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Cultură

Soy feminista y sumisa sexual

Y no, no es contradictorio.

Ilustración por Julia Dickens

Este artículo se publicó originalmente en VICE Canadá.

La primer vez que experimenté una sensación cercana a mi concepto de perfección fue el año pasado en Mónaco, donde conocí a un hombre guapísimo. El tipo era joven y multimillonario (hay que serlo para vivir en Montecarlo). En una ocasión, mientras conversábamos en la terraza del hotel Hermitage, me comentó que, en el fondo, él creía que todas las mujeres deseaban ser dominadas. Levanté una ceja y me apresuré a mostrar mi desacuerdo. Yo no siento deseos de que ningún hombre me domine a mí ni ningún aspecto de mi vida fuera de las cuatro paredes de un dormitorio. Sinceramente, no mencioné este último dato por no darle un argumento con el que seguir defendiendo su tesis de que el rol de las mujeres es el de la servidumbre. Lo que él no se podía imaginar es que mientras manteníamos esa conversación yo estaba mojando las bragas.

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La vida no es fácil para una mujer que se precia de ser feminista y a la que le gusta que la jodan. Y me refiero al más amplio sentido de la palabra

Esa noche no dormimos juntos, pero cuando fui a despedirme de él antes de coger mi vuelo de vuelta, apareció por detrás mientras me estaba mirando en el espejo, me dio la vuelta y me besó. Respiré hondo y me dije a mí misma, ¡Dios, sí! Limítate a disfrutar este momento, por favor. De repente, la aprensión que suele invadirme ante la perspectiva de acostarme con un desconocido desapareció por completo. Ese hombre era la perfección absoluta. Cada palabra que pronunciaba, el calor de sus manos recorriéndome las caderas, el cuello, el cabello, la cara… Fue una experiencia de dolor y placer y debo agradecer a ese desconocido por permitirme hacer realidad mi fantasía.

La vida no es fácil para una mujer que se precia de ser feminista y a la que le gusta que la jodan. Y me refiero al más amplio sentido de la palabra. En el día a día, más vale que me traten con respeto, pero a puerta cerrada parezco una gimnasta olímpica follando sin coreografía.

No resulta sencillo confesar estas fantasías, sobre todo ahora que las mujeres estamos luchando por la igualdad. Yo persigo mis objetivos y no me avergüenzo de manifestar mi postura feminista desde la primera cita y, lo más importante, no admito que nadie me diga qué tengo que hacer. Me echaron del colegio por "desobediencia a la autoridad" tantas veces que he perdido la cuenta, por lo que creo que no exagero al decir que tengo verdaderos problemas con el tema de la autoridad. Si a mí misma me resulta difícil de asimilar esta doble vertiente de rebelde abnegada y aficionada al maltrato verbal, imaginaos lo que me cuesta explicarlo a los demás.

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Si a mí misma me resulta difícil de asimilar esta doble vertiente de rebelde abnegada y aficionada al maltrato verbal, imaginaos lo que me cuesta explicarlo a los demás

Lejos quedan los días en los que pensaba que no lubricaba demasiado. Enseguida me di cuenta de que no me excitaba como era debido porque no disfrutaba de los preámbulos ni de la actitud de mi pareja sexual. Al no expresar mi insatisfacción, no me quedaba otra que contentarme con practicar sexo convencional con mucho, mucho lubricante.

"¿Por qué no les dijiste que preferías que asumieran una actitud más dominante?", me han preguntado a menudo, y no les culpo, Parece lo más lógico, ¿verdad? Pues no. En cuanto oyen la palabra "duro" o "dominante", se limitan a embestirme a lo bruto, y la cosa acaba como una escena amateur de 50 sombras de Grey salpimentada con algunos añadidos de cosecha propia, en su mayoría sacados de vídeos de Pornhub. Supongo que el problema es la amplia variedad de prácticas que pueden englobarse en la categoría de "sexo duro", desde azotes hasta punciones con agujas, electrocución y otros métodos para infligir dolor.

Pero "duro" no siempre equivale a BDSM, del mismo modo que BDSM no equivale siempre a "duro".

¿Cómo se le dice al hombre que has pedido que te controle que no haga lo que quiere hacer?

No es tarea fácil encontrar un hombre que entienda ese frágil equilibrio y me dé la suficiente seguridad como para poner mi cuerpo en sus manos, que no intente poner en práctica sus ideas preconcebidas de cómo debería desarrollarse la situación. ¿Cómo se le dice al hombre que has pedido que te controle que no haga lo que quiere hacer?

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Por otro lado, entiendo que haya hombres a los que les cueste adaptarse a la situación. He estado con hombres que se sentían tan intimidados que no sabían cómo reaccionar. Otros no tenían la menor idea de lo que es la asertividad sexual y me pedían que les explicara con todo lujo de detalles qué era lo que quería que me hicieran, como si yo fuera una directora de cine porno. Pero los peores son los que se creen que me gusta que me golpeen en la cara o lamerles los pies. Joder, no. Si alguien menciona alguna de esas prácticas, inmediatamente aborto la misión.

La dominación está en las acciones, los gestos, las insinuaciones y en la forma en que el que la ejerce usa sus manos y el resto de su cuerpo para alcanzar su objetivo. Es como un sutil baile que ejecutas con un compañero que sabe llevarte. Nunca antes había sentido que alguien me deseara y quisiera poseerme. Soy de complexión delgada y tengo poco pecho, algo que me acomplejó durante mi adolescencia y parte de la edad adulta, hasta el punto de que practicaba sexo con una camiseta o, como mínimo, con el sujetador puesto. Me costó mucho tiempo sentirme sexy, e incluso hoy no me siento así a todas horas.

La dominación está en las acciones, los gestos, las insinuaciones y en la forma en que el que la ejerce usa sus manos y el resto de su cuerpo para alcanzar su objetivo

Me resulta emocionante coquetear con la idea de que me hagan daño, el suficiente para excitarme. Cuando un hombre se toma su tiempo para explorar mi cuerpo y mis límites, sé que me está dedicando toda su atención, y eso es precisamente lo que me excita. Las reacciones físicas que experimento ante cosas que mi mente normalmente rechazaría son a la vez abrumadoras y desconcertantes. Se me presenta la oportunidad de ceder el control de mi cuerpo, una decisión liberadora y tremendamente poderosa en sí misma. El verdadero reto es poder encontrar a alguien capaz de someterme a estos juegos degradantes y de reconocer que, después de tragarme su líquido, debe tratarme con respeto.

Traducción por Mario Abad.