Entramos en ‘La Casa del Tirador’, una catedral del sexo solitario

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Entramos en ‘La Casa del Tirador’, una catedral del sexo solitario

Los 'tiradores' de Cuba, pajilleros tropicales presentes en cada esquina, combaten la prohibición de la pornografía dibujando escenas guarras de 'art brut' en paredes semiderruidas.

Fotografías pertenecientes al proyecto "Mírame Mirón", de Claudia Claremi y Yimit Ramírez

Estoy en el avión. En medio del mar, ya se divisa Cuba amaneciendo. Ahí abajo, Fidel agoniza en su cama con un pijama de franela, o quizás ya esté muerto, nadie lo sabe. Tomo el formulario de aduana de entrada al país. Una lista de productos prohibidos me espera. Boli en mano, voy poniendo mis pequeñas equis en cada casilla en blanco. Y ahí llego a la última: PORNOGRAFÍA.

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¿Llevo o no llevo pornografía? ¿Cuentan los vídeos cerdos del móvil? ¿Cuenta una foto que me regaló una amiga en la que se ve a Ana Obregón en tetas en los ochenta y que siempre llevo en la cartera como símbolo recordatorio del "cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte, tan callando"? ¿Cuenta toda la pornografía que ha entrado en mi cerebelo en treinta años de juventud capitalista? Creo que no. Así que marco bajo el letrero de "NO" una equis que me mantiene pura y libre de pasar los controles del aeropuerto de La Habana meneando las caderas a ritmo de salsa.

En mi segunda noche en Cuba, mi anfitrión en la isla alza su mano sobre la sala de baile repleta de carnes sudorosas entrelazándose al son de la trompeta y la maraca, y me dice: "¿Ves a todas esas mujeres? TODAS llevan el TOTO depilado".

En Cuba no hay cera depilatoria y no hablemos ya del láser y esas mierdas que te achicharran la chirla. ¿Qué significa esto? Significa que todas las cubanas, gilette en mano, le dedican cada dos-tres días un ratito especial a su coño (toto, que dirían ellas) con el objetivo de que este se mantenga suave y lustroso. SIGNIFICA que hay un culto al potorro pulido y comestible. SIGNIFICA que en Cuba HAY PORNO. Porno andante y viviente. Porno hecho carne.

Desde que una llega, las calles rebosan sexo a la manera del chavalín de seis años que descubre que al tocarse el pito siente gustillo y se lo manosea tranquilamente en la mesa familiar: no hay pudor, no hay vergüenza. El meneo copulador es, sin duda, el gran entretenimiento patrio. Playas, callejones, solares abandonados están plagados de condones en diferentes grados de putrefacción. En una de esas plantaciones profilácticas vi a mi primer tirador.

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En Cuba, "tirador", también llamado "mira huecos", viene a ser lo que en España se llamaría pajillero. Pero lo que aquí hace pensar en un treceañero pálido y pustulento, en Cuba es una figura clave de la sociedad que puebla las calles, como lo es en España el borracho que grita proclamas contra la vida y el gobierno en la plaza. Los hay para todos los gustos: mequetrefes pálidos con ojeras de pajero neurótico, padres de familia que han salido a comprar tabaco y se entretienen un rato… Una vez, un amigo vio a un negro enorme, completamente desnudo, meneándosela con gran energía mientras lo miraba desde lo alto de un muro en medio de la ciudad.

Y están por todas partes: hay avenidas donde los tiradores, ocultos entre los árboles, observan al personal que pasea y lo utilizan como póster central del Penthouse. Los hay -increíble pero cierto- que pasean en bicicleta mirando a gente de la calle mientras se la cascan alegremente. Y después están los que se resguardan en casas en ruinas, cuyas paredes plagan de pintadas y cómics pornográficos para su propio uso y disfrute: una maciza de ubres descomunales recibe un lefazo-cascada en plena cara, una mami de enorme coño peludo se abre depiernas y, en un bocadillo invitador, gime "VEN QUIERO A UNO DOTADO". El dibujo presenta, entre las piernas, un buen lefazo grumoso y seco, versión gotelé del escupitajo espermático español que pega entre sí dos páginas de la Interviú.

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Fui guiada a unas cuantas de esas casas por la artista Claudia Claremi, para quien una de ellas, que llama La Casa del Tirador, es su particular museo sagrado. El Tirador, un mulato anónimo que sólo algunas personas han conseguido identificar, es su artista maldito protegido. Nunca se han visto, pero ella, junto al cineasta Yimit Ramírez, ha dedicado a su particular obra un documental y un libro que está en proceso. Una vez, ella dejó un beso en una de las paredes y la invitación a ver el documental. El Tirador contestó con un lloro lastimero porque de alguna manera había averiguado que Claudia tenía novio. Nunca vio el documental. Supongo que, al menos, le dedicaría una paja.

La Casa del Tirador es un lugar increíble, una isla de Nunca-Jamás-Me-Pajearé-Pero-Vuelvo-a-Hacerlo-Porque-No-Lo-Puedo-Evitar. Una residencia colonial semiderruida, el mar golpeando en el muelle de fuera, y paredes y paredes llenas de AUTÉNTICA PORNOGRAFÍA dibujada por un loco que en el momento de hacerlo estaba cachondo (y eso dota a cada dibujo de una VERDAD y un poder sexual vibrante). En esos trazos hay infantilismo, urgencia, dibujo de margen de libro de texto, y la maestría que da el no pensar en el resultado, sino en un deleitar a la propia alma. Para entendernos, el Tirador es el Henry Darger de Cuba, pero en lugar de Vivian Girls dibuja macizas de culos rebosantes y totos ardientes.

La Casa del Tirador es una catedral del sexo solitario, un nido de placer y pena. "YO NO SE POR QUE SOI ACI", reza uno de los muros, "PERO ME DA TANTO PLASER". Desde el techo, un rostro de mujer de enorme y peludo toto susurra: "ESTA BIEN SI TU ERES FELIS ASI". La vida del Tirador se mueve entre el vicio y la culpa, que se resuelve con más vicio, y que, a su vez, trae una nueva oleada de culpa. Plaga las paredes de diarios en los que relata a qué chicas vio ese día, con cuál de ellas se la meneó, y alterna este cuaderno de bitácora con reafirmaciones de su vocación de tirador.

Es fácil mirar estos trazos desde el prisma del art brut, del morbo de acercarse a la locura ajena, y analizarlos desde la ¿visión sana? de nuestra ¿limpia sexualidad sin tacha?. Lo cierto es que la visión de los dibujos del Tirador apelan al deseo más primitivo, a la cachondez más básica, a esa cosa que uno siente de niño al ver ciertas escenas en al tele y que no sabe qué es ni de dónde viene. Me acordé de mí misma, a los ocho años, dibujando a dos monigotes follando en el margen de un cuaderno y después tachándolos con saña, asustada por la sensación que mi propio dibujo me había producido. Una sensación que, al ver las fantasías del Tirador, volvía a mí. Sí. En la Casa del Tirador, viendo sus dibujos, sentí cosquillas en el toto.

Al salir de la casa, nos bañamos en bragas en el muelle de enfrente. De vez en cuando, echábamos miradas a las ventanas de la casa. Quizás el Tirador había llegado reptando al olor de la carne fresca y nos observaba desde arriba.

Fotografías de Claudia Claremi y Néstor Kim