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Cultură

Caspa, despilfarro y poca audiencia: así es el hundimiento de TVE

La cadena que financiamos todos dejó de tener interés hace tiempo para casi todo el mundo.

La decadencia de la tele pública en una representación libre. Imagen modificada vía.

Pongamos que tienes 66 años. Vives en Bollullos de la Mitación. O en Soria. O en Burgos. Durante más de medio siglo has acudido puntualmente cada tarde al bar de tu barrio: no solo el ambiente te resulta familiar, cercano y acorde a tus gustos y sensibilidades, sino que además sirven las mismas tapas y los mismos combinados desde hace varias décadas. Te gustan así. Y como a ti, al resto de tus vecinos. Un buen día, y sin que nadie te haya avisado, llegas al bar y detectas cosas raras: la barra de roble, desgastada por los años y el ajetreo de los platos, ha sido suplantada por una barra blanca sin una sola mancha; las sillas, muchas de ellas con la espuma del respaldo agujereada, han sido reemplazadas por sillas de madera decapada; las mesas ya no tienen las esquinas peladas ni dos capas de aceite embalsamado, sino que ahora son mesas espaciosas de metal oxidado artificialmente. Miras a tu alrededor extrañado: en el puesto de Manolo, tu camarero de confianza, ahora despunta un chaval con barba, pendiente, tatuajes y los lados de la cabeza rapados. Pides una cerveza y una tapa, pero te traen una cerveza de una marca extranjera que desconoces y en vez de unas bravas o unos calamares te traen unos makis de aguacate con sésamo.

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Pasado el shock inicial, al día siguiente vuelves a darle otra oportunidad al bar de tu vida, quién sabe, quizás se han dado cuenta del error ante las quejas y han recapacitado. Nada. Todo sigue su curso. Una vez más te das cuenta de que ese ya no es tu sitio ni tu espacio; sigue siendo el mismo local, pero sientes que ya no pintas nada en él. Transcurren semanas y nada cambia: los nuevos gerentes del establecimiento te han desplazado a ti y a tus colegas y vecinos con la intención de atraer a una clientela más joven, cosmopolita y moderna que le dé nuevos aires al local y que, de paso, regenere al público que lo visita. Pero la nueva clientela tampoco llega: el producto se ve prefabricado y falsamente moderno, un intento poco agraciado de cambiarle la cara a un negocio que dejó de interesar a los más jóvenes hace ya unos cuantos años. No cuela. Juan, el dueño del bar, ha visto cómo en menos de un año perdía a la clientela de toda la vida, la que fielmente cada tarde aparecía por su bar, y cómo las promesas de una nueva, de perfil más chisposo y juvenil, se quedaban en papel mojado. En un plazo de tiempo relativamente corto el bar se ha quedado sin clientes, viejos y jóvenes, y la situación se ha vuelto absolutamente dramática. Con pérdidas económicas importantes, sin marcas que quieran ni puedan invertir en el local, sin consumidores potenciales, el establecimiento orquesta un intento a la desesperada para salvar los muebles: reclamar la atención de aquellos fieles seguidores que traicionó y desplazó para que vuelvan al bar. Regresar a la casilla de salida como si no hubiera pasado nada en todo este tiempo. El problema es que tú, como tantos otros, harto de que convirtieran tu bar predilecto en algo que no es y que nunca debería haber sido, ya te has ido a otro local, dos calles más abajo, en el que tienen lo que te gusta y te tratan como siempre te habían tratado en el otro. Un local del que ya no te vas a ir porque estás a gusto, integrado y conoces a la perfección su oferta y su modus operandi.

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Una imagen de la modernidad. Imagen de RTVE.

A Televisión Española le ha sucedido exactamente lo mismo que a este bar. Se ha quedado sin clientela: a la más vieja ha acabado echándola a base de cambios sin sentido, totalmente contraproducentes e inexplicables; y a la más joven ha sido incapaz de convencerla o reclutarla con argumentos televisivos de peso. Más allá de productos atemporales que siempre funcionan, como el fútbol, Eurovisión o la retransmisión de las campanadas, diría que en los últimos dos-tres años la cadena pública solo ha sido capaz de fidelizar e interesar al target más joven con "Masterchef", que además no deja de ser una adaptación de un formato extranjero, y, en menor medida, "El Ministerio del tiempo". Desde que alguien en TVE pensó que sería una buena idea cambiar por completo las tardes de La1, eliminando de un plumazo el culebrón y "Gente" para introducir un nuevo magacín presentado por Anne Igartiburu, el frustrado y fallido "+Gente", y hablamos de otoño de 2012, en Torrespaña viven un permanente via crucis para reconducir la situación. Ese cambio es importante, trascendental, diría, por varios motivos: primero, porque el público que tenía TVE entonces, el de toda la vida, se caracterizaba por el inmovilismo. El inmovilismo de poner La1 de forma automática porque sabía más o menos lo que le ofrecía la parrilla: culebrones, sucesos, famosos, telediario y lo que tocara esa noche en el prime time. Cuando estrenaron "+Gente" ya vimos que aquello supondría un problema: con la obsesión por competir con "Sálvame" y los concursos vitamínicos de Antena 3, TVE apostaba por una realización más dinámica y agresiva, contenidos más "juveniles" e incluso por darle coba a las redes sociales. Y claro, hablarle de Twitter al grueso de la audiencia de la cadena, que los estudios estipulan en una franja de edad entre los 50 y los 70 años, en zonas rurales y con pocos medios para estar al tanto de Internet y las últimas tendencias, parecía una idea de bombero con pocas opciones de éxito.

