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Algunos cuando se enamoran inventan grandes cosas

Four Roses surgió de una historia de amor entre dos jóvenes en EEUU en el siglo XIX. El bourbon no sería lo mismo sin la leyenda de cuatro rosas rojas bordadas en un vestido.

Esta historia tiene un final feliz. Pero mientras nos la contaban hubo algún momento que nos temíamos lo peor: quedarnos sin el 'happy end'. El protagonista se llamaba Paul Jones Jr. y vivía en Kentucky (EEUU) a mediados del siglo XIX. El joven Paul tuvo la mala suerte de que el día que conoció a la mujer de su vida le llamaron para que se incorporara a filas. Era el amor en tiempos en los que un WhatsApp no solucionaba una cita. Así que nuestro joven protagonista tuvo una idea de esas de amor de verdad: si la muchacha le correspondía en sus (buenas) intenciones debería bordarse cuatro rosas rojas en el vestido que iba a lucir el día del gran baile.

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Y años más tarde, en 1888, Paul regresó del frente (aquí nos temimos lo peor) y comprobó (otra vez tensión) que la chica se había bordado las cuatro rosas rojas en el vestido. ¿Se acabó? Para nada. Como en toda buena producción estadounidense -y ésta lo es de manera muy genuina- queda ese giro que tanto gusta a los guionistas y que encoje el corazón del público. El veterano de guerra, decidió emprender su propio negocio: una destilería de bourbon a la que bautizó como Four Roses. Puro romanticismo ¿Y este es el final? No, es solo el principio, una forma de introducir la historia de una legendaria marca y de una bebida singular.

Porque respecto al bourbon hay mucho de lo que hablar. Si el propio Paul estuviera entre nosotros (su espíritu está en Four Roses) nos explicaría que todos los bourbons son whiskyes, pero no todos los whiskeys son bourbon. Vamos con las diferencias. Para hablar de bourbon hay que explicar que es tipo de whiskey americano.

Si visitáramos la vieja destilería de Paul, nuestro guía espiritual desde ahora mismo, descubriríamos que un bourbon para poderse llamar así tiene que contar con unas características muy determinadas. Por ejemplo y sin entrar en demasiados tecnicismos -estamos aquí para disfrutar con los sentidos, no para atrofiarlos- tiene que estar producido en EEUU. Nos lo olíamos. También tiene que tener una mezcla de cereales (mínimo el 51% tiene que ser maíz), añejado en barricas nuevas (quemadas) de roble y durante un mínimo de 2 años, y su sabor no se puede adulterar. Esto quiere decir, ni más ni menos, que no se le pueden añadir sabores, ni aromas.

Four Roses tiene el toque inimitable de las cosas hechas a mano, con cariño. Para entender esto hay que viajar (aunque sea mentalmente) hasta Kentucky e imaginarse a Paul esperando entre cinco y siete años para tener su bourbon. Y también aprovechando que en su tierra hay el mismo número de días cálidos -en los que la madera absorbe el líquidoque se impregna de sabores y aromas- que de días fríos -en los que la madera expulsa el líquido que vuelve dentro del barril-.

Tomando como referencia el 125 aniversario de la marca, la culminación del sueño de Paul, sus descendiente quisieron rendir homenaje a su ingenio con el lanzamiento de Four Roses Small Batch. Un audaz bourbon que sintetiza en su ADN cuatro de las diez recetas tradicionales que se utilizan para la elaboración de esta bebida. Sus aromas son dulces y afrutados y, sobre todo, es como llevarse a la boca un trago de la América profunda.

Aquellos que prefieran adentrarse en el mundo del bourbon de una manera más relajada, a pequeños pasos pero sin timidez, tienen que hacerlo de la mano de Four Rouses Yellow Label, un clásico de la factoría de Kentucky, cercano y muy fácilmente reconocible. Y es perfecto para entender qué llevó a Paul a combinar el amor con su oficio.

Y es que resulta inevitable volver a Paul para cerrar estar historia tan americana. Ya casi le vemos como un amigo. Un amigo romántico al que agradecemos mucho que se pusiera terco con conquistar a una chica y que ella no se olvidara de él, y tuviera talento para bordar esas cuatro rosas rojas de Four Roses, durante la guerra.