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Cultură

El triste universo de los cursos para recuperar el carné de conducir

Si te retiran el carné, tendrás la suerte de poder pasar 24 horas con algunos de los mejores elementos de la fauna urbana.

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A lo mejor hay gente normal. A lo mejor hay gente que por las noches no sale, que los fines de semana se queda leyendo en casa o va al cine en pareja. A lo mejor hay gente que sale pero no bebe, o no lleva coche, o al menos no lo lleva de vuelta a casa. A lo mejor hay gente metida en grupos de WhatsApp en los que te dicen dónde hay controles de alcoholemia. A lo mejor hay gente con suerte, que ve los coches de la policía desde lejos y le da tiempo a escabullirse por otra calle. A lo mejor hay gente que cuando el control de alcoholemia resulta inevitable, sale corriendo del coche, lo deja tirado en medio de la autopista y llama rápidamente al 112 para denunciar que se lo han robado. A lo mejor hay gente así, pero no están aquí.

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Lo primero que hay que dejar bien claro es que aunque el curso para recuperar los puntos del carné es bastante genial y fascinante, las razones por las que la mayoría están aquí no lo son. Ponerse hasta arriba de alcohol o porros, en el mejor de los casos, y coger el coche te convierte en una máquina de matar, y que te mates tú, pues bueno, la sociedad no se va a perder al próximo Nobel de medicina tras haber descubierto la cura contra el cáncer, pero poner en peligro la vida de inocentes tiene muy poca gracia.

Dicho esto, la verdad es que el curso para recuperar el carné de conducir es una sinfonía de deliciosas historias orquestadas por el mejor Azcona. Es difícil encontrar escritores o guionistas en España capaces de desarrollar personajes tan geniales como los que llenan el aula de la autoescuela. Lo primero que llama la atención del curso que la DGT te permite hacer para recuperar el carné de conducir es el nombre, Curso de Medidas Reeducadoras. Ese nombre recuerda a la 'Policía de Pensamiento' de la novela 1984 en donde llevaban a la Habitación 101 a los que "pensaban mal" para ser "reeducados", pero aquí el aula donde se da la clase no tiene ese número.

Hay un par que es la segunda vez que lo hacen, parece que mucho no han aprendido.

Son las ocho menos cinco de la mañana de algún estúpido sábado. El curso empezó ayer a las tres de la tarde, pero lo duro viene hoy. En total son veinticuatro horas lectivas repartidas en dos fines de semana y cuesta 400 euros. Como máximo se puede faltar a dos horas en total, bien por que has llegado tarde o por que has tenido que irte antes algún día. Si faltas más de dos horas quedas automáticamente expulsado del curso, sin reembolso alguno. Habría que ser muy idiota para faltar al curso una vez pagado, pensaría cualquiera. Lo pensaría hasta que conoces el horario. Viernes por la tarde y sábados de ocho de la mañana hasta las tres. Ocho de la mañana… Es una provocación, es ir a pillar. La gente apuntada a este curso no suele estar en condiciones de hacer nada serio un sábado a las ocho de la mañana. Es más, nadie debería poder hacer nada un sábado a esas horas, debería estar prohibido. Incluso los cursos de manualidades, cestería y mimbre se esperan para empezar hasta las diez de la mañana. ¿Qué cojones reeducas a nadie haciéndole ser persona un sábado a esas horas de la madrugada? ¿Tratas de convencerle de que es una buena hora para levantarse o hacer cualquier mierda?

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El que puso ese horario iba a pillar. Debía ser un genio. O un cabrón. Dos chavales que empezaron el cursillo ayer, hoy ni aparecen. A lo mejor les sobra el dinero. Cuatrocientos euros cada uno tirados a la basura por cinco horas de reeducación que no les han servido para mucho. Imagino que su intención inicial no era esa, pero ahora mismo deben andar tirados en alguna cuneta del extrarradio con las pupilas del tamaño de Colombia.

El ambiente en el aula es bueno. La gente va llegando y sentándose en las sillas. Se miran cómplices entre ellos. Parece una reunión de jefes mafiosos organizada por Vito Corleone. Se reconocen con una simple mirada, comparten los mismos pecados. No hace falta ser del FBI para saber por qué están aquí la mayoría. Tampoco hace falta ser de la CIA para saber dónde estarían a estas horas si no estuvieran aquí.

En la presentación de ayer parecían echarse carreras por ver quién había dado mayor tasa de alcohol cuando les quitaron el carné. Uno, incluso, lo había conseguido tras tres controles diferentes. Chapó. Hay un par que es la segunda vez que lo hacen, parece que mucho no han aprendido. Pero mi favorito es un señor mayor que lo hace por cuarta vez. Ya se tutea con el profesor y el móvil se le conecta automáticamente al Wifi de la autoescuela. Están apunto de hacerle alumno de honor. Y es que este señor tiene principios, cosa que tanto falta en nuestra sociedad, y por sus santas pelotas no va a tolerar que ningún policía le obligue a ponerse el puto cinturón de seguridad. De hecho, a este curso se presenta orgulloso de haber desactivado e inutilizado todos los cinturones de su coche de manera irreversible, con dos cojones. Entre multas y cursos de recuperación de puntos se ha dejado ya un pastón, pero nadie dijo que mantenerse fiel a unos principios fuera barato.

