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Cultură

Ocurrió en España – 60 aniversario de El Caso

Recordando el mítico semanario de sucesos con Juan S. Rada.

En España alimentamos mucho la envidia y la codicia y llevamos sangre caliente, muy presta al pedrusco y la cuchillada, pero tal vez la hipertrofia de nuestras ciudades, ya sin barrancos ni pozos, y la vigilancia servil a que nos sometemos entre civiles han restado algo de encanto a nuestra crónica negra.

Hubo un tiempo en que las malas noticias eran siempre las mejores. En que lo mismo una señora le echaba veneno al marido en la tisana, otra guardaba los ojos de su hija en una cajita, un sastre se cargaba a su familia a martillazos o un matrimonio de Barbastro rajaba a la suegra porque estaba poseída por “malos espíritus”. El caso, semanario de sucesos, dio cuenta de estas informaciones entre 1952 y 1997, llevando al quiosco la pequeña historia macabra del país y predicando un periodismo rojo oscuro que hoy boquea entre informaciones rosa furcia.

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Juan S. Rada, colaborador de espacios televisivos y radiofónicos como Cuarto milenio, Crímenes sin resolver o Milenio 3, estampó su pluma en varias páginas del periódico durante los años 70 y a finales de los 80 pasaría a dirigir la publicación. Ahora ha tirado de hemeroteca para recopilar, en el libro 60 aniversario de El caso, algunas de las páginas más famosas del semanario.

Vice: No sé si estarás de acuerdo, pero mi sensación como aficionado a la crónica negra es que vivimos tiempos de hambruna. ¿Es que ya no se mata con arte, han cambiado las conductas criminales o es que, sencillamente, la prensa ya no atiende a géneros literarios?

Juan S. Rada: El fundador de El caso decía que antes se mataba poco y mal. Ahora se sigue asesinando e incluso se ha incrementado el crimen, el burdo y el elaborado, que en parte hace uso de los avances tecnológicos, lo que sucede es que, en especial para determinada progresía, no parece políticamente correcto divulgar tales sucesos, que les retrotraen a la España profunda y negra.

Aunque es la misma España… Porque éste sigue siendo un país de estafadores y vivos, desde la clase política hasta el último mono. ¿Qué fue de timos como “la guitarra”, “la borreguita”, “el tocomocho” y otros tantos de los que se advertía en las páginas de El caso? ¿Cuáles serían sus equivalentes actuales?

Se siguen practicando a diario, aunque de modo más sofisticado y algunos con otros nombres. El de la guitarra se ha perfeccionado y ahora se denomina “de los billetes tintados”. El de la borreguita, que se basaba en un cofre lleno de supuestas monedas de oro, ahora consiste en mostrarle al lila varias piezas auténticas, que se llevan a tasar, para después pegarle el cambiazo por unas chapas doradas. El tocomocho se sigue utilizando de modo idéntico que antaño, sólo que al engaño, que antes se hacía con lotería, ahora le han sumado otro tipo de sorteos. Incluso el que más en boga está, el de las cartas nigerianas, tiene siglos encima. El sistema de enviar misivas solicitando dinero a cambio de una recompensa grandísima (un premio millonario, una herencia vacante o una cuenta bancaria abandonada) proviene de “el prisionero español”, que consistía en que un noble acaudalado, encerrado bajo identidad falsa en un presidio extranjero, necesitaba dinero para huir, como fianza o para su defensa legal. A cambio de la ayuda se ofrecía una cuantiosa fortuna como recompensa en cuanto el noble regresara a sus posesiones.

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Los motores para que prenda el crimen, en cualquier caso, son los de siempre, aquí y en Tegucigalpa, la cartera o la bragueta…

Décadas atrás la mayoría estaban motivados por sentimientos e intereses prosaicos: peleas por lindes, rivalidades familiares a causa de herencias, despechos, etc. Con el paso de los años se ha intensificado más lo del dinero y el sexo como causantes de la mayor parte de los delitos sangrientos.

Portada del primerísimo número de El caso.

