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Cultură

Este ex-luchador podría enterrarte

Eduardo Sesma es enterrador y ha sido luchador de lucha libre y coctelero. Nos lleva de paseo por el cementerio.

"Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)", escribió el poeta Dámaso Alonso en 1944 refiriéndose, por aquello de la metáfora, a los madrileños vivos. Hoy en la ciudad de Madrid hay más personas muertas que vivas. Son tres millones las que laten y respiran pero solo en el cementerio de La Almudena, el más grande de Madrid y uno de los mayores de Europa, hay muertas y enterradas muchas más: superan los cinco millones en casi 130 años de existencia. Los restos del propio Dámaso Alonso yacen aquí. Ya es uno de ellos. De los muertos no metafóricos.

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Acudimos, en un día en el que el cielo estaba gris como un sepulcro, a esta enorme ciudad de los muertos: íbamos a ver a un enterrador. La misma entrada ya impresiona, un enorme pórtico soportalado, lleno de monumental solemnidad, que da paso a 120 hectáreas de camposanto. La bienvenida la da una capilla de formas ovaladas que parece haber aterrizado procedente de otra galaxia y un lugar llamado el Jardín del Recuerdo donde se arrojan las cenizas de los fallecidos. Entre las briznas de hierba y los ramos diseminados se ve el blanco de la ceniza que aún no se ha filtrado, ayudada por los aspersores de agua, a las capas profundas del subsuelo.

Imaginamos al enterrador, confundidos por las obras de ficción, como un hombre pálido y enjuto, vestido con sombrero y levita negros, siempre apoyado en su vieja pala. La mirada torva y la boca cerrada. Sin embargo, quien baja del coche, Eduardo Sesma, es un hombre corpulento y simpático que transmite serenidad: tiene las manos fuertes, curtidas por el trabajo duro, estrechársela es como estrechar la mano de árbol. Fue el número 13 de 14 hermanos, y de niño pasó hambre.

"Se piensan que somos como El Enterrador de la lucha libre americana. El Enterrador es todo un ídolo en Estados Unidos, de hecho yo le regalé hace años a mi hija un muñeco inspirado en él. Pero nosotros somos gente normal. A mí me gusta la broma y el chascarrillo. Eso sí, hay que tratar con respeto el tema de la muerte". Curiosamente, existe otro inopinado paralelismo entre El Enterrador de la World Wrestling Federation (WWF) y Eduardo: este también fue luchador de lucha libre, pero eso nos lo contará más adelante.

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Estos días está de baja ("Me resbalé en un sepulcro, me caí y me lesioné el codo"),pero ha venido desde su casa en San Cristóbal de los Ángeles para contarnos su vida y milagros. Ahora nos dará un paseo por el cementerio. En coche, porque en esta necrópolis gigantesca las distancias son tan grandes que es necesario ir sobre ruedas.

-"Vamos a donde La Lola", dice al tiempo que arranca.

El cementerio está dividido en secciones que se llaman cuarteles, y los cuarteles están divididos en manzanas. Pero los que aquí trabajan (más de cien personas entre enterradores y administrativos) se guían por sus propios topónimos. Donde la Lola (por el sepulcro de Lola Flores), donde Fernando Martín (por el malogrado jugador de baloncesto), donde la Maripaz (por la bailaora) o donde El Yiyo (por el torero). De camino a donde la Lola vemos la tumba de Tierno Galván, ("siempre está cubierta de flores", nos dice Eduardo), o el panteón de los caídos de la División Azul, en el que ondea una gran bandera roja y gualda. Hay muchos otros muertos ilustres en este cementerio: Santiago Ramón y Cajal, Fernando Rey, Enrique Urquijo, Arturo Soria, Benito Pérez Galdós, Pío Baroja, Alfredo Di Stefano o Julián Marías. Durante la Guerra Civil, sus tapias fueron la escenografía de muchos fusilamientos, entre ellos los de las Trece Rosas, que también tienen aquí su homenaje.

Eduardo nos muestra el mausoleo de Lola Flores donde hay una estatua de la Faraona y otra de su hijo Antonio, fallecido solo dos semanas después, ambos están enterrados dentro, junto con El Pescaílla, marido y padre. Si uno levanta la vista se ven cruces, lápidas, ángeles melancólicos y cristos crucificados casi hasta donde alcanza la vista, envueltos en una suave y misteriosa bruma matinal. Pero ¿cómo es el trabajo cotidiano de un enterrador? Básicamente, según relata el profesional, se dedican a enterrar cadáveres, pero también a desenterrarlos cuando hay una orden judicial o cuando pasa el tiempo y hay que juntar restos de varias personas en una sola caja, lo que se llama hacer una reducción.

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Día a día, poco a poco, como un gran rompecabezas, el cementerio va cambiando: se entierran cuerpos frescos, se sacan algunos que ya no volverán, se hace sitio en panteones familiares para nuevos miembros, se arrejuntan varios en un solo ataúd.Los enterradores, minuciosos y en cuadrillas de cuatro currantes, van operando la metamorfosis, a veces vestidos con mono, otras con chaqueta de pana y camisa durante los entierros a los que asisten los familiares.

-"Este parece un trabajo muy duro, no apto para aprensivos".

-"Bueno, al principio sí lo es" – dice el enterrador-, "a mí me costó mucho cuando empecé, hace 24 años. Veía cosas que jamás había visto, que no me imaginaba, cosas que no se pueden explicar. Pero al final te acabas acostumbrando".

-"Te refieres a los restos humanos".

-"Claro. Antes había sepulturas que se vaciaban a los diez años. Los cuerpos, sobre todo los que estaban debajo de otros y recibían sus líquidos, se conservaban muy bien. Y era impactante abrir los sepulcros y encontrarse con eso".

