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¿Cobrar a la gente por tener hijos salvará al mundo de la superpoblación?

Se prevé que la población mundial llegue a los siete mil doscientos millones de personas el mes que viene, y se calcula que puede alcanzar los once mil millones en 2100, lo que claramente pondrá en aprietos los ya limitados recursos naturales que ha...

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El mundo está abarrotado y, según las últimas previsiones de la ONU, lo va a estar más. Se prevé que la población mundial llegue a los siete mil doscientos millones de personas el mes que viene, y se calcula que puede alcanzar los once mil millones en 2100, lo que claramente pondrá en aprietos los ya limitados recursos naturales que ha dejado el planeta. Eso, el aumento de la polución, un calentamiento global más intenso, y el hecho de que cada vez habrá más gente dentro del campo de tu espacio vital, implica un futuro no demasiado brillante. Sin embargo, a pesar de los riesgos que presenta, el asunto de la superpoblación es un terreno resbaladizo. El término “control de la población” trae de inmediato a la cabeza ideas de regímenes autocráticos sin respeto por el derecho humano básico de la procreación. Esto da una imagen negativa, algo que hasta un régimen autocrático tiende a tener en cuenta. Pero, siendo posiblemente los únicos animales sobre el planeta capaces de tomar la decisión consciente de tener montones de hijos (y comprender las potenciales ramificaciones que conlleva hacerlo), ¿ha llegado quizá el momento de buscar opciones que ayuden a ralentizar la curva de crecimiento de la población para proteger el entorno y la especie humana en su conjunto? Hablé de ello con Michael E. Arth, un urbanista, activista medioambiental y ex político que ha escrito sobre el tema de la superpoblación y las opciones que tenemos.

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Michael E. Arth estrechando las manos de sus simpatizantes durante su campaña para el puesto de gobernador de Florida en 2010. (foto vía) VICE: ¿Qué opina usted de los cálculos de futuro? ¿Nos enfrentamos a un negro porvenir?
Michael E. Arth: Los cálculos no mencionan dos cosas. En primer lugar, dejan fuera el horrendo efecto que el aumento de la población está teniendo en el medio ambiente. En segundo lugar, no tienen en cuenta la probabilidad de una radical extensión de la longevidad. ¿Se refiere a las investigaciones para lograr que las personas vivan más?
Sí. Muchos investigadores, incluyendo a Aubrey de Grey en el SENS, están estudiando cómo prolongar la vida indefinidamente. Es probable que en las próximas décadas averigüemos cómo solucionar los problemas relacionados del envejecimiento y la muerte. El problema es que será aún más difícil atajar el aumento del número de población. Si la gente vive más y más tiempo, ¿cómo enfrentarse a la superpoblación?
Esa es la razón de que debamos planteárnoslo ahora. Esperar sólo va a complicar el problema. La población mundial aumenta en 220.000 personas a diario, descontando las 155.000 personas que fallecen. No cabe duda de que el problema es como una hidra de muchas cabezas, porque por cada persona que muere, nacen más de dos. Esto significa añadir cada año al mundo el equivalente de las poblaciones de Inglaterra, Irlanda, Australia y Nueva Zelanda juntas. Los políticos no encaran el tema de la superpoblación porque prefieren centrarse en asuntos que a corto plazo les sirvan para ser reelegidos, y lo que los intereses mercantiles que les influyen quieren es ver más y más consumidores.

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Un cartel en Nanchang, China, que dice: “Por el bien de su país, por favor, emplee el control de la natalidad”. (foto vía) No lo encaran excepto en China.
China tendría hoy dos mil millones de habitantes de no ser por sus políticas de población. Aun así, China añadió 350 millones de personas a su población desde que en 1978 se implantaron unas estrictas medidas de población familiar, debido a lo que se conoce como impulso demográfico. A causa de la ralentización del proceso de aumento de población, durante el mandato de Mao la edad media de la población disminuyó. Hasta que este número excesivo de población joven tuvo sus propios hijos, la población aumentó más rápido que de haber tenido un cierto equilibrio demográfico. Por tanto, incluso limitar a uno el número de hijos por pareja no fue suficiente para detener el crecimiento de la población. Ahora, gracias a la política de un único hijo –en la que, por cierto, se dan muchas excepciones– es probable que a partir de ahora la población anciana de China que no aumente mucho más, al menos mientras no se retiren las restricciones. A China, y al resto del mundo, le iría mejor un plan de permisos de natalidad basado en una elección de mercados, o “créditos de natalidad”, que podría frenar en seco o revertir el aumento de población. Los créditos de natalidad permitirían a la gente tener tantos hijos como se desearan y recompensarían a aquellos que eligieran declinar ese derecho. ¿Financieramente?
Sí. El mercado determinaría el precio de un crédito de natalidad. En todos los casos, el coste del crédito de natalidad sería una pequeña fracción del coste real de criar a un hijo. Los créditos de natalidad funcionarían muy bien porque supondrían un precio a pagar muy pequeño por resolver el problema, y garantizarían el derecho a poder elegir. A cada persona se le asignaría medio crédito de natalidad, que él o ella podría combinar con el de su pareja para así tener un hijo, o esa persona podría vender su (medio) crédito a la que entonces fuera tasa actual del mercado. Cada hijo adicional costaría un crédito más, y no obedecer esta norma supondría la imposición de una multa de importa superior al coste del crédito. También se impondrían sanciones, como restricciones a la inmigración, a aquellos países que no secundaran esta política. Históricamente, en Estados Unidos hemos seguido políticas que animaban a tener familias más numerosas, incluso entre personas que no se lo podían permitir o que a menudo no se preocupaban por sus hijos. Para obtener más ayudas sociales todo lo que hay que hacer es tener más hijos, y eso estimula el exceso de nacimientos. El matemático Bertrand Russell, escribiendo sobre la superpoblación en una época en la que la población mundial era de la mitad de lo que es ahora, dijo, “La humanidad antes cometería suicidio que aprender aritmética”. Los humanos prestamos atención a desastres locales, como tornados y terremotos, pero un desastre global de avance lento, como es el de la superpoblación, se tiende a pasar por alto. Estamos empezando a hablar de las consecuencias de la superpoblación –calentamiento global, contaminación, agotamiento de los recursos naturales, guerras e inmigración–, pero debemos dirigirnos a la raíz del problema.

