FYI.

This story is over 5 years old.

El número del decreto real

Club de fans juvenil de Al Qaeda

La revolución extremista de Siria es un fenómeno de la cultura juvenil.

La banda de motoristas de Al Qaeda en Menbej, provincia de Alepo. Julio de 2013

Puedo señalar el momento exacto en el que me di cuenta de que Siria se había convertido en Mad Max. Estábamos atravesando en coche Manbij, una pequeña población en las terrosas periferias del norte de la provincia de Alepo, un viernes por la tarde durante el Ramadán, un mes antes de ese 21 de agosto en que los ataques con armas químicas obligaron a que la atención internacional se centrara finalmente en una guerra civil que ya dura en Siria dos años.

Publicidad

Las desiertas calles de Manbij radiaban en el calor del mediodía del mes sagrado. Los tenderos habían bajado las persianas metálicas, ocultando las puertas de entrada. Cuando estás ayunando en Siria en pleno verano, las horas diurnas son para dormir.

Nuestro conductor detuvo el coche en una calle lateral próxima a la gris y amarilla plaza mayor del pueblo. “Mira”, dijo.

A través de una capa de polvo logramos atisbar un conjunto de borrosas figuras delante de nosotros. Las figuras rápidamente adquirieron contorno, convirtiéndose en un grupo de hombres en motocicletas que se aproximaba rugiendo calle arriba haciendo sonar los cláxones. A medida que se acercaban, los pasajeros detrás de los conductores se levantaron de sus asientos con los brazos extendidos, enarbolando las banderas negras de Al Qaeda y aullándole al cielo.

Busqué a tientas mi cámara.

“Ten cuidado”, dijo el conductor. “No se ofenderán porque un periodista les haga fotos. Se ofenderán porque eres una mujer haciéndoles fotos”.

El grupo dio la vuelta a la plaza en sus pequeñas y brillantes motos con motor de dos tiempos que los sirios llaman “pitufos”.

Desde el asiento de copiloto, mi amigo –un sirio con un agudo sentido de la ironía– miró atrás hacia mí. “Bueno”, dijo, “eso es la libertad. Nunca podrías haber tenido un grupo de motoristas con Bashar”. Fue entonces cuando me di cuenta de que Siria es un país totalmente distinto al que era hace apenas un año. Su transformación ha sido tan suave y uniforme que sólo gracias a mis notas y fotos de los seis meses anteriores pude ver esta progresión por lo que era: radicalización.

Publicidad

La afluencia fue aumentando paulatinamente a lo largo del año pasado, pero hoy, de repente, parece como si Al Qaeda estuviera literalmente en todos los rincones de la Siria controlada por los rebeldes: su insignia en banderas colgadas con alfileres en las barberías, sus canciones atronando desde los equipos estéreo de los coches, combatientes enmascarados en los puntos de control y adolescentes sirios luciendo el estilo yihadista en las fotos de sus perfiles en Facebook. Y antes que la nebulosa amalgama conocida como Ejército Libre de Siria, los grupos yihadistas con respaldo extranjero –siendo Jabhat al-Nusra, Ahrar al-Sham y el Estado Islámico de Iraq y Siria (EIIS) los más ubicuos del lote– se han convertido en las facciones a las que los hombres jóvenes sirios desean unirse. Las brigadas del ELS parecen de repente irrelevantes y pasadas de moda; el verde, blanco y negro de la bandera revolucionaria y la mezcolanza de ropas que constituyen los dispares trajes de camuflaje de esos combatientes al viejo estilo tienen un distintivo aire de pasada temporada al lado de los pulidos uniformes y pasamontañas negros de Al Qaeda. Simple y llanamente, en Siria ya no está de moda ser un revolucionario moderado y liberal.

“Antes de todo esto, mi vida era como la tuya”, me dijo un adolescente llamado Salam, de la ciudad de Alepo, dando unas subrepticias caladas de mi cigarrillo. “Acostumbraba a salir de casa a las 6 de la mañana, no ir a la escuela y pasar todo el día con mi novia”. Estábamos a pleno día durante el Ramadán y Salam debería estar ayunando, pero en vez de eso no dejaba de traerme café continuamente para poder bebérselo él mismo cuando nadie estuviese mirando.

