FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Un día en la Fundación Francisco Franco

Ochenta años después del inicio de la Guerra Civil, sigue existiendo una fundación dedicada a mantener la memoria de la obra del dictador español.

Llamo a la puerta y soy recibido por una secretaria que, solícita, me invita a pasar al interior de la Fundación Francisco Franco. He pedido cita para consultar el archivo sobre el dictador que gestionan desde su sede en este chalé de la madrileña calle Concha Espina.

Accedo a pasar agradecido y la secretaria me indica el lugar reservado que tenemos que ocupar los investigadores. Es un día especial, han encontrado cucarachas y están buscando cómo acabar con ellas. "Hay que fumigarlas a todas", dice otra secretaria recién llegada.

Publicidad

Todo en la Fundación Francisco Franco rezuma nacionalcatolicismo. Se respira orden y paz, todo es como debe ser, como Dios manda. Las mujeres ocupan los puestos que el Caudillo les destinaba, secretarias, y ellos… Pues ellos están en los puestos de mando.

Los usos son los mismos de la posguerra española que Carmen Martín Gaite describía, sobre todo aquellos que se reservaban a las féminas son los que se mantienen en la FNFF, como si el tiempo se hubiera congelado.

"No entendemos que la manera de respetar a la mujer consista en sustraerla a su magnífico destino… El hombre es torrencialmente egoísta; en cambio la mujer casi siempre acepta una vida de sumisión, de servicio, de ofrenda abnegada a una tarea", dijo José Antonio Primo de Rivera en 1935, un relato de hechos seguido al dedillo dentro de los muros de la Fundación.

Llego hasta una sala pequeña, rodeada de libros y en la que sobresale un busto del caudillo sobre la mesa de estudio, elevado, en un pedestal para que al sentarte sientas su superioridad.

Me siento y la cabeza del sátrapa actúa de vigía. Siento sus ojos tallados en cobre sobre mi nuca. Los cuadros del dictador que rodean la estancia ayudan a conformar una atmósfera opresiva que se refuerza por el conocimiento de lo que Franco hizo y fue.

El ambiente está cargado, huele a húmedo, a añejo, a años de pan negro. Es un edificio viejo con manchas en el suelo y una lámpara de mesa, verde, desvencijada y con la tulipa ladeada hacia la derecha.

Publicidad

Los retratos del Caudillo asoman por cada espacio del edificio pero no nos dejan hacer fotos. Dentro de la sede se vive con miedo a lo extraño, como si cualquiera que entrara en su casa fuera miembro de la conspiración judeomasónica sobre la que Franco alertaba.

A pesar de esa atmósfera de sospecha que se cierne sobre cualquier investigador nunca ponen pegas para acudir a visitar el archivo. La secretaria se queda en el despacho que hay junto a la sala de estudio que ocupo, escudriñando cada movimiento que haces por si fuera el preludio de una acción contra el honor del Caudillo.

De vez en cuando se acerca a la sala a preguntar si va todo bien o a ofrecerte un café. Siempre educada, muy ceremoniosa, como instruida en la Sección Femenina del Movimiento. Ya os he dicho que en esta casa se mantiene todo como en los años 50. También la loza floreada con la que nos ponen un café infame.

Al tomarlo, recuerdo las historias que mi madre me contaba de mi abuela sobre el bebercio de malta y la achicoria que ella y los pobres se metían entre pecho y espalda buscando un sucedáneo de libertad mañanera. Pero lo de este café de la Fundación Francisco Franco sí que es crueldad gratuita, que para algo ellos ganaron la guerra. Aunque también es cierto que para el café nací muy burgués.

Mientras tecleo búsquedas en el ordenador Pentium 456 del archivo de la fundación franquista —las tradiciones se mantienen hasta en los equipos informáticos— y pongo cara de represaliado al ingerir el líquido marrón que me han hecho pasar por café, pienso en la primera vez que acudí a la Fundación.

