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especial moda 2013

De Nimes

Antes de que llegaran los de cintura baja, los de pierna recta, los de mamá, con reborde, elásticos, con capa de resina o embebidos en loción, solo existían los jeans. El tejido. Es probable que el nombre tenga su origen en gênes, refiriéndose a Genoa...

Un granjero muestra sus fiables blue jeans en Pie Town, Nuevo México, 1940. Foto cortesía de Russell Lee/Biblioteca del Congreso

Antes de que llegaran los de cintura baja, los de pierna recta, los de mamá, con reborde, elásticos, con capa de resina o embebidos en loción, solo existían los jeans. El tejido. Es probable que el nombre tenga su origen en gênes, refiriéndose a Genoa, Italia, donde los marineros vestían unas sargas mezcla de lino, algodón y lana con todo tipo de franjas y colores.

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    En la actualidad los jeans están hechos de un tejido de algodón más resistente por su combinación de hilada vertical con tinte azul oscuro e hilada horizontal de fibra natural, que da como resultado su característica superficie moteada de blanco y fondo pálido. Y aunque el nombre original del denim [tela tejana] deriva de Nîmes, Francia –“de Nîmes”– es bastante probable que el tejido se produjera por primera vez en Inglaterra.

Una vez Estados Unidos se emancipó de la dominación británica, los antiguos colonizadores dejaron de importar denim europeo para producirlo ellos mismos con algodón americano recogido por esclavos en el sur e hilado, teñido y tejido en el norte. La Revolución Industrial se alimentó principalmente del comercio textil, que se apoyaba casi exclusivamente en el esclavismo. Cuando en 1793 se mecanizó el proceso de desmotado del algodón, los precios, que dependían ya del trabajo de esclavos, cayeron en picado. Los bienes baratos generaron demanda, y se creó un círculo vicioso. Entre el período que media entre la invención de la desmotadora y la guerra civil, la población esclava en Estados Unidos pasó de 700.000 a cuatro millones de personas.

   Tras la guerra civil, compañías como Carhartt, Eloesser-Heynemann y OshKosh se dedicaron a fabricar gabanes de algodón para mineros, empleados de ferrocarril y peones de fábricas. Un inmigrante bávaro, de nombre Levi Strauss, instaló en San Francisco una tienda de venta de telas y ropa de trabajo. Jacob David, un emprendedor sastre de Reno, compró a Strauss una partida de denim para fabricar pantalones de trabajo, a los que añadió remaches para evitar que las costuras reventaran. Davis le envió a Strauss dos muestras de sus pantalones con remaches, y patentaron juntos la innovación. Poco después, Davis se unió a Strauss en San Francisco para supervisar la producción de una nueva fábrica. En 1890, Strauss asignó el número de identificación 501 a sus “cubretodos hasta la cintura” de denim con remaches. Había nacido la que se convertiría en la prenda de vestir más vendida de la historia de la humanidad, los jeans Levi’s 501.

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   En un principio, los jeans eran ropa de trabajo para la clase proletaria de la zona oeste del país; sin embargo, y como era inevitable, los pudientes habitantes de la zona este decidieron aventurarse a probar aquella ruda, duradera muestra de autenticidad cowboy. En 1928, una redactora de Vogue que había estado en el rancho de un tipo de Wyoming volvió a la costa Este con una fotografía en la que aparecía ella “ataviado de forma imposible coon unos jeans… y una sonrisa como no se ven en la isla de Manhattan”. En junio de 1935, la revista publicó un artículo titulado “Vistiendo como un hombre”, posiblemente uno de los primeros artículos de moda en instruir a las lectoras en el arte de ajar los vaqueros a propósito: “Lo que ella hace es ir a toda prisa a la tienda del rancho y pedir unos blue jeans, que en secreto deja por la noche sumergidos en una tina de agua; los vaqueros valen más cuanto más se lavan, sobre todo llegados al puntod e que no puedn encoger más. Otra innovación –una reciente, por lo que yo sé– también se lleva a cabo en plena noche, y sin duda a puerta cerrada: un desgarrón intencionado aquí y allá en la parte trasera de los jeans”.

