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Cultură

Así de jodido puede ser llegar a la cantera del Real Madrid

Con quince años salí de Tenerife y aterricé en la cantera de uno de los mejores equipos del mundo. A partir de ahí solo hubo disciplina, sacrificio y un estrés que pocos pueden aguantar.

Todas las fotografías cortesía de Ignacio Martín

Son las 8 de la mañana y las planchas para el pelo ya están calientes. Los tarros de cera, la gomina y los otros productos cosméticos se encuentran al alcance de la mano y los más pequeños luchan por encontrar su reflejo en el espejo, que está tapado por los cuerpos de los mayores que tienen un lugar privilegiado en los baños Aquí la jerarquía se respeta. Pero se respeta aun más el ritual.

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Entro al baño común y me sumerjo en el aroma de queratina chamuscada y heces —para algunos, cagar por la mañana es indispensable— mientras alguien pone reguetón a todo volumen. Bienvenidos al submundillo metrosexual de la cantera del Real Madrid: el lugar perfecto para observar la manera en la que los niños reflejan los comportamientos de sus ídolos futbolísticos por mímesis.

Hubo un caso bastante notorio en el que un jugador se compró un Audi nuevo sin siquiera tener carnet de conducir

En este submundillo puede ocurrir lo inverosímil: un niño de quince años puede ganar más dinero que su padre, puede tener la autonomía suficiente para decidir dejar sus estudios y dedicar su vida al fútbol y puede acordar un "contrato verbal" con su representante sin tener ni idea de en qué se mete. Uno aquí puede sentirse muy arropado y querido en ocasiones, pero yo creo que la gran mayoría nos sentíamos tremendamente solos la mayor parte del tiempo.

La llegada

Todo comienza cuando te sientan en una mesa circular junto con tus padres en una de las oficinas de Valdebebas y te extienden la ficha. Una temporada con todo pagado, incluyendo los vuelos de Tenerife —mi ciudad natal— a Madrid, el traslado y la estancia en la residencia de la universidad Camilo José Cela, el coste del colegio SEK y un estipendio mensual de doscientos euros. El caso es que desde el momento en que trazas algo mínimamente legible (a los quince años no tienes claro ni cuál es tu firma), te conviertes en jugador de una de las mejores canteras de España y del mundo.

Tenía compañeros que vivían con sus familias en Madrid porque el club había pagado el traslado de sus padres con piso y trabajo ya buscados. Algunos cobraban auténticos sueldazos.

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Estos también solían tener contratos con grandes marcas deportivas como Adidas o Nike que les permitía seleccionar productos (como botas y todo tipo de ropa) de un catálogo y pedirlos sin coste alguno para ellos, causando la envidia de otros tantos, incluido yo. Entre los mayores, hubo un caso bastante notorio en el que un jugador se compró un Audi nuevo sin siquiera tener carnet de conducir.

Dieta forzosa, entrenamiento de élite, lesiones y testosterona acumulada

Galletas, sándwiches envasados, zumo de naranja, algún bollo dulce y una pieza de fruta. Se servía el mismo desayuno cada día de la semana, incluso antes de los partidos.

Comíamos a las dos y salíamos de clase a las cinco solo para llegar a la residencia (que se encuentra a unos escasos treinta segundos del SEK caminando) y arramblar con todo lo necesario para ir al entrenamiento. Asegurarse de coger las galletas y el mini-batido de vainilla que el coordinador dejaba sobre cada cama era para muchos una urgencia, desde luego para mí era imperioso si quería aguantar el entrenamiento entero.

Sobrecarga del gemelo, desgarre muscular en el sóleo, tendinitis, esguince de tobillo y mucho, mucho líquido acumulado en las articulaciones; tuve más de cinco lesiones en la misma temporada

Había muchas ocasiones en las que llegabas a entrenar muerto de hambre porque, con toda honestidad, creo que la alimentación estaba lejos de ser la más idónea para muchachos de nuestra edad, y más siendo deportistas de élite. Y lo peor es que nadie vigila si comes o no.

