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Cultură

Insultar a los políticos

El derecho de los ciudadanos a llamarles hijos de puta.

Pere Navarro rodeado de mujeres de mediana edad

Se genera un terrible escándalo cuando se agrede físicamente o verbalmente a un político. Los hechos: el domingo pasado golpearon e insultaron al grito de "grandísimo hijo de puta" a Pere Navarro, líder del PSC, cuando estaba asistiendo a la comunión de un familiar. Otro dato: el pasado mes de abril llamaron "hijo de puta, fascista y cabrón"  al ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, cuando salía de un restaurante de Barcelona mientras empujaba el carrito donde yacía su nieta. Ambos casos se han vinculado a cierto “clima de crispación” generado por el proceso soberanista en Cataluña. Navarro comenta que desde que el PSC se desmarcó el pasado diciembre del proceso de consulta han estado recibiendo insultos constantes, ya sea a través de Twitter o por la calle, como en el pasado día de “Sant Jordi” donde dice que les insultaron y amenazaron.

Precisamente, en referencia a este suceso, Elena Valenciano, vicesecretaria general del PSOE, ha dicho que “La tensión y las agresiones verbales o físicas tienen que estar fuera de la política.” Es entonces cuando recuerdo casos como el famoso “¿¡Por qué no te callas!?” de nuestro querido monarca a Hugo Chávez o el simpático “¡Que se jodan!” de Andrea Fabra en el Congreso de los Diputados cuando Mariano Rajoy anunció los recortes a los parados. Supongo que Valenciano se refería a eso cuando dijo que este tipo de agresiones verbales tienen que quedar fuera de la política.

Por su parte, Jorge Fernández Díaz ha explicado que como dirigente político hace tiempo que no le sorprende que le insulten en actos públicos pero lo que encuentra fuera de lugar es hacerlo en el contexto de una celebración familiar. Si bien es cierto que se debe respetar la vida privada de los políticos, también es totalmente lícito que aquéllos que apoyan políticas que afectan a millones de ciudadanos pueda ser señalados y se pueda evidenciar –y aquí me refiero a los escraches- su vinculación con esas decisiones tomadas en el Congreso, sobre todo si éstas afectan gravemente a la situación social de muchos ciudadanos. De todos modos me parece bastante más indignante que se insulte y menosprecie a los ciudadanos desde dentro del Congreso de los Diputados y no se pida ni perdón.

Con todo esto, considero que realmente es un derecho de los ciudadanos el poder insultar a los políticos. Es algo que se hace constantemente en reuniones familiares, bares y manifestaciones, forma parte de la marca España. Entonces, ¿por qué no se puede hacer delante de ellos? Es la opción más sincera. Al fin y al cabo son los señores que nosotros hemos votado y si resulta que ciertos ciudadanos consideran que están gestionando el país de forma incorrecta, es totalmente lícito quejarse. La forma de esta queja no es realmente importante ya que cuando se están llevando a cabo políticas que condenan a los ciudadanos a vivir un horror cotidiano lo menos ofensivo es si la queja llega a través de un insulto, un golpe, una pancarta o una carta bien redactada. Evidentemente golpear a alguien siempre es jodido y siempre es algo detestable pero la violencia tiene muchas caras. Verse obligado a dormir en la calle, por ejemplo, es violencia. Señalar el insulto -al fin y al cabo el medio por el que se transmite la queja- y no el problema es una clara muestra de falta de decencia política. Es similar a lo que sucede en ciertas manifestaciones, donde se criminalizan alborotos minoritarios y se ignora el mensaje ciudadano.

Me parece gracioso, ya hasta cierto punto revelador, que ambas agresiones –la de Pere Navarro y la de Jorge Fernández Díaz- fueran protagonizadas por personajes similares. Navarro afirmó en declaraciones a Rac 1 que la mujer que le agredió era “una señora de mediana edad, de clase media, que no conocía. No era una persona a la que acababan de desahuciar.” Si bien sorprenden las indudables capacidades de Navarro a la hora de percibir la situación vital que están viviendo las personas que le han agredido, lo más curioso es ver como la descripción coincide con la de Díez, quien dice que le insultó una mujer de mediana edad y de clase media. ¿Estamos hablando de la misma mujer? Eso estaría bien, pero es indudable que el hartazgo de los ciudadanos está llegando a todos los estratos, no solamente a los sectores más radicales. Esa “mujer de mediana edad y de clase media” es el símbolo que representa al ciudadano medio, un enorme tanto por ciento de españoles que están sufriendo en sus propias carnes las consecuencias de una política que se preocupa más por los mercados que por sus ciudadanos. No es ella, somos todos. Podrían llamarla V o Grendel pero se refieren a ella como la “mujer de mediana edad y de clase media”.