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Cultură

El Hollywood hard-boiled

John Gilmore conoce todos los trapos sucios de L.A.

Por lo general no me entusiasma que mis amigos insistan en que tengo que leer un libro. “Tienes que leerlo. Ten, te dejo el mío”, me dicen, y después tratan de averiguar mis progresos las siguientes cinco veces que hablo con ellos. Sin embargo, cuando hace unos años alguien me pasó Laid Bare, de John Gilmore, mi curiosidad superó a mi fastidio. La portada era buena, un retrato de Gilmore en naranja y negro con el subtítulo (en letra Futura de color amarillo) A Memoir of Wrecked Lives and the Hollywood Death Trip. En la contraportada se incluían jaculatorias de V. Vale, Gary Indiana y Genesis P-Orridge (“Somos catapultados a través de un implosivo catálogo de constante explotación de la carnalidad”, ¿que qué?). El libro me enganchó y lo leí de cabo a rabo. Laid Bare se centraba en los famosos y otros personajes notables a los que Gilmore conoció en los años 50 y 60, todos ellos protagonistas de una caleidoscópica pesadilla sobre el carácter anormal y putrescente de la fama. Janis Joplin, Hank Williams, Lenny Bruce, Steve McQueen (“casi por completo absorto en sí mismo”), Brigitte Bardot, Dennis Hopper, Jean Seberg, Jack Nicholson (“una sombra con ojos burlones”), asesinos empujados a la fama mediática como Charles Schmid y Charles Manson, Jane Fonda, Curtis Harrington y James Dean. En especial James Dean. Gilmore conoció a Dean en Nueva York, poco antes de que se zambullera en el estrellato cinematográfico, y su amistad fue un erótico tira-y-afloja de retorcidas insinuaciones y toqueteos. Gilmore creció en Los Angeles en la década de los 40, su madre actriz de reparto y su padre agente de policía. El mismo Gilmore no tardó en interesarse por la actuación, y para cuando llegó a la adolescencia ya estaba de camino a la gloria de Hollywood. Su naturaleza gregaria le permitió transitar por docenas de escenas y camarillas de Los Angeles y Nueva York en los años 50 y 60. Más tarde abandonó la actuación por la escritura. Las conexiones de Gilmore le fueron de utilidad cuando se convirtió en detective/periodista para una serie de asombrosos libros sobre crímenes reales; entre ellos Severed: The True Story of the Black Dahlia Murder (gracias a sus décadas de meticulosa investigación, Gilmore prácticamente resolvió el más famoso caso de asesinato de la historia de L.A.), Garbage People (sobre la familia Manson, superior tanto a Helter Skelter como a The Family), Cold Blooded: The Saga of Charles Schmid, The Notorious “Pied Piper of Tucson” (oh, Señor), y el último, LA Despair: A Landscape of Crimes & Bad Times (con textos que te estrujan los huevos sobre la actriz-monstruo Barbara Payton, los sociópatas asesinos Billy Cook y Barbara Graham, los asesinatos por drogas de Wonderland Avenue, y Spade Cooley, un violinista de country-swing que fue presentador del más exitoso programa musical en televisión y golpeó a su mujer hasta matarla en medio de un alucinado arranque de celos. Y también están sus novelas: Fetish Blonde, Hollywood Boulevard, Crazy Streak y… ah, un momento, ¿ya he mencionado su amistad con Marilyn Monroe, Jack Kerouac, Ed Wood, Jayne Mansfield, Darby Crash… La lista sigue ad infinitum. Recientemente John cumplió 76 años. Sigue viviendo y amando hasta la muerte a la ciudad de Los Angeles. VICE: Su más reciente libro de crímenes, LA Despair, se centra en cinco historias diferentes e igualmente atractivas. La primera trata sobre John Holmes, la estrella del porno con polla de caballo que en los 70 se vio involucrado en los asesinatos de Wonderland Avenue. Usted, sin embargo, fija su atención en el hombre que probablemente tiró de los hilos, un tiparraco viscoso llamado Eddie Nash. ¿Era Nash un psicópata por naturaleza, o lo suyo era consecuencia de meterse mandanga las 24 horas del día?