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Recuerdo llegar a Valdebebas después de 45 minutos de autobús, rezando para que tuviésemos un poco de tiempo para poder comprar algún alimento de las máquinas expendedoras o de la cafetería.

Suponiendo que cuentes con algunos minutos después de cambiarte, afrontas otro dilema: si comes algo porque no puedes aguantar el hambre te arriesgas a vomitarlo en el entrenamiento, si no comes, te arriesgas a sufrir un desmayo. El hecho de no comer ni descansar bien causa una erosión lenta de tu sistema inmunológico, dando pie a que no rindas adecuadamente en los entrenamientos, partidos, o mucho peor, que sufras una lesión.

El diagnóstico habitual: sobrecarga del gemelo, desgarre muscular en el sóleo, tendinitis, esguince de tobillo y mucho, mucho líquido acumulado en las articulaciones; tuve más de cinco lesiones en la misma temporada. Y no me malentendáis, el Real Madrid contaba con muchos profesionales con experiencia y recursos para devolvernos al campo lo antes posible, pero opino que no mitigaban las lesiones adecuadamente afrontando el problema desde la raíz, sino que más bien adoptaban un enfoque reactivo que afectaba negativamente a todos, pero especialmente a los niños de la residencia.

No puedo evitar regocijarme con una sonrisilla socarrona cuando recuerdo que el catering no oficial de la cantera del Real Madrid era el pequeño restaurante Gilardino de Majadahonda.

Muchas noches, sobre todo los fines de semana, se formaba un revuelo de jugadores en la entrada de la residencia para recibir al repartidor, que había congeniado con muchos de nosotros tras convertirse en una persona habitual en nuestras vidas. Los gofres cubiertos de chocolate y los bocadillos de salchicha inundados en salsa barbacoa desde luego no nos aportaban nada bueno, pero eran mano de santo tras las insípidas cenas de internado.

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Si cometías un fallo grave, toda la atención se centraba repentinamente en ti

Cada entrenamiento era extremadamente exigente. Muchas veces, un pase fuera de lugar aquí o allí se criticaba o provocaba un silencio en el campo; un mal desplazamiento, un fallo en la colocación o un ejercicio mal acabado se castigaba con la notable desaprobación de los entrenadores y de los preparadores físicos.

Siempre te sentías bajo escrutinio, ya fuese por los entrenadores o por los dirigentes, que se dejaban caer por las gradas. Si cometías un fallo grave, toda la atención se centraba repentinamente en ti, como si los otros también se sintiesen observados y esos momentos en los que foco de luz te apuntaba se convertían en un respiro para el resto de jugadores, contribuyendo así a una presión insoportable.

La competencia entre los jugadores era asfixiante porque en el Real Madrid no solo compites con otros equipos, sino que compites con tus compañeros al mismo tiempo. Yo sentía que me encontraba constantemente en una situación precaria para mi permanencia en el club, donde cada mal pase, cada lesión, cada expresión de decepción y cada comentario por parte de otros compañeros minaba mi autoestima.

Sentía que cada mañana me tenía que reinventar y concienciarme a mí mismo de que el entrenamiento o el partido iba a salir bien. Recuerdo también lo que me costaba saltar al campo.

Lo peor de todo esto es que cuando te encuentras en una situación en la que se te evalúa continuamente y que te cuesta un mundo afrontar por falta de autoestima y confianza, empiezas a refugiarte en las pequeñas cosas. Los 45 minutos de autobús desde Villanueva de la Cañada a Valdebebas se transformaron en un pequeño ritual para mí.

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Recuerdo que dedicaba ese tiempo a engañar a mi mente insuflándola con una convicción de hierro, una fuerza de voluntad en forma de canciones motivadoras y remedios naturales para la ansiedad.

Nosotros teníamos nuestras vías de escape para el estrés. Para dos chicos que vivían en la habitación contigua, la terapia perfecta para liberarlo era echar el pestillo y pelearse

A pesar de que llegué a hacer muy buenos amigos, la vida en la residencia tampoco era fácil. Había tres jugadores por habitación y más de quince habitaciones en total. Añade a eso kilos de testosterona, caracteres volátiles, sexualidades reprimidas, egos de estrellas del rock y un solo supervisor para cuidar de todo eso para obtener una mezcla que puede explosionar con una facilidad pasmosa.

