FYI.

This story is over 5 years old.

El número del decreto real

El retiro de un mago

En busca de la vida eterna en la isla privada de David Copperfield.

Illustrations By: Cahill Wessel

Originario de Montreal y ex editor internacional de VICE, Adam Leith Gollner es una de esas personas aparentemente normales que se encuentra de pronto en situaciones increíbles. Su vida está llena de momentos que pueden hacer que te preguntes si no estarás desperdiciando tu vida. (Respuesta: sí). Él lo atribuye a su curiosidad natural, mente abierta y afán constante por escribir. En parte se debe a eso, y en parte a su carisma cósmico y a una rara suerte, como la que uno tiene cuando llega un mail preguntando si quieres visitar la isla privada en el Caribe de un ilusionista mundialmente famoso en busca de la fuente de la juventud. No te haces preguntas, dices que sí y empiezas a hacer las maletas. Esto sucedió hace unos años. La historia que reproducimos es un extracto del nuevo trabajo de Adam, The Book of Immortality: The Science, Belief and Magic Behind Living Forever, que publica este mes Scribner en EE.UU y Doubleday en Canadá. – RAFAEL KATIGBACK, EDITOR DE VICE CANADÁ

Publicidad

H

ace unos años, el mago David Copperfield hizo un comunicado de prensa anunciando que en sus islas privadas en las Bahamas había descubierto la fuente de la juventud. “Hemos hallado un líquido que, en su fase inicial, puede hacer cosas milagrosas”, afirmaba Copperfield. “Las hojas muertas, al ponerse en contacto con el agua, una vez más se llenan de vida. Bichos o insectos próximos a morir, al momento de tocar el agua, vuelan. Es algo sorprendente y muy emocionante”. Copperfield empleó a biólogos y geólogos para analizar los efectos potenciales de la fuente en seres humanos. Mientras se llevaban a cabo las pruebas, el mago se negó a dar acceso al agua. La ubicación precisa —un lugar donde “todo es más vibrante, sin edad y lleno de vida”— era secreta. Todo lo que se sabía era que estaba en alguna de las once islas de Copperfield Bay, un archipiélago de 700 hectáreas que descubrió al trazar una línea cartográfica entre Stonehenge y las estatuas de la Isla de la Pascua, y otra entre la Gran Pirámide de Giza y la Pirámide del Sol en Teotihuacán; las líneas se cruzaban en la latitud y longitud exacta de su escondite caribeño. En fotografías aéreas, la isla principal se asemeja a un murciélago con las alas abiertas. Me parecía una historia que esperaba ser escrita, y tras un largo período de negociaciones, Copperfield aceptó que le visitara unos días. Se mantuvo firme en negarse a mostrar la fuente, que describió como “un líquido para preservar genes”.

Publicidad

“No verás mi mano arrugada entrar en el río y salir joven”, dijo. “Esto no es un truco. Pero si quieres hablar sobre el significado de la fuente, eso puedo hacerlo. Puedo hablar sobre la fuente con toda confianza”.

Yo me mostré conforme; después de todo, podía escapar de noche e intentarla encontrar.

Poco antes del viaje, Copperfield sugirió traer a alguien conmigo. “Estar ahí solo no es divertido”, explicó. “Las experiencias en Musha son experiencias compartidas”. No quería ir con mi novia; en una ocasión, una finalista de un concurso de belleza de 21 años acusó a Copperfield de abusar sexualmente de ella en la isla (los cargos fueron retirados). En su lugar decidí traer a mi ex compañero de grupo Rafael Katigback, editor de VICE en Canadá y mago amateur que durante su infancia tuvo en David Copperfield su ídolo. “¡Dios! Espero que abuse sexualmente de mí”, dijo Raf, soñando despierto, cuando le hablé de las acusaciones. Esto fue lo que sucedió.

