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El número de "El mundo te odia"

El mago de la silla de montar cabalga de nuevo

En el centro de un descuidado parque en Memphis se yergue la estatua de un teniente general confederado. Se trata de Nathan Bedford Forrest, primer líder oficial del Ku Klux Klan.

Una ceremonia de la cruz encendida que tuvo lugar cerca de Tupelo, Mississippi, a finales de marzo, después de un mitin del Ku Klux Klan en Memphis, Tennessee, organizado para protestar por el cambio de nombre de tres parques de la ciudad construidos en honor de la confederación. Es una “cruz encendida” y no una “cruz ardiendo” porque estos hombres del Klan “no queman, sino que encienden la cruz, lo que significa que Cristo es la luz del mundo”. Fotos de Robert King.

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E

n el centro de un descuidado parque en Memphis, Tennessee, se yergue la estatua de bronce de gran tamaño de un teniente general confederado a horcajadas en su montura. Se trata de Nathan Bedford Forrest, al que se tiene como uno de los más poderosos e infames racistas de la historia de Norteamérica. Primer líder oficial del Ku Klux Klan, algunos historiadores afirman que el más atroz acto cometido por el teniente coronel Forrest fue ordenar a sus tropas que masacraran a cientos de soldados que habían presentado su rendición, más de la mitad de ellos de origen afroamericano, en la Batalla de Fort Pillow, en 1864. Otros le rinden homenaje como la manifestación física de los valores del Sur durante y después de la Guerra Civil: un héroe rebelde que defendió sin descanso su causa hasta que se hizo insostenible; nunca claudicó, ni siquiera después de su muerte.

   Desvelado en 1905, el News-Scimitar de Memphis informó de que el monumento a Nathan Bedford Forrest (o NBF), esculpido con maestría, “permanecería durante eras como el emblema de un estándar de virtud”. Y hoy parece que la profecía del periódico era correcta, salvo quizá la parte de la “virtud”. En 2013, “ese demoníaco Forrest”, como le bautizó el general unionista William T. Sherman, sigue galopando encima de una cresta de Tennessee sobre su corcel, levantando polvareda en una ciudad con relaciones raciales históricamente tensas.

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   Baldosas de granito rosa y modestas lápidas de bronce con aspecto de placas decorativas rodean la escultura. El general Forrest y su esposa, Mary Ann Montgomery, están enterrados debajo. El apodo más celebrado de NBF, al menos en algunos círculos, es el de “Mago de la silla de montar”, un sobrenombre al que se hizo acreedor por su asombroso talento ecuestre en batalla y uno que trae a la cabeza el que es actualmente el rango más alto en el KKK: el “Mago Imperial”.

   La última controversia que rodea al parque y la estatua alcanzó su máximo pico a comienzos de febrero, cuando el consejo de la ciudad de Memphis votó por unanimidad cambiar el nombre de Parque Forrest por el de Parque de Ciencias de la Salud (en el momento de ir este artículo a imprenta, una comisión especial sigue en proceso de decidir el nombre definitivo), en concordancia con el centro de estudios médicos de la Universidad de Tennessee que lo rodea. Otros dos parques de Memphis –el Parque Confederado y el Parque Jefferson Davis, llamado así en honor del presidente de la Confederación– fueron también rebautizados por el concejo municipal, razonando que eran recordatorios con fondos públicos de una era que la mayoría de residentes de la ciudad, un 63 por ciento afroamericanos según el censo de 2010, podía considerar ofensiva y desagradable.

   Poco después de la decisión del concejo municipal, un hombre que se identificó como el Exaltado Cíclope Edwards anunció que su división de los Caballeros Blancos Leales del Ku Klux Klan planeaba una multitudinaria manifestación de protesta por el cambio de nombre de los tres parques. “No vamos a ser 20 ó 30”, le dijo a la cadena WMC-TV, filial de la NBC. “Van a ser miles de hombres del Klan llegados a Memphis, Tennessee, desde todo Estados Unidos”. Más tarde, ese mismo mes, la ciudad concedió a los Caballeros Blancos Leales permiso para un mitin público que se llevaría a cabo el 30 de marzo en la escalinata del palacio de justicia del condado, en el centro de Memphis, un día antes de Pascua y cinco antes del 45º aniversario del asesinato del Dr. Martin Luther King Jr. en el motel Lorraine.

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   Para los habitantes de Memphis, era una situación siniestramente familiar. El 17 de enero de 1998, unos 50 miembros del KKK celebraron en ese mismo palacio de justicia un mitin que era, según dijeron, un intento de proteger su “herencia” en los prolegómenos del MLK Day [el Día de Martin Luther King] y el trigésimo aniversario de su asesinato. Superados en número por los antimanifestantes, los vitriólicos discursos del Klan provocaron una pequeña revuelta que degeneró en saqueos y en el indiscriminado lanzamiento de gas lacrimógeno por parte de la desbordada policía.

