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Μodă

El jersey navideño de Slayer es una desgracia

Cuesta imaginar bajo qué circunstancias un verdadero fan de Slayer se pondría semejante mierda.

Slayer fue el primer grupo que logró acojonarme. Yo tenía diez años y estaba hojeando las páginas traseras de Circus Magazine en un supermercado, y la tipografía del logo de Slayer y las oscuras premoniciones que sugerían los pentagramas me enviaron un escalofrío espinazo abajo. Ya de adolescente, fui más o menos secuestrado por un colega skinhead que tenía, más mayor que yo. Se ofreció a dejarme con su coche en casa de mis padres, en Boston. Cuando le pregunté por qué había pegado un acelerón nada más entrar yo, dijo que nos íbamos a Providence a ver a Slayer, y que si yo no quería ir tendría que apearme de su Dodge Aires en marcha, a 80 millas por hora en plena autopista 93 Sur. Después de intentar sobornar con seis porros a Kerry King junto a su autobús de gira, al lado de la sala con todas las entradas vendidas, tuvimos éxito y nos colamos en el concierto. Lo que vi allí es algo que todavía no logro explicar. Aplastados, asfixiados en la parte de atrás de la sala por la multitud empapada en sudor, el brazo de un horrorizado hessiano que se apretaba delante de mí se alzó inexplicablemente en el aire, los dedos índice y meñique extendidos, cuando de los altavoces emanaron las punzantes primeras notas de “South of Heaven”, una canción que está en el extremo opuesto de la fastidiosa sacarina que es la época navideña.

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Esta es la razón de que dé grima y sea una puta desgracia que exista un jersey navideño de Slayer.

El jersey navideño hortera es, desde tiempos inmemoriales, un perenne complemento tanto de los gilipollas de nacimiento como de los gilipollas que van de irónicos. Estas catástrofes textiles con motivos de renos y copos de nieve suelen aparecer en estas fechas como un fantasma del pasado, llenos de agujeros y manchados de grasa vieja y migas de bocadillo de lomo con queso, y por lo general tres tallas más pequeñas que la de su portador. La primera vez que lo ves hace cierta gracia porque te provoca nostalgia de algo: los jerseys, en sí, son espantosos, pero los recuerdos que evocan no. Supiste que existían cuando eras pequeño y viste a tu tío, aquel con bigote, con un considerable cebollón de ponche, riéndose a mandíbula batiente, la mirada vidriosa y llevando por alguna razón uno de estos atroces jerseys rojos y verdes, que con el tiempo se han convertido en el recordatorio par excellence de tus navidades pasadas.

Slayer, por supuesto, molan que te cagas aunque su cantante, Tom Araya, se parezca ahora a Jerry Garcia. Y aunque el jersey de marras se agotó en internet en cuestión de horas, yo, simple y llanamente, no puedo conciliar la inherente cara dura de la existencia de un jersey navideño de Slayer con aquello que el grupo rpresenta para mí y para el grupo.

Un poco de historia: The Descendents, aquel grupo de California que inventó el pop-punk y no dejaba de hacer solos de guitarra durante todo lo que duraban sus canciones, sacó el año pasado un jersey navideño retro-hortera. Aquella cosa se compró diligentemente, algo que no extraña ya que el grupo se ha convertido en una industria textil que rivaliza con Grateful Dead: hace poco pusieron a la venta –en tirada limitada de 400 ejemplares– una caja no de discos sino de camisetas, y se agotaron en media hora. A los descendents hay que admitirles que siguen siendo el mejor grupo en el género que ellos mismos inventaron, de manera que si alguien quiere para navidades un jersey suyo que haga juego con sus calcetines y la taza de café y su gorra de béisbol… Bueno, pues aún tiene algo de sentido.

Pero hay una razón por la que llevar un jersey navideño de Slayer es una mierda. Dejando aparte las afirmaciones de que llevar una camiseta suya empieza a ser tan ratonero como llevar una de los Ramones, AC/DC o Metallica, hemos de admitir que el grupo no tiene nada que ver con la Navidad. Sí, de acuerdo, podríais argüir que los tres Reyes Magos siguiendo una estrella por el desierto en busca del niño Dios para darle resina es el equivalente de la religión cristiana del vídeo de “Seasons in the Abyss”, pero aunque Slayer fueran la banda sonora del asesinato adolescente y la conspiración en Instinto sádico, nunca fueron motivo para que Ralphie se saltara un ojo de un disparo en Historias de Navidad. No pegan ni con cola en una época festiva con la que no tienen nada que ver. ¡De locos, vamos!

Cuesta imaginar bajo qué circunstancias un verdadero fan de Slayer se pondría semejante mierda, más allá de haber llegado a un compromiso chungo con sus padres porque viene su abuelo a cenar o porque le arrancaron la promesa de que se la pondría en su funeral cuando ellos murieran. Aun así, sigue siendo una chorrada: un verdadero fan de Slayer no aceptaría jamás compromisos de ningún tipo y a un funeral se presentaría vistiendo lo que le salga del rabo. A mí ya no me sorprendería ver a un niño con tapones en los oídos y un diminuto jersey de Slayer en un concierto, cogido de la mano de sus padres de mediana edad, que en su día fueron muy punks y muy metal y ahora la doble papada les cuelga jus.to encima de los barrigones.

Todavía me siento tan confuso como al principio ante la posibilidad de que un fan real de Slayer se ponga un jersey tan penoso, pero os voy a decir una cosa: en las próximas semanas, cualquiera que se haya comprado uno estará a la misma altura que el típico desgraciado que siempre por estas fechas se pone la pútrida “Santa Claus is Coming to Town” al levantarse por la mañana, y que las risotadas de Satán se dejarán oír por todo el submundo ante sus pintas de gilipollas.

@JohnLiam