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El número de Siria

La Primavera Kurda en Siria

Los kurdos de Siria tienen alergia a la “primavera”.

“Primavera árabe: el pueblo contra el tirano” es el cliché en el que, a menudo, se ahoga el análisis de la revueltas en Siria. Vale, que los Assad –padre e hijo- lleven más de cuarenta años de satrapía clama al cielo, pero tampoco todo es trigo limpio entre los rebeldes. Me fui a Siria para hablar de este embrollo con los kurdos, ciertamente la “tercera vía” en uno de los conflictos más complejos e imprevisibles de las últimas décadas.

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Milicianos kurdos sin armas llevan desde el inicio de la revuelta ocupándose de puestos de control, como este en Derik, al noreste de Siria. No llegué a conocer el Berlín dividido pero no podía ser muy diferente de esto: zanjas, alambradas y minas para separar dos ciudades, Nusaybin y Qamishli; la primera en Turquía y la segunda en Siria, pero a ambos lados de una misma calle en la que casi todos son kurdos, literalmente. Hace cuatro años la atravesé caminando pero el pasado agosto la frontera estaba cerrada a causa de la guerra en Siria.

“¿Cuándo vienes?”, me preguntaba mi amigo Salih por teléfono y desde el otro lado de la alambrada –en Siria-, a unos 200 metros.

“Creo que voy a tener que dar un rodeo por el norte de Irak”, le contesté. Había conocido a Salih Muslim en 2008, cuando el pobre dormía cada noche en una casa distinta huyendo de la Mujabarat –la policía secreta siria. Consiguió esquivarlos y, en 2010, este ingeniero químico licenciado en la universidad de Estambul se convirtió en líder del Partido de Unión Democrática Kurda (PYD), el partido dominante entre los kurdos sirios.

Tres días más tarde me encontraba en la frontera entre el Kurdistán iraquí y el noreste de Siria. La providencia quiso que mi camino se cruzara con el de Jewan, un chaval kurdo de Siria que volvía a casa tras tres años en el exilio. Pagamos 100 dólares a un contrabandista y seguimos sus pasos a través de la frontera, de noche. Durante el trayecto Jewan me contó que le habían torturado durante 27 días por publicar una revista universitaria en kurdo. En cuanto quedó libre –su familia tuvo que pagar 2000 dólares a funcionarios corruptos- escapó a Líbano, atravesó Turquía y llegó hasta Erbil, la capital de Kurdistán iraquí, donde había rehecho su vida, más o menos.

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El puesto de frontera en el lado sirio estaba controlado por unos civiles armados que aseguraban pertenecer al PKK. Nos agasajaron con té turco y pastas libanesas mientras esperábamos a que viniera a buscarnos Rafik, el hermano de Jewan.

Atravesamos una carretera ocasionalmente iluminada por columnas de fuego. Junto a ellas, unas extractoras bebían el petróleo del subsuelo a un ritmo lento pero constante.

“Muchas de estas tierras eran nuestras, pero los Assad se las dieron a familias árabes del sur del país”, decía Jewan. Con la llegada del partido Ba’ath al poder en 1963, los kurdos de Siria fueron sometidos a una brutal política de arabización. Muchos de ellos fueron privados incluso de la ciudadanía siria, negándoseles el acceso a la educación, la sanidad o tener propiedades. A todo esto se le añadían las deportaciones forzosas, sucedidas por repoblaciones con familias árabes. Hay más de cuarenta millones de kurdos repartidos entre las fronteras de Irak, Irán, Turquía y Siria. Es difícil decir cuál de estos países se ha portado peor con el que es uno de los mayores pueblos sin Estado del mundo.

Pero las cosas en Siria parecían haber cambiado, al menos a simple vista. Llegamos de madrugada a Girke Lege, una población donde los colores de la bandera kurda –rojo amarillo y verde- eran omnipresentes en murales, banderas y graffitis. Se oía música kurda a todo volumen desde tiendas y cafetines aún abiertos, y un partido político kurdo inauguraba su sede con una fiesta en la que los hombres se besaban con cuatro besos –el primero en la mejilla derecha y los otros tres en la izquierda; o quizás era al revés.

