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Carlos Audaz, el Dan Bilzerian español que te enseña a ligar y a tener dinero

Tranquilos, internet nunca se quedará sin coaches que te aseguren que puedes vivir en un yate y fumar puros más caros que una gramo de cocaína.
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4 de agosto de 2016, en una cuenta de Instagram se puede leer el siguiente mensaje: "lo que yo hago es Magia, es ser un Mago… Trabajo con elementos invisibles del ser humano, no soy Dios, pero soy una extensión visible del mismo". Se trata de Carlos Audaz, uno de los tantos coaches que pueblan internet ( Mistery, Álvaro Reyes…) y que manejan el arte del pickup, en fin, de la seducción o el acoso.

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A través de su Instagram y de su canal de YouTube podremos desarrollar una profunda envidia y un demoledor sentimiento de tristeza personal al ver lo maravillosa e increíble que es su vida (vamos a entrecomillar esta última frase, ¿vale?). Pero no pasa nada, la idea es que cualquiera de nosotros puede conseguir una vida tan maravillosa como la de Carlos Audaz.

Visitemos un momento su página web. Allí nos encontramos con afirmaciones como "Carlos Audaz es en sí un mago de las ventas a todos los niveles, sus conocimientos son aplicables tanto al ámbito de la seducción y las relaciones sociales como a los negocios", frase que le asemeja a esos individuos llamados "profesor Mamadou" o "el mago Umar", especialistas en la atracción de clientes, en quitar el mal de ojo o en el regreso inmediato de la expareja. Aun así Audaz juega con tener cierto estilo y clase, siempre y cuando consideres que llevar un polo encima de otro polo sea tener estilo y clase.

La idea del éxito del señor Audaz se baña en esa enorme piscina de lugares comunes que pueblan las ficciones audiovisuales y el imaginario de esos personajes emblemáticos del vil arte de conseguir "coños y dinero", como Dan Bilzerian o Neil Strauss. En fin, es otro miembro de esa gran escuela de crear capullos alrededor del mundo.

Navegando por las redes de Audaz ( Las redes de Audaz podría ser el título de una apasionante trilogía fantástica sobre el amor y la guerra) vemos que tanto él como sus 76.495 subscriptores coinciden en que el éxito en la vida consiste en conducir helicópteros y aviones, en ser propietario de estos helicópteros y aviones, estar rodeado de mujeres en bikini, fumar puros más caros que España, disponer de enormes piscinas en la azotea de tu casa, vestir con americanas pero llevar una camisa abierta debajo —rollo informal, dinámico, joven; como tú—, disparar armas de fuego, hospedarse en hoteles de lujo, hacerse tatuajes falsos, follar en aviones, conducir a 288 km/h por una autopista de San Francisco, llamar chinos a los tailandeses y, en definitiva, tener unos retos personales absolutamente espectaculares y profundamente mediocres, populares y, a nivel imaginativo, tremendamente pobres.

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Hablemos de El Show de Carlos Audaz . De algún modo el tipo se cree que lo suyo (su canal de YouTube) es un "show", como una suerte de programa televisivo en el que se narran sus "aventuras" y "lecciones vitales". Este show no tiene una continuidad ni una estructura clara (no se repite ningún patrón en los vídeos), solamente se trata de un conglomerado de vídeos personales y de parlamentos improvisados.

Puede que se trate de un programa innovador y completamente liberado de toda normativa estética, pero dudo que Audaz quiera romper con las reglas del género audiovisual para transmitirnos algún tipo de mensaje, parece más bien que, simplemente, no tenga ni idea de lo que está haciendo.

Lo que está claro es que es un hijo de ese capitalismo menos ético que puebla y destroza este mundo, un "anarco-capitalista", como dice él mismo. "Creo que el estado no tendría por qué meter sus narices en los negocios de nadie", comenta en un vídeo y, bueno, esta es su idea del espacio público y privado: "esa playa también es privada porque no hay absolutamente nadie, cuando en algún sitio no hay nadie más que tú, pues es privado", como dice en el vídeo del principio.

Este tipo de perlas te las sueltas mientras de fondo suena un temita de housete facilón de esos de bailar mientras bebes un Malibú con piña, y se queda tan ancho.

Carlos es de esos neoliberales 'meritocráticos' que consideran que el paisaje más bello del mundo es el skyline de una ciudad repleta de rascacielos y centros comerciales, una metáfora perfecta para entender su narrativa del éxito: aplastar lo ajeno para construir el triunfo propio.

Realmente me pone profundamente triste que este sea el tipo de gente que se cuelga un poster de El lobo de Wall Street en su cuarto, esa gente que, básicamente, no ha entendido una mierda.

Lo que a primera vista parece una fortaleza impenetrable —un personaje que hace lo que quiere con quien quiere y donde quiere— se nos descubre como un chaval que asimila los tópicos del éxito y los alcanza para poder recibir cierta aceptación por parte de los demás. Debemos suponer que él es consciente de que estas lamentables muestras de poder que nos vende —coches rápidos, mujeres bellas y lugares exóticos— son lo que él deduce que busca la mayoría de la gente y por esto recurre a ellos de forma exagerada, incluso pornográfica, para atraer espectadores y clientes.

En definitiva, nos encontramos frente una obra de teatro conscientemente (o inconscientemente) trazada, una pantomima absurda sobre la felicidad, el éxito y, en definitiva, el olvido.