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John Gilmore: Eso ayudó, sin duda. Eddie era un tío que sólo quería hacer tanto dinero como le fuese posible y pegarse una vida de lujo sin límites en Hollywood. Y a eso se puso. Abrió un pequeño puesto de hamburguesas en Hollywood Boulevard en 1959. Recuerdo haber ido un par de veces con [la actriz] Susan Oliver. Se fue involucrando más y más en la industria del porno, y le fue mal. Una vez había un productor-director rodando una película para él, y la actriz sufrió una sobredosis a mitad del polvo. A él lo único que le preocupaba era el rodaje. “Dale la vuelta, podemos acabarlo con una toma por encima del hombro, sin mostrar su cara”. Con el paso de los años fui acumulando datos sobre cosas que me interesaban. Pensé, “Voy a escribir sobre todas estas cosas en forma de historia breve”. Así fue cómo LA Despair vio la luz.

John Gilmore tomándose una tarta y un cafelito en un bar de Los Angeles. Lo raro es que al principio Eddie Nash no fuera arrestado por los asesinatos de Wonderland. Le arrestaron por posesión de cocaína y no tardó en quedar libre tras sobornar a un juez. Más tarde, cuando volvió a estar en el punto de mira por otro aspecto de los asesinatos, se libró sobornando a un miembro del jurado. ¿Cumplió una pena larga alguna vez?

Sólo estuvo dentro 30 meses o algo así. ¿Tiene idea de qué está haciendo ahora?

Nadie sabe a qué se dedica hoy Eddie Nash. Compró una casa para su madre. ¿Cree usted que John Holmes tenía impulsos criminales? ¿O simplemente estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado?

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John quería ser famoso. Quería ser admirado y respetado no sólo por tener una polla enorme. Se introdujo en el porno y se enganchó a la droga. Podía gastarse miles de dólares en coca en un fin de semana. No parece la droga más adecuada si estás intentando mantener una erección.

Ya, y eso le fastidiaba un montón. Y entonces los demás empezaron a aprovecharse de él. Se metió en ese ambiente hasta el cuello y no pudo escapar. Básicamente era un buen tipo. La primera vez que le vi fue en Santa Monica Boulevard, en un descampado donde iba la gente a tener encuentros rápidos. Estaba vendiendo bisutería india y chaquetas de cuero. Esto fue mucho antes de que se hiciera famoso. Usted estuvo conectado con el caso de la Dalia Negra; su padre era policía y trabajó en él.

Ese caso me tuvo obsesionado desde los 11 años de edad. Ella [Elizabeth Short, la víctima del asesinato] vino una vez a casa de mi abuela preguntando por la genealogía de la familia, debido al apellido compartido. Yo estaba cautivado, era un mujer despampanante, bellísima. Nunca pude olvidarla. A lo largo de los años fui sonsacándole datos a la gente, averiguando todo lo que pude. A principios de los 80 puse anuncios en los periódicos, buscando información. Conseguí mucho material de esa forma.

En las biografías sobre usted siempre se menciona que trabajó en el cine en los años 50 y 60, antes de que sintiera la llamada de ser escritor. ¿Le gustaba ser actor?

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Disfrutaba actuando. Era divertido; sobre todo el teatro, que me gustaba más que el cine, pero nunca sentí que pudiera darlo todo, como sí podía con la escritura. Me pasó lo mismo con la pintura. Sentía que no daba lo suficiente. Dejó de actuar a causa de una situación relacionada con su amiga Marilyn Monroe. Antes me explicaba usted una historia sobre un grupo que se congrega en el Westwood Cemetery en Hollywood cada año, en el aniversario de su muerte.

A.C. Lyles forma parte de Paramount desde siempre; lleva allí al menos cien años. Hace un par de años habló durante la ceremonia de conmemoración. Les preguntó a todos los que estaban en la capilla, “¿Cuántos de vosotros creéis que Marilyn fue asesinada?” La mayoría de los presentes alzó la mano. “¿Cuántos creéis que cometió suicidio?” Levantaron la mano dos o tres personas. “¿Cuántos creéis que murió de una sobredosis accidental?” Una persona. Y la verdad es ésa: murió por accidente, de sobredosis. No podía haber sido de otra forma. Norman Mailer escribió su libro, y [Frank A.] Capell, ese pirado anticomunista, escribió un panfleto de mierda en el que decía que los Kennedy tuvieron algo que ver. Yo iba a protagonizar una película con ella por aquel entonces, lo cual hubiera sido el clímax de todo lo que yo anhelaba como actor. Y [tras su muerte] todo aquello dejó de importarme. ¿Qué película era?

