Hablamos con Jesse Frohman, el fotógrafo de ‘Kurt Cobain: The Last Session’

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Hablamos con Jesse Frohman, el fotógrafo de ‘Kurt Cobain: The Last Session’

En agosto de 1993, Jesse Frohman pasó una tarde con Nirvana. Fue la última sesión de fotos de Kurt Cobain antes de suicidarse unos ocho meses más tarde. Esta es la historia.

El deseo de cualquier fotógrafo es llegar a hacer "la foto", capturar ese momento que perdura, que da la vuelta al mundo y se vuelve un icono que trasciende la propia instantánea. En el mundo de la música encontramos infinidad de ejemplos: la foto de Iggy Pop que hizo Mick Rock para la portada de Raw Power; Debbie Harry con su camiseta medio rota de Vultures; Jim Morrison sin camiseta y apretando la mandíbula; Johnny Cash mostrando su dedo corazón; Paul Simonon, de The Clash, a punto de estampar su bajo en el suelo. Ya sabéis de qué fotos hablo aunque no las tengáis delante. ¿Eran sus autores conscientes de la magnitud que alcanzarían cuando hacían la foto? Sin duda se habrán movido por instinto, pero lo que verdaderamente encumbra estas imágenes es el tiempo.

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En verano de 1993, el fotógrafo Jesse Frohman recibió un encargo para el dominical del London Observer: pasar cinco horas con Nirvana en Nueva York. Las fotos eran para la cubierta de la revista, y aquella resultó ser la última sesión de fotos formal en la que participaría Kurt Cobain antes de suicidarse ocho meses después. Fueron cinco horas de fotos en el hotel, por la calle y durante las pruebas de sonido previas al concierto que darían en el Roseland Ballroom esa misma noche. Según Frohman, Cobain iba bastante pasado, pero la sesión salió rentable hasta el último céntimo: Cobain iba enfundado en un abrigo con un estampado de leopardo y llevaba una gorra de cazador, enormes gafas de sol que ocultaban por completo su mirada y la boca perpetuamente medio abierta. Frohman recuerda que parecía que estuviera colgando de una percha, incapaz de permanecer erguido. ¿Cómo podía una persona tan cubierta de ropa conectar con el espectador? Pues porque es Kurt, y él sí podía.

Aunque el talento de Frohman consiste en capturar ese momento concreto y determinante, desde hace unos años ve las fotos de aquella sesión con otros ojos. En 2012, seleccionó un puñado de imágenes para una exposición. The Last Session –su última publicación- cuenta lo que pasó ese día.

"Al principio, veía esas fotos como material descartable, pero ahora las valoro individualmente", cuenta Frohman al hablar del proceso de selección. "No escogería ninguna de ellas si tuviera que colgarla en la pared de mi casa, pero no dejan de ser retratos geniales y creo que son muy elocuentes".

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Llegado a Nueva York en la década de 1980, consiguió trabajo con el legendario Irving Penn al poco de graduarse. Durante su trayectoria ha fotografiado a toda clase de gente, desde Run DMC hasta Woody Allen, Derek Jeter, James Brown o Nick Cave. Hace poco estuvimos con Frohman para hablar sobre los secretos del oficio, cómo se desarrolló aquella sesión de fotos con Nirvana y el atractivo imperecedero de Kurt Cobain, totalmente al margen del legado musical de Nirvana.

NOISEY: Al comienzo de tu trayectoria trabajaste cinco años con Irving Penn. Aquella experiencia debió de ser muy valiosa.

Jesse Frohman: Lo aprendí todo de él. Es decir, aprendes con la práctica, pero los fundamentos los aprendí de él: él me enseñó a ver. He aprendido de un maestro, ¿sabes? No solo era un profesor, no se limitaba a sentarse y soltar el rollo. Era genial porque combinábamos retratos de moda con naturalezas muertas, y todo eso me ayudó a entender la fotografía y lo que era una buena foto. Era carismático, como un profesor o un abuelo, y a la vez intimidaba.

En general, ¿qué colectivo crees que es más difícil retratar, al de actores o al de músicos?

Curiosamente, los actores quizá sean las personas más difíciles de fotografiar, en general [Risas]. Algunos de ellos pueden ser majísimos, pero normalmente cuesta retratarles porque son vanidosos y siempre están interpretando un papel. Nunca son ellos mismos. No les importa colaborar en moda ni interpretar esos papeles, pero si realmente logras que sean ellos mismos… Ahí está la dificultad.

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¿Tienes alguna técnica para hacer que tus modelos se sientan más cómodos y relajados?

Claro. Me encantaría tener una pistola y munición de verdad. No para dispararles, pero un tiro al techo suele ser bastante efectivo. Creo que Sam Peckinpah hacía eso, ¡y con toda la intención, además! Podía ser muy fascista, pero la mayoría de veces simplemente quería hacer reaccionar a la gente, despertarles. Tienes que tocar de oído, ponerte muy agresivo a veces, y otras más sentimental. Hacer que posen. En otras ocasiones tienes que ser invisible y dejarles hacer. Las fotos de Kurt son una mezcla de todo eso. Tenía que dejarle hacer, pero a veces me daba cuenta de que le tenía que dirigir o no conseguiríamos nada [Risas]. Siempre venía tan colocado que tenía que hablar con él para que se centrara.

