FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Mi peor experiencia con las drogas

Pedimos a siete personas que nos contaran sus peores experiencias con la droga. No intentéis hacer en casa nada de lo que leáis aquí.

No nos engañemos: te lo puedes pasar muy bien tomando droga. Pero bueno, también debo decir, para que conste en acta, que las drogas son muy malas. Nos convierten en zombis desalmados y acelerados. A veces hasta pueden costarnos nuestra relación, hacernos quedar como unos idiotas o hacer que nos metamos en un agujero lleno de mierda de vaca. Pedimos a siete personas que nos contaran sus peores experiencias con la droga. No intentéis hacer en casa nada de lo que leáis aquí, niños.

Publicidad

Crecí en un pueblecito del sur de Alemania. Cuando queríamos salir de fiesta, teníamos que coger el coche y conducir durante más de una hora para llegar a Stuttgart. Ese era nuestro plan para el fin de semana un verano de hace cuatro años. Uno de los chicos volvió al coche después de haber hecho una visita al camello.

Pese al mal viaje que tuve, no pude resistirme a probar la droga nuevamente

"Tíos, tengo unas pastillas nuevas", nos dijo, muy emocionado. Ni siquiera el camello sabía muy bien lo que le había vendido, pero se suponía que se parecían al éxtasis y eran baratas. Cuando llegamos a Stuttgart, fuimos a la estación de tren para reunimos con unos amigos que tenían pastillas normales. Nos las tomamos y nos fuimos a bailar. Nos metimos muchas rayas de speed y bebimos mucho. A eso de las cinco de la mañana, se me ocurrió que podríamos tomarnos las otras pastillas, pero no pasó nada. Nos cabreamos porque pensábamos que nos habían timado y nos fuimos a casa.

Cuando llegué a casa me fui directo al baño. El suelo del lavabo de aquel piso era un asco y estaba lleno de polvo y suciedad. Mientras estaba sentado en la taza del váter, mirando los azulejos amarillos de la pared, empecé a preguntarme de dónde salían todas aquellas hormigas. En cuestión de un momento, de repente todo parecía extrañísimo. Me tumbé en la cama, confundido, pero no era capaz de conciliar el sueño, así que me levanté y empecé a dar vueltas por casa. Llamé a los amigos con los que había estado de fiesta y les solté el rollo. Al cabo del rato, me derrumbé y empecé a llorar y a sufrir un ataque de pánico por no poder pensar con claridad. Estuve así varias horas y, como no mejoraba, me rendí e intenté aceptar mi miseria. No podía durarme eternamente.

Publicidad

Volví a la cama y me puse un documental en el portátil, pero solo veía piernas de señoras mayores por todas partes, incluso con los ojos cerrados.

Finalmente, los efectos remitieron a eso de las 2 de la madrugada, pero pasé varias semanas fatal. Me sentía deprimido y exhausto y no me apetecía salir de la cama. Llamé al camello para saber qué nos había vendido y resultó que habíamos tomado 2C-P, una droga similar a la LSD en cuanto a efectos e intensidad. Pese al mal viaje que tuve, no pude resistirme a probar la droga nuevamente, aunque esta vez en un entorno más seguro y con gente de confianza. Esa ocasión fue increíble.

Ahora voy con mucho cuidado con el tema de las drogas y siempre me aseguro de saber lo que me estoy metiendo y qué me puede pasar.

Cuando tenía 19 años, mi mejor amigo, Alex, y yo teníamos un "hobby" que consistía en pillar un pedal impresionante a base de licor de melocotón las dos noches del fin de semana. Una vez decidimos ir a un pueblo de unos 1.000 habitantes porque una amiga nos había dicho que celebraban un festival en el campo de fútbol, que habría una banda que tocaría versiones y alcohol. El plan era ir, emborracharse, rajar de la gente del pueblo y portarnos mal, básicamente.

Antes de ir, Alex y yo nos compramos dos botellas de vodka y dos de zumo de naranja en el súper y luego las mezclamos en botellas grandes de agua Evian. Armados con nuestros megacubatas, fuimos al festival, nos sentamos en un banco con nuestra amiga y sus colegas y estuvimos bebiendo y molestando un poco. Hacíamos ruido y nos metíamos con la gente.