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Una pregunta evidente es cómo habrá llegado hasta aquí cada uno de los quince alumnos. Esta autoescuela en concreto (hay más de diez en Madrid en las que se puede realizar el curso) se encuentra en un centro comercial de las afueras mal comunicado. Llegar aquí en transporte público los días normales es difícil. Hacerlo un sábado a las ocho de la mañana sin carné, un suplicio. Otra provocación más.

De los quince que están en clase, ocho tienen las llaves del coche encima de la mesa.

Evidentemente, la gente llega como llega. De los quince que están en clase, ocho tienen las llaves del coche encima de la mesa. Alguno entra incluso jugando con el llavero como si nada. Les suda un huevo. El profesor sonríe, es bonachón, campechano, está curado de espanto. Hace la típica broma de cada fin de semana, "imagino que nadie habrá venido conduciendo". Se oye alguna risa tímida, un par guardan rápido el llavero avergonzados, otro se despolla porque ni se había dado cuenta de dónde está. El profesor les mira con media sonrisa perversa intentando recordarles que, ya que son idiotas, al menos aprendan a disimularlo.

A las nueve y pico, consumiendo más de una hora de las dos que tienen de cortesía en total, llega otro alumno. Trae la mirada perdida y la risa tonta. Viene sin dormir y no parece que haga mucho desde que se ha tomado la última copa. Ha tenido el detalle de ducharse, ponerse ropa que no huela a basurero y meterse un par de Red Bulls. Ni siquiera ha venido conduciendo. Debió aprender algo ayer y ha conseguido liar a un colega para que le traiga. El plan es perfecto. Sin embargo, su colega se encuentra ahora mismo a dos kilómetros de la autoescuela detenido en un control de alcoholemia tras dar más de 0.7, delito. Con el coche inmovilizado y su colega medio en coma, el alumno ha tenido que llamar a las ocho de la mañana a su ex novia para que se levante, se persone en el control policial junto con su hermana pequeña, le acerquen al cursillo de reeducación y se lleven a su colega de vuelta a casa tras ser informado de que tendrá un juicio rápido la próxima semana. El chaval que acaba de entrar en el aula aún no puede contenerse la risa y se excusa ante el profesor por llegar tarde, "lo siento, os estaba consiguiendo nuevos clientes". Ninguno necesita conocer la historia completa para entender lo que acaba de ocurrir. En silencio, la clase entera le aplaude. El profesor, impasible, sabe que el mundo nunca deja de girar.

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La parte de la "reeducación" es lo más bestia del curso. Si el nombre evocaba a la novela de Orwell 1984, los videos que pone el profesor recuerdan a otra película futurista y distópica, La Naranja Mecánica. Se suceden imágenes de accidentes, colisiones, atropellos, mutilaciones… Es realmente terrible. Varios de los presentes tienen que apartar la mirada. Por suerte, no han incluido como música la Novena Sinfonía de Beethoven y los alumnos no rememorarán traumatizados las imágenes sangrientas cada vez que escuchen música clásica.

A quien sí echo en falta en el cursillo de medidas reeducadoras es a Curtis S. Oso, el simpático oso de peluche con un policía dentro que ayuda en Los Simpsons a los alumnos a descargar su ira a base de darle palazos. Aquí la mayoría de los alumnos están por haber conducido borrachos, pero una buena somanta de palos a un oso de peluche seguro que les habría venido bien.

Como no podía ser de otra manera, el curso termina con un final de gran nivel. Tras superar las 24 horas lectivas toca hacer el examen que confirme que uno ha sido adecuadamente reeducado. Las preguntas no tienen el más mínimo desperdicio y durante el examen se escuchan constantes carcajadas.

"¿Cómo afecta tomar drogas a la conducción?"

  • Eres más fiable.
  • Te relaja, por lo que la conducción es más segura.
  • Provoca alteraciones en el cuerpo por lo que es más probable sufrir un accidente.

"Uno de los "trucos" para evitar dar positivo en un control de alcoholemia es:"

  • No consumir bebidas alcohólicas antes de conducir.
  • Tocar un instrumento de viento, al incrementar la capacidad pulmonar.
  • Hacer deporte antes de conducir.

Y así durante varias horas de examen. Han sido cuatrocientos euros bien invertidos.

A medida que van terminando los alumnos se levantan y se despiden del profesor, deseándose mutuamente con cariño no tener que volver a verse, aunque ninguno se lo cree. Y es que la idea de quedar esa misma noche con los colegas para contarles todas las anécdotas del curso y celebrar el aprobado en alcohol es un plan demasiado tentador para la mayoría de ellos.