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Mientras la milenaria Alepo era reducida a escombros por la aviación siria y los bazookas de los rebeldes, en Girke Lege el ambiente era festivo. Más de un guerrillero me juraba que no había pegado un solo tiro desde el inicio de la revolución en marzo de 2011. Sin embargo, las banderas oficiales sirias y los retratos de Assad padre e hijo seguían siendo visibles desde las comisarías de policía y los puestos de control en la carretera. Según mis contactos en la zona no debía preocuparme porque no estaban trabajando. En cualquier caso, siempre tomábamos carreteras alternativas para no tener que atravesarlos. Había entrado en el país sin un visado de Damasco en el pasaporte y no era cuestión de tentar a la suerte más de lo estrictamente necesario.

Los partidos políticos kurdos han empezado a salir a la superficie tras décadas en las sombras. Un hombre vestido con el atuendo tradicional kurdo se dirige a una multitud durante un mítin del Partido Democrático Kurdo de Siria en Darna, al noreste del país.

Durante los primeros días en la zona dormí en casa de la familia de Jewan, y en otras casas particulares durante los siguientes. Había que evitar los hoteles, que tienen orden de mandar una fotocopia del pasaporte de cada uno de sus huéspedes. Quitando esto, el ambiente en la calle era de total normalidad, incluso de euforia: los kurdos no sólo gestionaban sus propios puestos de control en la calles y carreteras sino que habían puesto en marcha centros de mediación, en los que se gestionaban disputas familiares o vecinales o a los que acudían mujeres maltratadas, que en Oriente Medio siguen siendo demasiadas. Con o sin tiros, la revolución había llegado incluso a las aulas; las de escuelas improvisadas en las que profesores voluntarios enseñaban a leer y escribir en kurdo a todos aquellos que ansiaban alfabetizarse en su propia lengua. Eran muchos y de todas las edades.

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No entendía nada, así que durante los días sucesivos decidí preguntar a prácticamente todo el mundo sobre las razones de tan inesperada estabilidad en la zona. Los líderes de los partidos políticos kurdos –en la clandestinidad hasta ayer– lo achacaban a un supuesto pacto entre Bashar Al Assad y el PYD. Ya os he hablado de Salih al principio del artículo. Si alguien en Siria tenía alguna clave de lo que allí pasaba, sin duda él era uno de ellos.

“No ha habido ningún pacto con Assad”, me aseguraba Salih en Qamishli, bajo un ventilador que se movía gracias a una batería de coche. A diferencia de nuestro primer encuentro en 2008, ahora era yo quién me escondía.

“Al Assad no quiere abrir un nuevo frente con las minorías, por lo que simplemente no interviene en la zona”. Muchos apuntaban a que Damasco había replegado sus tropas a Alepo y Damasco, donde parecían hacer más falta dado el alto nivel de actividad insurgente. Tenía sentido.

Salih también me trasladaba un temor que ya había percibido en prácticamente toda la gente con la que me había entrevistado: si bien los kurdos de Siria habían sufrido la bota de los Assad durante cuatro décadas, también recelaban del creciente papel que grupos salafistas estaban jugando entre el Ejército Libre Sirio. Y no hacía falta acercarse hasta Alepo para darse cuenta de ello, bastaba con encender la tele y ver cómo algunos combatientes rebeldes enarbolaban la bandera de Al Qaeda ante periodistas de los principales canales de televisión occidentales, y sin que estos hicieran mención alguna a dicho detalle. Lo de siempre: un civil armado en Irak o Afganistán es un “terrorista” mientras que en Libia y en Siria, por el contrario, se habla de freedom fighters. ¿Os habíais fijado que un coche bomba en el centro de Damasco tampoco es un atentado terrorista? Volviendo al tema del supuesto pacto entre Salih y Al Assad, había incluso quien aseguraba tener una copia del documento en cuestión, aunque también conocí a un kurdo que aseguraba tener un Picasso robado del museo de Kuwait (me ofrecía un sustancioso 50% si le ayudaba a venderlo). En cualquier caso, nunca llegué a ver ni la copia ni el original, pero tampoco me importa. La incógnita más acuciante sigue siendo el futuro inmediato de los kurdos de Siria, y el debate sobre si el Kurdistán sirio debería ser una región autónoma dentro de Siria era una de las patatas calientes en todo este embrollo.

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A diferencia de los combatientes árabes, los kurdos incluyen mujeres entre sus efectivos: guerrilleras de los Comités Populares de Defensa (YPG) en Derik, nada más despachar definitivamente a los últimos resistentes de Al Assad (foto de Giulio Petrocco).

