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Hablamos con una de las webcamers españolas más famosas de internet

A Dulce Barcelona le interesa la cultura, se ha sacado una carrera, escribe sin faltas de ortografía, no se dedica al sexo porque su vida se encuentre en las profundidades de un pozo y no le gusta exhibir su cuerpo fuera de su trabajo.

Sería complicado reconocerla sino fuese porque no es la primera vez que nos vemos en persona, ya que tuve la oportunidad de entrevistarla en el pasado. Ella no muestra su rostro -ni tampoco sus pechos ni su coño- por el océano de Internet, a no ser que sea en la sesión privada de su cam erótica. Aunque todo se intuye en las fotografías que cuelga en Twitter. Es bajita, morena, aventurera y posee una dulce voz y sonrisa que da nombre a su personaje. Dulce Barcelona (22 años) es una de las webcamers eróticas españolas más populares. "No hay que ser choni para dedicarse al porno, también se puede ser muy dulce", tuiteó el otro día. Es sexóloga y no responde al prototipo que gran parte de las personas tiene en su mente cuando se habla de mujeres que se lucran a través del sexo: tiene inquietudes, le interesa la cultura, se ha sacado una carrera, escribe sin faltas de ortografía, no se dedica al sexo porque su vida se encuentre en las profundidades de un pozo, odia las tetas operadas, no hace topless en la playa y no le gusta exhibir su cuerpo fuera de su trabajo. "Soy una puta, no me da reparo decirlo".

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No le gusta planear su trabajo. Cuando le apetece, y teniendo en cuenta los momentos de la semana en los que sabe que habrá más clientes, se conecta. Entonces avisa de que va a comenzar su sesión con una foto provocativa en Twitter acompañada del enlace a su chat, el cual obtiene innumerables retuits. Tiene más de 40.000 seguidores en la red social del pajarito simpático y un buen número de clientes habituales que acuden a su chat en Cumlouder buscando satisfacer sus necesidades sexuales y, hasta a veces, psicológicas. A los de siempre, que se dejan centenares de euros mensuales en sus sesiones, les avisa por privado. "A veces me siento mal porque noto que alguno de mis clientes se está obsesionando demasiado conmigo y siento sensaciones contradictorias sobre si debo seguir alimentando su obsesión o calmarla, autoperjudicando de esta manera mi negocio".

Sus padres no saben que ella es webcamer. Y eso que ya ha celebrado su tercer aniversario dedicándose a ello. "La verdad es que no pensaba que duraría tanto". Cuando comenzó le invadió la curiosidad de usar su cuerpo laboralmente. El hecho de que fuese sexóloga acrecentó ese interés. "Me gusta mucho conocer la gente dentro del chat. Todo lo que se callan las personas en la vida real me lo cuentan a mí. Desde problemas de trabajo, a que añoran a su ex, a que su matrimonio no funciona o hasta los que simplemente entran para presumir, para que tú seas la que te excites con ellos. A éstos les suelo hacer poco caso. Se equivocan de webcamer si pretenden eso". Muchos de ellos llevan anillo.

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¿Pero por qué ser webcamer? "Me gusta. Me gusta dedicarme al porno. Y para dedicarte a ello te tiene que gustar. Las chicas que entran en este mundo simplemente para conseguir dinero fácil suelen durar poco". Hablamos de un negocio alegal, lleno de secretos opacos, en el que las chicas pueden superar el sueldo de mil euros al mes si le dedican suficientes horas.

Anuncia a sus clientes que esa noche lleva puesta lencería negra. "Ese día el éxito de visitantes está asegurado". Otros días, en cambio, desvela que estrenará un juguete nuevo o que se ha hecho un peinado original. La sesión empieza. Durará como mínimo hora y media. Puede ser que después de una pausa de diez minutos continúe hora y media más. Durante ese tiempo pasarán por su chat entre veinte y cien visitantes. Algunos de ellos le desvelarán sus secretos más íntimos, como si Dulce Barcelona fuese su mejor amiga: "no soy una persona con la que han ligado. Antes de verme han puesto la VISA, pero algunos no lo recuerdan. Hay gente que hasta quiere quedar conmigo en la vida real. Nunca lo he hecho, aunque sé de otras webcamers que sí".

Sus clientes son tan variados como permite el ser humano. Menciona con especial atención a los que ella intuye que son millonarios –a tenor de lo que se gastan mensualmente en ella- y que cree que acuden a sus servicios simplemente para seguir demostrándose a ellos mismos que pueden permitirse más que el resto. Igual que se compran un coche de gama alta o una casa con jardín, se regalan visionar una webcamer. En contraposición, se encuentran los pajilleros menores de veinte años que no tienen dinero para estar más de un minuto con ella y le piden que se desnude rápido para que puedan terminar con éxito la autofelación.

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"La mayoría de clientes te suelen pedir lo que no se atreven a pedirle a sus parejas o éstas no quieren llevar a cabo. También te piden aquellas cosas que no le pueden pedir por falta de confianza a una chica con la que han ligado en una discoteca. Por ejemplo, meterse un lápiz por el culo o masturbarse con un vaso".

Las horas extra en el trabajo –de siete a ocho de la tarde-, la hora de desayunar y la hora de comer al mediodía son los momentos de mayor afluencia a sus chats. También cuando gana el Barça -muchos de sus clientes son barceloneses-: "Yo me dedico al entretenimiento, así que no puedo pensar en mi trabajo como uno de oficina que dura ocho horas y después adiós muy buenas. Tengo que estar ahí cuando al cliente le apetece hacerse una paja. Y es muy probable que al cliente le apetezca hacérsela un domingo por la tarde mientras yo estoy en el sofá con una manta mirando una peli". Las noches de los lunes son las más concurridas y las de los viernes las que menos. "Los clientes de noche son mucho más directos que los de día".

Ella ya está desnuda. Quizá tocándose. Ahora sí que muestra todo su cuerpo al cliente. "Al no enseñar nada en las redes sociales, es más exclusivo. A los clientes les obligo a entrar a mi sesión para que puedan ver mis tetas. Por eso muchos de ellos me piden que no enseñe nunca nada en Twitter. Así se sienten diferenciados de los simples pajilleros que buscan fotos de chicas desnudas en esta red social. Se sienten en un escalón superior". El teclear de sus dedos para conversar por el chat inunda el teclado de líquido vaginal.

A menudo se encuentra gente de la calle que se enfada –no con ella, sino con el mundo- cuando les explica que se dedica a ser puta. "No se sorprenden de que haya puteros y sí que se sorprenden de que haya putas. A ti te gusta ser putero y a mí me gusta ser puta. Punto". Le dicen que algún día, cuando ya sea mayor, se va a arrepentir de haber tomado este camino vital y que no se atreverá a contárselo a sus hijos. "Cuando tenga cincuenta años estaré muy orgullosa de lo que hice cuando era joven".

No descarta pasarse al porno en el futuro, aunque le da cierto reparo que sus videos "queden colgados para siempre en Internet y se los pueda encontrar cualquier conocido". Ese ya es otro mundo. Concretamente, uno en el que una actriz puede cobrar más de tres mil euros por escena. Aunque con sus contras más acentuados que en el caso de una webcamer.

La sesión ha acabado. Dulce Barcelona cierra el ordenador y vuelve a ser… Prefiere no desvelarlo aún.