Y ante este cruce de cables, el de ir de modernos con un público poco dado a las modernidades, el espectador medio de La1 se esfumó y el espectador nuevo que se estaba buscando ni tan siquiera hizo acto de presencia. En otras cadenas como Telecinco, Nova, Divinity o Antena 3 tenía oferta suficiente para satisfacer sus ganas de televisión, así que por qué someterse a los caprichos de rejuvenecimiento de directivos suicidas cuando en otros canales podían encontrar lo que buscaban. Ahí os quedáis. Esto es más relevante de lo que parece porque recuperar al público cuando te has encargado tú mismo de echarlo de tu casa es de una dificultad extrema; casi imposible, según se mire. Y lo que es peor: en tus apuestas más seguras, aquellas con las que aún podías ir trampeando para cuadrar los números y salir airoso, hablo básicamente de series como "Cuéntame" o "Águila Roja", también has perdido presencia y réditos porque mucha de esa gente ya no piensa volver. Y así hasta hoy, con el reciente estreno de "Insuperables" este mismo lunes, la última gran propuesta de la cadena, que no consigue llegar ni a las dos cifras (9,8%) en su estreno. Incluso parece una cifra alta teniendo en cuenta la dinámica en la que anda inmersa la cadena en su prime time actual. Es la dinámica del solar, del descampado, Sevilla a las tres de la tarde un día cualquiera de agosto: en el ámbito de la televisión, milagros los justos. No es que el programa sea para tirar cohetes, de hecho es una versión casposa, anticuada y deprimente de "Tú sí que vales", pero su estreno y la tibia respuesta de audiencia es una buena constatación del estado de pseudoderribo en el que se encuentra la cadena pública en verano de 2015.

Pitingo, Segura, Ana Milán y Carolina Cerezuela. Insuperables. Imagen RTVE.

De hecho, estos tres últimos años podrían servir de perfecto manual para futuros directivos de televisión sobre cómo no se deben hacer las cosas, en especial el último. Y es que si en algún momento hemos tenido la sensación de hundimiento absoluto, de fin de ciclo y de borrón y cuenta nueva en TVE es ahora. Esta temporada es una obra maestra del desastre, de las decisiones absurdas, de las contrataciones inexplicables y de las apuestas a fondo perdido. Más allá de su problema endémico con los informativos y su manipulación política, un clásico que se remonta a los tiempos de Felipe González y Aznar, hemos visto de todo: desde maniobras de iluminado imposibles de justificar, como el trasvase de La2 a La1 de "Alaska y Segura", penoso intento de llamar la atención de un target joven y urbanita; a fichajes a golpe de talonario con cierto aroma a favores por devolver, de Ramón García a José Luís Moreno o Ernesto Buruaga, cuyas propuestas televisivas han rivalizado por ver cuál duraba menos en antena y facturaba más; pasando por decisiones empresariales muy discutibles, como cambiar el día de emisión de "Águila Roja", adelantar el prime time de la noche a la mañana para volver a retrasarlo la misma semana o incorporar a Los Morancos en un formato imposible de venderle al público potencial de la pareja de humoristas y, en líneas generales, del espectador de la cadena; y acabando en desafíos directos al contribuyente, como el regreso de las retransmisiones de corridas de toros en horario infantil, todo un corte de mangas a los que pagamos impuestos y no tenemos el menor interés en que la cadena que financiamos emita en directo este tipo de espectáculos. Algunas cosas se han hecho bien ("El Ministerio del tiempo", "Masterchef", "Viaje al centro de la TV"…), pero los aciertos han quedado considerablemente ensombrecidos por una temporada de infausto recuerdo que ha puesto a TVE en un estado terminal del que ahora mismo no se vislumbra una salida exitosa y satisfactoria.