   Un autoproclamado miembro de los Grape Street Crips pareció tomarse muy en serio la amenaza del Klan de regresar a su ciudad. Tras el anuncio del planeado mitin, DaJuan Horton, de 20 años, colgó un vídeo en YouTube en el que declaraba estar organizando un consorcio de bandas locales –algunas de ellas rivales– para unirse y mostrar su descontento el día del mitin. Los medios locales y nacionales se mostraron de repente muy interesados en el inminente acto, provocando histerismo entre sectores muy distintos de la ciudad.

   “Van a venir a Memphis, Tennessee… donde Martin Luther King fue tiroteado”, dice DaJuan en el vídeo. “¿Vais a venir aquí para reuniros a fondo, muy a fondo, por emplear mi lenguaje, sólo para hablar? No, no es así como va a suceder. Cuando vengáis a Memphis, Tennessee, nos vamos a manifestar delante de vosotros, y van a ser el Young Mob, los Crips, Bloods, GDs, Vice Lords, Goon Squad… Hablo con ellos por teléfono todos los días. Hablo con los jefes, los peces gordos. Estoy hablando con el Bill Gates de la guerra de bandas. Si venís a Memphis, os estaremos esperando. Las cosas están versátiles por aquí. Tenemos a cada banda que se os ocurra; tenemos a toda la puta pandilla. Traed vuestros culos”.

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   ¿Había la decisión del concejo de rebautizar el parque incitado un potencial enfrentamiento entre el que muchas agencias policiales califican como el más antiguo grupo terrorista de América, y una mega-alianza de las bandas más violentas del país? ¿O estaba tratando el Klan de conservar algo de relevancia en una era en la que las relaciones raciales han progresado hasta el extremo de haber elegido por segunda vez a un presidente negro? Viajé a Memphis una semana antes del mitin para hablar con todos los involucrados y averiguarlo.

Esta estatua de bronce del teniente general confederado Nathan Bedford Forrest lleva más de cien años en el parque de Memphis que recibió su nombre hasta febrero de 2013.

M

i primera línea de trabajo en Memphis, una ciudad maravillosamente diversa y ecléctica que en años recientes ha recibido varios duros golpes económicos, era entrevistar a los protagonistas de la situación que más a mano me quedaban. Myron Lowery y Janis Fullilove, veteranos miembros del concejo, habían encabezado –o habían sido, al menos, los que más se habían pronunciado al respecto– la decisión de cambiar los nombres de los parques.

   “Los cambios provocan controversias, y eso tenemos en este caso”, me dijo Myron, un hombre negro de mediana edad con la autoridad, mirada y comportamiento sin rodeos que caracteriza a los políticos locales experimentados. “Mucha gente no quiere cambiar, desean vivir en el pasado, con los recuerdos que tengan. Y cuando surge una idea que les supone un compromiso, le ponen objeciones diciendo, ‘Esto es historia, y la historia no se puede cambiar’”.

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   Lo que yo me preguntaba era, ¿qué piensa Myron de NBF, un hombre que lleva 130 años difunto y sigue obsesionando a la ciudad más grande de Tennessee desde la tumba?

   “Nathan Bedford Forrest era un racista”, dijo. “Era líder del Klan –‘Oh, no, el Klan de hoy no es como el de ayer’–, pero seguía siendo el Klan… Yo me he referido al Klan como organización terrorista. De hecho, lo llamo ‘los talibán americanos’, por quiénes son y por lo que hacen”.

   La controversia no es ajena a la homóloga de Myron, Janis, detenida cuatro veces en los últimos cinco años con acusaciones relacionadas con el alcohol (todas ellas siendo miembro del concejo), y me contó que una vez le disparó un policía mientras desfilaba con MLK (la bala le agujereó la peluca). El día en que nos reunimos llevaba un vestido rojo intenso y el cabello corto rubio oxigenado. Me dijo que el Parque Forrest, en concreto, llevaba siendo fuente de disputas desde 1904, cuando los restos de NBF y su esposa fueron vueltos a enterrar al pie de la estatua tras ser exhumados del cercano cementerio de Elmhurst. Ella estuvo presente en el mitin de 1998, donde fue “pisoteada y gaseada”, y me contó que en esta ocasión había recibido múltiples amenazas de muerte de fuentes anónimas que desaprobaban la decisión del concejo de cambiar el nombre de los parques. Le pregunté si estaba preparada para asumir responsabilidades en caso de haber una contienda.