Adentrándonos en el azul infi nito del Atlántico, junto al Aeropuerto Internacional de Exuma, nuestra lancha se iba aproximando a Out Islands. “Me siento en casa”, dijo Raf, levantando sus pies y hojeando la revista Private Jet Lifestyle. 45 minutos después llegamos a Musha Cay, la isla principal de Copperfi eld Bay. Justo al atracar, unas escaleras conducían a un gran edifi cio de maderas nobles llamado Landings, pintado de verde pastel, azul y amarillo. Por encima, en lo más alto de de la isla, se divisaba una mansión oscura. Nos preparamos para desembarcar. El capitán del barco señaló cuatro o cinco tiburones en el agua, diciendo que vivían debajo del muelle. —¿Son mascotas?— dije. —No, sólo viven aquí. —¿Pero pertenecen a David? —No, son tiburones salvajes, pero éste es su hogar. —¿Entonces los tiburones deciden venir y vivir enfrente del porche?— intervino Raf. —Así es— respondió una aburrida, algo impaciente mujer rubia, una especie de gerente parada en el malecón; vestía una camiseta de golf de Musha Cay. —Pero no son peligrosos. Hasta puedes bajar y nadar con ellos mientras estás aquí. —¿Muerden? —En realidad no— respondió ella con una sonrisa tensa. —Pero no acerques los dedos a ellos. Ni toques sus colas. Y tampoco te acerques a ellos por la espalda. Mientras varios mayordomos y conserjes se aseguraban de que nosotros no levantáramos las maletas, un par de piernas flacas con unos Crocs grises y shorts tipo surfista color marengo y rosa bajaron por las escaleras. La camisa de Copperfield estaba bien planchada y limpia, negra como sus pobladas cejas. Su cara estaba parcialmente tapada por una gorra también negra. Mientras se acercaba, sus ojos hundidos se iluminaron, se hicieron grandes y brillantes. Era amistoso, si bien formal, y parecía tener prisa. Cuando nos dimos la mano para saludar, miró su reloj y sugirió que hiciéramos un tour por la isla antes de la cena. Empezó mostrándonos la habitación de juegos en el área de recepción. La mesa de billar personal de Houdini era la pieza central. Nos mostró otros objetos de su colección, entre ellos una chirriante rueda de la fortuna, un dispositivo cinematográfico primitivo llamado Mutoscope y una garra excavadora de cien años de antigüedad. Varios miembros de su equipo observaban, sentados alrededor de un monitor, el material que habían grabado uno o dos días antes. Copperfield explicó que había traído algunas modelos de Sports Illustrated y chicas de portada de Vogue para una sesión de fotos de un calendario en el que estaba trabajando. Una tarde jugaron a un juego local llamado Musha 500. Observamos cómo se les daba. Las chicas, en bikini y tacones, estaban paradas en la playa, agrupadas alrededor de dos zanjas poco profundas llenas de agua. Cada pista, o corredor acuático, tenía una profundidad de 10,5 centímetros, la misma distancia de ancho y unos diez metros de largo. En equipos de dos, cada chica escogía un pez de una pecera y después ponían cada pez en sus respectivas zanjas. Sonó el silbato. Las modelos, con una pajita en la boca, se pusieron a hacer burbujas dentro del agua para que su pez nadara hacia adelante. Los peces, asustados, empezaron a moverse, hacia adelante y hacia atrás, mientras las increíblemente delgadas modelos soplaban furiosamente. Una de ellas casi logró que el pez nadara hasta la meta, pero el animal se dio la vuelta y regresó nadando de un lado a otro. “Merde!”, gritó la chica. Copperfield, entusiasmado, nos contó que aquí las modelos se divertían mucho. Su equipo asentía con sonrisas, aunque él no estuviera diciendo algo especialmente chistoso. Raf se volvió hacia mí e hizo rodar los ojos. Copperfield nos guió afuera, diciendo que tendríamos tiempo de ver el resto del lugar después de la cena, justo antes de la puesta de sol. —¿Está la fuente de la juventud en esta isla?— pregunté, yendo al grano. —Podemos hablar de la fuente con calma, mañana, después de que salgamos y veamos las otras islas— dijo David, conciso, mientras nos llevaba por una carretera pavimentada. —¿Hay coches aquí?— preguntó Raf.