Publicidad

Khalifa, un graffitero de Alepo, pinta con espray una cara sonriente en el muro de un edificio destruido por un misil Scud. Febrero de 2013

Al mismo tiempo, los yihadistas extranjeros en Siria siguen un estricta ideología salafista que a la mayoría de los sirios les resulta tan ajena como le resulta al Papa. Abu Mahjin es un yihadista iraquí que lucha con el EIIS, la facción extremista más radical que hay en Siria. Cuando le entrevisté en julio, localidades como Menbij, al norte de Siria, rebosaban de hombres jóvenes como él: extranjeros con hostilidad hacia occidente y la prensa llegados a Siria con el propósito concreto de establecer un estado islámico.

Durante la entrevista, Abu Mahjin dejó claro que basa su vida en su integridad, hasta el más pequeño de los detalles, en las enseñanzas del profeta Mahoma y la palabra del Qu’ran. Eso significa rezar mucho, nada de tabaco y absolutamente ningún contacto antes del matrimonio con mujeres que no pertenezcan a su familia; un modo de vida difícil de vender a los chicos adolescentes, incluso a aquellos en Siria con inclinación hacia el Islam.

Sin embargo, es la inquebrantable devoción de Abu Mahjin y sus camaradas hacia su causa la que los convierte en una fuerza tan peligrosa en la Siria destrozada por la guerra. Bien entrenados, disciplinados y efectivos en primera línea de combate, han llenado rápidamente un vacío en el seno de una guerra civil con múltiples factores en la que, hasta finales de agosto, ningún país occidental quiso tocar ni con un misil Tomahawk de 6 metros de largo.

Publicidad

Son grupos yihadistas como el EIIS –y no el ELS– los que, cada vez más a menudo, dirigen la mayoría de los ataques exitosos de la oposición a las bases del régimen. Aunque no comparte su inflexible ideología, Salam, el adolescente de Alepo que me ha gorreado un cigarrillo, los admira por su destreza en combate; todo el mundo quiere jugar con el equipo ganador, aunque sus razones sean cuestionables. Salam me mostró un vídeo de un ataque a un punto de control llevado a cabo por Ahrar al-Sham, una de las mayores –y tal vez la más poderosa– brigadas de luchadores por la libertad en Siria, con un número estimado de efectivos de entre diez mil y veinte mil hombres, que asimismo componen una significativa parte del grupo rebelde salafista Frente Islámico Sirio. En el vídeo, unos combatientes instalan un mecanismo de conducción por control remoto a una camioneta, atiborran la parte inferior de TNT y guían el vehículo sin conductor directamente hasta su objetivo. La explosión eleva una gigantesca bola de llamas 18 metros hacia el cielo. Yo estaba impresionada, y Salam entusiasmado.

Después de hacerme ver el vídeo cuatro veces, Salam me enseñó una herida de metralla en una pierna. “Me la hice luchando con una brigada yihadista”, dijo. “Mi padre se enfadó mucho cuando lo supo. Él creía que yo estaba todavía combatiendo con el ELS”.

A finales de 2012, Salam, como muchos otros jóvenes sirios, decidió que la brigada del ELS en la que inicialmente se había alistado se había vuelto débil y poco efectiva. Desertó y se unió a Liwa Islamia, otro grupo yihadista afín a Al Qaeda. Fue una decisión muy meditada que no tenía nada que ver con sus creencias religiosas. “Cuando luchaba con el ELS, si alguien resultaba herido se le dejaba atrás”, me explicó. “Eso los yihadistas nunca lo harán. Incluso si alguien muere, traerán de regreso su cadáver cueste lo que cueste”.

Publicidad

Al otro lado de la habitación, Abu Waleed, un amigo de Salam, asiente mostrando su acuerdo. Abu Waleed es un amistoso y voluminoso chico que lleva su rotunda barriga con orgullo. Era tan cándido y voluntarioso que a mí me costaba aceptar el hecho de que era un rebelde yihadista.

“No pareces un terrorista”, le dije a Abu Waleed. Se rió. “Bueno, antes no llevaba esta barba”, replicó. “De hecho, pensaba que todos los tipos con barba eran terroristas. Pero ahora diría que soy miembro de Al Qaeda, sí”.