Publicidad

Recorrí los 50 kilómetros que me separaban de casa conduciendo todavía borracho y lleno de mierda de vaca

Luego llegó la banda que hacía versiones, justo a tiempo para echar pestes de ella. Justo en el momento en que iban a interpretar el siguiente tema, me harté, me subí al escenario y me puse al lado del cantante, que, que me miró extrañado. "¡Sois todos unos mierdas!", grité al micrófono. "¿Queréis saber por qué? ¡Pues por estar celebrando esta mierda!". A esas alturas los de seguridad ya estaban en el escenario. Me agarraron, me sacaron a rastras de allí y me hicieron saber muy claramente que no era bienvenido. Ni siquiera me dieron tiempo a reunirme con mis amigos.

No tenía ni idea de qué hacer, así que intenté pasar el rato durmiendo en el coche. Como no podía pegar ojo, decidí dar una vuelta para ver si se me pasaba el pedal y podía conducir de vuelta a casa. Empecé a caminar por un campo, en plena noche, cuando de repente resbalé y caí en una zanja llena de abono líquido. Me puse de mierda hasta el pecho y me costó mucho salir de allí. En ese momento me di cuenta de que me había perdido. Veía las luces del pueblo a lo lejos, pero no sabía qué eran.

Quizá estuve dando vueltas cuatro o cinco horas hasta que encontré el coche. Tenía los pies llenos de ampollas, había perdido el móvil al caerme en la zanja y me estaba congelando de frío. Volví a intentar dormir un poco para despejarme, pero no hubo manera, así que recorrí los 50 kilómetros que me separaban de casa conduciendo todavía borracho y lleno de mierda de vaca.

Publicidad

A los 13 años estaba en una pandilla compuesta básicamente por mi mejor amiga, yo y unos cuantos chicos mayores que nosotras, de los que tenían moto, fumaban y luego tenían coches y drogas. Lo mejor de todo es que no les importaba compartirlas con nosotras.

En aquella época estaba muy delgada, me hacía falta muy poco para emborracharme o colocarme. Pero yo siempre quería llevar el ritmo de los chicos y no parecer una niñata, lo que me llevó a acabar fatal más de una vez, no solo fumando maría sino bebiendo y más tarde incluso con drogas duras.

Me agazapé en un rincón y me tapé la cabeza con la chaqueta, deseando que aquella pesadilla acabara pronto

Una noche habíamos quedado para ir a una fiesta y nos encontramos antes. Alguien había traído una pipa que había comprado en una tienda de productos de cannabis y que tenía un recipiente en el que podías fumar maría pura. También nos presentó su última adquisición en Holanda: una hierba muy especial que tenía más THC de lo normal. Vale, pensé, voy a demostrar a los chicos el aguante que tengo. Metí un cogollo enorme en el recipiente y me lo fumé de golpe. Mi objetivo era aguantar el humo dentro todo el tiempo posible. Cuando exhalé, salió una nube de humo blanca y espesa. En cuanto vacié los pulmones ya estaba tan mareada que me caí de espaldas del muro en el que estaba sentada.

Debí de golpearme la cabeza, porque al día siguiente tenía un chichón enorme, pero en ese momento ni me di cuenta. Me quedé ahí tumbada, en el suelo frío y húmedo, sin poder moverme. Tardé un segundo en volver en mí y cuando lo hice pude sentir el THC recorrer todo mi cuerpo. Notaba una horrible presión en el cuello y tenía las mejillas heladas e insensibles.

Publicidad

Sufría hipersensibilidad por todo el cuerpo. Sentía las plantas de los pies contra los zapatos, la espalda, las piernas… Incluso el contacto de los párpados con el ojo era doloroso.

Los pensamientos se agolpaban en mi cabeza con gran estruendo. Era como si alguien hablara desde dentro. Asustada, cogí mi bolso y me fui, aunque no tenía ni idea de adónde quería ir. Llamé a mi novio. Él vendría a salvarme. Sin embargo, no pude soportar su voz al otro lado de la línea. Su voz me sonaba extraña y me asusté todavía más. Dejé de contestar a sus preguntas a media conversación y me sumí profundamente en mis pensamientos. Finalmente aparecí en la fiesta a la que habíamos planeado ir.