En ciertos momentos, aquella situación me recordaba al libro El Señor de las Moscas. A veces yo era Ralph, pero en otras era Piggy. El caso es que los niños pueden ser muy cabrones y pueden decir cosas que tienen la capacidad de herir profundamente a otros niños. ¡Imaginaros el revuelo que causamos al saber que uno de nuestros compañeros se orinaba en la cama!

No estaba dispuesto a regresar a la isla cabizbajo y con las botas al hombro bajo ninguna circunstancia

Muchos de nosotros teníamos nuestras vías de escape para el estrés. Para dos chicos que vivían en la habitación contigua, la terapia perfecta para liberarlo era echar el pestillo y pelearse hasta que los espectadores —amigos oportunistas que habían palpado la animosidad entre ellos y que buscaban acción— parasen la pelea. Esto ocurrió unas tres o cuatro veces durante mi estancia, pero sorprendentemente su amistad permanecía intacta; parecía ser que Chuck Palahniuk estaba en lo cierto. En resumen: muchos factores se confabulaban para hacer que siempre te sintieses irritado.

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Y vosotros os preguntaréis "¿por qué aguantaste, si podías haberte ido en cualquier momento?" Lo mismo me preguntaba mi hermano.

Yo por ese entonces no sabía qué responder, pero ahora tengo la respuesta muy clara: porque no quería decepcionar a nadie.

Porque cuando un niño sale de Tenerife para jugar en el Madrid cuenta con el apoyo de toda la isla pero también con la envidia de muchos. Porque uno se encuentra entre la espada y la pared cuando no quiere decepcionar a su familia y mucho menos a su padre, pero al mismo tiempo no aguanta allí ni un minuto más. Porque a un niño le inculcan un concepto de masculinidad muy perjudicial desde que es pequeño, y eso hace que le cueste expresar lo que realmente siente, y porque no estaba dispuesto a regresar a la isla cabizbajo y con las botas al hombro bajo ninguna circunstancia.

Problemas académicos

Cuando entrenar era todo un suplicio, la escuela se convertía en una bendición para mí. Una vez en el colegio, era solo una cuestión de horas hasta el entrenamiento de la tarde, y de la ansiedad e incertidumbre que eso conllevaba.

Te encuentras atrapado en la rutina y ves que lo único que hace que te olvides de esa preocupación incrustada en tu cabeza son los libros y las clases. Me sentía como si estuviese perdido en una espiral provocada por la falta de confianza, la intransigencia de mis entrenadores, las lesiones y sobretodo, esa voz constante en tu cabeza que te trata de convencer de que no vales para estar ahí.

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En la sala de estudio a las tres de la mañana solo estábamos los tres o cuatro habituales. Muchos venían después de cenar para terminar los ejercicios de clase, pero se marchaban pronto para poder hablar con sus padres, conectarse a internet o simplemente descansar. Otros solo acudían a la sala de estudio para matar el tiempo o para poder expresarse artísticamente dibujando falos y caricaturas de supervisores con Tipp-Ex en las mamparas que dividen la sala.

Los niños que más tiempo dedican al fútbol tienen más posibilidades de llegar, pero el problema reside en que cuanto mejores se hacen, menos se les presiona para que estudien

El aspecto más problemático de toda mi experiencia fue, sin duda alguna, la educación y lo fácil que puede ser para un jugador evitar sus obligaciones escolares.

Mientras los niños del internado SEK que no estaban en el Real Madrid tenían sesiones de estudio obligatorias, nosotros gozábamos de una exención total a pesar de que las necesitábamos más. Lo que comprendí desde el primer día del curso es que desde que el colegio finaliza, tú te conviertes en el único responsable de tu educación.

Llegábamos de entrenar a las diez de la noche, cenábamos y de vuelta a la residencia. La forma en la que estaban estructurados los horarios, la carga de entrenamientos y el cansancio constante se convertían en factores que hacían que estudiar fuese insostenible, sobre todo en época de exámenes trimestrales. A esto hay que añadir que, aunque tengas tiempo libre no siempre significa que lo utilices de manera eficiente, también cuentas con las distracciones normales de un niño de esa edad.

