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Cultură

Intenté mejorar mi salud sin dejar de fumar

Ya lo sé, el tabaco es malo, pero aun a sabiendas de todo eso, me sigue gustando, joder.

Imagen vía Wellcome Library

Han pasado más de cinco años desde la primera vez que encendí mi primer cigarrillo, en una fiesta, rodeado de gente que parecía mucho más guay que yo por su forma de fumar. Dispuesto a encajar en mi nuevo círculo social y en mi nueva ciudad –Nueva York, un lugar en el que cualquiera puede parecer interesante con un cigarrillo liado colgando de sus labios-, me convertí en un fumador social y, a la larga, habitual.

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Lo he dejado decenas de veces a lo largo de los años, pero siempre en vano. Como cualquier otro vicio, esto acaba siendo una lucha personal. Cuando sufres una adicción, no hay sermones de amigos decepcionados, charlas insoportables con tus padres ni riesgo de perder a una posible pareja que te hagan abandonar algo que no estás preparado para abandonar. Ya lo sé, el tabaco es malo, pero aun a sabiendas de todo eso, me sigue gustando, joder.

Esto nos lleva a mi situación actual. Después de pasar tantos años intentando dejarlo para luego retomarlo con gran sentimiento de culpa, por fin he logrado dejar de fumar. Sabía que quería que el 2015 fuera un año distinto para mí y no quería esperar a Año Nuevo para ello, así que me apunté al gimnasio, me puse a dieta y empecé a hacer ejercicio cinco veces por semana.

He estado manteniendo esta dinámica desde noviembre. Me he quitado unos kilos de encima y, sobre todo, me siento mejor conmigo mismo como ser humano, en parte porque, cuando llevaba más o menos un mes con mi nueva vida, decidí que lo estaba haciendo bien y que probablemente debería relajarme con el tema de la abstinencia de tabaco. Quizá podría ser de esos que tienen un paquete guardado en el trabajo, pensé, y se fuman uno de vez en cuando.

Sorprendentemente, el plan funcionó bastante bien. Continué yendo al gimnasio y comiendo y durmiendo bien, y ocasionalmente intercalaba algunos cigarrillos, equilibrando así el bien y el mal a diario y consiguiendo aparentemente lo imposible: burlar al sistema siendo una persona saludable sin ser del todo saludable. Esta dicotomía sirvió de inspiración para una especie de cadena motivacional. Si me lo curraba en el gimnasio, me merecía un cigarrillo y el día que fumaba mucho, lo compensaba con una comida saludable.

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Con la voz de mi conciencia sobre un hombro y la del diablo en el otro, sentía que había encontrado el equilibrio universal. Tal vez no hacía falta dejarlo del todo. Quizá sea posible llevar una vida saludable sin tener que renunciar a ser un fumador habitual. ¿Verdad? Decidí investigar al respecto.

«En primer lugar, es importante definir lo que entendemos por "estilo de vida saludable"», me explicó la Dra. Azure B. Thompson, directora adjunta de políticas y desarrollo del centro para adicciones CASAColumbia. Como experta en los factores sociales que llevan al consumo excesivo de sustancias, Thompson afirmó que, aunque un estilo de vida saludable se define por una buena alimentación, actividad física y una correcta gestión del estrés, «habrá gente que cumpla algunos de estos requisitos y considera que lleva un tipo de vida saludable, pero desde luego, si fumas con regularidad te estás perjudicando».

Una vida saludable combinada con el tabaco implica abrir las puertas de tu cuerpo a agentes peligrosos, pero no es que yo estuviera fumando un paquete al día. Puede que esté metiendo toxinas en mi cuerpo, pero no entran por la puerta grande, sino que más bien se cuelan por una ventana que yo mismo he roto. Teóricamente, podría mantener esta situación siempre y cuando no caiga en el hábito de volver a fumar un paquete diario, ¿no?

«Es un pensamiento habitual», advirtió Thompson. «Con algunos hábitos poco saludables», como el de beber alcohol o tomar comida basura, «se nos dice que no hay peligro si lo hacemos con moderación, pero realmente no hay forma de saber qué efectos nocivos tiene el tabaquismo».

