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Cultură

El momento más incómodo del año: llega la cena de Navidad de empresa

Es tiempo de cenas de Navidad en las empresas, es tiempo de felicidad y, por supuesto, de horror.
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Como una plaga de langostas en los fértiles campos de melocotones de Calanda las cenas de Navidad de tu empresa se plantan ante ti sin que puedas hacer absolutamente nada al respecto. Para unos supone una auténtica pesadilla y una abismal pérdida de tiempo mientras que para otros son una forma de volver a empezar en la empresa; una nueva oportunidad para poder demostrar a todos esos capullos que ellos no son unos simples "grabadores de datos", que son realmente personas con ideas y sueños y merecen que los demás les hablen durante la hora de la comida.

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Ahí, en la cúspide eufórica de la velada, después de la ronda de chupitos y de camino al karaoke, podrán espetarle a alguien eso de: "Soy David, uno de los grabadores de datos, creo que nunca nos han presentado". Para eso sirven estas cenas, para romper barreras, superar miedos y generar amistades y, quién sabe, puede que amores. Amores que terminarán, indudablemente, en tragedia y gritos en salas de reuniones y llantos en los baños, pero esto, amigos, ya es otra historia.

Ya se trate de una triste cena improvisada en el taller con platos y vasos de plástico encima de una caja de cartón o una en un restaurante de un hotel céntrico con bailarines tocando preciosas melodías con una flauta de émbolo, la narrativa de la noche siempre sucumbirá a una inevitable separación por subgrupos totalmente identificables y caracterizados, como en una forma de hipérbole grotesca sin miramientos de lo que viene a ser la convivencia del día a día en la empresa.

En fin, un doppelgänger siniestro de la realidad. Es la agresiva lucha por la supervivencia y la necesidad de pertenencia al grupo, una batalla soterrada de egos y odios. Con la ayuda del alcohol y la vorágine del ritual, los capullos se convertirán en todavía más capullos, los bromistas en unos magos del humor y los seres solitarios quedarán totalmente desterrados de cualquier atisbo de diversión. Es, al fin y al cabo, el campo de batalla donde se ejecutan todas las estrategias sociales desarrolladas durante el año.

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El enemigo número uno de estas cenas es la soledad, por eso es recomendable asistir a la cita acompañado de un buen séquito de ilustres compañeros. Aparecer solo a una de estas veladas es gritarle al mundo que necesitas ayuda y que la necesitas de inmediato. De la misma forma, la disposición de los comensales en la mesa es de vital importancia, pues de ella dependerá el desarrollo de la noche y, por lo tanto, tu felicidad.

Sentarte al lado de Marina (52 años) puede ser un error fatal. No es que sea mala tipa pero la mujer tiende a hablar sobre jarrones y patchwork y por algún motivo desconocido tiene que estar en casa antes de las 12 de la noche por lo que su compañía no te va a aportar nada, ni un apoyo social para el resto de la noche ni un potencial polvo desesperado. En fin, esto es como el juego de las sillas de los putos críos con la única diferencia de que aquí realmente puedes perder, y mucho.

En estas veladas todo el mundo es un genio del humor. Cubata en mano para acompañar el segundo plato, el increíblemente aburrido —y feo, bueno, no es que sea feo, es que su cara genera una total indiferencia— Josep (31 años) ha decidido empezar a contar anécdotas "divertidas" sobre las excursiones que hace durante los fines de semana con sus colegas de instituto, creyendo que las bromas privadas de su equipo de tarados nos harán partir de risa. Sin duda Josep no estará en mi subgrupo esta noche, suerte que está en la otra punta de la mesa. Creedme, he gastado casi toda mi energía en lograr sentarme delante de ese par de tías del departamento de arte. Joder, es el momento idóneo para romper el hielo de una maldita vez.

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He estado de pie como un capullo durante siete minutos —¡siete!— esperando para ver dónde se sentaban ese par de perras e intentar caer lo más cerca de ellas. Objetivamente podríamos decir que son feas y estoy completamente seguro de que nos caeríamos muy mal si algún día llegáramos a conocernos de verdad pero joder, esta noche vienen especialmente explosivas y nunca se sabe, son los únicos seres que podría llegar a follarme esta noche sin sentirme realmente mal, así que vayamos a por ellas.