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Creo que es inaguantable para un quinceañero quedarse estudiando hasta altas horas de la madrugada después de entrenar, que le obliguen a levantarse para ir al colegio, volver a entrenar y repetir cuatro días por semana más un partido el sábado o el domingo, y esto sin contar con los torneos.

Si adaptamos la teoría de Malcolm Gladwell al mundo del fútbol, cada jugador debería invertir 10.000 horas en entrenamientos para conseguir convertirse en un profesional. Por supuesto que el talento es crucial, pero según mi experiencia, lo más importante es la práctica. Siguiendo ese razonamiento, los niños que más tiempo dedican al fútbol tienen más posibilidades de llegar, pero el problema reside en que cuanto mejores se hacen, menos se les presiona para que estudien y menos inclinados están a hacerlo porque piensan que tienen la vida solucionada.

Sin irme más lejos, hace algunos días me encontraba viendo el partido de Champions del Real Madrid contra el Manchester City y vi que un excompañero se encontraba en el once inicial. Me envuelve la nostalgia cada vez que observo los mismos ademanes y leo las mismas expresiones en sus labios que cuando jugábamos juntos en el Cadete A. Con toda honestidad, el corazón se me alegra al saber que un compañero que realmente lo merecía ha conseguido llegar, pero lo que no te muestran las cámaras es que él se encontraba dos cursos por detrás del resto de nosotros.

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¿Estamos sacrificando el futuro de nuestros hijos si el fútbol falla?

Una imagen recurrente durante mi estancia era verle sentado al fondo de la clase de segundo de la ESO sin prestar atención. Por aquel entonces, el contraste entre la madurez física que ya le caracterizaba y la del resto de sus compañeros imberbes de clase era objeto de burla, pero lo que no comprendíamos con esa edad era el presagio subyacente. Él era un muchacho inteligente que se estaba dedicado completamente al futbol, pero ¿cómo se las hubiera arreglado si éste hubiera sufrido una lesión que le hubiera impedido jugar otra vez?

Si hay algo que agradezco a mis padres es que me inculcasen desde muy temprana edad la importancia de estudiar para mi futuro. Quizás eso fue lo que hizo que hoy esté donde estoy. Desgraciadamente, no todos los padres comparten las mismas prioridades para sus hijos, pero sin entrar en cuestiones de esta índole, el problema estaba en que se formaba un vacío tremendo de responsabilidad en cuanto a los estudios de los jugadores una vez acababa la supervisión escolar.

¿Qué pasa cuando no estás entre los elegidos?

De mi año en el Real Madrid salieron jugadores y compañeros como Lucas Vázquez, Álvaro Morata, Denis Cheryshev, Carvajal, Jesé Rodríguez, Diego Llorente, Enrique Castaño y otros tantos que no brillan en primera, pero que juegan en los equipos de segunda, segunda B y tercera.

Siendo conscientes de que sólo un afortunado uno por ciento llega a las grandes ligas, hay que plantearse ciertas cosas: ¿es moral que a los niños de las grandes canteras no se les den más opciones de completar sus estudios para labrarse un futuro? ¿Estamos sacrificando el futuro de nuestros hijos si el fútbol falla? ¿Qué obligaciones tienen clubes como el Real Madrid para con nuestros hijos? ¿Estamos considerando sus intereses cuando son reclamados por los grandes clubes? ¿Se está respetando su desarrollo como personas? Quizás para aquellos que llegan a brillar en las primeras ligas, el fin justifica los medios, pero ¿y qué pasa con los que no llegan?

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Sea como sea, la verdad es que yo solo puedo hablar por mí. La gente se extraña cuando les cuento que el día en el que me dieron la patada después de finalizar la pretemporada con el Juvenil C me sentí liberado. Fue como quitarme un peso de encima que había llevado en mis espaldas durante mucho tiempo.