The Stripper, basada en una obra teatral de William Inge titulada A Loss of Roses. Conocí a Inge en Nueva York, cuando estaba haciendo pruebas para Esplendor en la hierba. Él estaba entonces escribiendo A Loss of Roses, y me dijo, “Cada vez que escribo sobre el personaje de Lila, es Marilyn la que habla. Escribo lo que dice Marilyn”. Eso me encantó. Me pareció fantástico. Ella estaba en Nueva York esos días, y él me dijo que Marilyn era la única que podía interpretar el papel. Por supuesto, [Lee] Strasberg no le dio permiso, convenciéndola de que no debería hacer nada relacionado con el teatro. En cierto modo tenía razón, habría tenido muchos problemas. Ella, a veces, no podía recordar muy bien las cosas. Después hice el papel protagonista de A Loss of Roses en Los Angeles, que dirigió el mejor amigo de Brando, Sam Gilman. En base a esto obtuve el papel principal [en The Stripper]. Iban a hacerla con Marilyn de protagonista y, con suerte, yo. Pero no cristalizó, a causa de sus problemas regresando a Nueva York y sus enormes problemas con la Fox. El estudio la despidió. Y entonces llegó a la escritura. ¿Cuánto hace que se dedica a ella?

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Desde que era niño. Nunca me había planteado en serio dedicarme a ella, pero cuando abandoné la actuación me decanté cada vez más por escribir guiones e intentarlo con una novela. Entré en contacto con un editor chanchullero y cada historia o personaje que alguna vez se me hubiera ocurrido acababa convertido en una novela. Despachaba esos libros de forma muy rápida. ¿Eran eróticos?

No, no era literatura sucia ni nada por el estilo. Eran historias en las que, de manera intermitente, había pensado mucho. Simplemente las convertí en libros. Tardaba entre diez y doce días en escribirlos. En Laid Bare desfila un enorme elenco de personajes que usted llegó a conocer en aquellos tiempos. Su descripción de Steve McQueen le hace parecer un reptil obsesionado consigo mismo. ¿Cómo alguien que se comportaba así en la vida real podía tener tanto encanto en pantalla?

Bueno, entraba en una realidad alternativa en la que era una persona diferente, no dejando traslucir quién era en realidad. Por ejemplo, uno no podría imaginar que Raymond Burr fuese gay a juzgar por los papeles que interpretaba, pero ése era el caso. Algunas de las cosas que hacía eran de una vileza absoluta. Con Steve McQueen pasaba lo mismo. Parecía mister Buen Tío, pero era un completo gilipollas.

John Gilmore en 1955 en el apartamento de Cyril Jackson, uno de los mejores percusionistas de la época. James Dean y John se dejaron caer por ahí para ver las nuevas congas de Cyril. La foto está dedicada a Jack Simmons, otro de los amigos íntimos de James. Foto de James Dean. ¿Ingresó en el Actors Studio sólo porque todo el mundo lo hacía? Y, una vez allí, ¿cómo pudo estudiar el Método si era tan deshonesto?

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Muy fácil [risas]. Sin problemas. No creo que jamás entendiera el Método. Era Steve McQueen. Actuaba y recitaba sus líneas de una manera muy concreta, y si tenía que repetir trece veces una toma, como mínimo iba a salir guapo. Marilyn tenía que repetir 30 o 35 veces prácticamente cada toma. En su libro afirma que McQueen dijo que sería capaz de chupar cualquier polla con tal de conseguir un papel. Estoy seguro de que eso tuvo algo que ver con su éxito.