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Que conste que esto —la sexualidad— tampoco ha ofuscado mi sentido común, aparte de esas tías, a mí alrededor también están mis coleguitas, los compañeros de departamento, "los chicos". Es con ellos con quien me pegaré unos buenos tragos de licor de hierbas y charlaremos sobre temas escatológicos. Nuestras bromas internas de departamento serán las mejores y la gente deseará ser nosotros. Supongo que esto es lo que pensarán todos los distintos subgrupos de gente y por eso todos estaremos gritando y escupiendo escandalosas carcajadas a un volumen demencial, porque todos sabemos que mucho volumen denota mucha diversión.

Lo que es cierto es que el alcohol tiene un papel fundamental. Una cena de Navidad sin brebaje no es nada. Sin él todo sería aburrido, como cuando vas a trabajar. El alcohol proporciona una narrativa a la noche, la calma inicial contrasta con la simpatía de medianoche, la euforia sin respeto de la madrugada y el holocausto de la mañana. La gente se va retirando poco a poco y al final solamente queda la gente con pedigrí, no debemos olvidar que para que el globo aerostático se eleve hasta las maravillas infinitas del cosmos se debe soltar lastre, así que no te preocupes si al final solamente te encuentras rodeado de tres desconocidos. Seréis los ganadores y el lunes tendréis algo de lo que hablar.

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Pero no todo es diversión, siempre estará ese momento en el que Miguel (51 años), el de proveedores, volverá a llorar delante de todos recordando a sus dos hijas —que ahora viven con su exmujer en Brasil con un hombre adinerado y que no es completamente calvo como él— o Sandra (39 años), de ventas, se sacará las tetas —medio en serio medio en broma— y compartirá con los demás esa operación de aumento de pecho que se hizo hace un par de años y de la que no para de hablar siempre durante la hora de la comida, repitiendo cada día que le costó unos 5.300 euros, pagados a plazos e incluyendo ocho sesiones de masajes postoperatorios. Se las puso a los tres meses de romper con el tipo ese con el que estuvo saliendo durante 12 años —el tipo nunca quiso irse a vivir con ella, y lo comprendo— y ahora mismo está viviendo lo que varios compañeros de departamento coincidimos en tildar como una "fase complicada", por lo que esto de enseñar las tetas, más que ser divertido o "caliente", es profundamente lamentable.

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Hablemos de los tipos que detestan profundamente estos eventos. Está claro que en el fondo una cena de Navidad es una liturgia hortera que consiste en reunir en un mismo espacio a un montón de gente que no quiere estar realmente ahí. Realmente te importa una mierda lo que te diga, Amanda, esa señora de 60 años que ordena albaranes. De hecho ninguno de los dos quiere hacer el esfuerzo de intentar sacar adelante una conversación mínimamente digna. Trabajáis juntos pero no tenéis porque divertiros juntos. Tú no las has escogida a ella y ella no te ha escogido a ti. Es una velada cuya obligatoriedad hace que nos olvidemos de todo atisbo de ilusión. Está claro, todos hacemos un pequeño sacrificio y por eso hay que darle la vuelta a toda esta mierda e intentar pasarlo como si fueran las jodidas olimpiadas del jolgorio.

Pero no, existe cierta gente que aún cree que tener que dedicarle tiempo a los compañeros de trabajo fuera del horario laboral es un esfuerzo demasiado enorme, como si su vida fuera de la oficina tuviera algún tipo de valor, como si fuera algo apasionante, como si en su tiempo libre se dedicaran a buscar artefactos arcaicos en países donde se come con la mano.

Asúmelo, esas 10 horas que pasas en la oficina son lo único que haces durante el día, luego te limitas a ver series o cocinar cosas raras para que las horas pasen lo más rápido posible y se haga de noche de una maldita vez y puedas soñar con cosas fantásticas, cosas que hacen que no te pegues un tiro en la nuca. Pero cuesta llegar ahí, te cuesta dormir y lo único que logras es tumbarte en la cama con la cara hundida en el edredón preguntándote por qué coño llevas más de nueve años durmiendo solo en una cama doble, así que no te flipes y ven a la puta cena.

Esto es tu vida, aunque no quieras aceptarlo esta gente con la que trabajas son los únicos seres vivos con los que te comunicas ya que tristemente solo sabes hablar de temas relacionados con tu trabajo. No sabes nada de historia. No sabes nada de filosofía. No tienes ni puta idea de música, solamente eres un entendido en sistemas de refrigeración de fuselaje. Estás solo y no sabes nada más, así que gracias a Dios por estas malditas cenas porque te están dando la vida. Y no te preocupes, a nadie le gustan los regalos que le han tocado en esto del amigo invisible, simplemente finge que te ha gustado el tuyo de la misma forma que finges cada día que te gusta este maldito curro.