FYI.

This story is over 5 years old.

Comida

Intenté emborracharme con bombones rellenos de licor

Una nueva ley británica permitirá a los menores de 16 años comprar bombones rellenos de licor. Compré un alcoholímetro y 80 bombones para ver si los niños podrán ponerse pedo comiéndolos.
Hannah Ewens
London, GB

¿Preparados para una nueva era de alcohólicos en el Reino Unido? En breve, los niños británicos ​podrán comprar bombones rellenos de licor.

Desde hace décadas, la venta de estos dulces con alcohol –sí, esos que solo compra tu abuela- había estado prohibida a los menores de 16 años, por miedo a que los críos pudieran zamparse una caja de caramelos de licor de menta, pillar una turca y empezar a cometer actos vandálicos con los bancos del parque o a abusar de los cisnes.

Publicidad

Como cabría esperar, esta modificación de la legislación no ha sentado muy bien entre los sectores más beligerantes contra el consumo irresponsable de alcohol, quienes argumentan que los fabricantes de bebidas alcohólicas aprovecharán la coyuntura para tentar a nuestros tiernos chavales con la bebida y, una vez alcanzada la pubertad, estos empezarán a asaltar el mueble bar de sus padres. Curiosamente, eso es justamente lo que la mayoría de los jóvenes ha hecho durante generaciones.

En mi opinión, estas personas están obviando tres aspectos clave. En primer lugar, los bombones con licor son asquerosamente malos y no gustan a nadie con las papilas gustativas mínimamente normales. Segundo, los niños no son tontos: antes prefieren pedirle a un extraño que les compre una cerveza que gastarse el dinero en una caja de estos bombones. Y tercero -y quizá más importante-, el contenido de alcohol de cada bombón es ridículo.

Este último punto me hizo reflexionar. ¿Cuántos de esos bombones harían falta para emborrachar, digamos, a tu primo adolescente? Existen ​pruebas (poco plausibles, hay que decir) de que hay gente que se ha llegado a emborrachar comiendo bombones rellenos de licor. Pero a decir verdad, es muy poco probable que alguien sea capaz de comer tanto chocolate como para notar el alcohol sin acabar con dolor de estómago.

Decidí resolver esta duda por mí misma y me fui a comprar tantas cajas de bombones con licor como pude para comérmelos todos. Con el dinero que llevaba encima pude comprar cuatro cajas (unos 80 bombones en total). Los menores que estén pensando en hacer lo mismo lo van a tener bastante difícil: tuve que ir a cinco supermercados distintos del sur de Londres para conseguirlas. A continuación, fui a Halfords a comprar un alcoholímetro de bolsillo que me permitiera medir con todas las de la ley lo pedo que iba.

Publicidad

Según una fuente probablemente nada fiable de internet, 450 gramos del licor de estos bombones equivalen a una botella de vino. Por tanto, mis cuatro cajas de chocolate eran el equivalente a una botella y media. ¿Pillaría un pedo o una diabetes del quince? ¿Una melopea monumental o retortijones extremos?

Me senté y me preparé para mi misión. La tarea que estaba a punto de emprender parecía titánica. Eran demasiados bombones para meterlos en el interior de un ser humano de 160 cm de altura. Pese a ello, empecé con una primera prueba del alcoholímetro para conocer mi nivel normal de alcohol. Era 0,00. Estaba preparada para empezar.

Le di un mordisco al primer bombón e inmediatamente recordé lo que dije la primera vez que probé uno de estos dulces rellenos de licor: "Nunca más".

Diez bombones después, ya empezaba a sentir náuseas, pero la clase de náusea que te entra cuando te comes cinco de esos calendarios de Adviento de una sentada, más que la que sientes después de haberte metido diez chupitos de coñac entre pecho y espalda.

Esperé unos 20 minutos para dejar que el alcohol que tuvieran los chocolates se disolviera en mi torrente sanguíneo. El alcoholímetro dio un resultado de 0,03. Al parecer, 0,03-5 son dos tercios del límite permitido para la conducción en el Reino Unido. Iba por buen camino.

Cada bombón que probaba era más asqueroso que el anterior, pero los rellenos de whisky me dejaban muy mal sabor de boca, así que procuré comer solo los de crema irlandesa y Cointreau.

Publicidad

Cuando llevaba quince, empecé a sentirme frustrada y mis sospechas se confirmaban: no me estaba emborrachando, lo cual era una mierda porque me habría gustado sacar algún provecho del experimento. Por otro lado, me sentía bien al saber que todos esos contrarios a la prohibición eran simplemente unos cretinos moralizantes.

