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En Toledo han desaparecido 42 papeleras valoradas en más de 25.000 euros

Robar el mobiliario urbano nunca pasa de moda. El modelo de papelera desaparecido en Toledo cuesta 600 euros.

El Ayuntamiento de Toledo ha publicado este llamamiento a sus ciudadanos a través de su página web: "Durante la última semana se han registrado en diferentes barrios de la ciudad de Toledo el robo de 42 papeleras de fundición, modelo "Greco", valorada cada unidad en unos 600 euros. Ante esta circunstancia, desde los servicios técnicos y de la Policía Local se hace un llamamiento a los ciudadanos que puedan observar alguna circunstancia sospechosa que pudiera tener relación con estos robos para que pongan los mismos con conocimiento de los teléfonos de seguridad y emergencia: 091, 092 o 112".

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Lo primero, el comunicado es confuso en cuanto a su redacción, aunque lo que deja claro es que el robo de mobiliario urbano nunca va a pasar de moda. Pero también surge una pregunta: ¿Eran necesarias papeleras de 600 euros para las calles de la capital de Castilla-La Mancha? El Ayuntamiento se ha gastado la pasta y ahora está loco por encontrar las papeleras premium que había instalado, que probablemente hayan acabado ya en manos de compradores ilegales y se hayan transformado en euros para los ladrones. Porque pinta de que haya sido una gamberrada cometida bajo los efectos del alcohol o las drogas, no tiene mucho la verdad.

Desde comienzos de la crisis se han acentuado este tipo de delitos, con el objeto de transformar el mobiliario urbano en dinero mediante la venta ilegal. Todo comenzó con las alcantarillas, que fue una moda que se prodigó por varias capitales y pueblos del país. Y una moda muy arriesgada, muy peligrosa para la integridad de los ciudadanos que van a pie y se encuentran con el agujero y también para los vehículos.

En septiembre del año pasado, asistimos a un repunte de la actividad de los "alcantarilleros". En menos de 15 días, cien de estos elementos del mobiliario volaron de la zona de Casa de Campo de Madrid. Para los robos utilizaron ganzúas, ganchos y una furgoneta como medio de transporte. No hace falta mucho más. ¿El destino final de las alcantarillas? Los chatarreros ilegales, que pagan 11 euros por cada una de ellas. No es una gran cantidad de dinero, pero el negocio está ahí y sigue funcionando.

También llegó esta moda hasta la Comunidad Valenciana y allí lo que hizo la Policía fue perseguir a los que las compran, porque aceptar este tipo de material robado tiene como pena hasta seis años de cárcel y la consiguiente multa económica, que en este caso se calcula como el triple del valor de lo robado. Y los llegaron a pillar, al menos a dos ellos, con las manos en la masa cuando intentaban colocar "una gran cantidad de alcantarillas" en el mercado negro. Fue a la puerta de un taller.

A grandes males, grandes soluciones. O por lo menos ingeniosas y utilizando los últimos avances. Como la que puso en marcha hace poco el Ayuntamiento de Basauri. En esta localidad decidieron frenar en seco la desaparición de mobiliario urbano, que en los últimos tiempos se estimaba que había propiciado un agujero en las arcas del Ayuntamiento de 50.000 euros. Lo que hicieron fue utilizar un spray con ADN sintético que se impregna en todo lo que entra en contacto con la pieza robada. Así, el posible caco se lleva la marca en su coche, en la ropa o en su propio cuerpo. No es el primer municipio que lo hace, en Cataluña y la Comunidad Valenciana también se ha puesto en marcha y presumen de que es "preventivo y disuasorio".

En Alzira (Valencia) las pérdidas por robo y destrozo del mobiliario urbano han sido aún mayores, han llegado hasta los 60.000 euros. Por eso han decidido tirar de ingenio. En un plano menos tecnológico que el utilizado por el municipio vasco, han colocado etiquetas indicando lo que cuestan los distintos elementos distribuidos por la calle. De esta manera hemos descubierto que un banco puede llegar a los 683 euros; un contenedor de basura grande, a los 1.190 euros; y una farola de grandes dimensiones supera los 3.500 euros.

Pero con los ladrones de mobiliario cualquier precaución es poca. Y ni la tecnología, ni la información parecen ser métodos válidos para parar sus ansias de cambiar el aspecto de las calles. Si no que le pregunten a la gente del Ayuntamiento de Toledo.