FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Misión casi imposible: entrar a mear en un bar de Madrid sin consumir nada

Ellos tienen reservado el derecho de admisión y te pueden impedir pasar aunque seas cliente habitual. La solución no está en los (sucios) baños públicos, ni en la calle, si no te quieres arriesgar a pagar 700 euros de multa.

Sucedió una tarde de lluvia. Esta frase podía ser el comienzo de una bonita historia, pero fue algo más parecido a una pesadilla. Algo mojado, pero sin perder los modales, entré en un bar a mear. Justo el mismo bar en el que la tarde anterior había pagado 10 euros por tres cervezas y que es -bueno, ya era- uno de mis puntos de referencia en la ciudad durante la última década. Me planté delante del camarero con una sonrisa y le pregunté: "¿Puedo usar el baño?". Esperaba que me reconociera de la tarde anterior. Pero parece ser que no lo hizo. Respuesta: "No, están averiados". "Pero… ¿los dos que tenéis?" Esto ya lo dije nervioso, porque las ganas apretaban. "Sí, los dos", sentenció cortante. "Pues qué mala suerte habéis tenido", esto ya lo dije con cierta mala hostia.

Publicidad

Malasaña, siete de la tarde. ¿Mear en la calle en el centro de Madrid? Mala idea. Si no que se lo pregunten a Mario, que ha recibido en su casa una multa de 700 euros por hacerlo en la zona de República Argentina. "Estaba esperando a un taxi, me aparté un poco del grupo con el que iba y me puse a hacer pis. Al instante llegó un coche de la 'secreta' y se bajaron dos policías. Ahora me he enterado que esto es una infracción muy grave, equivalente, por ejemplo, a pintar en una pared un grafiti". Y, ¿se pueden recurrir estas multas de alguna manera? "Lo intenté pero nada, también pedí posibilidades de pago aplazado, pero tampoco. Yo no la voy a pagar porque no tengo dinero y tampoco se lo voy a pedir a mis padres".

Otra opción, por si tu vejiga sufre la negativa del que hasta este momento era el camarero de tu garito favorito, es buscar un baño público. En Madrid, desde luego, es una quimera. Primero hay que encontrarlos, luego que funcionen, pagar 25 céntimos y, finalmente, cruzar los dedos para que no estén hechos una pocilga. Que es lo más habitual. En Madrid, hay menos de 40, cuando en París, por ejemplo, hay 400. Así que toparse con uno de ellos es como encontrar una aguja en un pajar.

Antes quedaba el recurso de utilizar estaciones de trenes e intercambiadores de Metro-autobuses, pero ya muchos son de pago (50 céntimos). Así que para eso mejor tomar una caña en un bar y hacer pis tranquilamente. "Privatizando" estos baños han logrado que alguna empresa concesionaria se llenara los bolsillos con nuestros céntimos de euro y borrar el trajín del cruising que, por lo visto, sigue teniendo su gran bastión en los baños de cierta cadena de centros comerciales y tiendas.

Volvamos al principio de la historia. Lo que pasó no fue un hecho aislado. Días después, se volvió a dar la misma situación. Esta vez sin lluvia pero con cerveza, prisas y la vejiga llena. Al lado de un conocida discoteca y sala de conciertos (cerca de Callao) hay un bar que sirve como lugar de encuentro y para abrevar antes de cada bolo. Muchos somos habituales de allí. Me hago pis, aquí seguro que me dejan. "Hola, puedo usar el…". Antes de terminar la frase, llega la respuesta: "No". Ni me enfado, luego ya lo pensaré, ahora me hago pis. Llego casi corriendo al bar de enfrente, que es parte de la ruta pre-conciertos. "Hola, ¿qué tal estáis?", con familiaridad. "¿Puedo usar el baño?". "No", respuesta. Pongo cara de pena o me reconoce (más bien esto último) y rectifica perdonándome la vida: "Venga, por hoy pase, pero rapidito rey". ¿Rapidito rey? Obviamente, bajo y dejo mi firma en el baño.

Indignación. Ya antes había sufrido el rechazo reiterado de las cadenas de cafés made in USA, hamburgueserías y sitios en los que solo dan sándwiches. Todas ellas han "fortificado" sus baños con unas maquinitas de códigos. Pero bares castizos del centro de Madrid donde he pasado tantas horas de mi vida y las que no me acuerdo… Eso sí que no. Llamada a un abogado, quiero conocer mis derechos como ciudadano. "Desde el momento en que cuelgan el cartel de 'Reservado el derecho de admisión' no tienen obligación a dejarte usar su baño y, por supuesto, pueden poner códigos y cerraduras en las puertas". De eso ya nos hemos dado cuenta, muchos de ellos, sobre todo en las zonas más turísticas (Sol, Paseo del Prado y Barrio de Las Letras), ya lo han hecho. Y las llaves las cuelgan de un llavero gigante, como si fuera una pesa, para que ni se te ocurra llevártelas en el bolsillo. Mucha seguridad, poca estética.

Como en tantas otras ocasiones, en las que la desesperación aprieta, recurrimos al consuelo de una persona amiga, que se encuentra detrás de una barra. Esta vez no para pedirle una copa, solo opinión y algo de ánimo con el asunto. María es propietaria del Berlanga, un bar situado en la calle Valverde. Malasaña, allí donde empezó todo esto. "Es verdad, no estamos obligados, por lo que dices del 'derecho de admisión'. Pero yo dejo pasar a todo el mundo, porque es una cosa que me enseñó mi padre, me dijo que resulta muy miserable no hacerlo. Y eso que la gente le echa mucho morro, a mí me han llegado a pedir entrar incluso cuando estoy cerrando la trapa. La gente ya no se corta, ni con las disculpas del estilo de 'voy a buscar a un amigo'".

Le cuento a María mi caso y alucina: "¿Siendo cliente habitual? Hombre yo nunca te negaría usar mi baño, ya te he dicho que me lo enseñó mi padre. Pero también es que yo dejo pasar a todo el mundo. Ni siquiera he pensado en poner llave y te puedes imaginar que he visto de todo. Porque no todo el mundo entra a mear. Mira en qué zona estamos. Imagínate, una vez la Policía tuvo que sacar a uno que se tiró toda la noche en el baño y que se había metido para pincharse". Bueno, el caso es que yo solo quería mear. Y, después de esto, ya he aprendido que tengo que salir con los deberes hechos de casa.