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   “Lo estoy, sí, aceptaré la culpa”, dijo Janis, “aunque he tenido amenazas de muerte, de que me van a colgar. ‘Negrata, vamos a cogerte’. Vale. No sé si ha sido el Klan, [pero ha sido] alguien… Bueno, y qué. Colgadme”.

   Mi siguiente pregunta atañía a las acusaciones del Klan y otros entusiastas de la historia confederada: ¿estaba el concejo municipal de Memphis –compuesto por seis blancos y siete negros– tratando de borrar el controvertido pasado de la ciudad?

   “La conclusión, en última instancia, es que los nombres de esos parques no van a volver a ser los que eran. Eso va a cambiar… Y si Nathan Bedford Forrest es su héroe, muy bien. Que cojan su estatua y la pongan en su patio trasero, en su jardín delantero, que la pongan donde quieran”.

   Esa mañana me había reunido con Lee Millar, portavoz de la división en Memphis de los Hijos de Confederados Veteranos (Sons of Confederate Veterans, SCV), que luce una barba gris que no habría desentonado en el siglo XIX. El año pasado, Lee y sus camaradas miembros del SCV consiguieron fondos para instalar una enorme lápida con la inscripción FORREST PARK en el perímetro del parque, de cara a la calle. Me enseñó unos cuantos emails en los que el departamento de parques parecía aprobar su ubicación. Sin embargo, hacía unas cuantas semanas, un equipo de mantenimiento de la ciudad había retirado la lápida en plena noche y guardado en un almacén municipal cerca del zoológico. Esto había sucedido sin aviso previo, me dijo Lee, y prácticamente al mismo tiempo que el cambio de nomenclatura de los parques. Lee dijo también que todo el asunto le parecía mal gestionado y perjudicial para la historia de Memphis.

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DaJuan Horton (en el centro, con camiseta negra), miembro de los Grape Street Crips, recluta amigos en el este de Memphis para participar en una concentración en contra del mitin del KKK planeado para el fin de semana de Pascua.

   “Es una idiotez”, dijo. “Fíjate en los judíos en Alemania, mantienen partes de las prisiones como recordatorio. Todo esto es historia de Memphis y de América, y la historia no se debe borrar. Deberías añadir, enriquecerla, pero no prescindir de ella, porque siempre has de saber de tu pasado para avanzar hacia el futuro”.

   Lee añadió que se sentía frustrado por que el KKK se hubiera, por lo visto, apropiado del asunto para sus propios fines. “Creo que el Ku Klux Klan está capitalizando la controversia para organizar un mitin en Memphis, atraer la atención hacia ellos, crear más conciencia del Klan [que de NBF].

   Una hora más tarde, Lee y yo visitamos el que, apenas un mes antes, se conocía como Parque Forrest. La estatua de NBF vigilaba sus dominios, mirándonos desde arriba como si estuviera a punto de guiar a su guarnición a la batalla. El artista que creó la estatua, Charles Henry Niehaus, estaba en la cima de su oficio. Charles, un escultor americano que a lo largo de su carrera se mantuvo fiel a la formación neoclásica que recibió en Alemania, es más conocido por sus meticulosamente talladas estatuas del presidente norteamericano James A. Garfield, Moisés y Luis IX, entre otras, que se hallan dispersas por todo el país. Su representación de NBF es tal vez su obra más controvertida, pero si hemos de juzgarla junto al resto de su producción, hay que concluir que Charles estaba simplemente haciendo su trabajo: NBD parece despiadado y con una singular determinación.

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   Lee me presentó a un hombre que estaba de pie delante de la estatua con un puro en la boca. Llevaba un sombrero de ala ancha y uno de sus guantes blancos estaba hecho una bola en el bolsillo de su chaqueta, que a medio camino me pareció una auténtica chaqueta estándar de general unionista. Se presentó a sí mismo como el general Ulysses S. Grant, y lo cierto es que el parecido era asombroso. No dudé en preguntarle al buen general su opinión sobre NBF, puede que uno de sus mayores rivales. “Guardo el más sano respeto por Nathan Bedford Forrest”, dijo con la cadencia de un verdadero caballero sureño.

   Más tarde, cuando le pregunté por la decisión de la ciudad de cambiar el nombre del parque –con la que, por supuesto, estaba en desacuerdo– salió de su personaje y se presentó de nuevo como E.C. Fields Jr., director de una escuela local, agente de policía en reserva, miembro del SCV y recreador de eventos históricos. E.C. parecía un ejemplo perfecto de hombre culto y bienhablado sin motivaciones políticas al comentar el cambio de nombre de los parques, más allá de su amor por la historia.