Al igual que Salam, Abu Waleed abandonó a una brigada del ELS para unirse a Jabhat al-Nusra, un grupo rebelde islamista integrado en buena medida por combatientes sirios. Fue un cambio diametral respecto a su vida anterior; apenas dos años antes trabajaba en una tienda duty-free en el aeropuerto civil de Alepo, vendiendo alcohol y cigarrillos a los turistas. En unas antiguas fotos que me enseñó se le veía luciendo un rostro perfectamente afeitado y el cabello casi rapado. Cuando le conocí llevaba una abundante cabellera hasta la altura de los hombros y una frondosa barba. Su foto en su perfil de Facebook es el sello de Al Qaeda.

Salam le dio otra prohibida calada a mi cigarrillo antes de abrir una foto en su ordenador portátil. En ella se le veía con un pasamontañas y un cinturón de explosivos. “Mira, voy a ser un terrorista suicida. ¡BUUM!”, exclamó, riéndose a carcajadas ante la expresión de horror en mi cara.

Publicidad

Combatientes del Ejército Libre de Siria tomando helados en Saraqeb, provincia de Idlib. Mayo de 2013

si el trasvase de jóvenes sirios del ELS a Al Qaeda es prueba de que el extremismo está enraizando en Siria, entonces los cambios recientes en el tipo de música que resulta popular entre la gente joven son indicativos de un completo vuelco cultural.

“Durante los últimos dos años he estado escuchando las mismas 40 canciones, una y otra vez, me dijo Ahmoud, un activista antirrégimen de Alepo, mientras conducíamos hacia la corte de la Sharia. “Ya me están aburriendo un poco”.

Yo iba en el asiento de al lado vistiendo una abaya, con un aspecto ridículo. “A mí también me aburren un poco”, respondí, “Aunque hay una que me gusta de verdad”.

Las listas pop ya no existen en Siria. Tan pronto como cruzas la frontera desde Turquía, entras en todo un nuevo paradigma musical; uno que pone la banda sonora a una cada vez más violenta guerra civil cuyo final no se vislumbra. He intentado enseñar a varios de los sirios que he conocido algunas de las canciones inglesas que logran que sienta menos añoranza de casa. Mis amigos sirios se mostraron desdeñosos, y no tardé en averiguar por qué. Amy Winehouse no encaja del todo bien en unos paisajes en los que abundan los restos de edificios con paredes marcadas por los agujeros de bala. En su lugar, en la Siria controlada por los rebeldes se cantan canciones compuestas por Al Qaeda, ejemplificando sus completas tácticas de reclutamiento, que ahora se inician a un nivel cultural. Y pueden ser muy pegadizas.

Publicidad

En aras de dar una información completa, debo admitir que hay una canción de Al Qaeda que estuve escuchando repetidamente durante bastante tiempo. Su título, transliterado del árabe con pincel grueso, vendría a ser “Awjureeny”, y cuando la escuché en la seguridad de la cocina de un amigo, a un mundo de distancia de Siria, su misteriosa combinación de ondulantes armonías vocales me trajo viscerales recuerdos de estar conduciendo a través de paisajes apocalípticos por la carretera hacia Alepo.

“Awjureeny” está incluida en una recopilación de himnos yihadistas que Soheib, un activista anti-Assad de Alepo, me copió en mi disco duro. El icono del archivo es una foto de Osama Bin Laden. Queriendo saber más acerca del significado de la canción, le envié a un amigo sirio un mensaje a través de Facebook: “¿Qué significa “awjureeny?”

Apenas treinta segundos más tarde tenía su respuesta.

“Hiéreme”, escribió.

“Es una canción yihadista”, volví a escribir.

“Lo sé”, respondió. “Está hablando de sus heridas.
Las emocionales”.

Me confirmó lo que yo ya me había figurado: que puedes distinguir una canción yihadista por su letra. En lo letrístico, las canciones de Al Qaeda no son muy diferentes de las de Vera Lynn. Están las que hablan de estar lejos de tu tierra natal y las que hablan de la gente que se ha ido a un lugar mejor. Resulta que los yihadistas tienen un lado sentimental, y escogen expresarlo a través de la música.

Publicidad

Soheib colecciona y estudia canciones yihadistas del mismo modo que un chico de 9 años se siente cautivado por los insectos y los lagartos: no porque le gusten, sino porque le fascinan y se siente impelido a catalogarlas como si fueran cromos de béisbol. Durante el tiempo que pasé con él en Alepo, oímos en su coche su lista de canciones yihadistas en todos los lugares a los que fuimos, ya que creía que la música ablandaba a los soldados de los muchos puestos de control islámicos que hay en la región. Mientras atravesábamos una zona conocida por darse allí muchos secuestros, Soheib me confió el secreto de cómo distinguir una canción de Al Qaeda. “En las canciones yihadistas no hay instrumentos”, dijo. “Si los hay, no es yihadista”.

