FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Criticando a un crítico de críticos

Letraheridos, justicia salvaje y me cago en todo lo que se menea

En esto del mundillo literario se supone que a los críticos lo que más les importa son los libros, pero lo que de verdad les gusta es ser invitados a la fiesta del Qué Leer (que ya no existe, por cierto) y poner a parir a la nueva editora de tal sello, o rajar de ese escritor de pacotilla que acaba de zumbarse a la novia del editor de tal revista contracultural. O zumbársela ellos. En el mundillo literario lo que menos importa es la literatura, y lo que más los canapés, el marujeo y la crítica despiadada. Jack Green fue (o es, no sabemos) un matemático que en los años cincuenta leyó una novela titulada Los reconocimientos, la primera publicación de un tal William Gaddis, y la consideró una obra maestra de la literatura americana. Literalmente: “Los reconocimientos es la gran novela de nuestra generación en la medida en que el Ulises lo fue para la generación del propio Gaddis”. Después leyó las cincuenta y cinco reseñas que se habían escrito sobre ella. Dos de las críticas le parecieron acertadas. El resto, pura bazofia. Para enmendar la ineptitud de aquellos miserables gacetilleros, Jack Green dejó su trabajo de agente de seguros y montó una publicación titulada newspaper (Jack Green lo escribía todo en minúsculas) donde se dedicó a diseccionar las cincuenta y cinco reseñas y comentar todos y cada uno de los errores que había encontrado en el trabajo de los periodistas. Su conclusión, como indica el título de esta recopilación de dichos artículos, es que debían despedirlos a todos. Jack Green es un crítico de críticos. También es un justiciero literario. Y un nombre ficticio. Los críticos a los que machacó este reseñista fantasma sólo supieron defenderse especulando con su identidad. Los más predecibles señalaron al propio Gaddis. Otros a Thomas Pynchon, la identidad que más veces se ha atribuido a más escritores americanos. A estas alturas, Thomas Pynchon podría ser una marca. O una agencia de dobles. Nadie señaló a Thomas Bernhard, a pesar de que Jack Green bien podría ser el protagonista de una de sus obras. De hecho, ¡Despidan a esos desgraciados! pasaría con facilidad por una novela del  austríaco. Por lo visto, la idea más cercana a la verdad es la que dice que su verdadero nombre era Christopher Carlisle Reid, y que fue el hijo de Helen Grace Carlisle, una escritora que cuenta en su bibliografía con fabulosos títulos como Grito de madre, Soy tu mujer o Queríamos ser felices. Un filón para las teorías freudianas. Si Jack Green existiese en nuestros días y fuese español, tendría un blog y firmaría como Juan Malherido. Si eres escritor, no imagino nada mejor que un fan extremista capaz de dejar el trabajo para montar un periódico con una línea editorial basada en la defensa absoluta de tu primera novela. Siendo el escritor y el fan americanos, la historia podría haber acabado como todo ciudadano mínimamente célebre de ese país se merece: un disparo en el corazón de Green a Gaddis en la celebración del National Book Award de ficción (por la novela A Frolic of his Own) al grito de “¡Tómame, soy tuya!”. Para bien o para mal, la única relación que mantuvieron entre ellos fue a través de humildes y mutuas palabras de admiración por correspondencia. ¡Despidan a esos desgraciados! funciona muy bien como “Manual de lo que no hay que hacer cuando se reseña un libro”, menos aún cuando hablamos de un bicharraco de 956 páginas en su edición inglesa (“400.000 palabras”). Hasta el momento han aparecido 29 reseñas del libro publicado por Alpha Decay. Como su autor se encuentra actualmente desaparecido (si no aceptamos que fue Mr. Reid) o muerto, alguien de la editorial me sugirió que hablase con su traductor, Rubén Martín Giráldez, para acabar con cualquier duda absurda que corroyese mi cerebro tras la lectura. VICE: Los críticos de Despidan a estos desgraciados! sólo te han hecho una crítica a ti: la traducción del "bastards" por "desgraciados". El del Diario Montañés dice que Green "en el original en inglés escribió “bastards” y no ‘desgraciados". ¿Crees que deberían morir?