Publicidad

—Se puede, pero preferimos usar cochecito de golf— dijo Copperfield mientras tomaba asiento para conducir, indicando con un gesto que me sentara junto a él. Raf subió a otro de los coches eléctricos, que conducía un asistente. Después emprendimos camino. —Había dos limusinas en Imagine Island— dijo Copperfield, explicando que en el pasado las islas fueron utilizadas a modo de puertos por traficantes de drogas. —Traían a sus mujeres como acompañantes para vivir aquí. Lo de la película Blow realmente sucedió, en Norman Cay. Por Exuma entró muchísima cocaína. Musha Cay era más grande y verde de lo que esperaba. Laureles y otras exuberantes plantas reverberaban en el calor subtropical. El cielo había estado nublado desde nuestra llegada, pero delgados rayos de sol asomaban a través de las nubes iluminando las verdes olas. El agua, translúcida y bella, brillaba con un irreal, radiante azul turquesa. Le pregunté a Copperfield de qué color pensaba que era el mar. —Ya no intento describir el mar—respondió—, acabas usando adjetivos como cerúleo. Después de un tiempo en el Caribe dejé que lo decidieran los fotógrafos. Olvídalo, hay tantas gamas de azul que no se pueden fotografiar. Tendrás que verlo. Mientras nos alejábamos del mar, David señaló otros puntos que veríamos en Musha; algo así como una cabeza birmana del siglo XVII del tamaño de una estatua y una colección de tronos de la realeza de África. “Esto es un dios de Sri Lanka que encontré en uno de mis viajes”, explicó señalando una escultura de orejas gigantes y un bigote. Estaba cubierta de joyas y en una mano sostenía una concha y en la otra lo que parecía un desatascador. —¿Cómo se llama?— pregunté. —Súper Mario. —“Tiene sentido del humor”— anoté en mi cuaderno. Rápidamente pasé la página por si él estuviera leyendo por encima de mi hombro. Nuestro auto se movía como una serpiente entre los laberintos de la carretera. Pregunté si era posible perderse en Musha. Copperfield destacó la importancia de usar los caminos, porque en la isla había muchos hoyos. —Si caes, puedes llegar muy hondo. Es peligroso. Algunos hoyos van desde el centro de la isla hasta el mar—, dijo. El aviso sonó malhumorado, pero podía ser una pista del paradero de la fuente. Mientras conducíamos rumbo a la mansión, me dijo que tenía en la isla una plantilla de treinta empleados a tiempo completo, incluyendo un guardián del zoológico. Habló de algunos de sus tucanes; tucanes toco, especificó: —Son los Rolls-Royce de los tucanes—. Yo quería saber sobre los tiburones, pero él ya se había enfrascado en una larga historia acerca de una manada de jirafas africanas que compró y que pronto estarían rondando por la isla. —Comen directo del plato— dijo él, —allá en el Valle de Gigantes. Les estoy construyendo un espacio con habitaciones por si el clima no es bueno—. También estaba dando los últimos toques a algo llamado El Pueblo Secreto, un camino oculto que desembocaría en tres hectáreas de terreno con una réplica de Angkor Wat y “monos astutos que se mueven por encima de ti”. Un pájaro pequeño atravesó volando la carretera. —¡Una cría de garza!— exclamó Copperfield con asombro. —¿Una cría de águila es ahora una garza? — pregunté, dejando momentáneamente mi bolígrafo. —¿O es un egreso? Espera, no. Un egreso es una salida o escape, ¿no? —Una cría de águila es una aguilucho. Aquí tenemos muchos aguiluchos. Comen cangrejo. —Copperfield le dio la vuelta a mi libreta y sugirió que escribiera la siguiente frase: “Mientras David Copperfield me conducía a Highview, el punto más alto de Musha Cay, un aguilucho comecangrejos se cruzó en mi camino”.