   Por aquel entonces los jeans eran un recuerdo nostálgico de una frontera Oeste cada vez más lejana en el tiempo. En la década de los 30 el búfalo era una especie prácticamente extinta, la gran mayoría de nativos americanos vivía en reservas y los granjeros habían dividido y vallado la que una vez fuera una tierra vasta y abierta. Los Levi’s no estaban disponibles al este del Mississippi, convirtiéndose así en la quintaesencia de la marca “California”. Para el resto del país, poco importaba si los auténticos vaqueros vestían jeans cuando estrellas del cine como John Wayne, Will Rogers, Gene Autry y William S. Hart sí.

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Trabajadores de la plantación Alexander, en Arkansas, recogiendo algodón en 1935. Foto cortesía de Ben Shahn/Biblioteca del Congreso

   En el Sur, con las aparcerías en proceso de desaparición, los jeans tenían una serie de connotaciones distintas. En 1941, la revista Life publicaba a doble página un artículo titulado “Doris Lee ofrece el negro sureño”; en él aparecía una serie de bocetos de la artista Maira Kalmanesque de mujeres afroamericanas vistiendo tops halter con medio abdomen al descubierto, turbantes y coloridas faldas, yuxtapuestas a una serie de fotografías de mujeres blancas vistiendo similares atuendos. El texto decía: “[La artista] informa de que los negros del sur del país, más primitivo que ningún otro, tienen talento para el color y la proporción y una gran inventiva e ingenuidad, en especial adaptando ropa usada”. Un par de imágenes mostraban “sobretodos descoloridos… adaptados para convertirlos en jeans al estilo de un pescador de almejas”. El artículo venía a sugerir que, al igual que el blues, los distintos estilos de blue-jean americano habían sido adaptados –o robados– de la comunidad afroamericana. No es extraño que los jeans tardaran décadas en arraigar entre la moda negra. Los negros sureños no tenían necesidad de una pieza de vestir que retrotraía a una brutal historia de violencia, opresión y explotación.

   Durante la 2ª Guerra Mundial, soldados americanos destinados en ultramar vestían jeans cuando estaban fuera de servicio, exportando así un atractivo que a ojos de mucha gente era sinónimo de democracia occidental. A partir de ahí, el encanto de los pantalones tejanos siguió aumentando a nivel internacional. Las autoridades alemanas, por ejemplo, hicieron notar el alto número de “pantalones de cowboy” vistos en una revuelta de trabajadores en 1953. En los EE.UU de posguerra, los jeans representaban una forma parecida de rebelión. Las marcas, sin embargo, no estaban listas para asociar sus productos con delincuentes opuestos a la autoridad, como el Marlon Brando ataviado con unos 501 de la película ¡Salvaje! Bien al contrario, veían este desplazamiento semiótico como un perturbador alejamiento de los cowboys de poster de las películas del pasado. ¡Salvaje! estaba, después de todo, basada en una auténtica trifulca entre motoras en California. Los periódicos se aseguraban de mencionar si un delincuente capturado vestía blue jeans, y los escuelas superiores los prohibieron. En vez de aprovechar la imagen de “chico malo” y explotar lo que podría haber sido una campaña de márketing de fácil ejecución, los fabricantes de denim intentaron un lavado de cara con eslóganes como “Jeans limpios para adolescentes” y “Jeans: directo a la escuela”. Incluso llegaron a formar una asociación, la Denim Council, con objeto de organizar inocuos, saneados concursos de belleza con elección de “reinas del blue jean”, y vestir a los voluntarios del primer Cuerpo de Paz de JFK. No sirvió de nada.

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   A finales de los 60, actores como Steve McQueen, Paul Newman y Dennis Hopper incendiaban las pantallas en películas como La leyenda del indomable y Easy Rider a medida que la contracultura era asimilada por el mainstream y los adolescentes se convertían en un mercado con un nada desdeñable poder adquisitivo. “Que el consumismo de masas, con la estandarización que implica, puede de alguna manera conciliarse con el individualismo a ultranza, ha sido uno de los trucos más ingeniosos que jamás haya inventado la civilización occidental”, escribía en 2011 el historiador Niall Ferguson en su obra Civilization: The West and the Rest.

   La observación de Ferguson era algo que podía apreciarse a escala internacional como un enigma sociológico de la Guerra Fría: los jeans, creados como prenda económica y socorrida para uso de la clase proletaria, se convertían en la Unión Soviética en el paradójico símbolo definitivo de la cultura de consumo. “Puede que el mayor misterio de la Guerra Fría fuese por qué el Paraíso de los Trabajadores era incapaz de producir un par de jeans decentes”.