   Sintiendo que estaba perdiendo de vista la realidad, fui directo al grano y pregunté a E.C. si pensaba que NBF fue un racista.

   “No”, replicó arrastrando las palabras. “La suya era la cultura del país en esos tiempos. No tenía una vendetta personal contra grupo de gente alguno; luchaba por aquello en lo que creía”.

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¿En qué creía exactamente NBF?, me pregunté, pero pensé que sería fútil preguntárselo a un hombre tan enamorado de la historia –o quizás de determinado tipo de historia– de la Guerra Civil. Pero ése parecía el quid de la cuestión, los turbios aunque audaces valores de un hombre que había probado crear divisiones en los anales de la historia.

   Más tarde, estudiando los pocos libros que se han escrito sobre NBF, creí descubrir la respuesta. En su prólogo a la edición de 1989 de la preeminente biografía de NBF, That Devil Forrest, escrita por John Allan Wyeth, el profesor emérito de historia de la Universidad de Western Michigan, Albert Castel, expone: “A pesar de toda la retórica de los políticos y editores del Sur acerca de ‘derechos de los estados’ y ‘nacionalismo sureño’, [NBF] no se engañaba acerca de su verdadero propósito [de la Guerra Civil]: ‘Si no estamos luchando por mantener la esclavitud, ¿entonces por qué demonios estamos luchando?’”

   Después de su muerte por complicaciones relacionadas con la diabetes en octubre de 1977, NBF fue enterrado en el cementerio de Elmhurst de acuerdo con su voluntad. Uno podría preguntarse cuáles fueron los verdaderos motivos que movieron a unos simpatizantes confederados a desenterrar y transferir su cuerpo al Parque Forrest unos 25 años más tarde. Pese a que mover la estatua habría sido muy dificultoso (la concejala Fullilove me dijo que para eso se precisa una orden judicial), incluir el cadáver de NBF en el conjunto añade al asunto un elemento macabro que los políticos hasta ahora han evitado.

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   La tumba de NBF no es muy diferente de él mismo: tozuda y resuelta. Nacido pobre de solemnidad el 13 de julio de 2013 en lo que ahora se conoce como Chapel Hill, Tennessee, NBF fue el más improbable de los héroes. El mayor de siete hermanos y tres hermanas, se convirtió en el cabeza de familia a la edad de 16 años tras morir su padre, herrero de oficio. Analfabeto casi por completo durante toda su vida, NBF se las había arreglado no obstante para amasar una considerable fortuna como especulador, propietario de una plantación y comerciante de esclavos. Cuando se declaró la llamada Guerra entre los Estados, se alistó en el ejército confederado a pesar de carecer de formación militar formal de ninguna clase. Era, sin embargo, un estratega nato y un valiente hombre de los bosques, y no tardó en ascender en el escalafón. Para cuando fue nombrado teniente general, NBF había seleccionado y reclutado unas fuerzas numerosas e intensamente leales.

   Quizá el más temido y peligroso soldado de la confederación, las mayores contribuciones de NBF a la humanidad fueron sus innovadoras técnicas de batalla, algunas de las cuales sirvieron de base para las tácticas militares estadounidenses ya bien entrado el siglo XX. El poeta y novelista de Tennessee Andrew Lytle describió en una ocasión a NBF como un “confortador espiritual”, debido al estatus mítico que alcanzó durante la etapa de la Reconstrucción. Puede que a esto se deba que hacia finales del siglo XIX se designara a NBF primer jefe del Ku Klux Klan.

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Los recreadores históricos E.C. Fields Jr. y su esposa encarnando al general unionista Ulysses S. Grant y su mujer. Ambos creen que la decisión del concejo municipal de cambiar el nombre de los parques fue un error.

T

uve mi primer contacto con Edward, el misterioso y corpulento Cíclope Exaltado (el título que se les otorga a los Klavern, o líderes de una división local) que había llamado a manifestarse y aparecido en los noticieros de Memphis con un pasamontañas, dos semanas antes de llegar yo a la ciudad. Había llamado a una “línea directa del Klan” que aparecía listada en la web de los Caballeros Blancos Leales del Ku Klux Klan en Tennessee. Dejé un mensaje solicitando una entrevista, y días después respondí a una llamada con número oculto. Era Edward. Me invitó a que me encontrara con él y sus asociados para hacer la entrevista antes del mitin, y también a una posterior ceremonia de encendido de cruces que se celebraría a un par de horas en coche, en Mississippi. Acordamos hacer la entrevista en mi hotel, poco después de mi llegada. “No te pongas nervioso cuando veas a un tío de 140 kilos con una capucha delante de tu habitación”, me dijo. Le respondí que haría lo que pudiera.

