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Cultură

Estafas sobrenaturales: el profesor Sidi y sus secuaces

Borja Criado se acercó a conocer al Profesor Sidi, un chamán africano/sacerdote juju, con la intención de echarnos mal de ojo a nosotros, sus jefes.

Para contrarrestar el daño que nos causa tener a alguien llamado Borja trabajando para nosotros, hemos decidido enviar a nuestro intrépido asistente editorial una vez a la semana a investigar el mundo del espiritualismo. Esta semana se acercó a conocer al Profesor Sidi, un chamán africano/sacerdote juju, con la intención de echarnos mal de ojo a nosotros, sus jefes.

En apenas mes y medio de redactor de Vice he tenido tiempo para ser agredido física y brutalmente por mi jefe (me asestó un descomunal derechazo en el hombro a primera hora de la mañana, emocionado por un artículo que acabábamos de publicar sobre Kick Boxing), ganarme la enemistad de todos los fanáticos de Barcelona de un conocido grupo de pop-rock alternativo, y para colmo me han puesto a hacer fichas de grupos de música indies para el Primavera Sound.

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Afortunadamente el jueves pasado, camino de la oficina, un tipo en la boca del metro me dio esto:

La línea que más me interesaba, evidentemente, era la de "mantener puesto de trabajo", así que me decidí por hacer una llamada al Profesor Sidi y arreglar un acuerdo con él para deshacerme de mi jefe. Al otro lado del teléfono el supuesto profesor chapurrea como puede las preguntas "¿qué quieres?¿dónde vives?¿cuál es tu problema?", y después de contarle que mi vida se ha vuelto un desastre en las últimas dos semanas, me arregló una cita el lunes a las 16h.

La consulta del profesor Sidi quedaba muy cerca de la Sagrada Familia y a la salida del metro un joven de color me entregó este otro papel, muy parecido al primero, pero con otro nombre:

Me gustaría creer que existe toda una red de curanderos rivales librando una guerra secreta por toda la ciudad, pero sospecho que se trata más bien de la misma banda de estafadores chapuceros patrocinando a un solo chamán bajo distintos seudónimos. Convencí a un fotógrafo para que me acompañase a la consulta, en parte para que intentase sacar alguna fotografía, en parte por el miedo a ser secuestrado y sacrificado a algún dios sudafricano.

La oficina del santero estaba en el entresuelo de un edificio de l´Eixample, es decir, un piso alargado con un pasillo lleno de habitaciones a los lados compartido al menos por tres tíos: el que nos abre la puerta y nos hace esperar cuatro minutos, el que ve la tele al fondo del pasillo y el propio profesor Sidi, que nos esperaba en un cuartucho diminuto. La habitación no debía de medir más de tres metros cuadrados en los que apenas cabían una cama individual, un armario de Ikea sacado de la calle, las paredes forradas de tapices y símbolos raros y en una esquina, frente a una mesa con dos velas encendidas, el profesor Sidi, un tipo negro vestido con una especie de poncho de colores y una palestina al cuello.

El profesor me vuelve a preguntar que cuál es mi problema, así que me invento que mi jefe está liado con la tía que a mí me mola, porque pedirle que se deshaga de él así de buenas a primeras creo que no va a funcionar. El fotógrafo le cuenta que le gusta hacer fotos a estas cosas, pero el profesor, que hace como que no se entera, pero sí, le dice "está prohibido. No fotos. Está prohibido". Así unas ocho veces.
Después me pide que ponga la mano en una libreta tamaño A4 cuadriculada, dibuja el contorno con un rotulador negro y luego se tapa la cabeza con la palestina, agarra un báculo de dos palmos con plumas y entra en trance durante uno o dos minutos, repitiendo un cántico en una lengua extraña. Me pregunta si he traído el dinero (30€ la sesión), me da unas piedras y me ordena que lo agite todo, monedas y billetes sobre el dibujo, mientras vuelve al trance anterior, hasta que abro mi mano y las piedras y el dinero caen sobre el papel y el tío para y me dice:
Chica gustarle, chica y tú en el futuro estaréis juntos. Pero para eso hay que hacer trabajo. Yo tengo poción de veinticuatro horas, y hay otra de una semana y otra de dos semanas. Tú eliges. 666€.
Después de discutir con él sobre los precios, de explicarle que mi sueldo no me da ni para pagarle la mitad, de intentar convencerme de que le pague una parte ahora y a final de mes otra (santería a plazos), consigo que me dé esta lista de precios:

Las tres primeras cifras son el coste de la poción de amor. Los 700 es lo que me costaría echarle mal de ojo a mi jefe, algo que al tío parece darle exactamente igual cuando se lo propongo. Le digo que me lo voy a pensar y me dice que vale, que la sesión ha terminado (15 minutos), así que el fotógrafo y yo nos vamos, sin foto, sin poción, sin mal de ojo y sin apenas material para este artículo. Yo esperaba que derramase la sangre de alguna gallina sacrificada sobre mi cuerpo desnudo. Los curanderos de hoy ya no tienen corazón.