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En el aeropuerto de Castelló, el que no vuela corre

Usarlo de circuito de pruebas es un ejemplo de reestructuración empresarial.

Por motivos que no vienen al caso, me encuentro esta desapacible mañana de jueves mirando uno de los vídeos que muestran el veloz, preciso rodar del coche de carreras de la escudería Mercedes que escasas semanas atrás comprobaba su mecánica por las pistas vacías de esa casa de Amityville “tarongera” que es el aeropuerto fantasma de Castelló, motivando de paso la más reciente oleada de crujir de dientes entre una ciudadanía que, por muy educada que esté a estas alturas en la farsa, la desfachatez y la tropelía, siempre halla en su depósito una reserva de indignación que la mantiene en marcha. Afortunadamente.

La intriga, más que tal, es un sainete del que con gusto habría hecho Berlanga una película. El tema está fresco aunque de él ya no se hable mucho, y es probable que la mayoría lo recordéis: dada la parálisis legal que aqueja al Aeropuerto de Castelló-Costa Azahar desde que se pusiera la última piedra hace dos años, la sociedad pública que lo gestiona, Aerocas, cuyo presidente no es otro que el ínclito Carlos Fabra, le encontraba a las instalaciones una utilidad insospechada y una fuente de ingresos modesta pero que menos da una piedra: ¡pista de pruebas! Al servicio de un cliente de fuste y solvencia y con unas expertas manos amigas al volante, las del piloto de Benicàssim Roberto Merhi. El pastel se descubrió a mediados de enero, cuando políticos del grupo socialista se acercaron a esa “ballardiana” isla de cemento que es el fabrapuerto y apreciaron, desde detrás de las verjas que circundan el recinto, primero el sonido y después la visión de un cocherito leré de Fórmula 3 que cogía las curvas y las rectas cual demonio con un petardo en el culo. Los guardias de seguridad ni saben ni comentan, la Generalitat Valenciana declara que del tema ellos ni flores, el director general de Aerocas (Juan García Salas) remite a la prensa a Fabra y, finalmente, ante la evidencia de los vídeos y la presión política, la verdad sale a la luz. Sí, se realizan pruebas de cohechos… perdón, de coches, en el nadapuerto; sí, tienen permiso para ello; están pagando por el alquiler de la infrestructura, sí; tranquilos que un seguro lo cubre todo; coño, algo habrá que hacer con él hasta que se lo vendamos a los moros, ¿no? Estos son los datos a vuelapluma, y entre el morrocotudo pragmatismo de unos y el rebote político y económico que han pillado otros, yo veo el vídeo de nuevo y me planto en medio. Manda huevos todo el tema, por supuesto, pero pienso a la vez en la reconversión que hace un par de décadas atravesaron los centenares de videoclubes entonces existentes, devenidos de la noche a la mañana bazares Todo a 100 ante la debacle del alquiler de VHS. También en otra más reciente, la de los locales dedicados al tejemaneje inmobiliario, muchos de cuyos espacios ocupan ahora esas tiendas de compra de oro donde te puedes vender la muela y el reloj de la abuela que como la pobre ha muerto no lo va a necesitar. Que el aeropuerto sin permiso de vuelos se haya arrendado como circuito de pruebas vendría a ser un caso extremo –entre 136 y 150 millones de leiros, parece que ha costado el filfapuerto–pero similar de reinvención por necesidad, y un ejemplo visible de que es la función la que desarrolla el órgano. Al fin y al cabo, la trapacería es en España la institución más antigua de todas, la que más arraigo tiene, y la gran falta de algunos –ya en Castelló, en la comunidad valenciana, la de Madrid o en Catalunya– es que la practican sin el menor sentido del pudor, con la mentalidad propia del cacique al que nadie osa chistar porque para eso es el cacique. Es España, ¿qué esperábais? En espera de que algún consorcio de los Emiratos Árabes, un oligarca ruso o una multinacional china abran la cartera para adquirir las instalaciones (si es que el “Homenaje al Freak” obra de Ripollés no les echa atrás), qué poco me cuesta fantasear con el Aeropuerto de Castelló-Costa Azahar convertido en gigantesco autocine de estilo años 50, en plató del más espacioso y caro reality show de la historia, en centro de celebración de multitudinarias orgías nocturnas de famosos y políticos e incluso, ¿por qué no? en lugar de pruebas nucleares, como las del atolón de Mururoa. ¿Que nada de esto es posible? En España, amigos, absolutamente todo es posible.