthahatchee. Cuando se marcharon, una de mis vecinas negras me dijo, “¿Qué clase de gente eran?”. Yo respondí, “¿A qué se refiere?”, y ella dijo, “Bueno, mi marido y yo vinimos un domingo por la mañana a pedirle permiso para pescar y él y ella salieron del autobús en cueros. ¿Cómo llamaría usted a ese tipo de gente?”. Le dije: “Simplemente Woody”.

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El miembro del Klan “John S. Perkins” se levanta la máscara para revelar su verdadera identidad, Stetson Kennedy, durante una conferencia de prensa en 1947 en la oficina nacional de la Liga Antidifamación del B’nai B’rith en Nueva York.

Usted se presentó como candidato al Senado en 1950, y Woody escribió una canción para su campaña que molestó a la gente que no deseaba que su cruzada contra el racismo ganara fuelle. De hecho, algunos historiadores dicen que se marchó usted a Europa debido a las amenazas del Klan.

Se publicaron muchos artículos diciendo que abandoné el país a causa del Klan y la posterior caza de brujas. Ninguno de ellos era cierto.

¿Entonces por qué se marchó?

Yo estaba aquí, en Beluthahatchee, excavando un lago de 20 acres. Entré en casa, cubierto de barro, y leí una pequeña noticia en el periódico que decía: “Se suspende la Comisión de las Naciones Unidas por el Trabajo Forzado en Nueva York”. Ningún testigo había declarado haber visto trabajos forzados en ninguna parte del hemisferio occidental. Fui a toda prisa a la oficina de telégrafos para contactar con ellos ofreciéndome a llevarles un avión lleno de trabajadores forzosos de los campos de trementina, col y tomate de los alrededores. Me respondieron que la comisión ya se había suspendido, pero que si en diez días podía volar a Ginebra pagándome yo los gastos, escucharían lo que tuviera que decirles como testigo experto. Yo estaba sin blanca, pero aun así me dirigí a una plantación cercana con mi grabadora de bobina. No tardé en recoger suficiente información para presentarme ante las Naciones Unidas. Les volví a decir que podía enviarles un avión lleno de trabajadores esclavos, pero respondieron que no, que sólo yo. Visité a mis vecinos más cercanos, todos negros, y logramos reunir dinero para un billete de ida, más 8 dólares para gastos. Por eso me fui a Europa. Me quedé unos ocho años.

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Y estando allí escribió uno de los libros más importantes de su carrera: The Jim Crow Guide to the USA, que nadie publicaría en Estados Unidos.

Jean-Paul Sartre lo publicó en Francia. Poco después, un joven y atildado agente de la CIA vino a verme con un ejemplar de la primera edición francesa y dijo, “¡Esta cosa duele como el infierno! Si reniega del libro y declara que fue un chanchullo, le haremos financieramente independiente el resto de su vida”. Yo le dije, “Si puede usted señalar en él algo incorrecto, estaré feliz de corregirlo totalmente gratis”. Se marchó enfurruñado y sin haberme señalado nada, así que convoqué una rueda de prensa e hice público el intento de la CIA de sobornarme. Tras eso me fui a Roma, y coincidió con que allí había elecciones. La CIA tiene la costumbre de invertir millones de dólares en las elecciones en Europa, apoyando ciertos partidos e intentando que se funden nuevos. En Roma había un partido con respaldo de la CIA, y ocurrió que vi a unos trabajadores encolando pósters por las calles. Los seguí, arrancando los pósters de cada muro, y en una ocasión no esperé lo bastante a que doblaran la esquina y me vieron. Acabé en una comisaría.

Me gustaría hablar de su trabajo como folklorista. La mayoría de la gente no entiende realmente qué es el folklore.

Zora Neale Hurston dio con la que probablemente sea la mejor y más duradera definición: “El folklore es el jugo hervido, el

potlikker

, de la existencia humana”. El

potlikker

, si no lo sabes, es el líquido que queda después de cocinar nabos, berzas o semillas de mostaza con un trozo de carne ahumada.

Tolstoi dijo que cuando quería hablar de algo serio lo hacía con campesinos analfabetos, porque sus mentes no habían sido confundidas por ningún tipo de educación formal. Era una categoría de folklore que llamamos “folksay”, básicamente dichos breves y sentencias. Allí donde yo iba me esforzaba en compilar estos dichos. Por ejemplo, el de un hombre de color que dijo, “Cuando estés en Roma, actúa como si fueras romano”. Pensé que aquella sentencia resumía el sistema Jim Crow mejor que ninguna otra cosa. O un sirviente doméstico negro que dijo, “Doy de comer a los blancos con una cuchara muuuuy larga”.

Una vez usted se preguntó, “¿Podrían unos cuantos siglos de fraternidad eliminar varios siglos de enemistad?”. Muy bien, ¿cómo podemos alcanzar un punto de solidaridad sin restricciones? ¿Se le ocurre usted alguna solución práctica que acelerara un poco las cosas?

Siempre me preguntan cuál es la solución para acabar con la violencia entre grupos, culturas y pueblos, con conflictos que llevan cientos de años en marcha. Decir “daos un beso y olvidadlo” no funciona. Tal vez deberíamos instaurar algún tipo de fuerza internacional de pacificación. Pero no creo que la ley pueda poner un fin inmediato a los conflictos, ni que las enemistades puedan evaporarse de la noche a la mañana. Siglos de derramamiento de sangre sólo pueden erradicarse aprendiendo a convivir como buenos vecinos. Eso es lo más cerca que he estado de dar con una respuesta. Crear leyes, ponerlas en vigor y después vivir juntos, te guste o no, hasta que empiece a gustarte. Martin Luther King y otras personas se pasaron años hablando de tolerancia, y yo creo que esa palabra es incorrecta, porque implica que hay algo malo en ti que yo tengo que tolerar. Necesitamos una forma mejor de decirlo, algo como

mutua estima

.

Tolerancia

tiene connotaciones negativas.