Es exactamente lo que hizo. Entró en el Actor’s Studio a través de alguien a quien yo conocía, John Stix. John acababa de dirigir su primera película grande, Asalto al banco de St. Louis [protagonizada por Steve McQueen]. Era presidente del consejo del Actor’s Studio, y consiguió que le admitieran. McQueen nunca asistió a clases ni nada por el estilo; sólo se hizo miembro. Se hizo con un papel en A Hatful of Rain [en Broadway] porque se iba de copas con tal o cual persona. Lo hizo fatal, de pena. Después vino a Hollywood, y a partir de ahí se abrió camino en todo lo que hizo a base de manipulaciones. Se casó con Neile Adams, una bailarina. Por aquel entonces yo había roto con una chica llamada Diane, que había estado con McQueen antes de estar conmigo. Cuando Neile estaba fuera, en Broadway, él se dedicaba a montárselo con Diane. En el apartamento de Neile, mientras ella estaba trabajando. ¿Usted qué opinaba de él?

McQueen me desagradó desde el momento en que le conocí en la calle 14. Diane le había contado que yo había sido amigo de James Dean. Lo primero que me dijo fue, “Me alegro de que Dean esté muerto. Eso me deja a mí más espacio”. Yo me reí, más o menos, pero entonces me di cuenta de que lo había dicho totalmente en serio. Diane me contaría más adelante cómo él se ponía delante del espejo intentando imitar a Jimmy, haciendo todo lo posible por parecerse a él. Pero no era ni de lejos tan duro. Creo que sus facciones le ayudaron, pero siempre era demasiado macho de una forma que hacía que su masculinidad pareciera un poco postiza.

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Era definitivamente falsa. Vivía ese papel. Se reafirmaba a sí mismo, creo yo, engatusando a cualquier mujer que encontrara. Las abordaba en las esquinas, una chica en la parada del autobús, camareras… Tenía un par de garajes alquilados donde podía aparcar su coche sin que la gente le reconociera y pensara, “McQueen está aquí”. Pero solía ir a Cyrano’s, un restaurante en el Strip muy agradable para ir a cenar. Se compró un Ferrari y lo aparcaba justo delante de la puerta. La gente que salía del parking tenía que rodearlo para entrar al local. Todo el mundo tenía por narices que darse cuenta de que Steve McQueen estaba allí. Incluyéndole a usted.

Estuve allí una vez, cuando me veía con Jean Seberg, y él estaba un par de mesas más allá, sin quitarle el ojo de encima. Ella me decía, “Ese cabrón no deja de mirarme. Me quiere follar o algo por el estilo” [risas]. Hablemos de Jack Nicholson. La primera vez que le entrevisté, hace unos años, me dijo usted que Nicholson era la última persona que hubiese esperado ver llegando al éxito. ¿Cómo cree que, contra todo pronóstico, lo consiguió?

Oportunidad. Jack nunca hizo nada [por descollar]. En los 60, los actores de Nueva York venían a Hollywood como si fuera un vertedero o algo así. Pero Jack era de aquí. Este era terreno familiar para él, y si otros actores desdeñaban un papel en una película de [Roger] Corman, Jack no tenía problema en interpretarlo. La gente de casting no contrata a nadie que no haya trabajado antes en un film, de modo que Jack participó en todo lo que pudo y su nombre empezó a sonar. Formaba parte de un pequeño grupo con Warren Oates; así fue cómo logró abrirse paso.

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Tenía un mujer fuerte respaldándole, también.

Estuvo largo tiempo casado con [la actriz] Sandra Knight, y ella le ayudó a subir. Pero era extraño, él nunca se la presentaba a nadie. Una vez estaba en Melrose, cayéndose al suelo de puro borracho, y Wild Bill Elliot y yo le llevamos a la pequeña casa en la que vivía, cerca de Gardner. Le dejamos en el jardín, porque no podía ni moverse, y ella salió de la casa. Esa fue la única ocasión en la que tuve alguna interacción con ella. En realidad no es tan extraño; así es como la gente vive allí su vida. En Hollywood todo es un secreto, pero eso a usted le trae sin cuidado. Ha escrito largo y tendido sobre los secretos de su buen amigo James Dean, incluyendo su supuesta bisexualidad.