El primer número de El caso, fundado por Eugenio Suárez, sale a los quioscos en mayo de 1952 y la aceptación es inmediata, ¿a qué crees que respondió su éxito?

Tras la Guerra Civil, la crónica negra había desaparecido, como tantas otras cosas, de las páginas de los periódicos. Se había establecido un nuevo orden: si nada negativo ni incómodo se divulgaba, nada malo sucedía. “Eso en España no pasa”, era el eslogan propagandístico de los mandatarios. Había sed de información y El caso constituyó un pequeño manantial del que, pese a la implacable censura, manaban noticias y reportajes de interés general.

En tu introducción al libro señalas que Franco permitió el periódico porque lo entendió como un arma para la despolitización.

Claro, es que, al igual que el semanario deportivo Marca (que, por cierto, el propio Jefe de Estado decidió, en 1942, que pasara a convertirse en diario), El caso fue creado para desviar la atención de la gente. Debía entretener y, a la vez, difundir unos valores de justicia: los policías siempre eran los buenos. Historias resueltas satisfactoriamente que, al igual que con el fútbol, entretenían la atención. Pan y circo, antes y ahora.

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Aunque luego hubo que sobornar a la censura eclesiástica…

Sí, hubo un momento en que las trabas del régimen para que el periódico siguiera adelante eran crecientes, así que su director, Suárez, alegó que estaba dispuesto a pasar censura eclesiástica. El obispo de Madrid autorizó su continuidad, nombrando un responsable de la moral y la ortodoxia católica de la publicación. Al censor con sotana “se le señaló un buen sueldo por su dura tarea, que consistió en no cargarse ni una cuartilla y llevarse bien con todos nosotros”, recordaba con cierta sorna Enrique Rubio, que era el delegado en Cataluña.

Enrique Rubio y la marquesa de Villasante, protagonista de “el misterio de la mano cortada”  

Uno de los sabuesos más populares de nuestra crónica negra, Enrique Rubio.

Sí, cubría desde Barcelona gran parte del área geográfica de España. Fue un extraordinario investigador, especializado en el género de estafas, robos, embelecos y fraudes. Estaba dotado de un gran sentido del humor y aportaba a sus crónicas cierto toque de intriga profunda. Un pionero que llevó con gran éxito la crónica negra a la televisión. Aún permanece en el recuerdo de muchos su programa para TVE, Investigación en marcha. El otro gran exponente de El caso fue Margarita Landi, la dama del crimen. Supo utilizar su carisma para conseguir exclusivas difíciles y sus crónicas eran de estilo directo y sugestivo, muy analíticas con los impulsos más primitivos del ser humano y sus formas de matar. Al lector le impresionaban hondamente sus sangrantes descripciones de cadáveres y el perfilado de la catadura de los asesinos.

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Aún así, las autoridades no permitían que el periódico diera más de dos delitos de sangre a la semana.

Bueno, y esa autorización fue reducida al poco tiempo a tan sólo un crimen por número. Pero siempre hay argucias para superar el cedazo inquisidor: en ocasiones se imprimían dos ediciones diferentes dirigidas a las zonas escenario de cada suceso. De ese modo, oficialmente se estaba publicando un solo asesinato, pero el crimen era uno u otro según la región en que hubiese sido cometido.

Dices que casi un tercio de la tirada se vendía sólo en Barcelona.

Así es. Hay que recordar que era una época de abundante emigración hacia las grandes urbes. La gente llegaba a regiones desconocidas y se encontraba un tanto aislada. Le costaba adentrarse en poblaciones, como la catalana, con mentalidad, lengua y costumbres diferentes. El caso abarcaba informativamente toda la geografía hispana y a veces traía noticias de la zona de procedencia de los charnegos, por eso se sentían tan identificados con la publicación.

Revisar hoy la redacción de aquellos artículos es fabuloso; de un malagueño que tenía una estafa de esquelas se llega a comentar que “sólo una imaginación meridional podía hacer burla del dolor ajeno”.

Para muchos lectores, el periódico era una continuación de los antiguos folletines, pero basado todo en hechos reales, así que se procuraba que el relato periodístico tuviera cierto toque literario a la hora de mostrar los entresijos y miserias del ser humano.

