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Cultură

Fui a que me hicieran un masaje "especial" en la polla

Desde pequeño me he masturbado de una forma muy rara y nunca he sabido si he llegado a sentir un orgasmo de verdad. Recurrí a una masajista para indagar sobre mi propio cuerpo.
Este no es nuestro amigo Carlos Ventaja pero podría serlo.Carlos Ventaja es, evidentemente, un seudónimo. Imagen vía Flickr.

Desde siempre he tenido una relación extraña con la masturbación. En algún momento de mi más tierna infancia —y os puedo asegurar que mi infancia fue tierna y el uso del adjetivo no es baladí— empecé a hacer una especie de cosa con las piernas que, con el tiempo, mis familiares bautizaron como "la gimnasia" o "el telele". El truco consistía en estar sentado, estirar las piernas y empezar a abrirlas y cerrarlas, haciendo y deshaciendo un triángulo, al tiempo que mis manos, y mis dedos, se tensaban y los movía un poco como espasmódicamente. En ningún momento tenía necesidad de tocarme la polla, a veces simplemente la encaraba un poco hacia abajo o le daba toquecitos con la yema de los dedos. Este abrir y cerrar las piernas, al poco rato, me generaba un cosquilleo muy agradable en la punta del miembro. Yo entonces no tenía ni idea de qué era una paja; tampoco había oído nunca la palabra orgasmo. El caso es que le cogí el gusto a la gimnasia esa y lo hacía en casa cada vez que podía.

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También empecé a hacerlo en clase. Recuerdo que una vez un profesor o profesora me interpeló directamente sobre el por qué de aquél movimiento de piernas y tuve que detenerme a pensar, tuve que encontrar unas palabras que sirvieran porque, la verdad, es que ni yo sabía exactamente lo que pasaba entonces conmigo. O sea, lo sabía, pero no lo intelectualizaba. Qué bien estaba no intelectualizar las cosas, por cierto. Qué bien estaba no saber los nombres de las cosas. Pero encontré unas palabras que respondían a la pregunta, muy sencillas: "Porque me de placer". Eso le dije.

A los diez u once años empecé a darme cuenta de que, cuando hacía eso, me aparecía una manchita en el calzoncillo o el pantalón del pijama, amarillenta y algo pegajosa. Yo seguía sin saber nada de pajas y me asusté. Tal como había empezado a hacer eso, dejé de hacerlo, no quería tener nada que ver con esas manchas. Pasó el tiempo y me olvidé de la gimnasia y me centré en las aventuras gráficas que recientemente habían llegado a mi vida: Indiana Jones, Guybrush Threepwood, los héroes de las aventuras de Sierra, todo eso. Pero llegó ese momento en el que, de repente, las pajas se convierten en algo de qué hablar. Los niños empiezan a hablar de niñas y de novias y de pornografía almacenada en discos de tres y medio que se cargaba muy lentamente, cintas de vídeo en repisas altas y el inevitable "machacársela", "pelársela", "darle a la manivela" y todo eso.

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Con el paso de los años, y sin necesidad de recurrir a muchos especialistas llegué a tener una especie de diagnóstico respecto al por qué no me podía masturbar con normalidad. Básicamente era por haberme acostumbrado, desde muy pequeño, a hacer eso con los pies. Digamos que mi cerebro asocia el placer del pene a este hecho de estirar y mover las piernas. Alternando mi propia técnica de la gimnasia y las pajas al uso alguna vez he llegado a ese punto en el que puedo quedarme un rato dándole con la mano y sentir algo, y os digo que es emocionante para alguien que prácticamente no se ha masturbado de forma normal hasta hace algún tiempo. Pero para correrme, para llegar al clímax, sí que suelo necesitar tensar las piernas.

Digamos que mi cerebro asocia el placer del pene a este hecho de estirar y mover las piernas.

La verdad es que ni siquiera acabo de tener claro que mis orgasmos hayan sido de mucha intensidad hasta el momento. Es por eso que a modo de investigación y descubrimiento de mi propio cuerpo decidí ir a uno de esos sitios donde te hacen un masaje tántrico con final lingam. Quería saber qué se sentía exactamente cuando te masturbaban de una forma, digamos, normal, a aprender a utilizar mi cuerpo. Yo solo no podía hacerlo, ya lo había intentado, así que decidí dejar mi pene en las manos de una profesional.

