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Cultură

¡DETENTE, CASCANTE! #5 - Trampantojo

Adaptación de la figura del Vagabundo Madrileño al entorno 3.0 y sus consecuencias.

El parque limita con interminables filas de adosados al este, al sur y al oeste. Al norte, de cara a su entrada principal y al cartel con su nombre, va a dar a una avenida -por la que no pasa ni un coche- de la cual está protegido por un enrejado herrumbriento y una serie de Castaños de Indias muy mal cuidados que hacen las veces de pantalla y contrafuerte a fin de resistir las miradas de los de afuera y el efecto de la Peligrosa Realidad sobre las personas, sus costumbres y sus cosas. Por los caminos del interior del parque niños rumanos de mostachos como espejismos fuman en silencio, vigilantes, y señoras gordas con sandalias empujan carritos de bebé con desgana. Está nublado pero hace un calor de importancia, un bochorno como un enjambre de abejas. Las fuentes no dan agua porque -según cuenta una vieja con una cicatriz en un moflete- hace años ya que nadie se encarga del mantenimiento del lugar; se han recogido firmas pero a nadie le importa. Además, varios de los chalés que hay pegados al perímetro -al este, al sur, al oeste- tienen construidas unas puertas súper ilegales que obsequian a sus habitantes con acceso libre al parque de día y de noche sin que nadie haga un algo por impedírselo. "Y luego te vienen con que si la crisis", dice la vieja, "pobres niños ricos jugando con sus juguetes…" Una urraca del tamaño de una rueda de camión pasa por debajo de sus piernas dando saltitos. Dentro del recinto hay un sólo vagabundo sentado en el mismo banco de madera todos los días de todos los meses de todos los años. Se llama Francesco y es de Moratalaz. Las facciones corvadas de Francesco soportan como pueden su peinado de liante y unos tatuajes muy bien hechos en sus manos cuelan por lo bajo un pasado más allá de los límites del parque. "El amor, como el sol, baña la tierra", dice Francesco. "Es broma", dice, "el amor es lo peor, yo creo que ni existe, va en serio; oye, tú, este calor no es ni medio normal, ¿no?" Francesco lleva seis capas de ropa; su hermana vive en uno de los chalés que dan al parque y por las noches le abre la puerta para que duerma en una cama de hierro en el sótano como si fuera un cadáver escondido, pero le tiene prohibido dejar sus cosas ahí dentro. En el sótano, palabra de Francesco, hay una colección de botellas de Aquarius vacías propiedad de su cuñado, más de cien todas la misma. Una flor de yeso adorna el portón de la casa de la hermana de Francesco. "A veces miro esta flor y tengo ganas de gritar, pero para qué", dice Francesco, "a estas alturas me conformo con interpretar para estos mentecatos la figura del grillo del hogar burgués, tipo Dickens, un agente externo con algún valor moral, espero y deseo". Alrededor de un treinta por ciento de la superficie del parque se corresponde con una zona de recreo en desuso antaño conocida como "Planeta Welby". Hay unos columpios, un ambicioso minigolf, una laguna vacía con una pasarela que la cruza que si te caes de la pasarela te quedas paralítico del golpe contra el suelo, un carrusel del todo en coma y una superficie para lo de los coches de choque. "Por donde los columpios está la típica movida esa con pasadizos y toboganes para los críos", dice Francesco, "se llama La Casa de los Secretos y en invierno cuando mi hermana se va a pasar las navidades a Burdeos, a la casa de la familia de su marido, que es francés, yo duermo ahí dentro, en La Casa de los Secretos y entonces, en invierno, siento que el secreto soy yo". Un mirlo se posa en su hombro y se pone a picotearle una oreja. "En verano cuando se van a Villaviciosa duermo detrás de las adelfas esas de ahí, justo al lao del pipicán, que está siempre limpísimo", dice Francesco. "Estoy convencido de que la personalidad supera en valor a todos los atributos accesorios: yo no tengo una hipoteca, ni gente que dependa de mí, ni un trabajo, ni un coche. Tengo la suerte de ser más libre que la mayoría. En mis malas épocas en la ciudad he tenido que hacer alguna paja con la boca, Pesca de Perlas que lo llaman algunos, lo reconozco, pero eso es una tontería y no le hace ningún mal a nadie. La libertad es un lujo con el que casi nadie se atreve a soñar. ¿Qué importa una paja más con la boca? El vagabundo es el nuevo aristócrata", dice Francesco mientras saca un pack de 2 Bucaneros de Bimbo con un loro con parche dibujado en el envoltorio. "Estupendo bollito", dice Francesco, "te lo recomiendo".