Al principio la idea era hacer fotos de la banda en Central Park…

Los veía como apoyados sobre unas rocas. Me gustan algunas de esas fotos de los 60, con gran angular. No los veía mucho como una banda de naturaleza, pero tampoco los veía como un grupo de Nueva York. Me parecieron unos chicos nada pretenciosos y pensé en hacer algo muy básico. Por supuesto, no ocurrió nada de eso porque cuando llegué al hotel, vino el mánager a mi encuentro y me dijo, "No tienen tiempo para una sesión así". Había reservado la sala de conferencias del sótano del hotel.

La sala de conferencias de un hotel: el sitio menos glamuroso del mundo.

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Allí había una mesa que ocupaba la mitad de la sala. Tuvimos que desmontarla y dejarla en una esquina, pero al final salió muy bien todo. Fue muy íntimo. Aunque solo duró media hora, los tuve para mí solos durante ese tiempo.​

¿Te parece curioso que haya vuelto a ponerse de moda la estética grunge?

Bueno, no me sorprende, porque todo vuelve. Sorprende un poco porque estéticamente el grunge no era gran cosa: camisetas y vaqueros. No es como la moda de los 60. Pero no es solo por el grunge. Creo que Kurt representa algo mayor, fue una persona que siguió su propio camino y fue fiel a sus principios. Hoy día todo está muy homogeneizado. Los chicos quieren ser diferentes, ven a Kurt y dicen, "Él era diferente".

No digo que a los chavales les pareciera interesante la depresión de Cobain, que se drogara o que acabara suicidándose, sino más bien el hecho de que no le importara lo que pensaban los demás. "Mantente firme, sé tú mismo", él representaba esos valores. Todos los artistas que también los encarnaban se fueron hace tiempo –Jimi Hendrix, Jim Morrison-, pero Kurt sigue muy presente. A mi generación le habrían interesado esas fotos, pero son las nuevas generaciones las que avivan el interés, a pesar de que no son grandes amantes de la música. Eso es lo que me fascina. Muchos chicos ni siquiera escuchan a Nirvana. Quizá conozcan un par de canciones y aun así son grandes admiradores de Cobain. Me sorprende encontrar gente que admira mucho a Kurt Cobain sin ser fans de Nirvana. No me lo esperaba.

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¿Cómo contactas con esa gente?

Son ellos los que me encuentran, a través de las redes sociales o por correo electrónico. Una vez alguien me envió una especie de documental en el que preguntaban a un montón de chicos precisamente sobre esto, y respondían, "No soy muy fan de Nirvana, pero me encanta Kurt Cobain". Escuchan su música y dicen, "¡Ah! ¡Esa canción es genial!".

La verdad es que nunca me lo había planteado. Yo crecí con Nirvana, amando su música y a Kurt Cobain. Para mí eran indivisibles. Cuando se suicidó, su legado se hizo tan famoso como su música, si no más.

Desde luego, su música es increíble y les gusta a muchos jóvenes, pero lo que digo es que no necesariamente a todo el que le gusta Kurt Cobain tiene que gustarle Nirvana.

¿Y cómo era cuando lo conociste? ¿Se mostró cooperativo? ¿Le apetecía hacer aquella sesión?

Colaboró mucho, pero estaba un poco colgado. Fue algo muy raro. No se comportaba de forma coherente, estaba en su mundo, pero se prestó a la sesión. Se involucró en el sentido de que no estaba constantemente mirando el reloj, pero se notaba que estaba en otro sitio.

Parte del libro lo componen varias fotos de Kurt con sus fans a las puertas del Roseland. ¿Cómo era con ellos?

Era muy educado. Mantenía mucho la compostura. Sus fans eran como él, vestían como él… No eran los típicos fans escandalosos, eran muy tranquilos, un poco tontitos. Habría quizá unas cincuenta o sesenta personas. Kurt parecía disfrutar en su compañía. Pensé que se limitaría a firmar unos cuantos autógrafos y se iría, pero fue muy amable y educado. No habló, pero estuvo allí y firmó autógrafos a todo el mundo.

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¿Alguna vez pudiste mirarle a los ojos? ¿Se quitó las gafas en algún momento?

Sí, pero no delante de la cámara [Risas].

¿Pero le viste los ojos?

¡Sí, tiene ojos! [Risas]. De hecho, se quitó las gafas para enseñarme lo mal que tenía los ojos y por qué no podía hacerle fotos sin ellas.

¿Los tenía totalmente inyectados en sangre?

Sí, y me sorprendió que se preocupara por ocultarlo. En cualquier caso, le gustaba llevar esas gafas. En Roseland se las quitó; tengo una foto de allí en la que aparece sin gafas. Creo que le gustaba llevarlas y eran parte de su imagen.

¿Hay algún proyecto en el que estés trabajando y que te entusiasme?

Estoy con un libro de pistolas y flores. No paro de hacer fotos. Siempre quiero conocer a gente nueva cuando hago retratos. Lo mejor de este tipo de fotos es que tengo la oportunidad de pasar unos minutos con alguien que generalmente encuentro interesante.

Debe de ser una experiencia muy íntima.

Puede llegar a serlo, ¡y debería! Las mejores fotos son las que se hacen en un momento de intimidad. Aunque no vuelvas a hablar con ellos ni surja una amistad a raíz de una sesión, si la foto es buena es porque has vivido un momento íntimo.

Ya está a la venta KURT COBAIN: The Last Session, de Jesse Frohman, con textos de ​Glenn O'Brien  y Jon Savage.

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