Las composiciones a cappella de las canciones son tanto su rasgo característico como su genialidad. Los himnos de Al Qaeda son desnudos réquiems corales cuyas hermosas, evocadoras melodías hacían que las destrozadas vistas que nos rodeaban adquirieran una cualidad cinematográfica. Elevan el sentido de dislocación y abandono que en Alepo permea de todas las cosas: las calles de la ciudad, donde no hay edificio que no haya sido alcanzado con proyectiles; las aldeas por las que pasa la carretera que viene de la frontera, intactas un día y arrasadas al siguiente.

Esta es la razón de que todo aquel con quien viajara –yihadistas, activistas, combatientes, otros periodistas, fixers– escuchase casi exclusivamente canciones como “Awjureeny”: evocan el ambiente reinante a la perfección. Al Qaeda es el Simon Cowell de la zona de guerra, lanzando los éxitos que el público harto de guerra quiere y, al mismo tiempo, creando la perfecta herramienta promocional. Esos cantos melancólicos capturan la atmósfera exacta de Alepo en verano: apagada, recelosa y con dos años de una espeluznante guerra civil a sus espaldas. Y esta es precisamente la razón de que Mahmoud y la mayoría de los suyos sigan haciéndolas sonar ad nauseam hasta que las melodías y las letras se incrustan en su subconsciente.

Publicidad

Combatientes rebeldes de la brigada Tawheed, un grupo islamista aliado con el ELS, vigilando la corte de la Sharia en Alepo. Febrero de 2013.

Tengo un ritual cuando llego desde Siria hasta Antakya, el pueblo fronterizo turco donde me suelo alojar cuando estoy en la región. Después de despojarme de mi chaleco antibalas y ducharme, llamo a mis amigos en Turquía –un grupo heterogéneo de refugiados sirios, fotógrafos y periodistas extranjeros– y nos vamos a un bar para emborracharnos. Abdullah es un hombre de carácter relajado que procede de Latakia, una ciudad siria en la costa mediterránea. Lleva la cabeza rapada y gasta un sardónico sentido del humor, saludándome del mismo modo cada vez que regreso: “¡Eh, Hanna, bienvenida! ¿Cómo estaba Tora Bora?” Pero esta vez sólo bromeaba a medias.

El transcurrir de mi día a día en Siria ha consistido en buena medida en ser testigo de una espinosa, compleja y al parecer baldía transición sociológica e ideológica a cámara lenta. Cada vez que vuelvo me parece que la fidelidad nacional ha sucumbido a Al Qaeda un poco más, como si esta retorcida visión del Islam estuviera penetrando hasta el tuétano de este país que antaño fue tolerante, abierto y multicultural, antes de que descendiera a una estado de violencia bélica constante y en progresivo aumento. Hace dos años nadie habría escuchado canciones yihadistas en el estéreo de su coche, u ondeado la bandera de un grupo terrorista desde la parte de atrás de su moto, o posado para una foto llevando un cinturón explosivo. Ahora todo eso forma parte del conjunto.

Para entender por completo cómo Al Qaeda ha echado raíces en Siria, es necesario prestar gran atención a los detalles. Carece de sentido hablar de lavado de cerebro religioso porque tiene poco que ver con eso, al menos en lo referente a los métodos “tradicionales” con los que el extremismo ha prosperado en Oriente medio durante la última década. En realidad, y en su esencia, la transformación de Siria se debe a una mezcla catalizadora de dos elementos: unos impresionantes combatientes que no tienen nada que perder y una hábil estrategia de marketing. Al Qaeda ha actuado en Siria del mismo modo que la cultura de bandas viene en occidente en tándem con su propia influencia cultural periférica en la música y la moda. La cultura yihadista está perfectamente diseñada para atraer a los jóvenes desarraigados del país, separándolos de sus estudios y vidas sociales al hacerlos creer que pueden variar el curso de una guerra sucia en la que, en su nivel más básico, no pueden hacer absolutamente nada.

Por lo que yo he visto, está funcionando, pero del propósito final de todo ello no estoy segura.

Más sobre Siria en Vice:

Comí helado con un miembro de Al Qaeda en Siria

Fui a Siria para aprender a ser periodista

La guía VICE de Siria