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También hay titulares espléndidos en sus valoraciones: “Un sereno se arroja por el viaducto madrileño. Ocurrió a las 8,30 del día de Navidad. Bebía mucho”. Ahí hay una poética guapa, no sé si de lo sensacional o del aleccionamiento más cenizo.

Es que hoy se escribe más a vuelapluma a partir de notas de agencia, las prisas imperan. Entonces se intentaba, tanto en el titular como en el texto, dotar a la narración de cierto estilo y con él abordar la naturaleza del crimen y de sus protagonistas.

El caso de los platillos volantes llegados del planeta Gemide acaparando portada.

Aunque en el recuerdo es una revista macabra, El caso también informó de asuntos como la venida de los gemiditas, una raza extraterrestre en busca de nuestros minerales.

Sí, se prestó especial atención a la posible visita de seres procedentes del planeta Gemide, como después ocurriría con los de Ummo. La población estaba muy sensibilizada con la incursión de platillos volantes. Hacía pocos años del avistamiento en el Monte Rainier y del incidente Roswell. Los lectores devoraban esas narraciones que enclavaban la ciencia-ficción en su realidad cotidiana.

Y en sus páginas también publicó relatos por entregas de autores hoy clásicos como William Irish/Cornell Woolrich, en la más pura tradición del pulp norteamericano.

El caso se editaba en papel de pulpa, la naturaleza era esa, y no dudó en sumarse a ese fenómeno norteamericano del “continuará”, semana tras semana, al estilo de los clásicos folletines clásicos que hablábamos, siempre con temáticas policíacas a lo yanqui.

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En sus primeros números, a la espera de sucesos, se recogen casos antiguos, como “El crimen de la Gran Vía”, que relata un hecho de 1929, cuando un chulo andaluz apuñala a una dama americana en plena Gran Vía madrileña y a consecuencia de lo cual el gobierno español prohíbe el piropo callejero, causante aquí de la reyerta.

Esa recuperación respondía a la imposibilidad de difundir más de un crimen semanal, por lo que había que echar mano de hechos antiguos resueltos satisfactoriamente por la autoridad. Historias de la España reciente que formaban parte de la cronología del género: la vampira de Barcelona, el expreso de Andalucía, el huerto del Francés, la calle Fuencarral, el crimen de Don Benito, el capitán Sánchez, el sacamantecas de Gador y otros apasionantes. Así se procuraba la continuidad en los quioscos.

Este también es muy bonito: el caso de Miguel Echevarría, un solitario que falsificaba un único billete de cien pesetas diarias, con el que vivía y compraba libros. Fue descubierto cuando murió, atropellado, y la policía encontró en su habitación un juego de prensas, lupas, pinceles y rodillos. 

La necesidad agudizaba el ingenio de los falsificadores. Gente que se contentaba con obtener lo suficiente para vivir el día a día. No había ambición. ¡Qué gran diferencia con los tiempos actuales!

Otros, como el de Mazarrón, inspirarían obras maestras de nuestro cine como El extraño viaje.

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Efectivamente, esa película partió del periódico. En una charla de café, Fernando Fernán Gómez y un amigo apostaron sobre unas extrañas muertes publicadas en El caso: dos hermanos aparecieron envenenados en la playa en pleno invierno; de la hermana que les acompañaba nunca se volvió a saber nada. El genial director decidió hacer una película, con argumento de Berlanga, en la que se sirvió de aquella trama para soltarle un severo varapalo a la sociedad. Todo un desafío a la censura de la época. Fue una película maldita que tardó seis años en poder ser estrenada.

En 1952, el caso de la difunta heredera francesa Lucie Desmarins, que deja escrito que ofrecerá una recompensa millonaria al caballero capaz de convivir un año con su cadáver en su panteón, mantiene al país en vilo. La revista alza ahí el vuelo de manera extraordinaria, pero cuando de verdad rompe la pana es cuando puede nutrirse de casos locales que garantizan el morbo, como el misterio de la mano cortada, en la calle Princesa, el crimen del baúl, el seguimiento de El Lute o el proceso del Jarabo.