            El encuentro en el hotel nunca sucedió, y tras una serie de llamadas y emails respondida de forma intermitente, Edward me dijo finalmente que me encontrara con uno de sus subalternos delante de cierto restaurante de la ciudad. Me dio instrucciones para que estuviera pendiente de un coche de color morado que hacía “un ruido del demonio”.

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            Cuando llegué al restaurante a la hora acordada divisé un sedán compacto de color morado. Su conductor, que llevaba una máscara de camuflaje y una capucha como las que se emplean para ir a cazar pájaros, señaló la carretera y salió disparado. Le seguimos por espacio de unas cuantas millas hasta girar en la entrada de un camino de tierra que desembocaba en un descampado lleno de basura y neumáticos viejos que parecía el lugar idóneo para rodar una escena de asesinato. El conductor, todavía con su máscara, se bajó del coche, descubriendo su figura en forma de pera; vestía ropa negra de faena de tipo militar, a la que habían cosido parches con la imaginería del Klan. Hablaba por el móvil, asumí que con Edward, y me moví para mantener la distancia. Terminó su conversación y me dijo, “OK, ahora ya estamos bien”.

            Unos segundos después aparcó junto a nosotros un desvencijado camión. Tres hombres jóvenes –adolescentes, o de veintipocos años– salieron de él. Uno de ellos era negro. Genial, pensé, ahora van a pensar que les hemos tratado de engañar.

            El anónimo hombre del Klan parecía nervioso. Hizo señas para que retrocediera y se llevó el teléfono al oído. “Tenemos que cambiar de sitio”, dijo después de colgar, y añadió que le siguiéramos con el coche. Al cabo de unos cuantos minutos dando vueltas recibí una llamada de Edward. “Todo está bien, vuelve atrás. Mi hombre de seguridad se asustó con esos chicos. Solo eran buscadores de chatarra”.

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            Volvimos al descampado y nuestro acompañante enmascarado nos condujo a la parte de atrás. Por el camino pasamos al lado de un hombre de unos veintitantos años, vestido con una sudadera con capucha, que sostenía de la correa a un pastor alemán. El animal ladró y nos enseñó los dientes. Toda la escena era tan absurda que ni siquiera estábamos asustados.

            Al otro lado del campo vimos un enorme camión negro aparcado. En su interior había dos hombres, uno de ellos con pasamontañas. Era Edward. Salió y se aproximó a nosotros mientras el conductor, desde detrás de sus gafas de sol, no nos quitaba la vista de encima. Me presenté y le pregunté de cuánto tiempo disponíamos para la entrevista. “Hasta que la cosa se ponga caliente, supongo”, dijo, y explicó que ex militares de élite afroamericanos, tiradores de primera que ahora eran miembros de bandas, se habían desplazado desde Detroit para acecharles a él y a sus hombres antes del mitin. Me sonó absurdo, pero ahí estaba yo, en medio de un vertedero, hablando con un miembro del Ku Klux Klan en pleno 2013.

            La entrevista en el descampado no resultó especialmente informativa y consistió, en su mayor parte, en la misma retórica que puede encontrarse en la mayoría de webs del Klan y unas cuantas regurgitaciones de lo que Edward ya había declarado a los medios: el Klan se basaba en principios cristianos, defendían a la raza blanca de la “pérdida de derechos” y eran críticos con el presidente Obama. (“Bueno, sí, estoy muy contento con él [risas]. Tengo que decir que ha hecho al Klan mucho más fuerte”). Me contó también que ingresó en el KKK a la edad de tres años.

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            La prensa local había mencionado que, aunque el Klan había recibido permiso para su protesta en Memphis, se les había prohibido que se taparan las caras durante el mitin. Encontré esto irónico, teniendo en cuenta que los dos hombres del Klan con los que estaba hablando iban enmascarados. ¿Les preocupaba la posibilidad de alguna revancha?

            “Sí, por supuesto, porque no nos entienden”, dijo Edward. “Creen que somos simplemente un grupo que profesa el odio y quiere matar gente, y no somos así. Me preocupa que sepan quién soy. Tengo hijos, tengo nietos, y, sabes, no quiero… Desde que esto salió en televisión, mi casa ha sido tiroteada dos veces”.

            Se oyó un estruendo a distancia y, aparentemente de la nada, apareció un hombre de mediana edad en un 4X4 con una mujer negra más joven sentada detrás de él. Una vez se hubieron alejado, le pregunté a Edward qué pensaba acerca de la “mezcla de razas”, como el Klan suelen referirse a las relaciones interraciales. “Es desagradable”, dijo. “Quédate con tu propia raza. Eso es una cosa horrible”.