Rubén Martín Giráldez: Soy de la opinión de que todos deberíamos tener la oportunidad de morir. No, la duda que nos planteábamos era si titular el libro ¡Despidan a esos cabrones! O ¡Despidan a esos hijos de perra! (ésta era bonita, no me lo negarás) y si debíamos conservar los signos de exclamación, pero nos decidimos por algo menos duro y malsonante. De las conversaciones con la editora de Alpha Decay, Ana S. Pareja, surgió también el acuerdo de normalizar la apariencia del libro —que está escrito sin signos de puntuación, prácticamente— para no convertirlo en un producto completamente prohibitivo. Entendemos la necesidad del bocajarro, amamos la estética del bocajarro, de la palabra a quemarropa; pero no queríamos reducir más el número de lectores posibles del texto. ¿No crees que hacerse crítico cultural es la mejor forma de conseguir libros, discos, entradas, camisetas, sexo y drogas gratis?
Ni idea, la opción de vida más ambiciosa y bien ejecutada que se me ocurre ahora mismo es la de Xuxa Meneghel (reconozco que he estado a punto de decir Mengele): del porno a la canción infantil. Imagino que, como mínimo, camisetas gratis debe de conseguir a espuertas. Siempre he odiado los reportajes que empiezan con "Estamos aquí el ministro de Justicia y yo desayunando un chocolate con churros en el bar Perico, en una bonita mesa tapizada de verde esmeralda, con ribetes amarillos". A Green le falta el cliché del "Soy crítico y me saco la polla". En las fiestecillas literarias, ¿quién la tiene más grande? ¿Los escritores o los críticos?
No estoy de acuerdo, el libro de Jack Green es todo polla. De hecho, ahí radican sus defectos y su falta de objetividad, que, en mi opinión, son también sus mayores virtudes. Sería muy difícil bastir una crítica después de perseverar en todas las restricciones que impone Green. El panfleto es un enorme vaso de ira, Green es un Maldoror con rayos ortotipográficos en los ojos, pero pocas veces se aplica su propia disciplina: ¿por qué abomina de afirmaciones que él mismo describe como «una serie de golpes sarcásticos por debajo de la cintura»? Comete tantas injusticias como denuncia; su crítica está empañada (y animada, no digo que no) por el ensañamiento. No está mal, es posible que la crítica vivaz deba superar a la crítica desdeñosa, si es que son opuestas. Lo de las fiestas me es muy ajeno, lo siento. ¿No te parece que Pynchon y Salinger deben de estar ya un poco hasta las narices de que les endiñen la identidad de cualquier escritor que quiera permanecer en la sombra? Estoy empezando a pensar que ninguno de los dos existe; son el mayor logro de una agencia de dobles.
Bueno, precisamente, yo conocía el libro de Green después de hacerme con un ejemplar de The Letters of Wanda Tinasky, una serie de cartas al director, críticas y mordaces, que aparecieron en un periódico californiano —el Anderson Valley Advertiser, de la localidad de Mendocino—: la tal Wanda decía ser una desahuciada que vivía bajo un puente. Se atribuyó su autoría a Pynchon durante cierto tiempo, aunque mucho después se descubrió que las escribía el poeta de la generación beat Tom Hawkins. A quien habría que buscar de verdad es al autor de los blurbs firmados por Thomas Pynchon (bueno, algunos son más del tipo «el libro que supuestamente le gustó a Pynchon»), ése sí que no para. ¿Has podido dar con algún número de newspaper? ¿De qué más hablaba Green, además de poner a parir a los reseñistas de Gaddis?
Me puse en contacto con el crítico Steven Moore, que se había ocupado de la edición del texto de Green para Dalkey Archive en 1992; fue muy amable, pero me explicó que ya no conservaba sus ejemplares de aquella especie de fanzine: acababa de donar todo su archivo relativo a Gaddis a una universidad de Texas. Como finalmente no se iba a incluir material gráfico adicional en la edición de Alpha Decay, no he visto aún el aspecto que tenía newspaper. Por lo visto, las copias de Moore se deshacían en las manos. Sé que había crítica de libros, firmas invitadas, algún artículo autobiográfico, de opinión… La verdad es que Jack Green hace mucha gracia porque su fanatismo resulta sangrante y convincente, pero lo que él quería era que Los reconocimientos fuese leída como es debido. ¿Se atreverán los lectores de Green con Gaddis?
Seguro. Gótico carpintero, que acaba de publicar Sexto Piso, es una buena manera de comenzar con Gaddis: es su novela más corta (si no contamos la inacabada Ágape se paga) y tiene una obertura muy divertida. Creo que después saldrá JR y, a continuación Los reconocimientos, que será más o menos irresistible para unos y otros: «En la iglesia, sus feligreses prestaban atención a sus sermones por rigurosa costumbre, y a veces se veían sacudidos por algo incómodamente semejante a un vivo interés».