Cuando los moteros y beatniks adoptaron los jeans, las compañías de denim intentaron blanquear su imagen con jóvenes pulcros luciendo blue jeans. Foto cortesía de Levi Strauss & Co.

   Life observó los resultados de esto en 1972. “Se puede perdonar a los rusos con sensibilidad hacia la moda por ver los blue jeans como una conspiración capitalista internacional”, informaba la revista. Un par de Levi’s de contrabando podían llegar a los 90 dólares en el mercado negro, y viajeros norteamericanos se financiaban sus vacaciones en europa vendiendo pares extra. Funcionarios soviéticos llegaron a acuñar el término “crímenes jeans” para describir “violaciones de la ley motivadas por el deseo de recurrir a cualquier medio para obtener artículos fabricados en denim”.

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   En los años 70, los jeans entraron en el territorio de la alta costura. Y la unión tenía que ser perfecta. Diseñadores americanos como Ralph Lauren, Oscar de la Renta, Geoffrey Beene y Calvin Klein transformaron los jeans en un objeto de lujo y sacaron provecho económico de sus características. Klein, en particular, apreció el potencial sexual de un culo ceñido por un par de jeans aún más ceñidos. Su primer diseño en denim fue un fracaso comercial en 1976, así que decidió ajustar la forma: subió la entrepierna para enfatizar el paquete y elevó la costura de la parte trasera para acentuar las nalgas. Tres años más tarde, Klein se había hecho con un 20 por ciento del mercado de los jeans de diseño.

   Una campaña publicitaria de Klein en prensa y televisión presentaba en 1980 a Brooke Shields, entonces con 15 años; decía: “¿Quieres saber lo que hay entre mis Calvins y yo?” En poco tiempo, Klein convirtió 25 millones de dólares en 180. Esto era antes de que el denim elástico inundara el mercado; estos jeans no eran inusualmente estrechos y de alta cintura, también eran gruesos y despiadados: tan rígidos y estrechos que las mujeres tenían que tumbarse sobre su espalda y usar unas tenazas para subirse la cremallera. Tan distractores y quizá dolorosos como siempre tuvo que ser llevarlos, aquella fue la confirmación definitiva de que los jeans podían ser algo más que una simple prenda de vestir.

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   Si como prenda sexy definió los 70 e inicios de los 80, la siguiente fase en la cultura del denim iba a ser el acabado, realizado con una variedad de elementos como piedras, lejía y baños ácidos, tijeras e imperdibles. Puede que la imagen tuviera su raíz en la calle, pero deiseñadores como Dolce & Gabanna y Vivienne Westwood no tardaron en enviar prendas tejanas de inspiración punk a las pasarelas. En 1988, la nueva editora jefe de Vogue, Anna Wintour, puso en portada a una modelo con unos jeans Guess lavados a la piedra.

   A mediados de los 90, el trasero que marcaba el denim era propiedad de la alta costura. Tom Ford ponía bordados, cuentas y plumas a los jeans de Gucci. Rasgados y ligeramente sobredimensaionados, colgaban de las caderas de las modelos y su precio excedía los tres mil dólares. “El primer envío se había vendido anticipadamente antes incluso de que llegara a las tiendas”, informó el New York Times. “Winona Ryder, Mariah Carey y Helen Hunt pidieron la falda; Gymenth Paltrow y Cate Blanchett, los jeans. Las cantantes Lil’ Kim, Janet Jackson y Madonna, ambos”.

   A pesar de todos sus potenciales traspiés, Diesel fue la primera marca que tuvo éxito llevando el denim de diseño italiano, envejecido artificialmente, a los consumidores suburbanos. La marca abrió el camino a las perneras acampanadas y a los whiskers (esos dobleces desvaídos a la altura de la bragueta), con precios rondando los mil dólares. Seven for All Mankind, Habitual, Citizens of Humanity, Paper Denim & Cloth, True Religion, Chip & Pepper, Earl, Yanük, Frankie B. y muchas otras siguieron sus pasos entretejiendo hilo dado de sí para permitir pantalones caídos y cinturas bajas exponiendo la ropa interior.