            Unos minutos después de que pasara el 4X4, Edward dijo que acababa de tener noticia de que la policía estaba de camino. Añadió que había divisado una radio policial en el todoterreno que había pasado a nuestro lado, y dijo que me vería en el mitin del sábado. Nada de esto tenía mucho sentido, y  me pregunté si no sería todo un artificio, pero tampoco importaba si lo era. Los hombres ya se habían ido a su camión, de camino a donde quiera que se reunieran los del Klan. El fornido hombre enmascarado que nos había llevado hasta allí caminó como un pato hasta su coche color morado y yo le seguí hacia el mío. Era hora de regresar al hotel.

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Un miembro del KKK que solo se identificó como el Exaltado Cíclope Edwards (derecha) y un socio suyo accedieron a ser entrevistados en un depósito de chatarra días antes del mitin en Memphis.

A  la tarde siguiente fui al apartamento de DaJuan Horton para hablar con él y sus camaradas de los Grape Street Crips cómo se estaban desarrollando sus planes para la antimanifestación. DaJuan me clarificó las declaraciones que hizo en el vídeo en YouTube que me había llavado hasta allí, diciendo que había estado organizando a otros grupos locales bajo la bandera de una alianza llamada Divine United International, DUI. Explicó que no buscaban problemas ni violencia, sino que sólo querían mostrarle al Klan cómo hacer un mitin en Memphis. Viéndole fumar un canuto tras otro, no era inverosímil creer que DaJuan y sus colegas podían realizar un acto de bajo perfil y en última instancia pacífico. Pero yo albergaba mis dudas.

            La voluntad y la misión de los Crips parecían flaquear entre la densa humareda, con DaJuan diciendo cosas como, “El KKK no puede llevar máscaras en la protesta, pero eso no significa que nosotros no podamos llevarlas”. Hizo que un amigo suyo, al que se refirió como “Shooter”, me enseñara su pistola. Shooter dijo que DaJuan no tenía permiso para llevarla porque era “demasiado alegre con el gatillo”.

            Le pregunté a DaJuan su opinión sobre NBF y lo que pensaba sobre el cambio de nombre del parque homónimo. “He investigado y sabido quién fue”, dijo, “y el tío hizo realmente unas cuantas cosas por ellos, pero la verdad es que no me importa. Pueden llamar al parque como quieran llamarlo. Me da igual lo que hagan con su cuerpo, no creo que sea importante ni nada de eso. No pretendo sonar chungo, pero así es como me siento al respecto. Puedo verlo desde su punto de vista, que signifique algo para ellos, pero eso es cosa suya”.

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            Acordamos vernos de nuevo dos días más tarde, un jueves, para unirme a DaJuan y los suyos mientras conducían por los barrios del lado este de Memphis intentando enrolar a más gente para que se uniera a ellos en su protesta con el mitin del Klan. Le seguí tal como habíamos planeado, hasta una calle de la zona este que no tardó en llenarse de chavales que, al parecer, estaban entusiasmados con la causa. Se oyeron un montón de “¡A la mierda el KKK!” y elucubraciones acerca de por qué, en primer lugar, se le había dado permiso al Klan, pero nadie parecía tener una visión clara del asunto excepto para expresar su indignación de un modo u otro con lo del sábado.

            Tras el encuentro improvisado en la calle con sus amigos, DaJuan me llevó a Robinhood Park, un conjunto de apartamentos que era, según medijo, territorio estrictamente Blood. Unos 150 residentes de Robinhood nos observaron entrar con el coche, muchos de ellos vestidos de rojo, y los niños nos dispararon con pistolas de fulminantes. Deambulamos por allí unos 15 minutos mientras DaJuan trataba de explicar la misión del DUI y por qué quería que asistieran al mitin tantos miembros de bandas como fuera posible. Unos pocos escucharon, pero la mayoría se mostraron reacios a hablar. Una mujer blanca de unos 60 años nos dijo que nos marcháramos antes de que causáramos algún problema. DaJuan accedió y nos largamos. Yo no estaba convencido de que pudiera llevar a cabo su plan de unir a las bandas locales contra el Klan, pero vista la cantidad de cosas extrañas que me habían sucedido en los últimos días, tampoco se podía descartar completamente.

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Una semana antes del mitin en Memphis, una sección del KKK de Mississippi que planeaba asistir organizó un “ensayo de mitin” delante de los juzgados de Tishomingo County.