Me agazapé en un rincón y me tapé la cabeza con la chaqueta, deseando que aquella pesadilla acabara pronto. Tenía que ir a hacer pis pero no me atrevía porque no confiaba en la realidad que veía y temía acabar haciéndolo en un sofá pensando que era la taza del váter.

Después de lo que se me antojó una eternidad, todo empezó a volver a la normalidad. La inquietud desapareció y por fin dejé de comportarme como una loca, tomar algo y, lo más importante, orinar. Ahora, siempre que fumo maría, me acuerdo de aquella noche y siempre meo antes, por si acaso.

El año pasado fuimos a un festival un grupo de amigos. Además de alcohol,teníamos MDMA de bastante mala calidad, pero pensamos que bastaría para mantenernos despiertos. A las siete de la mañana estábamos en la pista de trance, aburridos, borrachos y demasiado despiertos. Decidí vender el resto de la MDMA y comprar setas con lo que me dieran. en ese momento me sonó el teléfono. Era mi novia y estaba fatal. Se había tomado su primera pastilla de éxtasis con una amiga, no le había sentado bien y quería que fuera a cuidarla enseguida. Fuimos a dar un paseo.

Publicidad

Como la sensación de estar sobrio con alguien que estaba del revés era bastante extraña, decidí comerme el hongo sin que ella se diera cuenta. Estábamos en la zona de slow techno, besándonos como dos adolescentes enamorados. Fue muy romántico. Mi novia todavía estaba colocada y le había mejorado el humor, lo que me permitió relajarme y dejarme llevar por los efectos de la seta mágica. Sentía que estaba abandonando mi cabeza. Miraba hacia abajo y nos veía a mi novia y a mí besándonos en la pista, aunque al parecer mi expresión facial daba bastante miedo, porque cuando mi chica iba a darle un sorbo a la cerveza y me vio, se puso histérica y empezó a gritar y a darme sacudidas. Yo no podía hablar. Oía todo lo que me decía pero no le podía contestar.

Quería decirle que estaba viviendo una experiencia extracorporal increíble y que todo estaba bien, pero de mi boca no salió ni un sonido. Mi novia estaba cada vez más nerviosa. Más tarde me dijo que, al no saber que me había tomado las setas y estar colocada ella también. se pensó que me estaba muriendo. Me costó mucho recobrar la conciencia y, cuando lo hice, empecé a sudar mucho y se me aceleró el corazón. Tenía tanto calor que tuve que quitarme la camiseta y sentarme un rato.

Cuando por fin pude reaccionar, mi novia me contó lo sucedido. Nos alegramos de ver que mejorábamos y de que aquella noche loca se hubiera acabado. Desde entonces no he vuelto a probar las drogas psicodélicas.

Publicidad

A los 19 años, tenía un novio que tomaba muchas drogas. De hecho, se pasaba casi todo el día fumado. Él tenía 27 años y trabajaba de cuidador infantil y yo acababa de empezar los estudios. El único momento en que estaba sobrio era por la mañana, antes de ir a trabajar. Cuando iba a su casa al salir de la universidad, ´le ya se había fumado por lo menos un porro, y los fines de semana se fumaba uno con el café. Cuando salía de fiesta, se metía coca, speed y cosas del estilo.De adolescente yo había fumado mucha maría, pero no tenía ninguna experiencia con las drogas duras, hasta que le conocí. Cuando salíamos, me hacía rayas pequeñas en la caja del CD de su grupo y yo las esnifaba mientras me retocaba el maquillaje en el lavabo. Los sábados por la noche, cuando él ensayaba con el grupo, me dejaba con sus amigos, a quienes siempre decía: "Cuidad de mi pequeña".

Cuando acababa el ensayo pasaba a recogerme. Antes de que me pudiera sentar en el sofá, ya tenía una raya de speed puesta delante de mis narices, con el recordatorio de que, por ser la novia de su amigo, podía servirme cuanto quisiera. Siempre tenía que ayudar a bajar la primera raya con un buen trago de cerveza, porque sabía fatal. Me metí la segunda raya inmediatamente después para no parecer una mojigata. Más speed, más cerveza y no sé cuántos más cigarrillos. Me dolía la nariz y me escocía la garganta. Además, el corazón me iba a mil y me sudaban las palmas de las manos. Aparte de eso, me encontraba genial.