Jimmy caía a veces en grandes depresiones. Recuerdo que una vez, entre los rodajes de Al este del Edén y Rebelde sin causa, andaba por ahí jugueteando con una pistola. Un hermoso Colt Peacemaker. Jimmy era diestro, y estaba practicando porque iba a hacer una película titulada El pistolero zurdo, sobre Billy el niño. Me confesó que no sentía que se estuviera haciendo “sólido”. Ése fue el término que utilizó. Comprendí lo que me quería decir. Había rodado Al este del edén, algo que habría sido el sueño de cualquier joven actor en ciernes. Elia Kazan era entonces como el dios de los directores, y esta era una película con un reparto de ensueño basada en un libro de Steinbeck. Y la primera en que asumía un papel con absoluto protagonismo. ¿Dónde puedes ir tras algo así? Sólo hay una dirección.

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De bajada, lentamente. Antes o después se habría matado, de una manera o de otra. Leí varias biografías de James Dean antes de leer la de usted. Pero usted era amigo suyo, y eso confiere autenticidad a su libro. Cuando llegué a la parte en que describe cómo usted, un joven heterosexual, es sexualmente seducido por Dean, sentí como si me hubiera alcanzado un rayo.

OK, nunca he contado antes lo que te voy a contar a ti ahora. Tiempo atrás conocía a un hombre llamado Jack Simmons, desde mucho antes de ir por vez primera a Nueva York; era un tipo inteligente y decente en un montón de aspectos, pero también un bicho raro. Muy mariposón. Recuerdo que una noche estábamos en un autocine. Él había estado bebiendo, encontró un trozo de película en el suelo y se puso a corretear haciendo de Gloria Swanson [en El crepúsculo de los dioses]: “¡Mi película!”. Más adelante me mudé a Nueva York, que fue cuando conocí a Jimmy. Me quedé allí un tiempo y finalmente regresé a Los Angeles. Jimmy estaba aquí y ya había hecho Al este del edén. Me sorprendió mucho encontrármelo con Jack Simmons. ¿”Con”?

James Dean lo era todo para Jack Simmons. Jack se había introducido en Warner Brothers para conocer, atraer y acechar a James. Cuando por fin se conocieron, Jack simplemente le dijo, “Te entregaré mi vida. Me tenderé en el fango para que tú camines por encima de mí”. Jack estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por él. Y Jimmy era una persona muy, muy aislada. Detestaba ir a sitios y estar en público. Era un auténtico solitario. Y por eso fue maravilloso. Jack era el amigo perfecto. De hecho, era el único amigo que tenía Jimmy, su confidente. Y esto es lo que iba a decirte, lo que nunca había llegado a decir: yo creo que Jimmy era más gay que bisexual. Me da esa sensación. Yo mismo dije que James Dean era bisexual [en su biografía The Real James Dean] y todos me odiaron por ello [risas]. Excepto el colectivo homosexual. A los fans no les gusta oír nada que distorsione la imagen que tienen de aquellos a los que admiran.

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Por eso nunca he ido a Indiana [el estado natal de Dean]. Allí me odian. Así pues, lo que usted dice es que James Dean durmió sobre todo con mujeres, pero lo que más le interesaban eran los hombres.

No creo que se acostara con tantas mujeres. Elizabeth Taylor, que adoraba a los hombres gay, se convirtió en íntima suya sin que hubiera nada entre ellos. El guionista Bill Bast escribió en 1956 una tontería de libro acerca de su amistad. Era una colección de chorradas. Aunque habían sido amigos íntimos cuando ambos estuvieron en la universidad de California, Jimmy cortó con él cuando se fue a Nueva York con Rogers Brackett, un director de radio y televisión. Y, por supuesto, Brackett era gay. Creo que Jimmy tuvo una relación con él. Ese hombre se llevó a Jimmy a Nueva York, le buscó alojamiento e hizo esto y aquello por él. Esas cosas no están en el libro de nadie.

Pasemos a otra historia de L.A. que se ha convertido en parte de la psique americana. Usted escribió el que muchos consideran como el mejor libro sobre Charles Manson, The Garbage People. En posteriores ediciones añadió reveladoras entrevistas con un miembro de la familia Manson, Bobby Beausoleil, condenado por el asesinato de Gary Hinman. ¿Cómo consiguió esas entrevistas?