E

l sábado por la mañana, el día del mitin, la previsión meteorológica era de lluvia. Se suponía que tenía que acompañar a DaJuan y sus camaradas al Palacio de Justicia, pero me dijo que todavía no estaban lo bastante preparados y que fuera a su apartamento en una hora. No estaba allí cuando llegué, pero apareció al cabo de 20 minutos. Para entonces, el cielo gris había empezado a chispear.

            DaJuan dijo que ni él ni los que había reclutado irían al mitin, porque el Klan no merecía que pasaran fríos y mojados el día. “A los blancos no les importa la lluvia”, dijo. “No me da buena espina”. Me dijo que lo reconsideraría si dejaba de llover, y que su plan era seguir con la misión del DUI, pero estaba claro que no iba a haber una confrontación estilo La naranja mecánica entre el Klan y miembros de las bandas. En cierto sentido era un alivio, y a juzgar por lo que informaban los noticieros locales, habría sido imposible que los Crips o cualquier otro pudieran llegar ni siquiera cerca del Klan. El Departamento de Policía de Memphis y otras fuerzas policiales de la región, en total unos 700 efectivos, habían establecido un cordón de diez calles. Los hombres del Klan estarían aislados, conducidos a la ciudad en autobuses lanzadera y confinados en una zona vallada de la escalinata de los juzgados. Los espectadores y contramanifestantes estarían situados en un área separada y tendrían que pasar por detectores de metales y ser objeto de cacheos aleatorios. El centro de Memphis estaba tomado por la policía, y muchos negocios no habían subido la persiana ese día. Los informes decían que el mitin le iba a costar a la ciudad 175.000 dólares.

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            La masiva presencia policial, incluyendo varias unidades de antidisturbios, cientos de vehículos, torres móviles de cámaras de vigilancia y policías totalmente equipados, aseguraba que el mitin se mantendría bajo control. Unos 50 hombres del Klan bajaron de los autobuses en dirección a la escalinata, donde se apiñaron ondeando banderas del KKK junto a lo que parecía una docena más o menos de skinheads y miembros de otros grupos supremacistas blancos. Quedaba bastante lejos de los miles que Edward había prometido.

            Los miembros del Klan se turnaron para vociferar por un megáfono, pero resultaba difícil ver u oír algo desde la carpa que habían instalado para los medios, situada detrás de un camión antidisturbios y otros vehículos. De vez en cuando gritaban “¡Poder blanco!” al unísono. La lluvia seguía cayendo, y el pequeño grupo de contramanifestantes antifascistas que se había congregado a unos edificios de distancia se había dispersado o se hallaba acordonado en el área reservada para civiles. No se veía por ninguna parte a DaJuan y los suyos. Mientras los reporteros locales se quejaban de tener que estar ahí parados un sábado, expuestos al frío y la lluvia, empecé a pensar que el actual Klan se había convertido en lo que en el fondo era una sociedad de recreación histórica que clamaba por los “viejos buenos tiempos”, fuera eso lo que fuese. Me marché pronto del mitin y me dirigí a mi hotel para secarme antes de la ceremonia de encendido de cruces en Mississippi, prevista para esa tarde-noche.

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            Poco antes del anochecer llegué a un pueblo cercano a Tupelo, Mississippi, a dos horas en coche de Memphis. Delante de su casa, en el terreno donde se iba a llevar a cabo la ceremonia, me recibió cordialmente Nicole, esposa del Mago Imperial de los Caballeros Blancos del KKK del Norte de Mississippi, Steven Howard. Nicole me dijo que Steve estaba de camino de vuelta del mitin en Memphis, al que ella no había podido ir porque tenía niños pequeños que cuidar. Steve, conocido por su brillante túnica roja del Klan, había sido uno de los principales portavoces en el mitin, aunque a causa de donde los policías nos habían ubicado yo no tenía ni idea de lo que habían dicho él o los otros miembros del Klan. A todos los efectos, le habían estado gritando a un muro de ladrillos.

El mitin de Memphis fue un acto casi inexistente debido a la fuerte presencia policial, que separó completamente al Klan de los contramanifestantes y bloqueó a los medios de comunicación, impidiéndoles sacar una foto clara. 

            Por el aspecto que ofrecía el puñado de gente que se había concentrado en la propiedad de Steven –consistente en un trailer en medio de un par de acres de terreno boscoso–, no parecía que hubiese allí mucho que hacer. Entonces, de repente, una cabalgata de vehículos llegó al lugar y, uno por uno, aparcaron enfrente del parterre delantero de Steven. Según mis cuentas, se habían congregado aproximadamente 100 hombres y mujeres del Klan.

            Después de una cena, media docena de hombres se pusieron a la tarea de construir la cruz para la inminente ceremonia, envolviendo trozos de madera con arpillera y vertiendo diesel sobre su obra. Poco después llegó la hora de ponerse túnica.