(foto vía) ¿Pero no es poco ético dictar cuántos hijos puede tener la gente?
El límite a la libertad individual se encuentra donde el ejercicio de un derecho individual comienza a infringir los derechos que todos tenemos en común. Un aspecto de la tragedia de los comunes es la creencia de que la gente debería poder dar a luz sin tener en cuenta las necesidades de los demás. Una planificación familiar ha sido innecesaria durante un 99,9 por ciento de la historia humana. La mayoría de los niños morían al nacer y la naturaleza, de forma cruel si se quiere, sacrificaba a la manada mediante la enfermedad, la hambruna y la guerra. Ahora que estamos extendiendo la calidad y duración de nuestras vidas, tenemos que aceptar que la realidad cambia. Instaurar los créditos de natalidad sería el mejor compromiso posible en el dilema entre los derechos individuales y los derechos colectivos, porque se mantiene la posibilidad de elegir y es mucho más probable que se salvaguarden los derechos colectivos. Ha mencionado usted la inmigración. ¿Qué papel desempeña en todo esto?
La solución a la presión migratoria no es asegurar las fronteras, sino dirigir el exceso de población a países en desarrollo, donde los problemas económicos y ambientales están provocando la migración de las personas. Las personas que consumen poco que se desplazan a países ricos no sólo empiezan a consumir de un modo más acelerado, también tienden a traer con ellas sus patrones de alta tasa de nacimientos. Ya veo.
Educar a las mujeres, elevar el estándar de vida y suministrar anticonceptivos, todo ello contribuye a disminuir la tasa de nacimientos. Instaurar los créditos de nacimiento ayudaría a que se crearan estas mejoras. Si hubiésemos afrontado estos problemas en 1985, dos mil millones de personas que hoy viven con menos de dos dólares al día no habrían nacido. ¿Existe una cantidad óptima de crecimiento de población? Todo esto suena un poco fascista.
En 2012 superamos los siete mil millones de personas, dos mil millones de ellas nacidas desde 1987. Deberíamos enfocar el problema con vistas a un cero aumento de la población, pero un crecimiento negativo ayudaría a prepararnos para un futuro próximo en el que la gente viviría indefinidamente. No deberíamos arriesgarnos cuando éste es el único planeta habitable que conocemos, en especial cuando la solución es sencilla y no requiere de nuevas tecnologías. ¿Cree que existe la posibilidad de que, caso de no ser instauradas estas políticas, el hambre y la guerra aumenten, reduciendo la población de formas mucho más agresivas?
Ya estamos viendo los efectos de la superpoblación en la pobreza, la guerra, la inanición masiva, las enfermedades y la carestía de recursos naturales. En el terremoto de Haití de 2010 murieron 220.000 personas, la mayoría de ellas por culpa de las condiciones impuestas por la superpoblación. La superpoblación deforestó y convirtió en un erial un país al que llegó a conocerse como “la perla de las Antillas”. Esas 220.000 personas fueron reemplazadas ese mismo día por los nacimientos que se dieron en todo el mundo. Contar con que los desastres causados por la superpoblación eliminen la superpoblación es algo cruel y estúpido. En algún momento hemos de adquirir sensatez. Si tenemos compasión los unos por los otros y queremos cierta calidad de vida para todos, entonces tenemos que tocar de pies en tierra ya y ponernos a trabajar. Gracias, Michael.

Sigue a Joseph en Twitter: @josephfcox