Publicidad

No fue hasta que entramos en su mansión cuando tuvimos la certeza de haber llegado, de estar realmente en la casa del mago. Copperfi eld siguió mostrándonos más colecciones exóticas: esculturas de cobras saliendo del suelo, sillas de maharajá, camas de oración talladas desde Afganistán (“la cabecera apuntaba hacia la Meca”)… La suite de abajo era una sala de temática africana con ídolos, máscaras, penachos y fi gurines usados en ceremonias tribales. Nos llevó al comedor y nos mostró una canoa colgando del techo que hacía las veces de candelabro. —Mira esto— dijo mientras presionaba un botón. El barco empezó a descender. —Baja del techo para las ocasiones especiales. ¿A que está bien? —¡Sí!— aulló Raf. —¿Qué pasa una vez desciende?— pregunté. —Lo que tú quieras— dijo, algo molesto por mi falta de imaginación. —Puedes hacer una cena ahí adentro, impresionar a tu novia, tal vez darle un anillo de compromiso. Cosas así. En la habitación principal pulsó otro interruptor y del suelo emergió un enorme televisor dentro de un baúl de mimbre de la India. —¡Guau! ¿De dónde ha salido eso?— preguntó Raf. —Es magia— sonrió Copperfield. Las otras habitaciones eran reminiscencias de Graceland. Me sentía extraño viendo la vida privada de un mago superestrella. Mientras examinaba todas esas rarezas, yo esperaba toparme con un objeto mágicamente genuino, algo como unas alas transparentes o una toga de levitación. Él quería que viéramos su gimnasio, así que subimos de nuevo a los cochecitos de golf. Parecía un gimnasio básico típico de cadena hotelera, aunque en la entrada había una estatua antigua, algo carnavalesca, de un hombre fortachón. Señaló una fotografía en la pared del mismo forzudo en la base de la Torre Eiffel, y explicó que la estatua era de la época en que el monumento fue presentado, 1889, en la Feria Mundial en París. La foto parecía alterada. —Es sorprendente lo que hoy día se puede
hacer con Photoshop—, solté. —¡No es Photoshop!— dijo Copperfield, casi herido. —No, claro que no— me disculpé, —sólo era una broma. En nuestra próxima parada nos llevó a Coconut Beach, en los principales bancos de arena de la isla, llena de veleros, Yamaha WaveRunners y un cine al aire libre en fase de construcción, el Dave’s Drive-In. Copperfield describió Musha como su proyecto más importante hasta entonces. Supervisaba hasta los detalles más pequeños, como elegir los juegos de mesa (Cluedo, por ejemplo) o diseñar el manual de uso de los teléfonos. Aparcó el coche eléctrico en la playa de blanca arena, rastrillada meticulosamente con remolinos y diseños geométricos. —Si no es exactamente como yo quiero, entonces es una pérdida de tiempo— dijo. El perfeccionismo de Copperfield se traducía no sólo como un deseo de tener las cosas bien hechas, sino también le identificaba como una persona superior a las imperfecciones de la realidad. Ese rasgo de carácter ilustra su deseo de ser dueño de una isla privada, de crear un paraíso y vivir alejado del resto de la humanidad, feliz en su culminación narcisista. De tener las cosas exactamente como él las quería. Nunca sufrir. Ser perfecto. Épica música de orquesta vibraba en la brisa a través de un sistema de alta fidelidad. Una música heroica, llena de trompetas, arpas, flautas y tambores tribales. Parecía la música de Braveheart mezclada con El rey león.  Amplificaba la intriga dramática de estar en la isla, creando la sensación de que algo monumental podía suceder en cualquier momento. —¿Qué es esta música?— le pregunté. — Música de magia— me contestó con total seriedad. — Hay altavoces Klipsch distribuidos en las palmeras. Puede que yo estuviera analizando demasiado la situación, pero era evidente que él se sentía muy orgulloso de sus posesiones y le importaba mucho la isla. Claro, tenía una parte obsesiva, pero más allá de sus riquezas hasta niveles absurdos, Copperfield parecía razonablemente normal: tenso, serio y quizá susceptible, pero también hospitalario y dueño de un humor sarcástico, chistoso. Pero sus manías perfeccionistas salieron de nuevo a relucir cuando demostró la manera exacta en que quiere que estén los cojines de sus sillones reclinables. —Hasta las camas balinesas tienen compartimentos secretos—, agregó, mostrándonos un documento con las instrucciones sobre la colocación de los cojines. Hablando de lo mucho que Musha significaba para él, Copperfield dijo desear que mis lectores entendieran la pasión que sentía por este lugar. Era donde él acudía para “huir de las fugas”. Por raro que parezca, se ha de necesitar un descanso de los escapes, pensé, tomarse un descanso de escapista. Habló de cómo, a pesar del alto coste de mantener la isla, nada podía impedirle canalizar toda su energía hacia su paraíso fabricado. Pero no sólo se trataba de las playas arenosas, siguió explicando, sino de empaparlas de historias. Explicó sus planes para una isla encantada donde nevaría en la playa. Los invitados podrían salir en “búsquedas del Yeti” y los sherpas harían que el agua mágicamente surgiera de la nada. —Lo que me hace feliz es que la gente haga esto…—, y simuló quedarse boquiabierto. —Al final es eso. Cuando hizo una pausa para responder a una llamada en su walkie-talkie, Raf y yo nos tomamos un momento para hablar abiertamente. —Este lugar es sorprendente—, susurró. —Pero David es como un niño que sólo quiere presumir de sus cosas. Algo corriente, ¿no? —Tiene demasiadas cosas secretas—respondí. — Cuevas secretas, televisiones secretas que salen del suelo con un mecanismo, pasajes secretos por donde caminan monos, cuartos subterráneos secretos, camas secretas. ¡Todo tiene un compartimento secreto! —Supongo que nunca sabes cuándo has de esconder algo— dijo Raf. La excursión llegó a su fin, con Copperfield mostrando las opciones de hospedaje; todas eran casas con vistas al mar. En uno de los edificios se tomó un momento para asegurarse de que notáramos la puerta laminada que él mismo hizo y explicar cómo funcionaba el control remoto. Dijo que los invitados a la isla a menudo se pasaban el viaje dejando que todo estuviera a la vista: —Algunas personas sólo quieren venir aquí para desnudarse y tocar los bongos. Musha es un lugar donde puedes ir completamente desnudo, ya que está cerrado y no hay paparazzi.

