Fotos de gente colando drogas en festivales de música

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Fotos de gente colando drogas en festivales de música

Bolsas dentro del sujetador, tampones llenos de pastillas y otras formas ingeniosas que utiliza la gente para colar drogas en los festivales de música.

Fotos por el autor y Harry Jefferson Perry

Hay cosas que no pueden faltar en un verano británico que se precie: los decepcionantes resultados de los equipos nacionales de fútbol, la preceptiva ola de calor del mes de julio y la migración masiva de cientos de jóvenes a zonas rurales en las que, por espacio de tres o cuatro días, dormirán en sacos de dormir y cagarán en letrinas.

Cada año, millones de jóvenes, desde hijos de policías hasta los políticos del mañana, asistimos a festivales de música. Además, el 22 por ciento de nosotros consume drogas durante esos días. Y pese a los esfuerzos de la organización, la ayuda de perros rastreadores, las advertencias y los cacheos a la entrada, sigue habiendo gente que consigue colar pastillas y polvos en los recintos de los festivales.

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Por eso el año pasado, cuando fui al Bestival para probar la pureza de las drogas que llevaba la gente, no me sorprendió comprobar la cantidad de sustancias ilegales de las que se habían pertrechado. Lo que sí me sorprendió es la dudosa calidad de muchas de ellas.

Este año volví a la isla de Wight, pero esta vez no para comprobar la pureza de las drogas, sino para averiguar cómo consiguen los festivaleros entrarlas al recinto. Un portavoz del Bestival me contó que trabajan en estrecha colaboración con la policía de Hampshire para garantizar la seguridad del evento, como demuestran las cifras: ese fin de semana confiscaron drogas y sustancias psicoactivas por valor de 175.000 libras (unos 206.000 euros); de esa cifra, 62.518 libras (73.600 euros) correspondían a sustancias incautadas antes de entrar al festival, casi el doble que en 2015.

Aun así, en la mayoría de festivales mucha gente logra eludir los controles y pasar su cargamento, a veces usando los métodos más rudimentarios. "La verdad es que yo suelo metérmela en las pelotas y paso varios días sin ducharme para enmascarar el olor", confesó un tipo que conocí en el ferri de camino allí y que acababa de esnifar una buena dosis de ketamina en el lavabo.

Durante el viaje hacia la isla, todavía tuve tiempo de aprender un nuevo método de colar droga por la entrada principal del Bestival: consiguiendo una pulsera de artista. "A nosotros nos llevan directamente a nuestro escenario en furgoneta", me explicó el miembro de una de las bandas que tocaban el sábado. "Pasamos de largo los controles de seguridad y nadie nos para nunca. Si no, la mitad de las bandas no llegarían a tocar en ningún festival".

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Un guardia de seguridad registrando una cartera

Una vez pasados los perros rastreadores y los contenedores para desechar las drogas incautadas, un ejército de policías y seguratas con cara de no fiarse ni de su madre se encargaban de controlar que no hubiera nada sospechoso. Me quedé a observar un rato. De vez en cuando pasaba algún adolescente al que se le borraba la sonrisa de golpe al ver esa barrera humana. En ese punto, la mayoría cambiaba de rumbo inmediatamente hacia el contenedor o arbusto más cercano para deshacerse de lo que fuera que llevaran escondido.

"Paso de arriesgarme", dijo un adolescente al que vi depositar un gramo de coca en un contenedor. "Es mi primer festival y, además, supongo que podré comprar algo dentro".

También llegaban muchos festivaleros experimentados, caminando con paso decidido. Pese a que los de seguridad registraban a muchas personas, la cola no dejaba de avanzar.

Los jueves suelen ser el preámbulo de la locura en el último festival británico del verano, pero el viernes por la mañana, el suelo del recinto ya estaba plagado de bolsitas de plástico vacías. Era momento de ponerse manos a la obra. Pasé las dos horas siguientes rondando por las zonas de acampada y haciendo la misma pregunta a todo el mundo: ¿cómo has conseguido pasar la droga?

La respuesta más frecuente era un simple "Me la he metido en los calcetines". Un poco decepcionante para quien esperara un operativo a lo Ocean's Eleven, pero esa era la realidad.

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"Tengo unas bragas especiales en las que puedo meter un fardo enorme", me contó orgullosa una chica de Sussex de 19 años, sacando la prenda negra de encaje de la mochila y enseñándomela. Siempre sospechan de que los tíos lleven algo escondido en los pantalones, pero no tanto de las chicas".

Más tarde, un tipo que se hacía llamar "Patrick el fiestero" me enseñó el bolsillo secreto de su banda para la cabeza y me aseguró que estaba a rebosar de pastillas el jueves antes de entrar. "¡Hierba en el saco de dormir!", dijo en voz alta y desganada un chico unos metros más allá.

Bolsillos ocultos en la camisa, cajetillas de tabaco, tiras de sujetador o gorras… Todos a los que pregunté parecían tener su truco para esconder la droga. Entre las técnicas más elaboradas estaban la de rellenar cilindros de óxido nitroso con sustancias y unirlos a modo de cinturón con cinta americana, o botes de loción capilar rellenos con GBH y disimulados en el neceser con el resto de productos de higiene.

El más ingenioso, sin duda, fue el de una chica de 21 años. "Lo que yo hago es coger un tampón con funda de plástico, lo corto por la mitad y quito el relleno", me explicó con toda naturalidad, como si estuviera presentando un taller de manualidades de Disney Channel. "Luego solo tienes que poner un poco de algodón en el fondo, la droga en medio, lo acabas de rellenar con más algodón y vuelves a sellar el tampón con una plancha".

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Acto seguido, desapareció en su tienda para salir al momento con una de sus creaciones.

Maravillado por tanta creatividad, no me di cuenta de que ya estaba anocheciendo. Ahora las drogas campaban a sus anchas, al amparo de la oscuridad. Un tipo me ofreció desde su tienda de campaña un poco de MDMA preparado en una tarjeta de crédito (ofrecimiento que, huelga decirlo, rechacé amablemente).

Lo que más me preocupaba no era que la gente consumiera drogas en el Bestival. Al fin y al cabo, vayas donde vayas sea un club, un parque, una fiesta privada o una parada de bus de las afueras, esa escena se repite con bastante asiduidad. La gente va a seguir tomando drogas en los festivales, es una realidad que escapa al control de organizadores y policía.

Sin embargo, un aspecto en el que las autoridades sí pueden tomar parte es el de la seguridad de las personas que consumen drogas. Muchos son expertos en esconder sus alijos en los controles, pero aquí los verdaderamente vulnerables son los más jóvenes y los que consumen por primera vez. La mayoría de ellos me confesaron que no quisieron o no pudieron pasar su droga, por lo que seguramente acabarán comprando pastillas a algún desconocido que se pasea por el festival en chanclas y gritando "¡Pastillas, pastillas!", como el que vende cervezas. A la vista del aumento alarmante de muertes por consumo de drogas en festivales, es responsabilidad de todos que esta tendencia cambie.

Se han empezado a tomar medidas en este sentido, pero hacen falta iniciativas a mayor escala si realmente queremos minimizar el riesgo. Mientras no se implementen estas iniciativas, seguirá muriendo gente.

@MikeSegalov

Traducción por Mario Abad.