El pobre Planeta Welby está lleno de basura y tiene los váteres destrozados, los estanques de alrededor del minigolf ya no tienen agua y son pequeños agujeros-trampa llenos de cristales y pintadas con rastros de nenúfares resecos en su fondo asfaltado. "Está todo hecho una pena", dice Francesco, "es la clase de escenario que favorece a una cierta relajación de las formas, a veces voy a echar un pis y cuando acabo se me olvida guardármela, no es coña, hay gente que se ha quejao, pero es que con tanto escombro y tanta dejadez no te das ni cuenta, pero claro, yo les entiendo: no es lo mismo ver a un vagabundo sin más que ver a un vagabundo a picha sacada". Francesco, en su juventud, estuvo metido en la escena del skate. "Aquí donde me ves, yo me he grindao medio Madrid", dice. Dos ardillas discuten erguidas sobre dos patas encima de las rodillas del Hombre Pobre. "De joven me lo pasé pirata", dice Francesco, "tuve días y noches de pimplar julepe de menta, sidra El Gaitero, coscorrones de tequila, whiskies a tutiplén, ginebra con lima, mucho de todo palcentro padentro estilo chico de provincias aborigen total confundido por las luces de la industrialización, ¿entiendes cómo te digo?" Los niños rumanos, subidos a los caballitos del carrusel más lento del mundo, miran fijo hacia nosotros; uno viste una camiseta de la Selección Española de Fútbol con el nombre "Pintxo" estampado en la espalda. Hasta finales de dos mil diez, Francesco editaba un fanzine anual acerca de todo lo que es el mundo de la Cultura Urbana. "Lo hacía con mi novia Adela y con unos amigos", dice, "la gente siempre estaba esperando el siguiente número, preguntándonos que cuándo salía". Tuvo que dejar de participar en el fanzine cuando cortó con su novia. "Un día, mirando dentro del blanco de sus ojos, me di cuenta de la distancia que nos separaba", dice, "fue muy fuerte". Francesco perdió el contacto con su novia y sus amigos al negarse a instalar el whatsapp en su teléfono móvil. "Llevo viviendo en la calle desde que la gente empezó a usar el whatsapp", dice. "Internet y el móvil acabaron conmigo", dice, "tengo treinta y ocho años y parece que tengo setenta". Su gesto de clochard de Nueva Ola no miente: el último avance de Las Tecnologías dejó al bisoño Francesco en fuera de juego. "No hago ni un año de sin-techo pero habrás visto que ya voy por la vida con un discurso estructurado al respecto", dice, "esto es importante". Ahora tiene Twitter, Facebook, Tumblr y cuenta en Instagram, y nadie sospecha de su condición. "Es por los filtros", dice, "los filtros hacen que tus fotos parezcan otra cosa… uf, se me pone la piel de gallina, mira". Con la mirada puesta en sus bambas reconoce que sigue pensando en Adela de cuando en cuando, que sólo quiere que se haga un Instagram y que le añada de amigo. "Quiero que vea que me va bien", dice. "Uno espera que sus recuerdos se vayan adaptando a lo que le convenga", dice, "pero al final van un poco a su bola, ¿entiendes cómo te digo?" Francesco ejecuta una comparación rápida entre los recuerdos de la mente humana y las páginas web con enlaces rotos y vídeos del Youtube que no tiran, pone en un mismo plano las páginas viejas de Geocities y la demencia senil de un pariente suyo que ya se murió. "Que no te engañe el Hombre Blanco", dice. "Los que piensas que son tus amigos pueden acabar siendo un Sindicato de Salamandras en toda regla", dice, "no te fíes ni un pelo". Le digo que estamos en el mismo rollo cien por cien y chocamos puño contra puño. El viento mece las hojas del sauce llorón que tenemos a nuestra izquierda recolocando estas hojas a su vez el flequillo de Francesco de igual forma que un padre haría con el flequillo de su hijo en la puerta de un colegio de pago. "Lo único que importa es mantenerse dentro de un código", dice Francesco. "Y llorar lo justo".

Al poco rato, esquivando litronas rotas por el minigolf junto a los estanques muertos del Planeta Welby, veo a Francesco correr detrás de un niño rumano de noventa centímetros que le ha robado el pack de 2 Bucaneros aún sin abrir. No me ha dado tiempo ni a despedirme. En plena carrera se le caen el iphone, la Nintendo DS y una libretita. Recojo los gadgets del suelo apartando a los demás niños salvajes con un palo largo. El fondo del iphone es una foto de una chica que no sé quién es, la Nintendo DS viene con el Bomberman metido y en la libretita, que se ha abierto por la mitad al caer, hay unos dibujos que ha hecho Francesco -vienen firmados-, a lápiz, de distintos rostros y detalles que, imagino, ha contemplado atento en el parque a lo largo de los últimos meses: una señora lanzando a un bebé por los aires los dos chillando, un árbol con cara triste, una mano saliendo de una tumba con una lata de Kas Limón agarrada con fuerza, un rosal en llamas, dos hombres con barba compartiendo un helado, un halcón peregrino, un pianista calvo, tres iglesias, el desierto de Monegros, el logo de Adidas, la madre del cordero.