Publicidad

Mientras nuestro carro de golf pasaba por la pista vacía de tenis, Copperfield me preguntó qué pensaba de la visita guiada. Le dije que todo era útil, aunque aún no sabía qué estaría en la entrega final de mi reportaje. —Uno nunca lo sabe hasta que lo termina— dije. —Pero me encanta la sensación de no saber, de estar perdido en la historia mientras esta se desarrolla. Siento como si estuviera en un laberinto. Nos dejó en nuestra casa en la playa y susurró algo a la brisa sobre lo mucho que él aprecia estar perdido en ilusiones.

Q

ué lugar tan increíble— bromeó Raf mientras entramos en la casa del malecón, una suite de dos habitaciones de ostentoso lujo. La decoración estaba inspirada en el Lejano Oriente: grandes sombras de marionetas de teatro, máscaras budistas y un arco tallado de un templo en relucientes colores primarios. Raf se acercó ala despensa, un armario surtido con patatas fritas, dulces, galletas, nueces, palomitas de maíz, pretzels, verduras deshidratadas y toda la comida basura que uno pueda imaginar. —Nada de refrescos de cola— dijo chasqueando la lengua. Después cogió un par de cápsulas de café e hizo unos macchiatos en la máquina nespresso de la habitación.

—Esa cosa estaba tan photoshopeada que ni siquiera era gracioso— dijo, ajustando la intensidad del tubo de vapor. —¿En serio lo crees?— le pregunté, incrédulo. —No creo que sea tan hábil como para hacer algo así.

Publicidad

—¿Algo así?— se burló Raf. —Ese hombre caminó a través de la Gran Muralla de China, hizo desaparecer la Estatua de la Libertad. Eso hace él. Es habilidoso. Para él, esa imagen photoshopeada es una minucia. Hábil. ¡Ja!

Nos reímos y Raf empezó a cantar cosas sin sentido:

—“Estamos en la isla privada de David Copperfield”—, con una melodía infantil. Soltó una risotada maníaca y miró al cielo. De repente se detuvo y se me quedó mirando con la mirada fija. —¿Eres consciente de que ahora mismo nos están grabando, desde esa máscara de Laos?

Inmediatamente me puse a hablar en voz alta sobre lo mágica que era Musha, alabando la pasión de David y su intachable gusto, subrayando la exquisitez de muchas de sus estatuas asiáticas. Informé a Raf de lo que David había dicho acerca de que este lugar era su proyecto más importante. —Es un perfeccionista—concluí. —Ciento por ciento o nada.

—Ése es David Copperfield— dijo Raf. —Un nerd judío con un trastorno obsesivo compulsivo que te hará creer que levita sobre el Gran Cañón. Un mago que vive en su propia isla rodeado de supermodelos. ¡Qué vida tan difícil! Instantes después, una criatura negra con alas entró volando erráticamente en la habitación. —¡Un murciélago!— grité. Imágenes de Transilvania rebotaron en mi mente. —No, ¡espera! ¡Es una maldita polilla!— gritó Raf, mientras la polilla se precipitaba a la esquina de la pared con el techo. —Mierda, David Copperfield ha entrado volando como una polilla. ¿Puede hacer eso?

