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Verano — lagos
Sara — estrés
Hogar — mi madre
Cerveza — diversión
Sara — dolor de estómagoSeguimos con ese juego un rato más y cada vez que Angelo mencionaba a Sara, me salía algo sobre ansiedad, dolor o que esa mujer estaba arruinando mi vida.Después, mientras Angelo salía de la habitación, me pidió que cerrara los ojos y que no los abriera hasta que él me avisara. Lo oí arrastrar algo por el suelo y luego montarlo. En ese momento, dijo:—Vale, ya puedes abrir los ojos.Lo primero que vi fue que Angelo se había quitado la camiseta. Tenía enormes michelines y piercings en los pezones. Traía un bate de plástico en cada mano. Frente a él había una tabla de planchar con un diseño floral y las patas de color rosa.—Espero que no te moleste que me haya quitado la camiseta —dijo Angelo—. Así es mejor. Es más sincero.Me pasó uno de los bates. Por un momento creí que íbamos a pelear, pero no. Dijo que tenía que canalizar toda la ira que sentía hacia mi novia y descargarla en la tabla de planchar. Me sentía ridículo, pero aun así, le di un golpe a la tabla. —Más fuerte—, gritó Angelo y le obedecí. —Más fuerte. Así—, dijo, y acto seguido saltó para impulsarse y darle a la tabla con todas sus fuerzas.
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Miré al cojín. No daba miedo. No parecía capaz de ir a media noche a gritar y golpear mi puerta hasta despertar a los vecinos. Aunque tuviera hojas afiladas y estuviera ardiendo, ese pequeño cojín no era tan aterrador como era Sara para mí. Así que empecé con mi discurso.Lo siento, pero ya no puedo más —le dije al cojín—. Eres genial, pero eres demasiado para mí.
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