“Queremos una región autónoma con fronteras bien definidas”, me explicaba Qereman Meri, un portavoz de Yekiti, uno de los partidos políticos kurdos. Sobre un mapa amarillento de Oriente Medio había trazado un área ovalada que se extendía casi hasta el Mediterráneo a lo largo de la frontera entre Siria y Turquía.

Otros, como Ismail Ali Sheref –líder local del Partido Democrático Kurdo de Siria, PDKS– consideraban que el proyecto de región autónoma era poco realista.

“No podemos importar el modelo kurdo-iraquí al Kurdistán sirio porque la geografía nos da la espalda: no tenemos montañas que nos protejan de los árabes y los turcos”. A pesar de sus diferencias, tanto Yekiti como el PDKS están entre los 16 partidos turcos que establecieron el Comité Supremo Kurdo en julio pasado, del que ya forman parte casi todos los kurdos sirios. La fundación de este comité fue un gran paso hacia la resolución del conflicto entre los distintos partidos y clanes.

No olvidemos que el noreste de Siria es una zona donde vive un gran número de cristianos. Muchos de ellos se tatúan crucifijos y símbolos asirios para distinguirse de sus vecinos musulmanes. Sin embargo, me consta que el negocio de tatuajes local no atraviesa por sus mejores momentos. Uno se lo piensa dos veces antes de tatuarse un crucifijo en el brazo cuando crecen los rumores sobre cristianos decapitados en checkpoints gestionados por rebeldes llegados de Arabia Saudí o Pakistán, entre otros. Resulta descorazonador pensar que los únicos internacionalistas del siglo XXI sean yihadistas que sueñan con sociedades medievales cimentadas sobre los versos del Corán.

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Algunos cristianos me confesaron que no les hacía mucha gracia que los kurdos gestionaran la región, pero todos coincidían en que sería mucho peor si la región caía en manos del ELS. Hasta el año pasado, Siria era uno de los destinos favoritos para los cristianos que huían de la violencia sectaria en Irak. Hoy, tanto los residentes de antaño como los recién llegados no ven el momento de largarse.

“Me gustaba Bashar al-Assad porque garantizaba nuestra seguridad. Si los kurdos pueden hacer lo mismo, entonces no me opongo a su mandato. Sólo quiero vivir tranquilo”, me contaba un cristiano que regentaba un hotel donde se servía cerveza junto a una piscina.

Pero las cosas pintan bastante mal para kurdos y, por ende, para los cristianos. Salih denunciaba que en el ELS hay hasta combatientes que reciben órdenes directas de Turquía.

Según escribo estas líneas, escucho que grupos rebeldes apoyados por artillería turca combaten contra las milicias kurdas locales en Serekaniye. Entre los combatientes que se han acercado a este pueblo kurdo justo en la frontera se encuentra el Frente de Al Nusrah, un grupo yihadista surgido al calor de las revueltas en 2011, y al que se identifica como la “filial de Al Qaeda en Siria”. Nadie parece llevarse las manos a la cabeza ante el hecho de que un miembro de la OTAN como Ankara apoye a los extremistas islámicos (probablemente porque tampoco es la primera vez). En cualquier caso, los rumores de que Turquía intervendría antes o después para evitar que los kurdos de Siria mejoren su nivel de vida parecen ya materializarse sobre el terreno.

“¿Por qué viene el ELS a nuestro territorio si las tropas de al Assad ya se han ido?”, me comentaba Salih al teléfono. La respuesta a esta pregunta ya la tenéis más arriba.

Los kurdos de Siria insisten en reclamar sus derechos, algunos tan básicos como poder hablar y escribir en su propia lengua. Es difícil saber en qué va a acabar todo esto pero podemos buscar pistas en la historia más reciente. El año pasado vi luchar y morir por la revolución a los bereberes de Libia. Un año después de que Trípoli cayera en manos rebeldes, los habitantes originales del norte de África siguen quejándose de seguir “bajo el mismo régimen arabo-islamista que perpetuara Gaddafi”.

“Primavera Árabe”: el adjetivo no deja lugar a dudas y los kurdos lo saben. Por el momento vamos ya por el segundo invierno desde que comenzaran las revueltas. Y el futuro de los sirios en su conjunto no está en sus manos sino en las de China, Irán, Rusia, Turquía, Arabia Saudí, Qatar… Hasta que estos se sienten y se pongan de acuerdo, los kurdos de Siria se verán obligados a mantener a distancia tanto a Al Assad como al ELS para garantizar su propia supervivencia.