No nos pongamos macabros. Será mejor que Eduardo nos cuente su pasado como luchador de lucha libre. Dice que le gustaba ir a ver la lucha libre al Campo del Gas (donde ahora está el gasómetro, cerca de Embajadores) a partir de la medianoche y un día se ofreció como luchador, porque hacía gimnasia y era un joven fuerte y gallardo. Tenía entre 16 y 18 años, así que aquello era ilegal, pero allí nadie preguntaba nada. "Yo era de los malos, de los que siempre cobraban", dice, "nunca ganaba una pelea, porque tenían que ganar lo buenos". Eran los tiempos de luchadores como Santi Rico, La Araña Roja, Hércules Cortés o el Lobo de Fuenlabrada. "Muchos tenían varios nombres para que no hiciese falta contratar a tantos luchadores", cuenta, "yo tenía una máscara blanca y otra roja y me hacía llamar Osso o Macay".

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Pero ahora cogemos el coche para ir a otras tumbas curiosas, por ejemplo la de José María González 'Junior', estrella del Circo Mundial, un hombre que se trataba íntimamente con tigres de Bengala, elefantes asiáticos o caballos como los que se ven, a tamaño natural, rodeándole en su tumba. Hay una célula fotovoltaica que alimenta las luces que lo iluminan de noche. "Yo hablé con este hombre el día antes que muriera", dice Eduardo, "porque había un acuerdo para que los trabajadores fuéramos al circo y era mi tarea contratar las entradas. Al día siguiente, en 2002 y con solo 27 años, falleció en un accidente".

Hay más: Amando Álvarez González vivía con dos perritas pekinesas, cuando falleció en 1951 las perritas aparecieron a los pies de su tumba, velándole. Ahora le siguen velando, pero convertidas en estatua. El mausoleo de Antonio Asensio, fundador del Grupo Z, parece el salón de una casa donde hay figuras de angelotes, figuras de barco, idiogramas asiáticos y, en el tejado, la caja de lo que parece ser un aparato de aire acondicionado, ignoramos para qué fin. Hay quien es tan fan de su equipo del futbol que coloca el escudo en su lápida, como en el caso de un hincha del Atleti que encontramos en nuestro camino, animando hasta la muerte.

-"¿Hay profanadores de tumbas?"

-"No me consta que nadie haya profanado una tumba, pero sí que hay gente, gamberros, que se cuelan por la noche y destrozan algunas cosas. Por la noche aquí no hay iluminación y, además, hay vigilantes".

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-"¿Vigilantes nocturnos en un cementerio? Qué miedo de trabajo ¿no?"

-"Lo cierto es que a veces cuando es de noche, y sobre todo al principio, aunque sabes que no te va a pasar nada porque has tratado con cadáveres y demás, te da algo de cosa. Vas mirando para todos lados. Por el día es un sitio apacible donde pasa el autobús urbano y viene gente a hacer deporte, corriendo o con la bici".

-"¿Has visto el programa Cementerio TV, en Calle 13?"

-"Sí, pero me parece tonto. Solo enfocan tumbas como si fuera a pasar algo, pero claro, nunca pasa nada. Las películas de zombis tampoco tienen nada que ver con esto. Y la serie A dos metros bajo tierra la he visto algunas veces porque le gusta mucho a mi hija, pero en Estados Unidos es todo diferente".

La verdadera vocación de Eduardo no estaba entre las tumbas, sino tras la barra de un bar. "Ser camarero es lo que más me ha gustado siempre", dice, "atender una barra cuando hay muchos clientes, esa tensión, dar un buen servicio". Le gusta inventar sus propios cócteles y su sueño sería abrir una coctelería, "pero no un pub normal, sino una coctelería bien montada", dice. "Solo que ahora, con 52 años, ya no lo haría si no ganase el Gordo. Y si lo ganase creo que mejor me dedicaría a vivir la vida". Sin embargo, aunque nunca lo sospecharíamos, su experiencia como barman le ha ayudado en su labor como enterrador.

"Dicen que los camareros somos como psicólogos y que sabemos escuchar: la verdad es que a veces no nos queda más remedio que tratar con borrachos o pesados. Pero aprendes a entender a la gente y a aguantarla en todas sus actitudes". Así que ahora, cuando en un entierro alguien reacciona de manera maleducada o agresiva porque pasa un mal momento, algo que al parecer ocurre a menudo, sabe aguantar el tirón y ser amable. Tiene "talante".

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-"Esta profesión debe generar bastantes anécdotas".

-"Sí" –dice-, "una vez vino una señora que iba a enterrar a un ser querido en su sepulcro familiar, pero decía que aquel sepulcro no era el suyo, estaba empeñada. Le demostramos que sí era ese y resulta que ella llevaba 15 años llevando flores a la tumba equivocada. Se quedó fría. En otra ocasión un joven me dijo: 'explícame cómo funciona esto que es la primera vez que entierro a mi padre".

-"Tratar con la gente que pasa el duelo debe de afectarte".

-"A eso no te acostumbras. Es muy duro cuando es el entierro de un niño o un joven. Pero a mí lo que más pena me da es cuando muere un miembro de un matrimonio de ancianos y el que todavía vive se queda solo. Porque puedes tener 20 hijos, pero no es lo mismo".

-"¿De tanto tratar con la muerte, se le pierde el miedo?"

-"Sí, ya lo ves como algo natural y no sueles pensar en ello. Es algo que sabes lo que es y que tiene que llegar. No creo que haya vida más allá, no soy creyente".

-"Entonces, ¿qué pasa después de la muerte?"

-"Pues que vengo yo y te entierro".