La descubrí a través de esta página web. Es una página que me inspira sentimientos contradictorios, sobre todo por el tono en el que están escritos la mayoría de mensajes, las experiencias narradas, dándole como mucho sentimiento a algo que, en mi opinión, carece totalmente de eso, es solamente un intercambio comercial. Cuando leí sobre la esta chica, que se llamaba Elisabet, no había muchas experiencias escritas sobre ella. Las que había me resultaron atrayentes, parecía que lograba unos orgasmos o unas reacciones muy poderosas, y la llamé. No sé si antes le escribí o algo, creo que no, simplemente la llamé. Me gustó su voz y quedé con ella.

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El día de la cita estaba un poco nervioso. Me abrió Elisabet e iba vestida como había leído en algún post del foro, una faldita negra con una especie de bordado metálico, ahora no sabría describirla. Recuerdo que, y eso fue un triunfo, —cuando pasa esto es en parte un triunfo y en parte un fracaso— nada más verla se me empezó a poner dura. Me gustó, era una chica algo delgada pero con un cuerpo bonito. Cuidado, llevaba brackets en los dientes, lo cual le daba un aire como más de estar por casa que a mí, particularmente, no me molestaba. Elisabet tenía el pelo castaño corto. Cuando se desnudó delante de mí, antes de que me fuera a la ducha, pensé "joder, que lástima que no vaya a poderme enrollarme con ella más en plan rollete". No fue muy habladora ni especialmente simpática, simplemente cordial. Me fue indicando lo que tenía que hacer, me duché en una ducha algo exigua, estrecha pero correcta —a mí eso me da igual. Es más, me gusta una cierta sordidez pero ciertamente la ducha estaba bien. Creo que además del jabón y tal el pack incluía una barrita de caramelo o algo así, quizá para después, quizá recuerde mal. Luego pasé a la habitación, que estaba oscura como el resto del piso. No oscura amenazante sino oscura de relajación, con velitas e incienso, motivos decorativos orientales y cojines.

Escogí el masaje tántrico acabado en lingam. Yo tampoco soy especialista en masajes ni en sus distintas categorías pero el masaje fue normal, suave, relajante, nada extraordinario pero supongo que cumplía la función de calmar y adormecer un poco el cuerpo. El momento curioso que recuerdo es que, al principio, cuando por una de esas rozó, por el centro, mi columna vertebral, sí que hubo un punto muy concreto en el que sentí como una leve punzada de placer, nada, un rescoldo, pero es aquello que piensas, qué raro, igual habrá que investigar ese punto. Luego el masaje siguió, ella estaba desnuda y yo iba cambiando la posición de mi cabeza, hasta que me dijo que me girara para que empezara el lingam. Me giré y me pidió que abriera las piernas y las colocara alrededor de ella para que ella pudiera sentarse en posición de loto, con las piernas cruzadas y tener mi polla a mano. Y empezó a darle, de todas las formas posibles: subiendo y bajando la piel; aplanándomela y luego pasando la mano por encima con fuerza; masajeando los huevos; pasando la palma de la mano por el glande; subiendo y bajando de intensidad. Por momentos dolía o molestaba pero yo la dejaba hacer, suponía que era parte de la experiencia. Al poco rato, me vino el habitual desánimo —presente en los intentos masturbatorios que hacía yo en casa— de pensar que no saldría nada, que no lograría excitarme. Incluso pensé en tratar de decirle lo de mis problemas con las pajas, pero el ambiente era como muy quieto, muy relajado, y no quería perturbarlo.

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Me giré y me pidió que abriera las piernas y las colocara alrededor de ella para que ella pudiera sentarse en posición de loto, con las piernas cruzadas y tener mi polla a mano.