El del Jarabo hizo vender nada menos que 480.000 ejemplares de un solo número. Como reconocimiento a su contribución al fulminante éxito de ventas, el director del semanario le hizo llegar al asesino una caja de habanos a través del policía que le interrogó, y el criminal pasó el día anterior a su cita con el cadalso fumando como un descosido. Lo que más vivamente impactaba en los lectores eran los hechos violentos, en parte porque se venía de lustros de sequía informativa en ese aspecto. De siempre, la sociedad se ha volcado a conocer las causas y los protagonistas, es nuestra fascinación arcana por lo siniestro y peligroso, por la intensidad emocional que prometen. Los lectores anteponían su interés por las imágenes de asesinos y víctimas al texto. Por ello los fotógrafos jamás debían volver sin algunas instantáneas de los protagonistas.

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Hablas de un archivo de más de un millón de fotografías perfectamente clasificadas que se perdió. ¿Se conocen las circunstancias?

Tras la quiebra empresarial del grupo editor al que pertenecía El caso los valiosísimos archivos fueron traslados a Almería. El propietario del diario La crónica, de dicha provincia, se había hecho con la propiedad del periódico, con el que acometió una segunda época. El rotativo sufrió un incendio, provocado por el capo que controlaba la droga y la prostitución de la zona, y ardió parte del material. El resto fue a parar a un contenedor de basura. Una lástima.

¿Tienes tú algún caso favorito?

El de los marqueses de Urquijo. Precisamente, El caso fue el primero en recibir la noticia del doble asesinato y en presentarse en el escenario del crimen. La policía apareció un rato después. Uno de los dos acusados de haber cometido el asalto, Javier Anastasio de Espona, había huido de España. Estaba en busca y captura y se le situaba en Filipinas. Lo encontré con facilidad en la zona de Copacabana, en Río de Janeiro. Parecía que, por lo que pudiera contar, no había demasiado interés en detenerle. Fue el crimen más importante de la España democrática. Una perla policial, jurídica, política, social y periodística por las múltiples irregularidades en torno al proceso.

El Lute, clásico de clásicos de la crónica negra española.

¿Crees que El caso cambió en algo las rutinas de la policía?

Hombre, el hecho de que su actuación apareciera impresa sirvió para moderar ciertas actuaciones. Empezó a verse como natural que se informara al respecto, e incluso los funcionarios facilitaban el acceso a comisarías, declaraciones de detenidos, permitían que se les acompañara en los coches policiales durante las redadas y reconstrucciones de crímenes, etc. Algo impensable ahora. En las postrimerías del franquismo los informadores recibían en las ruedas de prensa un documento oficial, “la papela”. Eran tratados como meros recaderos a los que se utilizaba para hacer bulto. Algo similar ocurre ahora con las espurias ruedas de prensa, que muchas veces se limitan a declaraciones institucionales, sin aceptar preguntas, sólo para difundir logros y éxitos. Los gabinetes de prensa de las direcciones generales del Cuerpo Nacional de Policía y de la Guardia Civil siguen siendo reacios a proporcionar datos, especialmente sobre crímenes no resueltos. Y lo mismo ocurre cuando se trata de acceder a sus archivos, aunque sea para estudiar casos antiguos.

¿Cuál fue tu experiencia personal con la revista?

Conocer a un magnifico grupo de profesionales de la información cuyo lema era: “Si algo no sale, es que no lo has intentado”. El trabajo comenzaba cuanto te decían no. Cada dificultad incrementaba el empeño. “Si no te responden, insiste; si te echan de un sitio, vuelve; aunque te larguen a patadas, tienes que regresar; quien busca, encuentra”, aleccionaba el editor. A base de perseverancia y una bien entendida tozudez se alcanzaban logros casi imposibles para una época de censura y temor. Ahí radicó el éxito de la publicación. Fue una experiencia inolvidable para cuantos periodistas hemos pasado por El caso a lo largo de su apretada y emocionante trayectoria.

Portadas varias de cuando El Caso rompía la pana.