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Puede que Calvin Klein sexualizara la publicidad de los jeans con Brooke Shields a principios de los 80, pero Gucci no le iba a la zaga. Foto cortesía de Advertising Archives

   Y ahora, en medio de la Gran Recesión, hemos dado una vuelta completa con la reciente demanda nostálgica de jeans “tradicionales” que recuerdan el mísero industrialismo de la Gran Depresión: camisas de trabajo y sobretodos desvaídos en tonos azulejo, rústicos y utilitarios petos en color crudo. Como sus precursores de las décadas 20 y 30, estos jeans parecen imbuidos de una triste nostalgia por un país que ya no existe (aunque puede que esta vez tengan un mejor acabado). Hemos entrado en la era “Dorothea Lange” de la moda, vestidos con cárdigans de lana moteada, formidables camisas a cuadros y recias botas de trabajo: la era de la Depresión de la cabeza a los pies.

   Esta imagen aparece catalogada en revistas como Free & Easy, de Japón, el país del que procede gran parte del mencionado denim tradicional. En los años 70 y 80, los eficientes fábricas estadounidenses producían en cantidades grandes y económicas. Los japoneses fueron en dirección contraria, trabajando con diseñadores de primera fila, utilizando telares a la antigua y fibras menos consistentes. Los tejidos resultantes presentan la clase de moteado blanco que los esnobs del denim tienen como fetiche. Se desgastan con mucho más carácter que los jeans demasiado lavados de décadas recientes. Una nueva raza de bloggers está documentando de manera obsesiva la desintegración de sus jeans, catalogando de forma minuciosa marcas, edades, lavados y veces que se han vestido. Se trata de un fenómeno parecido a la reciente tendencia de los cócteles envejecidos en barril que puede observarse en cualquiera de los tugurios artesanales desperdigados en todo el país.

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   La gran mayoría de norteamericanos no pueden permitirse unos jeans de ensueño hechos a medida con algodón hilado en anillos y capa de resina, por miuy seductores y especiales que sean. Casi todo el mundo compra sus jeans en sitios como Walmart, donde dos pares de la marca de la casa, Faded Glory, cuestan alrededor de 22 dólares. Ajustando la inflación, es el mismo precio que la redactora de Vogue pagó por unos jeans en 1928. Por supuesto, estos jeans baratos traen consigo el coste oculto del empleo estadounidense. Según un informe de Cotton Incorporated, sólo un 1% de los jeans disponibles en Estados Unidos han sido fabricados en el país. La mayoría de las fábricas de denim en suelo de EE.UU habían cerrado en 2009, tras haberse ido delegando su fabricación a plantas de China, México y Bangladés.

   Puede que un país de ciudadanos desempleados con unos jeggings de 11 dólares sea nuestro distópico futuro. Glenn beck, de entre todas las personas posibles, afrontó la cuestión el año pasado lanzando su propia línea de jeans americanos (por 129’99 dólares) con una ultranacionalista campaña publicitaria tras haberse molestado por unos anuncios de Levi’s que glorificaban “las revoluciones y el progresismo”. Beck no es, en absoluto, el primer cliente de Levi’s en mezclar sus propios valores con su marca de tejanos, pero no importa la nostalgia con la que agarremos nuestro denim, porque ya no está con nosotros.

   El mercano norteamericano de los blue jeans ha sido abandonado; el futuro del denim está en Latinoamérica y Asia. Dicho esto, existe una pequeña y saneada cadena de producción de denim de diseñador viva en Los Angeles, y uno de los primeros proveedores de Levi’s, Cone Denim, sigue fabricando tejido en Carolina del Norte, donde productores a pequeña escala como Raleigh Denim facturan sus productos. Quizá una de estas operaciones llegue en el futuro a crecer en escala y haga los productos “Made in America” accesibles de nuevo a las masas. O es posible que los blue jeans vivan simplemente como la mayor contribución estadounidense al armario ropero global. Hasta que esto suceda, siguen aquí. Desvaídos, con franjas y tela elástica, pero aquí.

El par de Levi’s 501 más antiguo del que se tiene constancia, de alrededor de 1890, se encontraron en una mina en el desierto de Mojave.
La siguiente cronología muestra las transformaciones de los 501, de finales del siglo XVIII a 1978.
Aunque no parezca que hayan cambiado mucho, a lo largo de los años se han realizado un buen número de alteraciones al más icónico corte de Levi’s, incluyendo variaciones en la longitud de la pernera y el ancho de la cintura.
Foto cortesía de Levi Strauss & Co.

Más jeans y otras cosas en el Especial de Moda de 2013:

Los desastres de Bangladés

Chop, drop and roll

Tejanos a diario