Publicidad

El fondo fue digitalizado con unas subvenciones que se dieron en época de José María Aznar. Son los únicos fondos públicos recibidos por una fundación que normalmente se financia con donaciones, cuotas de socios y acciones puntuales como lotería con la fecha del golpe de Estado

Fui con muchas reservas por lo que pudiera encontrarme, sé que un periodista comprometido con la Memoria Histórica no siempre es bien recibido en lugares como éste. Mientras investigaba mi primera vez en los fondos del archivo había mucho movimiento, aquel día pasaba mucha gente con libros en la mano por la pequeña habitación que yo ocupaba.

Habían realizado una donación al fondo de la biblioteca y estaban ordenando los volúmenes dedicados al Caudillo. De repente uno de los hombres se fijó en mi presencia y empezó a charlar de forma muy afable conmigo.

Se interesó por mi profesión y mi investigación, y yo le fui contestando de forma automática sin prestar demasiada atención a lo que decía porque estaba seguro de conocerle. Sabía quién era ese tipo con porte militar que me cuestionaba sobre los porqués de mi interés en la fundación. La conversación acabó con un saludo afectuoso por su parte y volví a mi negociado con el picor cerebral que produce ser consciente de que conoces a una persona pero no sabes de qué. Pero eso fue otro día.

Vuelvo a mi trabajo, buscando información sobre la relación de las empresas con el régimen franquista y recuerdo que me han pedido alguna fotografía para ilustrar mi jornada en la Fundación Francisco Franco. Pido permiso para ir al aseo, aquí se pide permiso para todo, se pega rápido la ceremoniosidad cotidiana.

Publicidad

Al ir al baño que está junto a la entrada, veo un enorme tapiz con el águila bicéfala y una cruz católica que ocupa toda la pared de la estancia. Un pendón con la bandera franquista y una vitrina con parafernalia fascista completa la custodia. Sigue oliendo a viejo en esta sala así que hago una foto furtiva de la escena con la puerta del baño entreabierta para que las secretarias no me vean profanar el altar del Caudillo.

Vuelvo al puesto de investigador y sigo consultando el fondo archivístico que conserva la documentación personal del dictador. Sobre todo comunicaciones con el Franco, telegramas enviados desde embajadas e informes de la dirección general de seguridad para que Paco conociera de antemano lo que sucedía entre sus enemigos, y también sus amigos.

En el fondo se conservan curiosidades como la carta que envió un funcionario de Hacienda a Carmen Polo de Franco para advertirle de que tenía que cumplir con sus obligaciones tributarias como el resto de los españoles. O el informe que se envió al dictador desde los servicios de información del régimen para informarle de lo hablado en una reunión en el año 1966 a la que asistió el entonces príncipe Juan Carlos junto con prohombres del momento para establecer los pasos a seguir tras la muerte del dictador.

El fondo fue digitalizado con unas subvenciones que se dieron en época de José María Aznar. Son los únicos fondos públicos recibidos por una fundación que normalmente se financia con donaciones, cuotas de socios y acciones puntuales como lotería con la fecha del golpe de Estado.

Publicidad

La salita de los investigadores

Otro modo de sacar dinero es cobrar las fotocopias a los investigadores de cada documento que imprimen, así que podría decirse que soy un financiador habitual.

Consulto las copias que he pagado para ver si tengo material para un nuevo artículo sobre las relaciones empresariales y el franquismo y vuelvo a pegar un sorbo al brebaje infecto que me han puesto por café… ¡Pardo Zancada! Ahora caigo en el nombre de aquel personaje de porte militar de mi primera visita ¡El hombre que me preguntó por mi trabajo era el comandante golpista del 23F, Ricardo Pardo Zancada!

Menos mal que no perdí la memoria. Ya puedo descansar. Al contrario que miles de familias que esperan recuperar los restos de sus seres queridos asesinados y enterrados como animales por el homenajeado en esa pequeña casita húmeda de la madrileña calle Concha Espina.

Sigue a Antonio Maestre en Twitter y leelo regularmente en La Marea.