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Según Thompson, no solo debería dejar el tabaco si quiero llevar una vida saludable, sino que debería alejarme de cualquier lugar en el que se fume. «Cualquier exposición al humo del tabaco es dañina», me aseguró. «Pero el riesgo no solo afecta a los fumadores empedernidos». Aun así, una vida totalmente libre de humo es una utopía: si tienes veintitantos años y te gusta relacionarte, casi con toda seguridad estarás rodeado de amigos fumadores, y si vives en una gran ciudad, difícilmente puedes escapar a tu condición de fumador pasivo.

Thompson me dio la respuesta que veía venir: ¡estaba claro que una especialista en adicciones me diría que evitara la adicción! Necesitaba otra opinión, así que acudí a Jonathan Henry, un entrenador personal titulado.

«No es posible llevar una vida saludable fumando», me dijo tan pronto como le hice la pregunta de si podía entrenar y seguir con el tabaco. «Es justamente lo opuesto a llevar una vida sana», añadió, para que no cupiese duda.

Imagen vía Flickr

Debo decir que Jonathan fue mi entrenador una ocasión –en la época en la que más fumaba- y casi consiguió que me desmayara cuando me pidió que hiciera 100 jumping jacks. Antes de llevar a cabo aquel ejercicio mortal, yo parecía y me sentía como una persona normal. «Aunque parezca que una persona está en forma debido a su metabolismo rápido, una buena alimentación y algo de ejercicio», me dijo Henry, el tabaco «daña los órganos vitales y acaba teniendo consecuencias visibles para uno mismo y para los demás».

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Jonathan continuó diciendo que si no dejaba el tabaco pronto, incluso aunque siguiera adelante con mi vida «sana», tanto mis esfuerzos en el gimnasio como la dieta caerían en saco roto.

A pesar de todo, yo me siento bastante bien. Ya no me cuesta tanto respirar cuando subo varios tramos de escaleras, no tengo esa horrible tos de pecho tan característica de los que fuman un paquete al día y no voy desprendiendo un olor a tabaco tan fuerte que hace retroceder a mi madre cuando la abrazo. Todo va bien.

Además, a veces necesito un cigarrillo. A veces las cosas no van bien en el trabajo, mi relación de pareja me exige más de lo normal o simplemente me atenaza el miedo a envejecer. En fin, cosas típicas de veinteañeros que se disipan después de un buen cigarrillo. Quizá no sea una actividad muy saludable físicamente, pero fumar tiene ciertos beneficios mentales, sobre todo para los que recurrimos al tabaco para aliviar el estrés personal. Busqué el apoyo de Margie Cohen, una psicoterapeuta cuya exmujer era fumadora de toda la vida. Seguro que ella me entendería.

«Mi trabajo es hacer un seguimiento de las decisiones de las personas y respetarlas», explica Cohen, «y sobre todo ayudarlas a encontrar formas de gestionar las emociones que intentan aliviar con el tabaco».

Según Cohen, el tabaco, como cualquier otra sustancia adictiva, pese a considerarse erróneamente un liberador de estrés, funciona más bien como un elemento de distracción de los problemas que se ocultan bajo la superficie.

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«Según mi experiencia, la necesidad de fumar de una persona se vuelve menos imperiosa cuanto menor sea el temor hacia sus sentimientos y hacia otras experiencias traumáticas», afirma Cohen.

Cohen parecía coincidir totalmente con Henry y Thompson en que el tabaco es unívocamente perjudicial, tanto para la salud mental como para la física, aunque reconoció que no es recomendable forzar a una persona a dejar el hábito si no está preparada.

Cuando una persona lo deja simplemente como «concesión ante la presión social o interna de "hacer lo correcto"», explica, «posiblemente no sean capaces de gestionar su decisión satisfactoriamente y sufran más estrés, sentimiento de culpa, vergüenza y falta de autoestima».

Por tanto, según los expertos con los que hablé y el sentido común, no es posible llevar un estilo de vida saludable sin dejar de fumar. Pero la razón que me impulsó a llevar esta nueva vida fue precisamente la de evitar la sensación de estrés y falta de autoestima de los que hablaba Cohen. Y por primera vez en mi corta vida, he encontrado un equilibrio entre lo responsable y lo que no lo es. Así que, por ahora, prefiero seguir fumando, avanzando a ciegas con mi adicción insalubre, sin importar lo perjudicial que pueda llegar a ser a largo plazo.

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Traducción por Mario Abad.