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Dita Pepe dispara y cambia de familia

La fotógrafa checa Dita Pepe se ha tomado en serio eso de 'dime con quién andas y te diré quién eres" en esta serie de instantáneas en las que imagina su vida con infinitos maridos y mujeres .

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Si Zola hubiese nacido rubia se llamaría Dita Pepe. De haber visto la luz en un pueblucho industrial al borde de la frontera checa, el escritor de Les Rougon Macquart bien podría ser una guapa fotógrafa. Me explico. El naturalismo que puso de moda el escritor decimonónico –el mítico "el ser humano está condicionado por su entorno"– no iba a renacer en pleno siglo XXI en forma de novelón francés de trescientas mil páginas. No. Tenía que resurgir de manera obvia. Para lerdos. Bien clarito. En forma de fotos. Para que lo entendiésemos bien.

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Y así ha sido. Dita Pepe lleva 15 años imaginando cómo sería su vida si hubiese nacido en otro país, en otro momento, rodeada de otra gente. Y haciéndose fotografías con ellos. Retratos. Como de un álbum familiar inagotable y algo perverso. Hola, soy Dita Pepe y ésta sería mi vida si me hubiese casado con un magnate ruso. Con un submarinista sueco. Con una hindú lesbiana. Con un bailarín vestido de leopardo. Con un camionero. Con una dominatrix. Con un horticultor suizo. Con… ¿el hermano gordo de Batman?

Mitad proyecto artístico, mitad experimento sociológico, las inquietudes existenciales de Dita Pepe se materializaron en el disparo de una cámara. Lo que en 1999 comenzó siendo un álbum de colegas y familiares –una prima, un vecino, el amigo de un amigo…–, con los años acabó extendiéndose a un amplio grupo de desconocidos de todas partes del planeta. Nacida en Ostrava, una ciudad checa de minas y chimeneas larguiruchas, Dita Pepe se trasladó a Berlín con 18 años, aunque volvió a la República Checa para estudiar fotografía. Fue entonces cuando empezó a fotografiarse dentro de las infinitas posibilidades de lo que podría haber sido su vida.

Ayudada por su marido y asistente –protagonista junto a sus dos hijas de algunas de las fotos–, Dita se adentra en las vidas de los fotografiados antes de colocar la máquina de fotos enfrente. Maquillaje, vestuario, decorado y gestos son las herramientas de la artista para integrarse en sus vidas, metamorfoseándose en una más de la familia. Con una cámara de medio formato que coloca, ajusta manualmente y sólo abandona en manos del marido segundos antes del disparo, Dita fotografía a sus álter ego vitales sin manipular nunca el resultado final. Lo que cuenta es el momento capturado.

La comparación con Cindy Sherman es tentadora e imprecisa. Las fotografías de la camaleona Dita Pepe, momentos coloridos y alegres en los que los fotografiados miran siempre a cámara, son instantáneas de un tratado filosófico sobre nuestra identidad y cómo ésta se construye en buena parte por la influencia de los que nos rodean.

¿Cómo sería Dita Pepe si hubiese nacido en una ciudad pija de Suecia o en el rincón menos favorecido de India? ¿Cómo habría cambiado su vida si se hubiese casado con un camionero, con una dominatrix, con un ruso al que le sale la pasta por las orejas? El resultado es superficial pero salta a la vista. Es difícil saber si después de todos esos disparos, rodeada de esas otras familias, Dita Pepe seguiría cuestionándose qué nos convierte en lo que somos. Quizás, de haber nacido en el XIX, le hubiese costado más hacerse con una cámara. Pero, quién sabe, puede que a la fotógrafa le hubiese dado por escribir novela.

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