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Cultură

Me fui de fiesta con los Ángeles del Infierno para conocerlos mejor

En muchos lugares todavía se les considera una organización criminal, pero a mí me parecieron unos tipos tranquilos con tatuajes en la cara.

Fotos por la autora

Un Ángel del Infierno colosal me sonríe, desvía la mirada hacia abajo y de repente su expresión se torna sombría. Sin mediar palabra, se da la vuelta y camina a grandes zancadas hacia el estruendo de las motos.

Me encuentro en el Bulldog Bash, el festival anual que celebran los Ángeles del Infierno cerca de Stratford-upon-Avon (Warwickshire), rodeada de moteros blandiendo pintas de cerveza, luciendo tatuajes, paseando sus máquinas por la calzada y balanceándose a ritmo de rock clásico. Entre ellos están los Ángeles, cuya presencia se hace evidente en las hileras de Harleys negras y en el logotipo del club que todos lucen en sus chalecos de piel, en el entrechocar de sus manos y en los saludos fraternales que se dedican entre murmullos.

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El festival no goza precisamente de buena reputación desde que, en 2007, uno de los Ángeles, Gerry Tobin, acabara muerto de un tiro cuando regresaba a casa tras asistir al evento de ese año. Pese a que el festival de dance Global Gathering —que se celebra en el mismo recinto que el Bash— tiene un historial mucho más escandaloso, con casos de robos, consumo de drogas, abusos sexuales y un fallecimiento en 2012, no comparte la misma notoriedad. La principal razón parece ser la presencia de los propios Ángeles, y es que la simple mención de su nombre y la visión de su logo suscitan todo tipo de leyendas y rumores. Pero ¿qué sabemos realmente de los Ángeles en 2016?

El sitio oficial contiene una sección con una breve historia del club. El primer Club de Motocicletas de los Ángeles del Infierno se fundó en1940 en San Bernardino, California, y al parecer el nombre lo sugirió a los fundadores un expiloto del escuadrón "Ángeles del Infierno", una unidad aérea que luchó en la Segunda Guerra Mundial. Con el tiempo, otros clubs de moteros de California se sumaron al de los Ángeles, adoptando el mismo nombre y ajustándose a sus criterios de admisión. Hoy existen 400 divisiones repartidas por todo el mundo, desde Japón hasta Perú. El resto de la página web está dedicada a desmentir las "informaciones erróneas" que circulan sobre el club y que sugieren un vínculo entre los miembros del club y un linaje militar.

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Mi pase de prensa es una campanilla colgada al cuello. Al verla me explico el cambio de actitud del grandullón de antes. El lema "Nadie recuerda lo que hacemos bien ni olvida lo que hacemos mal" sintetiza bastante bien la aversión de los Ángeles a hablar con los periodistas. El vacío surgido de esta falta de comunicación ha dado lugar al miedo, la ignorancia y a la aparición de todo tipo de habladurías, aunque sospecho que en cierto modo los Ángeles agradecen ese halo de misterio.

Pongamos el caso de mis amigos, por ejemplo. Unos ni siquiera sabían que hubiera una división del club en Inglaterra, mientras que otro aseguraba que conocía personalmente a uno, "un tipo majísimo, vecino de mi tío, al que a veces echa una mano cuando tiene que arreglar el jardín". Algunos se horrorizan al saber que tenía intención de asistir al festival sola. Un amigo que trabaja en la policía se niega a hacer declaraciones y me pide por favor que le haga saber que estoy bien cuando regrese. Desde el departamento de prensa de la policía de Warwickshire me confirman que los Ángeles del Infierno siguen teniendo la consideración oficial de grupo de delincuencia organizada.

Esas son las razones por las que todas las caras tatuadas con las que me cruzo me reciben con un semblante hermético. Uno de los Ángeles, que luce uno de esos parches curvados con el nombre Nueva York (generalmente indicativo de pertenencia a la división de esta ciudad), ni siquiera detiene la marcha cuando me acerco a él, y me despacha con un "He venido a pasármelo bien, no a hablar con la prensa".

