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CIVIC TV - Klaus Kinski salvador

Kinski, un micro y sus dos cojones contra el mundo.

Proclamaba ayer mismo un colega en público virtual su satisfacción por haber localizado, tras tiempo de andar buscándola, Yo necesito amor, la autobiografía que Nikolaus Günther Nakszynski, de nombre artístico Klaus Kinski, se escribió en 1991 como nada disimulado homenaje a sí mismo; un volumen que se reventaba las costuras con baladronadas, hipérboles, tergiversaciones, descalificaciones a diestro y siniestro, desvergonzadas loas a su propia persona y su indómita titola, sesgadas versiones de la historia, fabulaciones y trolas más o menos convincentes. Nada de eso me importaría a mí un rábano (¡al contrario!) si su lectura me hubiese al menos resultado entretenida, pero es que tampoco, señores. Puede que Kinski necesitara amor, ¿y quién no? Yo, además, necesité paciencia y aspirinas para llegar, no sin esfuerzos, hasta la última página. Este colega reproducía en su proclama un párrafo del preámbulo del libro. “¿A qué llamas tú violento, so bocazas?”, era la primera frase, y sin duda de impacto no carece. De eso, de impactar, Kinski sabía un rato. Se la espetó el histrión en 1971 a un espectador que de violento le había tachado, y para más inri en su salsa, sobre el mismísimo escenario del berlinés Deutschenhalle, pabellón multiusos ya derruido al que Kinski adjudica en el libro un aforo de veinte mil localidades cuando en realidad su capacidad era de entre ocho y diez mil; tanto da, Kinski era para lo suyo una lente de aumento humana. Y no vayamos a negarle mérito, pues atraer miles de almas al recitado de un monólogo sobre Jesucristo lo tiene, ¡vaya si lo tiene! A pesar de que algunas personas solo acudieran al recinto con la expresa intención de insultarle, cachondearse y ponerle de los nervios; esto, por lo demás, cosa nada difícil.

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No es de extrañar que Klaus haga de ese episodio preámbulo a sus memorias, pues fue algo sonado. A comienzos de los años 70, un Kinski al que los periodistas –sensacionalistas bastardos, como todos sabemos–, coincidían en retratar como un maníaco egocéntrico proclive a los estallidos de ira, trataba de enderezar su carrera, maltrecha después de años de películas malas y mediocres en cuya participación sólo motivaba el dinero, regresando a los escenarios con Jesus Christus Erlöser [Jesucristo salvador], una pieza para un único intérprete de la que él era autor y con la que confiaba emprender una gira que le restituyera la dignidad y credibilidad perdidas. Tanta fe, de hecho, tenía Kinski en la obra, que contrató a un equipo de rodaje que filmara su actuación. Una buena idea: gracias a ella disponemos de un veraz documento de la que sería una velada de enfrentamientos verbales, berrinches, tensión, provocaciones, respuestas y espantadas. Un peligroso, inestable concentrado de Kinski en vivo, en directo y justo cuando él pretendía exactamente lo opuesto. La representación salió rana desde el principio: un grupo de provocadores se dedicó a increpar al actor antes incluso de que pudiera declamar el primer párrafo. A lo largo de los siguientes minutos Klaus se detiene, responde a los saboteadores, reanuda la función, les dedica líneas, se interrumpe de nuevo, devuelve los insultos, invita a subir al escenario y cede el micro a uno de los vociferantes, le descerraja la frase de antes, se arma la marimorena; Klaus se larga y se encierra en el camerino: “Arrojo desde lo alto de la plataforma el micrófono, sujeto al soporte, que a su vez va unido a un largo cable que cuelga del techo. Luego me meto entre bastidores y espero a ver qué pasa, mientras el soporte del micrófono baila de aquí para allá sobre las cabezas de los espectadores como un trapecio vacío”. Servidor gusta de adornar en su cabeza esta imagen, estupenda de por sí, con un ensordecedor chirrido de feedback con telón de fondo de griteríos: Metal Machine Kinski.

“El tiempo pasa. Los espectadores siguen ahí, nadie quiere irse a casa”, prosigue el alemán en sus memorias. Lo cierto es que, para cuando pasada la medianoche accede a dejar el vestuario y concluir la representación, solo quedan ciento y pico personas en el Deutschenhalle; acaso partidarios del actor, o simples curiosos con ganas de ver cómo acaba todo. Kinski baja de la plataforma y se mezcla con ellos, recitando su obra a pie de escenario. Hay aplausos, se reparten abrazos. “A las dos de la madrugada se acaba todo (…) Rompo mi contrato para los cinco continentes. Valía un millón de marcos. Ya no me interesa”. Poco importa si tal contrato era para cinco continentes o cinco ciudades, o si esa cifra que Kinski menciona no sería en realidad algo menor. La gira Jesus Christus Erlöser con la que el futuro Aguirre y Fitzcarraldo pretendía reestablecerse como actor teatral nunca llegaría a llevarse a cabo. Por suerte para nosotros perduran de toda aquella stravaganzza las filmaciones que el equipo de rodaje hizo de los prolegómenos, de la trifulca propiamente dicha, y de su desenlace. Olvidados por Kinski, atareado ese año pues participó en ¡diez! italowesterns –de los que siendo generosos se salvan dos– los rollos de metraje durmieron inéditos el sueño de los justos durante varias décadas hasta que Peter Geyer, un cineasta alemán que por algún recóndito motivo parece haber consagrado su carrera al recuerdo de Kinski, se hizo en 2008 cargo de ellas y de las cintas de audio grabadas por los responsables del Deutschehalle, para armar con todo ese material Jesus Christ Erlöser, un documento de carácter naturalista –inédito que yo sepa en España, pero a un par de clics de distancia en youtube– que sin pedírmelo nadie me permití recomendarle ayer a ese colega mío, involuntario inspirador de esta columna: un señor que responde por David Puente y que el año pasado tuvo la gentileza de hacernos esta mixtape fetén. Danke schön, David!