Dos días después de la noticia, cuando había empaquetado todas mis pertenencias en el coche de mi tío y ya estábamos alejándonos de la capital, recibí una llamada de mi entrenador Luis Miguel Ramis —que ahora entrena al Castilla— preguntándome que dónde diablos me encontraba y por qué no había ido a entrenar. Yo, incrédulo, le respondí sencillamente que me habían echado, a lo que él me respondió que no le habían notificado nada al respecto. Tu entrenador es la persona que más te conoce como futbolista y es más indicado para decidir si vales o no, pero eso daba igual aquí.

Años más tarde, después de reencuentros y conversaciones con viejos amigos como Paco Carreño, el coordinador, con el que desarrollé una gran amistad que ha durado hasta hoy, comprendí que no sólo los jugadores vivíamos bajo presión: El año en el que yo estuve allí, empecé con Ramón Calderón, seguí con Boluda y terminé con Florentino.

También hubo sucesiones de directores de cantera: primero Michel, luego Portugal y finalmente Ramón Martínez. Este revuelo en la cantera causó que también largasen a muchos otros entrenadores, jugadores y directivos. Opino que cada vez que el club cambia de presidente, éste reforma la política del club con respecto a la cantera, decidiendo invertir más o menos en ella. Esto lleva a cambios en las posiciones más importantes de la estructura de la cantera y toca a todos los niveles. Es entonces cuando uno se da cuenta de la presión por cumplir objetivos que tienen los entrenadores y directivos solo para defender su permanencia en el club.

Por suerte, la cantera del Real Madrid me sirvió de catapulta a otros clubes y me ayudó a conseguir una beca deportiva para estudiar una carrera en una universidad americana. Ahora, un año después de graduarme, me encuentro en los Países Bajos estudiando un master en derechos humanos y en septiembre me incorporaré a la University College of London para estudiar derecho.

Durante mi carrera en Estados Unidos, si no tenías una media de notas lo suficientemente alta no eras apto para jugar hasta que tu nivel de notas subiese. Lo que quiero decir con esto, es que no solo es posible inculcarles una ética de estudios a jugadores jóvenes, si no que se debe hacer.

Hoy en día desconozco si ha habido progreso en la cantera para paliar algunos de los problemas más notables, pero si no es así, opino que es necesario un cambio paradigmático en cuanto al trato de los muchachos; los estudios y el desarrollo adecuado del niño deben de ser prioridades para el club. A esto hay que añadirle que el club debe contratar a personas que comprendan la psicología infantil y estén preparadas para escuchar al niño. Esto es aplicable a todos los niveles, desde directivos, hasta supervisores pasando por entrenadores y coordinadores.

Viéndolo en perspectiva, creo que nunca afronté nada tan difícil como mi experiencia en el Real Madrid. Quizás porque después de vivir algo así con tanta intensidad aprendes a usar esa adversidad, esa lección de vida para medir cuanta importancia y atención realmente merece cualquier problema.

Aprendes a quererte un poco más por así decirlo, y sobre todo comprendes que ante el qué dirán siempre debe prevalecer tu propia salud mental. La cuestión era si es apropiado para un niño de quince años aprender lecciones de ésta dureza con la poca madurez que se tiene entonces.

Quizás ningún quinceañero debería experimentar cómo se siente al ser despedido de un negocio, cómo lidiar con una ansiedad constante y cómo afrontar el hecho de que en el fondo tan solo eres un producto de mercado del que quieren sacar tajada. Si no cumples, eres prescindible.

Cuando regresé de vuelta a la isla, todos me recibieron con los brazos abiertos, nadie estaba decepcionado conmigo y vi que esa presión que tenía era completamente injustificada. A veces te preguntaban si seguías apoyando al Real Madrid, a lo que yo les respondía que por supuesto.

Les decía que conservaba buenos amigos allí y que la experiencia no cambiaba el hecho de que siguiese siendo merengue hasta la médula, pero tras volver a sentir lo que es jugar de nuevo en casa, llegué a apreciar que el concepto de futbol que yo tenía se había transformado drásticamente. Fue entonces cuando llegué a la conclusión de que el verdadero fútbol, el que yo amaba con pasión, estaba en las calles, en los equipos de barrio y en los amigos que allí haces.