Publicidad

Nos acercamos. Ante nosotros temblaba una gran mariposa negra aterciopelada. Un par de ojos negros, uno en cada ala, miraron hacia nosotros. Sus alas parecían las de un gorrión. Raf le hizo unas fotos desde diferentes ángulos y ambos hicimos movimientos para espantarla, sin ningún resultado. No se volvió a mover, así que finalmente decidimos deshacer las maletas. Cuando salimos de la casa para ir a cenar, el insecto había desaparecido. Mientras conducíamos nuestro carro de golf hacia la mansión, vi un letrero que decía Lago Petrificado. ¿Estaba ya ahí cuando pasamos antes? Ni Raf ni yo habíamos visto el letrero durante el tour, y a mí me parecía que algo así nos hubiera llamado la atención. Me hice la nota mental de que lo tenía que investigar.

Llegamos al cuarto de billar de Houdini casi diez minutos más tarde de lo que nos había dicho Copperfield. Su enojo era palpable.

Dos asistentes nos ofrecieron bebidas. Su novia, una bella modelo europea (a quien, a petición de Copperfield, mantendremos en el anonimato, refiriéndome a ella como M) se sentó a su lado. Como Copperfield había dicho hacía un rato, la chica hablaba de cómo a sus amigas supermodelos de Sports Illustrated y Vogue les había encantado su estancia en la isla. Una de ellas dijo que al venir aquí se había sentido como si llegara a casa.

—Eso es lo que Raf dijo cuando estábamos en el barco— interrumpí.

—Y por eso hago esto— dijo Copperfield. —Para que sientas que has vuelto a tu infancia. Eso, y conseguir esta reacción—volvió a quedarse boquiabierto.

Publicidad

Dirigió nuestra atención hacia la pantalla de televisión, que mostraba un clip promocional de su casa en Nueva York, un ático de cuatro pisos en East 57th y Lexington. La cámara enfocó el cuarto lleno de maquinitas de juegos, de pruebas de fuerza muscular en las ferias y otras antigüedades y curiosidades circenses.

En la habitación había unas cuantas figuras de madera desnudas, clavadas en diferentes contorsiones, a una pared de dos pisos de altura.

—¿Y eso qué es?— le pregunté. Los maniquíes ahí sujetos, como bichos en un alfiler, me hicieron pensar en la mariposa oscura en nuestra habitación.

—Son modelos de tamaño real— respondió Copperfield.

—¿Modelos?— preguntó Raf, girándose lentamente para mirar a M.

—A finales del siglo pasado— dijo Copperfield—, era ilegal que los artistas contrataran a modelos verdaderas, así que usaban figuras como ésas. Yo tengo una que perteneció a Cézanne.

Viendo los modelos que colgaban en la pared, recordé haber leído algo acerca de una bodega suya en Las Vegas que fue recientemente registrada por el FBI durante la investigación por la acusación de abuso sexual. La entrada requería presionar el pezón de un maniquí.

Más cosas extrañas aparecían en el televisor. —Dispositivos de iniciación—, aclaró Copperfield.

—¿Qué clase de iniciación?— pregunté.

—Ya sabes: trucos de sillas, máquinas de remo que dan golpes en el trasero, trucos de electroshock, bromas

Publicidad

inocentes de ese tipo. También tengo toneladas de pistolas de rayos. Tienes que venir a Las Vegas para ver mi bodega. Es gigante. Tengo un cuarto lleno de muñecos de ventrílocuo.

—¿Te consideras un coleccionista?— le pregunté. —No me gusta ese término— dijo Copperfield. —No soy un acumulador. Amo los objetos que tienen historias sorprendentes. Pero no quiero que se me vea como un coleccionista.

La novia del mago intervino: —¿No te gustaría comenzar a coleccionar zapatos de mujer, talla nueve y medio? Copperfield frunció los labios al tomar un vaso de agua. Raf captó el comentario: —Guau, ¿nueve y medio? ¡Eso son pies grandes!

—¡Lo sé!— gimió M, algo incómoda. —Estoy muy avergonzada por eso.

A mí sus pies me parecían de lo más normales. Copperfield manejó cortésmente la situación, explicando que todo el mundo tiene partes de su cuerpo de las cuales son muy sensibles, y que todos nos comportamos al respecto como si fuéramos niños. Hasta mencionó su propio complejo: las orejas grandes, lo cual explica su afinidad con Súper Mario, también conocido como el dios estatua de Sri Lanka de enormes lóbulos. —La infancia es la que nos da forma— dijo. — Lo que cuenta es cómo usas tus características y defectos.