Después de que The Garbage People se publicara, una de las chicas [de la familia Manson] me llamó y me dijo, “Bobby Beausoleil quiere hablar contigo, te va a escribir”. Me escribió unas cartas muy floridas y me dijo que quería que fuera a verle. Él estaba entonces en el corredor de la muerte. Fui y le entrevisté a lo largo de dos días. Me dijo, “En realidad no soy seguidor de Charles Manson. Yo tengo mis propios seguidores. Yo tengo lo mío”. Quería que escribiera un libro sobre él. Dijo que había un editor en North Hollywood interesado en sacarlo, y quería que yo lo escribiera, lo cual era bastante interesante. Seguí la pista de varias personas a las que yo conocía que también le habían conocido a él, y todo se vino abajo. Básicamente, Bobby se había estado prostituyendo en Hollywood. Sé de un par de personas con las que se lo montó, en cuartos traseros y cosas así. Tenían sexo con él. Era un hombre joven y guapo. Y con talento. Hizo una estúpida película [The Ramrodder] en la que interpretaba a un indio que iba de un lado para otro con un taparrabos. Estaba Manson, que era bajito y feo pero enormemente carismático. Y a su lado estaba Bobby Beausoleil, que sí era guapo. Un emparejamiento así sólo podía añadir encanto a Manson.

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Creo que solía hacerle mamadas a Charlie. Por supuesto, Bobby no va a confesar nada de eso ahora. Siempre está rogando que le dejen salir de la cárcel, intentando todo lo que puede. Pero ninguno de ellos saldrá nunca. Cuando se dictó sentencia sobre los asesinatos Tate-LaBianca, usted fue uno de los primeros en entrevistar al mismísimo Manson. ¿Cuántas veces le visitó en prisión?

Nueve o diez. ¿Pudo grabar esas conversaciones?

No, Charlie no quería que se grabara nada. ¿Cómo se interesó usted en el tema?

Leí sobre los asesinatos en un periódico poco después de que se cometieran, sentado en una barbería. El productor para el que trabajaba redactando guiones pensó que la historia daba para un gran guión. Charlie todavía estaba en Independence, California, donde le tenían retenido por destrucción de propiedades de la comunidad. A varias de sus chicas, sin embargo, ya las habían acusado de los asesinatos, básicamente porque Susan Atkins se lo había contado a todo el mundo. Le encantaba hablar de ello. Esa fue una de las cosas más siniestras. Yo he hablado con muchas personas que han cometido asesinatos y no hay nada especialmente siniestro en ellas. Pero, a menudo, si logras acercarte a ellas, si miras a sus caras no es como si estuvieras mirando a otra persona. En realidad estás mirando a… bueno, a un perro. Así era Susan Atkins. Siempre he tenido la impresión de que Manson, tan loco como le gusta parecer, es mucho más racional de lo que quiere aparentar.

Charlie era un manipulador, se pasó toda la vida manipulando a los demás. Físicamente no había forma en que pudiera defenderse en la cárcel de tipos de 100 kilos de peso. Es algo con lo que se había encontrado toda su vida, y se dio cuenta de que tenía que dar con alguna solución si quería sobrevivir. Lo hizo manipulando a otros para que hicieran cosas por él. Pero no consiguió que el hijo de Doris Day [Terry Melcher] financiara su carrera musical [risas], y eso le cabreó mucho. ¿Es cierto que John Waters y usted se enemistaron a causa de la familia Manson?

John me dijo que mientras yo pensara que [el miembro de la familia Manson] Leslie Van Houten no debía salir de la cárcel, no podría hacerse público que él era amigo mío. Lleva la hostia de tiempo tratando de sacarla de la cárcel. Quiere que salga libre para poder meterla en una de sus tontas películas.

¿Cómo llegó a conocer a Darby Crash? ¿Estaba interesado en el punk?

No era fan del punk, pero lo entendía. En 1981, una chica con la que me estaba viendo en Hollywood, Jane Lee, estaba metida en la escena de Chinatown, los clubs de Santa Monica y el Madame Wong’s. Esta chica conocía a Lorna Doom [de los Germs] y salían juntas hasta las tantas por First Street, en el downtown de Los Angeles. Una vez se quedó desmayado en la parada del autobús y un par de vagabundos trataron de robarle sus botas de cowboy. Tuvo suerte, intervinieron varias personas que acababan de salir del Atomic Cafe. Darby Crash estaba entre ellas. Les dijo a los vagabundos que se fueran a tomar por culo y llevó a Jane a su casa. Darby y otro tío durmieron en el sofá y en el suelo de la casa de Jane, y al día siguiente fueron todos a desayunar a un bar que había en la esquina. Durante la conversación surgió el nombre de James Dean. Jane les contó que era amiga de un escritor que le había conocido. Posteriormente Jane me explicó que Darby dijo que era “compulsorio e inminente” [sic] conocerme, porque él tendría que protagonizar una película sobre sus paralelismos con Dean. ¿No planeaba usted trabajar con él en un proyecto?