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Afortunadamente, un joven Ángel de origen belga me señala a un tipo apostado en una parada de comida y me asegura que "Robert es el más indicado para hablar… si es que quiere hablar".

Robert resulta ser un carismático californiano de 69 años. Cuando llego junto a él, está mostrando a los vendedores de perritos calientes su bote de salsa de chile y ajo ultrapicante. "Estos perritos son un poco sosos", me dice con fingido disimulo, para que los del puesto de perritos lo oigan. Insiste en invitarme a uno y nos sentamos con el resto bajo un enorme cartel que reza "Los Ángeles del Infierno apoyan a sus hermanos en prisión".

La conversación se desarrolla de forma distendida… hasta que se acaba la comida y saco mi libreta. Los tipos sentados en nuestro banco se retraen y se hace un silencio súbito. Les digo que solo he venido a conocer el club para escribir un artículo basado en mi propia experiencia. Los tipos asienten, y uno de ellos me hace un par de fotos con el móvil para enseñar a sus hermanos "la chica que hace tantas preguntas".

Les pregunto si les gustaría lanzar algún mensaje, una idea o declaración. "¿Para el público?", pregunta Robert. "Sí: ¡que les den a todos!". Todos ríen y asienten. "No me interesa estar expuesto; solo trae problemas. La gente tiene opiniones sesgadas por la prensa, los libros, etc. La verdad es que no tenemos mucho que decir. La gente no nos conoce y no nos interesa que eso cambie; nos conviene ese halo de misterio. Somos el estándar de los clubs de motociclistas, lo que todos aspiran a ser, y si no pueden ser como tú, te odian y quieren matarte.

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"Simplemente defendemos una serie de estándares de vida elevados. Trata a la gente como quieres que te trate; respeta y ter espetarán. Pero si la cagas, pagarás por ello. En toda organización o estilo de vida hay alguna mierda que ensucia su reputación. Pero bueno, la nuestra es una hermandad maravillosa. Mi vida es genial. No sé explicarlo, pero funciona".

Se dedican amplias sonrisas entre ellos, en una auténtica muestra de afecto. Les pregunto si ha habido cambios significativos en el club a lo largo de los años.

"Claro que sí: ¡antes las drogas eran legales!". Suelta una sonora carcajada. "Somos más modernos, tenemos móviles, portátiles, etc. Antiguamente, como te metieras en problemas y no recordaras ningún número de teléfono, ¡podía pasar mucho tiempo hasta que alguien viniera a pagar la fianza y sacarte del calabozo! Ahora, si te metes en problemas, te las puedes apañar solo". Robert me entrega su móvil y me invita a que repase las fotos que ha hecho de imágenes antiguas de los años 60 y 70 de Ángeles vestidos con prendas vaqueras. "El estilo, la ropa, las motos han cambiado, pero la gente sigue siendo la misma".

Los Ángeles posan para una foto, pasando los brazos por los hombros de sus compañeros. Les pido que se den la vuelta, para poder fotografiar los parches que llevan en la espalda. "¡Solo si tú también te das la vuelta y mueves el culo!".

Doy un paseo por el recinto. Contemplar a los moteros haciendo caballitos y quemando rueda es tan entretenido como verlos resignarse a que sus mujeres y novias les pongan protector solar. Tengo una llamada perdida. Es de Taff, presidente de la división de Ashfield, promotora del festival Bulldog Bash.

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Taff, el presidente de la división de Ashfield de los Ángeles del Infierno

Milagrosamente liberado de sus responsabilidades por un breve espacio, Taff se reúne conmigo en la parte de atrás de la Custom Tent. Parece cansado, tosco y frío, pero responde amablemente a mis impertinentes preguntas.

"Somos, simple y llanamente, un club de motociclistas. Tenemos divisiones en todo el mundo que vamos a visitar de cuando en cuando. ¡La idea es pasar tiempo juntos. Si fuéramos gánsteres, no estaríamos trabajando todos los días!".

Le pregunto acerca de los requisitos de entrada y la estética.