            Aproveché la oportunidad de hablar unos minutos con Steven –un hombre de 31 años que habla con el entusiástico carisma de un líder nato– mientras se ponía su querida túnica roja. Me contó que había servido como marine en la guerra de Irak y que algunos de sus compañeros del Klan también habían estado en el ejército. “Cuando los ahorcaron en el puente y eso, sus cuerpos ardiendo y todo eso, ahí fue cuando me dije que ya había tenido suficiente”, dijo refiriéndose a los cuatro contratistas de Blackwater Security asesinados, quemados y colgados de un puente en Faluyah, sobre el río Éufrates.

            Mientras terminaba de abotonarse la túnica, le pregunté qué pensaba del mitin de esa tarde. “Creo que había demasiada protección policial”, dijo. “Me parece ridículo. Sé de un montón de gente que ni siquiera nos oyó; muchos dijeron que ni siquiera nos pudieron ver”.

            Steven me dijo a continuación que la quema de la cruz se haría tan tarde porque el convoy de hombres del Klan que le había seguido desde Memphis se había alarmado por un vehículo que ellos creyeron que les estaba siguiendo. Se pusieron a un lado de la carretera, obligando a su perseguidor a hacer lo mismo. Resultó que en el vehículo en cuestión iba un equipo de la televisión local. “Salieron y eran dos tipos blancos, pero su equipo de filmación, los cámaras… Eran indios. No indios, sino chinarros, coreanos, negracos, y yo dije, ‘No, no puedes venir a mi casa, tío’”. Después me dio las gracias por haber ido, añadiendo que siempre sería bienvenido.

            Los camaradas de Steven emprendieron los últimos preparativos para la quema y yo aproveché para hablar con un hombre de 26 años de Baltimore. Me contó que recientemente había iniciado una división local del Klan después de que despidieran a su esposa del Walmart donde trabajaba por lo que él creía que habían sido motivos racistas. Me explicó que había ayudado a desarrollar una aplicación y un sistema de seguridad online, además de un chat, para los Caballeros Blancos de Mississippi del Norte, y que su Klan local –que integraban en esos momentos él, su madre y un amigo– había hecho mucho por su comunidad. Cuando le pregunté si podía ser más concreto, me dijo que a veces organizaba recogidas de basuras en los parques cercanos. Otro hombre con el que hablé, un Gran Dragón de 26 años de Virginia, me enseñó su túnica verde antigua.

            También conocí a dos miembros de la Alianza Blanca Suprema, un grupo skinhead defensor de la supremacía blanca. Me dijeron que habían conducido toda la noche desde Cincinnati, Ohio, para asistir al mitin y que planeaban hacer lo mismo esa noche para estar de vuelta al día siguiente para ir al trabajo.

            Mientras hablaba con los dos hombres, alguien hizo una llamada dando instrucciones para que se fueran recogiendo las improvisadas antorchas que habían sumergido en un barril de diesel, las encendieran y procedieran a ir al descampado detrás de casa de Steve, donde había un hoyo que parecía hecho a propósito para clavar cruces que se fueran a incendiar. Vi cómo, uno por uno, una figura encapuchada le decía a cada asistente, “Hombre del Klan, ¿aceptas la luz?” Lo hicieron.

            Echando un vistazo al círculo que formaron alrededor de la cruz, me sorprendió ver tantos rostros jóvenes entre los encallecidos hombres del Klan. Algunos de los jóvenes iniciados parecían estar aún en la adolescencia. La ceremonia que siguió incluyó una dedicatoria a Nathan Bedford Forrest, pero antes Steven realizó sus tareas rituales como Mago Imperial. Detrás suyo, una pancarta roja del KKK, además de una  bandera negra nazi de las SS, batió de forma ominosa.

            “¡Hombres del Klan, por Dios!”, gritó, respondiéndole sus invitados a coro. “¡Hombres del Klan, por Mississippi!” A continuación, Steven instruyó a su público para que marchara en la dirección del reloj antes de proseguir con lo que bien podría haber sido un encantamiento. “¡Hombres del Klan, por el movimiento nacionalsocialista! ¡Hombres del Klan, por la raza blanca! Hombres del Klan, ¡acercaos a la cruz!”

           “No le déis la espalda a una cruz encendida”, gritó alguien a la multitud mientras la encendían.

            Considerando que yo, apenas unas horas antes, estaba seguro de que el Ku Klux Klan estaba en las últimas y que una Norteamérica unida prevalecería finalmente, la advertencia del hombre del Klan era el más sonoro consejo que había oído en toda la semana. El fanatismo, me pareció, no se va a marchar de aquí en un futuro próximo.

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