Yo sabía quién era, quiénes eran los Germs, y estaba bastante al tanto de la escena punk y de cómo las restricciones estaban saltando por los aires. Darby era flamígero, anarquía sin bombas. Jane le trajo a mi apartamento y bebimos cerveza, comimos tamales y batimos un plato de crema agria y aguacate, con un tonelada de ajo. Pasamos al vino y Darby empezó una botella de Jim Beam. Me recordó a Jim Morrison cuando estaba con los Doors, pero Darby trascendía—o descendía, o transmogrificaba—y estaba eones más allá, en una órbita muy lejana. En persona era un chico brillante y creativo, pero en sus actuaciones, lo que él llamaba su “arte”, se convertía en un animal salvaje herido que gritaba y aullaba como si estuviera encerrado en una jaula de bambú. Tambaleándose, cayéndose, profiriendo alaridos, perdido en algún mundo interior a punto de explotar. ¿Vio a Darby como una tragedia inminente, como siempre se le ha retratado?

Hablamos sobre Rimbaud, y su obsesión se mezclaba de forma perturbadora con la mía. “Una película”, me decía una y otra vez. “¡Una película!”. Tenía que interpretar a Rimbaud porque Rimbaud estaba dentro de él, en sus nervios, en sus tendones; me dijo que podía sentirlo en las yemas de los dedos. Sería un Rimbaud vestido con cuero negro y que gritaría su poesía en un entorno por lo demás sordo, como si estuviera “perdido y solo en medio de un desierto”. Yo no vi a Darby como una tragedia inminente, sino más bien como una explosión autocontenida y ambulante. Le presenté a un actor amigo mío, Chris Jones, que vivía justo debajo de mi apartamento. Chris se fue con Darby, que dijo que conocía a un marchante de antigüedades que había comprado un busto de escayola de Adolf Hitler. Tan pronto como se fueron y todo quedó tranquilo, Jane me preguntó qué opinaba yo sobre las ideas de Darby sobre Rimbaud, y si consideraría la posibilidad de escribir un guión para él. Le contesté que estaba impresionado. Comprendía a Darby, sentía empatía con él, pero era como si fuéramos extranjeros que hablaran idiomas diferentes. Aun así dije que sí, que probablemente trabajaría con él. Pero no fue así. No pasó mucho tiempo antes de que se suicidara con una sobredosis de heroína. Podríamos seguir con estas anécdotas días enteros, así que permítame concluir haciéndole la pregunta que todo el mundo me hace: “¿Cómo pudo Gilmore conocer a toda esa gente?”

Bueno, empecé cuando tenía quince años de edad, y ya era actor antes de eso, cuando era niño. Quería ser estrella de cine. La forma de llegar a serlo es conociendo gente. Teniendo contactos. Me gusta el hecho de que apuntara hacia el glamour y las entrañas ya desde pequeño. Estaba destinado a ello desde que nació, y L.A. probablemente no sería la misma sin usted.

Durante mucho tiempo tuve una relación amor-odio con Los Angeles. Escuchaba a gente como John Hodiak e Ida Lupino, que en cierto momento fueron mentores míos. Ambos, cada uno por su lado, sugirieron que debería irme a Nueva York y estar en Broadway, y después podría volver a Hollywood y ser una estrella. Hice lo que me dijeron. Ahora ya no quiero ir a Nueva York, nunca más. Y no quiero ir a Louisiana. No quiero ir a Arizona ni a Nuevo México. Estoy aquí, y aquí es donde me voy a quedar y voy a morir. Estoy en casa. El tráfico es malo, pero ya no me importa. Me da igual. Al carajo. Y qué.