"En nuestra división tenemos una franja de edad de entre veinte y cincuenta y tantos. Llevamos el kit completo cuando la ocasión lo requiere. No sería muy apropiado ir a comprar al supermercado vestido todo de piel y con la chaqueta llena de parches".

Parece más contento cuando habla del festival, esa pequeña maravilla cuyo éxito se debe a su división. "Antes la organizaban los AI de Inglaterra como un todo, pero al final se lo quedó Ashfield. Es una gran ocasión para que los hermanos de todos los rincones del mundo se reúnan, y también para los amantes de las motos".

Y lleva razón. Aunque el evento es más reducido que años anteriores —a esta edición han acudido 5.000 personas, a diferencia de las 50.000 de 2007—, no deja de ser un acontecimiento barato y distendido en el que poder disfrutar de las verdaderas protagonistas, las motos.

Taff y yo nos estrechamos las manos y su voluptuosa mujer me ofrece una flauta de prosecco rosado. "No le digas nada", advierte Taff a su esposa, luciendo una sonrisa. Él es el segundo en pedirme que le deje ver mis notas antes de publicar nada.

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Deambulo hasta llegar a la "zona de entretenimiento para adultos", donde B-Bob, el tipo que antes me dejó plantada, me recibe con entusiasmo. Él y Robert están en el bar, con otros hermanos de varios países, indiferentes a la actuación de las strippers que se está desarrollando a pocos metros. Me presentan a todos y cada uno de los Ángeles presentes y en cuanto termino una cerveza, ya me están ofreciendo otra. Me pongo a charlar con una pareja de hermanos belgas que me llevan al bar exclusivo para miembros del club. Nico, un tipo de 35 años de la división de la costa belga, se muestra reservado en un principio, pero enseguida nos ponemos a hablar de nuestras pasiones: las motos, la poesía y viajar.

"Cuando me admitieron como miembro de pleno derecho, les dije, "¡Voy a arruinar vuestra reputación!", dice entre risas. "Estoy casado y tengo un hijo de cinco años, fui a la universidad, tengo una pizzería y… no llevo ni un tatuaje. Todos los hermanos son distintos. Hay gilipollas, como en todas partes, pero en general el ambiente es bueno y la gente solo quiere montar en moto y estar con los amigos. De eso se trata. Sabemos que no importa dónde vayamos, siempre tendremos un techo bajo el que dormir, buena compañía, buena comida… Es toda una lección de humildad".

Bulldog Bash es un santuario para los amantes de las motos y la cerveza. Estos tipos no son Ángeles, pero son muy majos

Las bebidas se materializan en mi mano como por arte de magia y me sorprende sentirme extrañamente segura entre toda esta gente. Quizá estoy demasiado acostumbrada a que me acosen verbal y físicamente los sábados por la noche en los bares, pero aquí es distinto. Me siento cómoda sabiendo que, según la filosofía de los Ángeles del Infierno, si respeto, me respetarán. Me invitan a visitarlos a EUA, Bélgica y Holanda, y me ofrecen tatuajes gratis. Los hermanos son muy hospitalarios, y en cuanto mi cámara de fotos desaparece de la vista, los más jóvenes se muestran más dispuestos a hablar relajadamente.

Los Ángeles del Infierno son un colectivo de personas. Si bien algunos desearían que la reputación actual del club cambiara, muchos otros la consideran conveniente para mantener el misticismo que les rodea. La postura oficial de la policía es que "existen pruebas que sugieren que el club está involucrado en actividades delictivas", y este años se ha registrado una reyerta en el festival, pero durante el tiempo que estuve allí no fui testigo de ningún tipo de agresión entre los miles de moteros borrachos que había.

Tampoco hay que olvidar lo que un evento de estas características aporta a la localidad: el festival dedica parte de los ingresos a fines benéficos y la histórica ciudad de Stratford está plagada de carteles dando la bienvenida a los asistentes al festival. Fui recibida con recelo y desconfianza como periodista, pero con respeto, generosidad y buen humor como persona.

Traducción por Mario Abad.