Sin embargo, una vez ingerido el chocolate número 20, empecé a tener la misma sensación que si me hubiera tomado una copa. Esperé un poco y volví a hacerme la prueba: un desolador 0,03, de nuevo.

Recurrí a internet en busca de asesoramiento y en alguna página leí que el azúcar y las grasas de los bombones podrían atenuar los efectos del alcohol, lo que explicaría que no me sintiera más mareada. Así que pensé que era hora de empezar a consumir el alcohol de los bombones de otra forma.

Probé mordisqueando el borde y chupando el licor del interior. Probé vaciándomelos en la boca usando el propio bombón como si fuera una taza, probé bebiendo el alcohol con una pajita.

A los 30 bombones volví a parar. El alcoholímetro arrojó un resultado de 0,05, todavía dentro de los dos tercios del límite legal.

Era todo o nada. Tenía que continuar, aunque fuera para demostrar que era mejor que nadie en llevar a cabo desafíos absurdos. Tenía la boca pegajosa, llena de chocolate y sucedáneo de Baileys, pero de alguna forma logré llegar a los 45 bombones sin vomitar. Hice otra prueba, pero esta vez el resultado saltaba del 0,00 al 0,07. En cualquier caso, la verdad es que me sentía como si me hubiera tomado un par de copas.

Publicidad

¿Pero cómo podía estar segura si no tenía pruebas científicas de ello? Ahora que no había alcoholímetro, decidí hacer varias actividades para comprobar si tenía mis capacidades mermadas.

En primer lugar, quise saber si era apta para la circulación vial, pero no en coche, porque (a) sería una irresponsabilidad, ya que técnicamente había estado bebiendo, y (b) no sé conducir. Así que le pedí prestada la bicicleta a mi amiga Alice.

Me costó un poco montar, pero seguramente se debía a mi corta estatura. Una vez instalada en el sillín, allá que fui. Cuarenta y cinco bombones de licor no me habían impedido lo más mínimo dar vueltas en círculo con la bicicleta.

Capacidad motriz probada. Pasé a probar mis facultades cognitivas. Me senté frente a un ordenador y busqué uno de los test de matemáticas de BBC Bitesize KS3. A pesar de que constaba solo de seis preguntas, tardé 15 minutos en obtener una puntuación del 50 por ciento. O era menos inteligente que una niña de 11 años o estaba un poco bebida. Quiero pensar que se trataba de esto último.

Por último, quise comprobar si todos esos bombones me habían hecho bajar el listón respecto a los tíos. Para ello, busqué en YouTube el nuevo vídeo de McBusted, el supergrupo de Busted-McFly.

Nunca me ha gustado Matt Willis; esa cara de idiota que pone en el vídeo de "What I Go to School For" me pone de los nervios desde el minuto cero. Pero había oído que en ese vídeo tenía pinta de "rockero", y no hay nada que me ponga más que un rockero malote.

Publicidad

No funcionó, a pesar de la camiseta negra y los tatuajes. Un no rotundo. Había otro tío de los Busted que me recordaba al Profesor Weetos, el de la caja de cereales. Otro no rotundo. El único que se salvaba era Dougie, pero claro, siempre me ha gustado, así que no era una prueba concluyente.

En resumen, no me apetecía acostarme con casi ninguno de los componentes de McBusted. Ojo, quizá la culpa fuera de la canción, que era horrenda, o del hecho de ver a tantos hombres adultos saltando al unísono guitarra en mano. O quizá era simplemente porque no estaba nada borracha.

Después de tanta excitación, me entró un bajón de energía y me sentí un poco triste. Quizá sea por el alcohol, pensé. Pero lo más plausible es que fuera el resultado de haber ingerido la cantidad semanal de azúcar recomendada para un ser humano en 45 minutos. Cualquiera que fuera el motivo, tenía claro que nunca volvería a hacer un experimento similar con prisas.

La moraleja que podemos extraer de todo esto es que no hay que hacer saltar las alarmas. Lo importante es que haya conciencia y educación, no el hecho de que un niño pueda o no comprar bombones de licor. Si un niño de verdad quiere probar el alcohol, cogerá una cerveza de la nevera de sus padres, no se tomará la molestia de desplazarse a la otra punta de la ciudad para comprar una caja de bombones con una ridícula cantidad de alcohol.

Incluso en el supuesto de que consiguieran una docena de cajas para tratar de emborracharse, este intento les disuadirá de probar más alcohol hasta que tengan la edad legal para beber.

Sigue a Hanna Ewens en ​Twitter