Era una de las muchas perlas de sabiduría que él generosamente nos entregó durante el tiempo que pasamos juntos; desde refranes sobre el perdón hasta la toma de decisiones. También soltó joyas como: “Los rencores hacen más daño al rencoroso que al objeto de su rencor”, “Cuanto más éxito tienes, más difícil resulta centrarse en la familia”, “Si quieres que algo suceda, puedes forzar que ocurra con ganas y fuerza, y eso es un efecto sobrenatural”.

Publicidad

Sentados en el comedor, Copperfield nos contó una historia acerca de un campamento al que asistió de niño en Warren, Nueva Jersey. —En el Campamento Harmony pasamos dos semanas buscando al guía, que había sido secuestrado por los indios. Era un juego, pero yo lo viví intensamente. Eso es lo que hago aquí, en Musha Cay. Toda mi vida se remonta a esa experiencia en el campamento cuando tenía tres o cuatro años de edad.

La búsqueda de Yeti en la que estoy trabajando, donde los sherpas harán que nieve en la playa, es una variación de eso. Todo lo es. Todo lo que hago es para sorprender a la gente, dejarlos atónitos. Una canoa está bien, pero no tan bien como una canoa que baje del techo con un plato lleno de sushi. Eso es, ¡Ah!— dijo, dejando floja la mandíbula.

El personal de la cocina sirvió un platillo de cordero estofado a cada uno menos a Copperfield, a quien llevaron una bandeja de alitas de pollo empanadas. El gusto de David por las alitas de pollo viene desde muy lejos. Durante nuestra estancia cenó eso todas las noches mientras a nosotros nos servían toda una variedad de mariscos y carnes. (En 1993, poco después de proponerle matrimonio a Claudia Schiffer, un periodista acompañó a la pareja en su viaje por limusina a Planet Hollywood en Manhattan y fue testigo de verle zamparse un “banquete” de alitas de pollo).

Durante la cena, David habló del pasado ilustre de la magia, mencionando cómo los magos habían sido confidentes de reyes y cómo ellos siempre tuvieron altos cargos en la historia.

Publicidad

—Entonces, ¿qué puesto querrías en el gabinete de Obama?— preguntó Raf entre mordiscos.

—Bueno, Ronald Reagan me llegó a ofrecer un puesto después de un show en el Teatro Ford— dijo Copperfield.

—Quería que hiciera desaparecer cosas.

—Como a su esposa— agregó su novia.

—Ya, ya— Copperfield rió entre dientes.

Cuando el personal limpiaba la mesa, David nos preguntó qué queríamos hacer.

—¿Vemos pasar a la gente?— dije en broma.

—Aquí no puedes— dijo respirando profundamente, algo irritado. Después sugirió que jugáramos a juegos de mesa, o algo de karaoke.

—Raf es increíble en el karaoke— dije, en un intento de revivir el ambiente.

—Ya veremos— dijo Copperfield.

—Tengo mi propio karaoke en casa— Raf se encogió de hombros, apático.

Mientras Copperfield se acercaba a preparar las cosas con una manada de ayudantes, Raf y yo matamos el tiempo en el muelle, viendo a los tiburones paseándose entre las olas debajo de nosotros. Raf se preguntaba qué pensaría M de todas esas modelos de madera crucificadas en la pared.

—Es tan guapa que casi no puedo ni mirarla— dijo.

—Es como mirar directamente al sol.

—A través de diamantes— agregó Raf. —Es muy bella. La isla entera lo es. Tienes que mirar hacia otro lado. O mencionar lo grandes que son sus pies.

De camino a la sala de karaoke me percaté de un mapa ilustrando Musha. No pude localizar el lago petrificado, pero sí un cuerpo de agua en su entorno demarcado como santuario. ¿Un santuario? ¿Un lugar consagrado con objetos sagrados?

—¿Hoy hemos visto el santuario?— pregunté cuando entramos en el cuarto.

—No— respondió Copperfield con tono firme. Su seriedad me desanimó a seguir preguntando, pero a la vez tuve una corazonada. Santuario o lago petrificado, sin duda valdría la pena explorar sus aguas.

Copyright © 2013 por 9165-2610 Quebec, Inc. Del libro THE BOOK OF IMMORTALITY: The Science, Belief, and Magic Behind Living Forever, de Adam Leith Gollner, publicado en EE.UU por Scribner, una división de Simon & Schuster. Inc. y en Canadá por Doubleday Canada. Impreso con permiso.@adamgollner

More travel stories:

Romanian Notes

I Tried to Take Part in a Star Trek World Record

Prison Pit