Publicidad

A eso de la una de la madrugada, mi novio me mandó un mensaje diciendo que estaba demasiado borracho para venir y que se iba a casa. Aquella fue la señal para meterme una última raya e irme. De repente, cuando salí al aire frío de la noche, me asaltó una lluvia de ideas. ¿Y si me estaba poniendo los cuernos y por eso no venía? ¿Y si lo había estado haciendo siempre? Empecé a temblar y vomité. Estaba totalmente paranoica.

En el trayecto de la estación a mi casa, me fumé el último cigarrillo. Me había fumado un paquete entero en unas pocas horas. No paraba de morderme las uñas, hasta el punto de que me hice sangre, y de tirarme del pelo. Le había escrito unos 20 mensajes a mi novio desde que me fui de casa de sus amigos. Finalmente lo convencí de que tenía que venir y no dejarme sola en ese estado.

Cuando nos vimos frente a mi casa a las dos, yo estaba completamente histérica. Empecé a acusarle de que me había dejado sola para ponerme los cuernos. Él también estaba bastante jodido, así que me acompañó a mi habitación e intentó convencerme para que me acostara, pero yo estaba muy nerviosa y no paraba de llorar y de morderme las uñas. Al final se quedó dormido junto a mí. Recuerdo que me dolía muchísimo la mandíbula y tenía agujetas en las pantorrillas como si hubiera corrido diez kilómetros. Debí de pasarme horas mirando el despertador. No fue hasta que se hizo de día que empecé a sentirme menos acelerada. Me fui al baño para arreglar el estropicio de las uñas y lavarme la cara llena de rímel corrido y volví a la cama. Esa noche no pegué ojo.

Todo esto pasó el último día de instituto, el día en que dejas toda esa mierda atrás. En mi instituto lo celebrábamos con una gran fiesta que duraba todo el día. Obviamente, yo fui a esa fiesta, con mis gafas fluorescentes y un collar hawaiano. Fui a esa fiesta y estaba muy, pero muy jodido.

Estaba jodido porque la noche antes había fumado heroína. No era mi intención hacerlo, por supuesto. Fue un error de adolescencia, cuando eres ignorante y te dejas llevar fácilmente. ¿Cómo se fuma heroína por error? Todo el mundo al que le cuento esta historia me hace la misma pregunta. La noche antes había quedado con chavales de otro instituto y estuvimos fumando hierba en el patio, algunos se habían tomado pastillas y todo el mundo estaba bastante borracho. La idea era aguantar 24 horas de fiesta.

Fumamos unos cuantos porros y chocolate en unas pipas caseras. Cuando quise darme cuenta, al cabo del rato, tenía un trozo de papel de aluminio bajo la nariz. No tenía ni idea de qué se suponía que tenía que hacer ni de qué había sobre el papel. Tampoco pregunté. Supongo que debí haber preguntado, porque lo que tenía delante era heroína. Aspiré una gran bocanada a través de una pajita y de repente todo a mi alrededor pareció desaparecer. El tobillo que me había torcido patinando, el alcohol, la maría, el estrés de los exámenes finales… todo había desaparecido. Me sentía en armonía con el mundo. Nada importaba y yo era feliz. No sabía por qué, pero me sentía genial. Ni siquiera fui capaz de sospechar que ni la maría ni el hachís producen ese efecto. No importaba. Estaba en otro mundo.

Estuvimos toda la noche de fiesta y a la mañana siguiente fuimos al instituto. Aquel día nos lo pasamos genial y me sentía mejor que nunca. El infierno llegó con el bajón. Pensé que me moría. Yo era de los pocos que tenía piso propio, así que estaba solo, sin saber qué hacer, alucinando, viendo gente donde no la había. Luego empecé a llorar y no pude parar durante horas. Sentía que el peso del mundo entero recaía sobre mis hombros. Fue horrible. No sabía qué me pasaba, porque seguía pensando que solo había fumado hierba y bebido. Pasaron horas hasta que me recompuse.

Me enteré de lo que había fumado cuando coincidí con uno de los chicos que me había dado la heroína en una fiesta. Me pasé meses buscando esa sensación de felicidad con otras drogas, pero ninguna se acercaba. Pese a ello, nunca he vuelto a probar la heroína. Quizá sea mejor así.

Traducción por Mario Abad.