No sé si antes o después de que la cosa empezara a chutar, le dije si podía apoyarme un poco con las manos en el futón para no estar tumbado mirando al techo, para poder verla mientras trabajaba con mi polla. Me dijo que claro, que por supuesto. Y entonces, de golpe, sin yo estar preparado para ello, sí que empecé a notar un placer intenso y apremiante que se iba localizando en la punta del pene. Pasados unos cuantos segundos o algún minuto eso seguía y seguía y no parecía que fuera a menguar. Tengo que decir que era una imagen poderosa, excitante, el verla meneándomela tan concentrada, sus brazos bronceados, sus pechos de un tamaño bastante perfecto —tenía un piercing en cada pezón y un servidor es un poco fetichista con este asunto—, su cara estaba ligeramente inclinada hacia arriba, como en trance, como dejando que su vista se perdiera en un ángulo indeterminado de la habitación. Aunque yo no podía besarla ni interactuar con ella sí que me permití el lujo de pasar mis dedos, ligeramente, por sus manos y muslos. No me atreví a alargar la mano hasta sus pechos pero igual si le hubiera preguntado me hubiera dicho que también podía hacerlo, no lo sé.

A la tercera interrupción, tras recomenzar, me dijo que quizá tendría que correrme ya, que se nos acababa el tiempo.

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Mi polla seguía a mil, bombeando, y perdí un poco la noción del tiempo. Para mí aquello duró bastante, imagino que fueron unos veinte minutos o algo más. Era curioso, era como estar mogollón de tenso, sin saber cómo ponerte, pero a la vez no querer tampoco salir de ahí, porque sentía mucho placer. Estaba flipando porque lo que yo experimentaba haciendo mi gimnasia o mis intentos de pajas hasta entonces era de una intensidad mucho menor que eso, y claro, yo sentía como que no estaba preparado para gestionarlo, para asimilarlo. Luego lo piensas y lo hablas con gente y te das cuenta de que el problema está precisamente en que no hay que gestionar nada, tienes que dejarlo hacer, dejarte ir, pero yo estaba que no cabía en mí y hubo dos o tres momentos en que ella acercaba su mano a mi glande y me daba un pico de placer que no podía soportar y le decía que parara, que parara un momento. Entonces ella paraba, manteniendo mi pene erecto y durísimo, nervudo y gigantesco, manteniéndolo en ese punto hasta que yo le decía que continuara y entonces continuaba.

A la tercera interrupción, tras recomenzar, me dijo que quizá tendría que correrme ya, que se nos acababa el tiempo, y yo le dije que no pasaba nada, que estaba bien así, que había disfrutado muchísimo. Ella me preguntó si estaba seguro, que todavía había algo de tiempo y no le importaba estar un rato más. Pero le dije que no, que estaba bien, más que satisfecho, y paró. Me dijo que podía quedarme un momento estirado, mientras ella se duchaba, y así lo hice. Me quedé atontado en aquella habitación oscura, un apartamento sito en las alturas de Gran Vía con Casanova, pero resguardado de la luz del sol, todavía sorprendido y descolocado —o más bien colocado— hasta que ella volvió de la ducha y me tocó ducharme a mí. Al volver ya aseado, mientras me vestía, intenté balbucear un agradecimiento, decirle que había sido todo un descubrimiento para mí, o algo así, que me suele costar alcanzar estas cotas de placer, pero no supe hablarle y ella tampoco me dio mucha coba. Fue más bien discreta, como al principio, pero solícita y amable. Nos dimos dos besos, al principio no nos habíamos dado ninguno, y me fui.

§

A partir de esta experiencia he ido mejorando con esto de las pajas. Voy alternando mi técnica de la gimnasia con la estimulación normal del pene, el clásico "meneársela". No lo tengo del todo controlado pero estoy en ello. Experiencias como este masaje —y otros que he ido frecuentando— me han ayudado a familiarizarme con estas nuevas sensaciones.

Entiendo el rechazo social que puede generar la prostitución o este tipo de masajes —algo que está a kilómetros de distancia de lo que podríamos entender como prostitución al uso. No sé, a veces uno quiere follar o hacer cosas sexuales con alguien pero, simplemente, por las razones que sean, no puede. Supongo que todo se remonta a esa preconcepción antediluviana y carca de censurar o vigilar el placer, mientras todos los otros tipos de intercambios comerciales están bien vistos e incluso incentivados, aunque incluyan todo el catálogo de bajezas humanas: corrupción, explotación, nepotismo, etcétera. Algo como el pagar por sexo sigue generando recelo en ciertas personas. Es un asunto peliagudo también porque es cierto e innegable que existen mafias y chicas que son coaccionadas para que ejerzan pero no representan el todo. La clave está en desvincular la prostitución de esa aura negativa y decadente, como triste y chunga. Entenderlo como una cosa que existe en la sociedad y que es una opción para mucha gente.